sábado, 30 de marzo de 2019

La cerveza del pescador Schiltigheim de Raúl González Tuñón (Buenos Aires, 1905-1974).


La cerveza del pescador Schiltigheim.

Para que bebamos la rubia cerveza del pescador Schiltigheim.
Para que amemos Carcassonne y Chartres, Chicago y Quebec, torres y puertos.
Los blancos molinos harineros y la luz de las altas ventanas de la noche
encendidas para los hombres de frac y para los ladrones.
Y las islas en donde las Kanakas comen plátanos fritos y bajo el sol
y bajo las palmeras, entre ágiles mulatas suenan los ukeleles.
Islas, dije, las islas, soles rojos, platillos para Darius Milhaud.
¡Tener un corazón ligero! Vale decir, amar a todas las mujeres bellas.
Y una moral ligera, vale decir, andar con gitanos alegres
y dormir en un puerto un ocaso cualquiera y en otro puerto y otro
y andar con suavidad y con desenvoltura de fumador de opio.
Para que a cada paso un paisaje o una emoción o una contrariedad
nos reconcilien con la vida pequeña y su muerte pequeña.
Para que un día nos queden unos cuantos recuerdos: decir, estuve,
estuve en tal pasión, en tal recodo. Estuve, por ejemplo,
en la feria de Aubervilliers, una mañana, con un trozo de asado,
una amistad tranquila, la mesa clara, el perro, el buen hablar
y afuera, las verduleras de París chapoteando con los zuecos en la nieve.

Para que bebamos la rubia cerveza del pescador Schiltigheim
es necesario no asustarse de partir y volver, camaradas. Estamos
en una encrucijada de caminos que parten y caminos que vuelven.

viernes, 29 de marzo de 2019

Levántate y canta de Héctor Negro (1934-2015).

Si algún golpe de suerte, a contrapelo,
a contrasol, a contraluz, a contravida,
te torna pájaro que quiebra el vuelo
y te revuelca con el ala herida...

Y hay tanto viento para andar las ramas.
Tanto celeste para echarse encima.
Y pese a todo, vuelve la mañana.
Y está el amor que su milagro arrima.

Por qué caerse y entregar las alas.
Por qué rendirse y manotear las ruinas.
Si es el dolor, al fin, quien nos iguala.
Y la esperanza, quien nos ilumina.

Si hay un golpe de suerte, a contrapelo,
a contrasol, a contraluz, a contravida.
Abrí los ojos y tragate el cielo.
Sentite fuerte y empujá hacia arriba.

martes, 26 de marzo de 2019

A Dios rogando... y con el mazo dando. Autor: Mamerto Menapace, osb.

