martes, 31 de enero de 2023

El cielo está dentro de mí de Atahualpa Yupanqui - Pablo del Cerro.

El cielo está dentro de mí.
Atahualpa Yupanqui - Pablo del Cerro.

En lo alto de la sierra
Me detuve a descansar.
Pero sentí que me iba,
Sin moverme del lugar.

Los ojos se me perdieron
En aquella inmensidad,
Y me olvidé de mi mismo,
Tanto mirar y mirar.

De pronto me ha preguntado
La voz de la soledad,
Si andaba buscando el cielo,
Y yo respondí: "quizás".

El cielo está dentro de uno,
Y está el infierno también.
El alma escribe sus libros,
Pero ninguno los lee

A veces uno camina
Entre la sombra y la luz:
En la cara la sonrisa
Y en el corazón la cruz

Búscalo al cielo en ti mismo,
Que allí lo vas a encontrar.
Pero no es fácil hallarlo
Pues hay mucho que luchar.

Por caminos solitarios
Yo me puse a caminar.
Por fuera nada buscaba,
Pero por dentro, quizás...

sábado, 28 de enero de 2023


Pinta mi amigo el pintor
Sus angelones dorados,
En nubes arrodillados,
Con soles alrededor.

Pínteme con sus pinceles
Los angelitos medrosos
Que me trajeron, piadosos,
Sus dos ramos de claveles.
  XLI

Cuando me vino el honor
De la tierra generosa,
No pensé en Blanca ni en Rosa
Ni en lo grande del favor.

Pensé en el pobre artillero
Que está en la tumba, callado:
Pensé en mi padre, el soldado:
Pensé en mi padre, el obrero.

Cuando llegó la pomposa
Carta, en su noble cubierta,
Pensé en la tumba desierta,
No pensé en Blanca ni en Rosa.
    XLII

En el extraño bazar
Del amor, junto a la mar,
La perla triste y sin par
Le tocó por suerte a Agar.

Agar, de tanto tenerla
Al pecho, de tanto verla
Agar, llegó a aborrecerla:
Majó, tiró al mar la perla.

Y cuando Agar, venenosa
De inútil furia, y llorosa,
Pidió al mar la perla hermosa,
Dijo la mar borrascosa:

«¿Qué hiciste, torpe, qué hiciste
De la perla que tuviste?
La majaste, me la diste:
Yo guardo la perla triste».
XLIII

      Mucho, señora, daría
Por tender sobre tu espalda
Tu cabellera bravía,
Tu cabellera de gualda:
      Despacio la tendería,
      Callado la besaría.

      Por sobre la oreja fina
Baja lujoso el cabello,
Lo mismo que una cortina
Que se levanta hacia el cuello.
      La oreja es obra divina
      De porcelana de china.

      Mucho, señora, te diera
Por desenredar el nudo
De tu roja cabellera
Sobre tu cuello desnudo:
      Muy despacio la esparciera,
      Hilo por hilo la abriera.
   XLIV

Tiene el leopardo un abrigo
En su monte seco y pardo:
Yo tengo más que el leopardo,
Porque tengo un buen amigo.

Duerme, como un juguete,
La mushma en su cojinete
De arce del Japón: yo digo:
«No hay cojín como un amigo.»

Tiene el conde su abolengo:
Tiene la aurora el mendigo:
Tiene ala el ave: ¡yo tengo
Allá en México un amigo!
     XLVI

Vierte, corazón, tu pena
Donde no se llegue a ver,
Por soberbia, y por no ser
Motivo de pena ajena.

Yo te quiero, verso amigo,
Porque cuando siento el pecho
Ya muy cargado y deshecho,
Parto la carga contigo.

Tú me sufres, tú aposentas
En tu regazo amoroso,
Todo mi amor doloroso,
Todas mis ansias y afrentas.

Tú, porque yo pueda en calma
Amar y hacer bien, consientes
En enturbiar tus corrientes
Con cuanto me agobia el alma.

Tú, porque yo cruce fiero
La tierra, y sin odio, y puro,
Te arrastras, pálido y duro,
Mi amoroso compañero.