A Dios rogando... y con el mazo dando.
Dice que Dios Nuestro Señor, una vez salió con sus ayudantes, como les dicen en el campo a los Apóstoles y volvió a su tierra. Quería ver como andaba aquello que Él había sabido dejar por acá. Iban por esos campos de Dios. Tiempo de la inundación. De repente se encontraron con un vasco, en esta zona hay muchos y el cuento esta dedicado a ellos. Un vasco, vamos a ser sinceros, medio renegado. Resulta que se le había empantanado el carro en medio de un lodazal grande (peludo le dicen acá). Estaba el vasco con el barro hasta el anca, cinchando la rueda. Bajaba a los santos y los volvía a subir, y decía muchas barbaridades. Entonces San Pedro miró al Señor y le dijo: “Señor, castíguelo!!”, “¿Como?” le pregunto el Señor, “Pedro, tanto tiempo de cristianismo y todavía no aprendiste hermano? ¿Como lo voy a castigar al pobre hombre?
Vayan todos a ayudarle a sacar el carro”. “Pero no escucho lo que dijo?” “Que importa lo que dijo! Lo importante es lo que hace! Vayan, vayan ayúdenlo”. Fue Pedro con todos los apóstoles y les fue fácil sacar el carro. El hombre parece que no agradeció mucho. Subió al carro y se fue. Siguieron andando y por ahí che, otro lodazal grande como el anterior y esta vez era un gringo quien se había atascado. El gringo, mas prolijito, estaba arriba del carro también empantanado hasta el eje. Pero, desde arriba del carro, el hombrecito se había puesto de rodillas y rezaba con mucha humildad: “Señor Dios, vos que sois bueno, ayúdame, sácame de esta realidad. Mándame a tus santos apóstoles y a los ángeles a que me ayuden y me saquen el carro de acá, y siguió rezando así.” San Pedro pregunto al Señor:”¿Vamos a ayudarle?”, “No” dijo el Señor. “No le ayuden nada”. “¿Como?” dijo Pedro. “Te digo que no hay que ayudarle, vamos, sigamos”. Y siguieron y lo dejaron en el barro. Claro, San Pedro se sentía autoridad en la Iglesia, pero tenía que hacerle caso al Señor. Por ahí, cuando estaban medio alejados, San Pedro dijo: “Disculpenos Señor, no es que yo lo quiera corregir a Ud., pero no entiendo que es lo que pasó”. “¿Cómo que no entienden que es lo que paso?”. “Si, al otro que era un renegado, que estaba tratando de sacar el carro, si nos mando que lo ayudáramos, y a este que puso toda la confianza en nosotros y nos rezaba y nos alababa, a él no pudimos ayudarlo”. “Justamente”, dijo el Señor “el otro hacía todo lo que el podía y por eso merecía ser ayudado. Este otro era un cómodo, quería que nosotros le solucionáramos todo. No señor !! Que se baje y que se embarre. Entonces le vamos a ayudar”. A Dios rogando, pero también dando. Yo creo que tenemos, hermanos, que hacer en la vida como si todo dependiera de nosotros, sabiendo que en definitiva todo depende de Dios. Todo depende si llueve o si no llueve. Eso lo manda Dios. Hagamos como si todo dependiera de nosotros, pero sabiendo que todo depende de Dios. A Dios rogando y con el mazo dando...
Autor: Mamerto Menapace, osb.
Editora Patria Grande, Buenos Aires, Argentina.
Foto de sitio: Oleada Joven.

sábado, 23 de marzo de 2019

Imposible de entender María Rosa Giovanazzi.