Mi vida así se encamina
Al cielo limpia y serena,
Y tú me cargas mi pena
Con tu paciencia divina.

Y porque mi cruel costumbre
De echarme en ti se desvía
De tu dichosa armonía
Y natural mansedumbre;

Porque mis penas arrojo
Sobre tu seno, y lo azotan,
Y tu corriente alborotan,
Y acá lívido, allá rojo,

Blanco allá como la muerte,
Ora arremetes y ruges,
Ora con el peso crujes
De un dolor más que tú fuerte,

¿Habré, como me aconseja
Un corazón mal nacido,
De dejar en el olvido
A aquel que nunca me deja?

¡Verso, nos hablan de un Dios
Adonde van los difuntos:
Verso, o nos condenan juntos,
O nos salvamos los dos!
A mi tierra
A una mujer buena
A mis amigos



Éstas que ofrezco, no son composiciones acabadas: son, ¡ay de mí! notas de imágenes tomadas al vuelo, y como para que no se escapasen, entre la muchedumbre antiática de las calles, entre el rodar estruendoso y arrebatado de los ferrocarriles, o en los quehaceres apremiantes e inflexibles de un escritorio de comercio —refugio cariñoso del proscripto.

Por qué las publico, no sé: tengo un miedo pueril de no publicarlas ahora. Yo desdeño todo lo mío: y a estos versos, atormentados y rebeldes, sombríos y querellosos, los mimo, y los amo.

Otras cosas podría hacer: acaso no las hago, no las intento acaso, robando horas al sueño, únicas horas mías, porque me parece la expresión la hembra del acto, y mientras hay qué hacer, me parece la mera expresión indigno empleo de fuerzas del hombre. Cada día, de tanta imagen que viene a azotarme las sienes, y a pasearse, como buscando forma, ante mis ojos, pudiera hacer un tomo como éste, ¡pero el buey  ara con el arpa de David, que haría sonora la tierra, sino con el arado, que no es lira! ¡Y se van las imágenes, llorosas y torvas, desvanecidas corno el humo: y yo me quedo, congojoso y triste, como quien ha faltado a su deber o no ha hecho bien los honores de la visita a una dama benévola y hermosa: y a mis solas, y donde nadie lo sospeche, y sin lágrimas, lloro.

De estos tormentos nace, y con ellos se excusa, este libro de versos.

¡Pudiera surgir de él, como debiera surgir de toda vida, rumbo a la muerte consoladora, un águila blanca!

Ya sé que están escritos en ritmo desusado, que por esto, o por serlo de veras, va a parecer a muchos duro. ¿Mas, con qué derecho puede quebrar la mera voluntad artística, la vulgar sujeción a tradiciones extrañas e infecundas, la forma natural y sagrada, en que, como la carne de la idea, envía el alma los versos a los labios? Ciertos versos pueden hacerse en toda forma: otros, no. A cada estado de alma, un metro nuevo. Da el amor versos claros y sonoros, y no sé por qué, en esas horas de florescencia, vertimiento, grata congoja, vigor pujante y generoso reboso del espíritu, recuerdo esas gallardas velas blancas que en el mar sereno cruzan por frente a playas limpias bajo un cielo bruñido. Del dolor, saltan los versos, como las espadas de la vaina, cuando las sacude en ellas la ira, como las negras olas de turbia y alta cresta que azotan los ijares fatigados de un buque formidable en horas de tormenta.

Se encabritan los versos, como las olas: se rompen con fragor o se mueven pesadamente, como fieras en jaula y con indómito y trágico desorden, como las aguas contra el barco. Y parece como que se escapa de Los versos, escondiendo sus heridas, un alma sombría, que asciende velozmente por el lúgubre espacio, envuelta en ropas negras. ¡Cuán extraño que se abrieran las negras vestiduras y cayera de ellas un ramo de rosas!

¡Flores del destierro!

José Julián Martí Pérez (La Habana, Capitanía General de Cuba, 28 de enero de 1853-Dos Ríos, Capitanía General de Cuba, 19 de mayo de 1895). Escritor y político republicano democrático, pensador, periodista, filósofo y poeta cubano, creador del Partido Revolucionario Cubano y organizador de la Guerra del 95 o Guerra Necesaria, llamada así a la guerra de Independencia de Cuba. Destacado precursor del Modernismo literario hispanoamericano y uno de los principales líderes de la independencia de su país.

martes, 24 de enero de 2023

PRIMER AMOR de Carmen Conde.

¡Qué sorpresa tu cuerpo, qué inefable vehemencia! 
Ser todo esto tuyo, poder gozar de todo 
sin haberlo soñado, sin que nunca 
un ligero esperar prometiera la dicha. 
Esta dicha de fuego que vacía tu testa, 
que te empuja de espaldas, 
te derriba a un abismo 
que no tiene medida ni fondo. 
¡Abismo y solo abismo 
de ti hasta la muerte! 
¡Tus brazos! 
Son tus brazos los mismos de otros días, 
y tiemblan y se cierran en torno de su cuerpo. 
Tu pecho, el que suspira, ajeno, estremecido 
de cosas que tú ignoras, 
de mundos que lo mueven... 
¡Oh pecho de tu cuerpo, tan firme y tan sensible 
que un vaho lo pone turbio 
y un beso lo traspasa! 
¡Si nunca nadie dijo que así se amaba tanto! 
¿Podías tú esperar que ardieran tus cabellos, 
que toda cuanta eres cayeras como lumbre 
en un grito sin cifra, 
desde una cordillera gritada por la aurora?

¿Ceniza tú algún día? ¿Ceniza esta locura 
que estrenas con la vida recién brotada al mundo? 
¡Tú no te acabas nunca, tú no te apagas nunca! 
Aquí tenéis la lumbre, la que lo coge todo 
para quemar el cielo subiéndole la tierra.

domingo, 22 de enero de 2023

LA ENTREGA. Poema de Carmen Conde.

Porque el cuerpo, 
todo el cuerpo albergándole a la vida 
su oscura aunque preclara omnipotencia, 
siempre está aquí, estará siempre. 
Y quien ama y quien desea, quiere 
poseer y entregarse poseyendo.

Tarde y noche, amanecer o mañana, 
al amor, el amar reclama al cuerpo 
en tenue caminar, o alborotado 
por de lavas repleto sendero: 
la sombría eternidad que da a la vida 
una muerte incrustada.

Un helado volcán; ¿son océanos 
lúcidos y vertigonosos 
con furia de morirme mientras amo? 
Porque así es la entrega del que ama: 
una despótica catástrofe.

¿Soy yo así, soy yo esto, se pregunta, 
creciendo de salvaje encrucijada, 
viviendo de mi muerte que rescato, 
con furia de morirme cuando amo? 
El cuerpo dócilmente escucha dentro 
y otro yo se le asfixia en la pregunta.

Cuán intacto el despertar. Ya despojándose 
la invasión de sí mismo, gime el cuerpo. 
Vuelve el mar reclamándolo absorbente 
y otra vez se desploma y recupera.

jueves, 19 de enero de 2023

TODAS LAS MIRADAS SON ÁRBOLES QUE SE DESHOJAN - Carmen Conde.

Las miradas son árboles que se deshojan. 
Hay que penetrar lo compacto, 
que taladrar el misterio para descubrir el suelo 
cubierto de álamos, de olmos, 
de palmípedos cedros.

La prieta vegetación humilla bajo el peso del tiempo 
su copiosidad radiante, de éteres húmeda... 
¡Ah el precipitado ímpetu 
de las ramas, de las miradas 
cortándose de sus troncos!

Apenas algo, apenas el ácido vaho que dilatan 
los dientes del rebaño implacable 
cuando muerde el pasto... 
Humarada invisible de verdor desgarrado, 
cálido penacho de olores.

Las perdemos, cortándonoslas inconscientes 
de larga contemplación. 
Y nos quedamos en tierras desiertas, 
en arrasadas orillas, 
en fingidos oasis sin agua ni palmeras. 
¿Por qué, hasta cuándo, en qué momento 
se reunirán todas esas miradas en haz trepidante, 
para hacerse breve rayo definitivo?

¡Este viscoso suelo resbaladizo, 
las mareas de hojas que eran ojos 
agarrándose a las cosas, a los seres, a la ilusión de ver!

miércoles, 18 de enero de 2023

Raúl Gustavo Aguirre – Selección.


Raúl Gustavo Aguirre – Selección.
PARA VIVIR

Para vivir,
yo busqué un sitio oscuro.
Para vivir.

Para vivir,
practiqué el mimetismo.
Para vivir.

Me compuse mil caras,
mil caras inocentes,
mil caras complacientes.
Para vivir.

Mil caras diferentes,
mi amor, mi buen amor,
mi amor que sólo tienes
la cara del amor.

Yo cavaba la tierra,
callaba, me escondía,
borré todas mis huellas,
me deshice de todo,
mi amor, para vivir.

Para vivir,
yo busqué un sitio puro.
Para vivir.

Para vivir,
sólo había este abismo,
mi amor, para vivir.

El que no aprende nunca toca el fuego.
El que no aprende nunca toca el fuego,
el que no aprende nunca da una mano,
el que no aprende nunca vuelve a andar.
El que no aprende nunca se golpea
contra una pared y con la otra
y después con la otra y con la otra
y sigue caminando.

La trinchera del Rin.

Yo, Martin
Heidegger, el filósofo
que pensó lo Impensable
y que anunció la pérdida del Ser
en razón de la ciencia y del olvido,
fui declarado por mis pares
"persona totalmente prescindible"
y enviado a cavar esta trinchera
a lo largo del Rin.

Bajo mis pies se ahonda la tierra venerable.
Cae el azul crepúsculo de Georg Trakl. Tengo frío.
Y en el bosque cercano suena otra vez, oscura,
la risa del idiota que asistía a mis clases.
Raúl Gustavo Aguirre fue un poeta argentino. Nace el 2 de enero de 1927 en Buenos Aires (Argentina). Adscrito al grupo del invencionismo, mostró una cierta influencia surrealista. Traductor celebrado de Rimbaud y Apollinaire. Obras principales: Cuerpo del horizonte (1951), Antología de una poesía nueva (1952), La danza nupcial (1954), Alguna memoria (1960) y Señales de vida (1962). Creó y dirigió la revista "Poesía Buenos Aires", con treinta números editados entre 1950 y 1960. 
Fallece el 18 de enero de 1983.

martes, 17 de enero de 2023

CANCIÓN REAL A UNA MUDANZA de Antonio Mira de Amescua.


CANCIÓN REAL A UNA MUDANZA 
de Antonio Mira de Amescua.

Ufano, alegre, altivo, enamorado,
Rompiendo el aire el pardo jilguerillo,
Se sentó en los pimpollos de una haya,
Y con su pico de marfil nevado
De su pechuelo blanco y amarillo
La pluma concertó pajiza y baya;
Y celoso se ensaya
A discantar en alto contrapunto
Sus celos y amor junto,
Y al ramillo, y al prado y a las flores
Libre y ufano cuenta sus amores.
Mas ¡ay! que en este estado
El cazador cruel, de astucia armado,
Escondido le acecha,
Y al tierno corazón aguda flecha
Tira con mano esquiva
Y envuelto en sangre en tierra lo derriba.
¡Ay, vida mal lograda,
Retrato de mi suerte desdichada!

De la custodia del amor materno
El corderillo juguetón se aleja,
Enamorado de la yerba y flores,
Y por la libertad del pasto tierno
El cándido licor olvida y deja
Por quien hizo a su madre mil amores:
Sin conocer temores,
De la florida primavera bella
El vario manto huella
Con retozos y brincos licenciosos,
Y pace tallos tiernos y sabrosos.
Mas ¡ay! Que en un otero
Dio en la boca de un lobo carnicero,
Que en partes diferentes
Lo dividió con sus voraces dientes,
Y a convertirse vino
En purpúreo el dorado vellocino.
¡Oh inocencia ofendida,
Breve bien, caro pasto, corta vida!

Rica con sus penachos y copetes,
Ufana y loca, con ligero vuelo
Se remonta la garza a las estrellas,
Y, puliendo sus negros martinetes,
Procura ser allá cerca del cielo
La reina sola de las aves bellas:
Y por ser ella de ellas
La que más altanera se remonta,
Ya se encubre y trasmonta
A los ojos del lince más atentos
Y se contempla reina de los vientos.
Mas ¡ay! que en la alta nube
El águila la vio y al cielo sube,
Donde con pico y garra
El pecho candidísimo desgarra
Del bello airón que quiso
Volar tan alto con tan corto aviso.
¡Ay, pájaro altanero,
Retrato de mi suerte verdadero!

Al son de las belísonas trompetas
Y al retumbar del sonroso parche,
Formó escuadrón el capitán gallardo;
Con relinchos, bufidos y corvetas
Pidió el caballo que la gente marche
Trocando en paso presuroso el tardo:
Sonó el clarín bastardo
La esperada serial de arremetida,
Y en batalla rompida,
Teniendo cierta de vencer la gloria,
Oyó a su gente que cantó victoria.
Mas ¡ay! que el desconcierto
Del capitán bisoño y poco experto,
Por no observar el orden
Causó en su gente general desorden,
Y, la ocasión perdida,
El vencedor perdió victoria y vida.
¡Ay, fortuna voltaria,
En mis prósperos fines siempre varia!

Al cristalino y mudo lisonjero
La bella dama en su beldad se goza,
Contemplándose Venus en la tierra,
Y al más rebelde corazón de acero
Con su vista enternece y alboroza,
Y es de las libertades dulce guerra:
El desamor destierra
De donde pone sus divinos ojos,
Y de ellos son despojos
Los purísimos castos de Diana,
Y en su belleza se contempla ufana.
Mas ¡ay! que un accidente,
Apenas puso el pulso intercadente,
Cuando cubrió de manchas,
Cárdenas ronchas y viruelas anchas
El bello rostro hermoso
Y lo trocó en horrible y asqueroso.
¡Ay, beldad malograda,
Muerta luz, turbio sol y flor pisada!

Sobre frágiles leños, que con alas
De lienzo débil de la mar son carros,
El mercader surcó sus claras olas:
Llegó a la India, y, rico de bengalas,
Perlas, aromas, nácares bizarros,
Volvió a ver las riberas españolas.
Tremoló banderolas,
Flámulas, estandartes, gallardetes:
Dio premio a los grumetes
Por haber descubierto
De la querida patria el dulce puerto.
Mas ¡ay! que estaba ignoto
A la experiencia y ciencia del piloto
En la barra un peñasco,
Donde, tocando de la nave el casco,
Dio a fondo, hechos mil piezas,
Mercader, esperanzas y riquezas.
¡Pobre bajel, figura
Del que anegó mi próspera ventura!

Mi pensamiento con ligero vuelo
Ufano, alegre, altivo, enamorado,
Sin conocer temores la memoria,
Se remontó, señora, hasta tu cielo,
Y contrastando tu desdén airado,
Triunfó mi amor, cantó mi fe victoria;
Y en la sublime gloria
De esa beldad se contempló mi alma,
Y el mar de amor sin calma
Mi navecilla con su viento en popa
Llevaba navegando a toda ropa.
Mas ¡ay! que mi contento
Fue el pajarillo y el corderillo exento,
Fue la garza altanera,
Fue el capitán que la victoria espera,
Fue la Venus del mundo,
Fue la nave del piélago profundo;
Pues por diversos modos
Todos los males padecí de todos.

Canción, ve a la coluna
Que sustentó mi próspera fortuna,
Y verás que si entonces
Te pareció de mármoles y bronces,
Hoy es mujer; y en suma
Breve bien, fácil viento, leve espuma.

Antonio Mira de Amescua (Guadix, Granada, 17 de enero de 1577​(¿?) - Granada, 8 de septiembre de 1644). Poeta y dramaturgo español.

viernes, 13 de enero de 2023

PARA HACER UN TALISMÁN DE OLGA OROZCO.


Se necesita sólo tu corazón
hecho a la viva imagen de tu demonio o de tu dios.
Un corazón apenas, como un crisol de brasas para la idolatría.
Nada más que un indefenso corazón enamorado.
Déjalo a la intemperie,
donde la hierba aúlle sus endechas de nodriza loca
y no pueda dormir,
donde el viento y la lluvia dejen caer su látigo en un golpe de azul escalofrío
sin convertirlo en mármol y sin partirlo en dos,
donde la oscuridad abra sus madrigueras a todas las jaurías
y no logre olvidar.
Arrójalo después desde lo alto de su amor al hervidero de la bruma.
Ponlo luego a secar en el sordo regazo de la piedra,
y escarba, escarba en él con una aguja fría hasta arrancar el último grano de esperanza.
Deja que lo sofoquen las fiebres y la ortiga,
que lo sacuda el trote ritual de la alimaña,
que lo envuelva la injuria hecha con los jirones de sus antiguas glorias.
Y cuando un día un año lo aprisione con la garra de un siglo,
antes que sea tarde,
antes que se convierta en momia deslumbrante,
abre de par en par y una por una todas sus heridas:
que las exhiba al sol de la piedad, lo mismo que el mendigo,
que plaña su delirio en el desierto,
hasta que sólo el eco de un nombre crezca en él con la furia del hambre:
un incesante golpe de cuchara contra el plato vacío.

Si sobrevive aún,
si ha llegado hasta aquí hecho a la viva imagen de tu demonio o de tu dios;
he ahí un talismán más inflexible que la ley,
más fuerte que las armas y el mal del enemigo.
Guárdalo en la vigilia de tu pecho igual que a un centinela.
Pero vela con él.
Puede crecer en ti como la mordedura de la lepra;
puede ser tu verdugo.
¡El inocente monstruo, el insaciable comensal de tu muerte!

miércoles, 11 de enero de 2023

EL PRÓDIGO de OLGA OROZCO.

Aquí hay un tibio lecho de perdón y condenas
—injurias del amor—
para la insomne rebeldía del Pródigo.
Sí. Otra vez como antaño alguien se sobrecoge cuando la soledad asciende con un canto radiante por los muros,
y el aliento remoto de lo desconocido le recorre la piel lo mismo que la cresta de una ola salvaje.
“Levántate. Es la hora en que serás eterno.”
Y otra vez como antaño alguien corta sin lágrimas unas ajadas cintas que lo ataban al cuadro familiar,
y sepulta una llave bajo el ácido musgo del olvido.
Detrás queda una casa en donde su memoria será sombra y relámpago.
Él probará otros frutos más amargos que el llanto de la madre,
arderá en otras fiebres cuyas cóleras ciegas aniquilen la maldición del padre,
despertará entre harapos más brillantes que el codicioso imperio del hermano.
¿Hay algún sitio aún donde la libertad levante para él su desafío?
Allí está su respuesta: una furiosa ley sin paz y sin amparo.
Pero noche tras noche,
mientras la sed, el hambre y el deseo dormitan junto al fuego como errantes mendigos que soñaran una fábula espléndida,
otras escenas vuelven tras el cristal brumoso de su llanto
y un solo rostro surge desde el fondo de los gastados rostros
lo mismo que el monarca a través de la herrumbre de las viejas monedas.
Es el antiguo amor.
El elegido ahora cuando el Pródigo torna a rescatar la llave de la casa.
Ha pagado su precio con el mismo sudario de un gran sueño.
¡Oh redes, duras redes que intentáis contener el viento de setiembre:
permitidle pasar!
No vino por perdón: no le obliguéis a expiar con el orgullo.
No vino por condena: no le obliguéis a amar con indulgencia.
Otra vez como antaño sólo vino con un ramo de ofrendas a cambio de otros dones.
No haya más juez que tú.