El viejo se reía de mí. Descubrí en sus ojos el brillo burlón del que sabe y tiene frente a si, a un ignorante, sobre un tema que él manejaba a la perfección.
Llegué  a la casa de Karl, el mago, con la intención de hacerle un reportaje para mi blog. Había sido un mago famoso, y reconocido mundialmente por su estilo. Según me había referido mi padre que lo vio actuar, sus trucos siempre eran diferentes al común de los artistas como él; deslumbraba. Hoy con más de ochenta años estaba retirado, me recibió en su casa de San Isidro.
Encendí el grabador y le di libertad para que comenzara:
—La magia tiene sus secretos —dijo— sólo los que la profundizan, logran adentrarse en ellos y deslumbrar al  público.
—Creo que son  trucos y que un buen mago sabe presentarlos  como reales ante los ojos del espectador —hice el comentario para aportar algo, en seguida comprendí que no le había gustado.
Sonrió  achinando los ojos, luego esa sonrisa se transformó en carcajada, lo que no imaginé en ese momento, fue que esa risa, me iba a acompañar en todo el reportaje.
—No mi’jita, la cosa no es tan simple, yo lograba  trasladar objetos y seres de un lado a otro y mucho más….
Se puso de pie y sin esperar respuesta, pareció esfumarse, regresó minutos después con una bandeja y un servicio de té. Quería decir que el tema iba a ser para largo.
—A medida que crecían mis conocimientos— me dijo — descubrí que había algo más que simples trucos y engañifas. Me convertí en un estudioso del tema y  al hacerlo fui entrando en un mundo fantástico. En esa tarea de ir más allá de lo que se ve a simple vista,  llegué a conocer misterios de lo que hay entre el cielo y la tierra, pero otros me ayudaron. Conocí  a Fuman Chan, un sabio  Chino, él me enseñó una magia incomparable, me abrió los ojos y las puertas a una sociedad secreta de magos.
Mientras servía el té, lo hacía sin mirar la taza, sus ojos estaban clavados en los míos.
—Esos hombres resultaron ser grandes estudiosos y conocedores de la metafísica…
Allí lo interrumpí.
—¿Qué tiene que ver la metafísica con la magia?
—Más de lo que usted cree, yo le aseguro que  va más allá de las capacidades cognitivas del hombre.
Me dejó muda. No sabía el tema, y comprendí que lo mejor era callar y escuchar, él se puso de pie y mientras daba vueltas, continuó su relato:
—En la magia comencé por simple entretenimiento, profundizar en ella despertó mis sentidos y el trato con los magos de la sociedad secreta me introdujo en un mundo diferente. Cada uno de ellos, era conocedor de la sabiduría  de su país de origen. Un arcano que otros  profundizaron por medio de la alquimia.
Creí que el viejo deliraba. Se sentó nuevamente, se sirvió otro té y prosiguió:
— Algunos alquimistas querían llegar a la piedra filosofal y otros como; Nicolás Flamel, buscaban el elixir de la inmortalidad, algunos dicen que lo encontró.
—¿Qué tiene qué ver la magia con el elixir de la inmortalidad?
—Ya vamos a llegar. Según algunos escritos encontrados, otros sabios que conocían las investigaciones de Flamel, lo persiguieron durante años, para que les entregara la formula. Se escondió en un pueblo perdido al sur de Francia, con los años enfermó, avisaron a sus familiares y a su muerte; allí lo enterraron. Lo raro fue, que al abrir su tumba, muchos años después, la hallaron vacía.
Quedó es silencio  esperando que yo dijera algo, pero guardé silencio.
—¿Le parece difícil de creer…? —Me dijo— Buscando un camino que lo llevara a encontrar la fórmula de la inmortalidad, Flamel logró controlar la materia y la naturaleza y se topo con  un poder superior que lo instruyó en una disciplina secreta que él transmitió a dos de sus discípulos. Desde aquellos alquimistas a nuestros magos, ha pasado cientos de años y aquellos secretos están en poder de unos pocos hombres y mujeres....
Bebía su té y me observaba, yo no sabía qué decirle.
—¿Quiere más té? —preguntó.
—No gracias.
Comprendí que era hora de irme. No había sacado nada en limpio y el tema se estaba yendo por un camino que no lograba entender.
Me puse de pie, con intención de despedirme Me invitó a que lo siguiera, entramos a un corredor amplio. Sus paredes lucían retratos de sus actuaciones por el mundo. Se lo veía muy joven y siempre acompañado de la misma partenaire, una joven hermosa, de negra y abundante cabellera,  esbelta y tal alta como él. No pude evitar decirle:
—Qué bonita mujer y por lo que veo en tantos años siempre estuvo a su lado.
—Es mi esposa, llevamos cincuenta  años de casados, pero ya hace varios años que dejamos  la actuación, decidimos que era tiempo de descansar.
Seguí admirando los cuadros, de pronto, en uno, las figuras comenzaron a moverse, era como estar viendo una película. No lograba quitar mis ojos de la imagen.
—¿Qué es esto Karl, un truco de magia?
Él largó la risa y dijo que si, de pronto la imagen se detuvo, quité el cuadro de la pared y lo analicé por cada lado, no había nada extraño.
—Desármelo para quedar convencida —me dijo.
Volví al salón, lo apoyé sobre un mueble y con sumo cuidado desarmé la parte de atrás, era un cuadro como todos. Lo miré desconcertada.
—¿Cómo lo hizo?
—Si analiza todo lo que hablamos esta tarde tal vez lo entienda…
En ese momento una joven de melena oscura se acercó a nosotros, me saludó y desapareció tras una puerta.
—Su hija es igual a la madre—comenté.
—No es mi hija, es mi esposa — y volvió a reír con tantas ganas que me sentí una tonta— .No todos elegimos ser inmortales mi querido amigo, el proceso del tiempo es una sucesión de causas y efectos, cada persona elige vivirlos como quiere.
Confundida como un tonta, lo miraba sin entender qué estaba sucediendo.
La risa de Karl me acompañó hasta la puerta de calle.

He escuchado varias veces la grabación del reportaje,  pero no encuentro lógica a lo que sucedió con el cuadro y con su esposa. He llegado a pensar que me hipnotizó. ¿Y si en el té puso algún alucinógeno…?
No sé. No encuentro  explicación. Tal vez allí está mi error, tratar de entender lo imposible y que realmente; aquello fue magia.



Humilde homenaje a "Fu Manchú" el gran mago que me deslumbraba con sus  trucos y magia en mi niñez.

mariarosa.


Fu- Manchú. David Tobias "Theodore" Bamberg nacido en. Derby, Inglaterra, Reino Unido un 19 de febrero de 1904. fallece en Buenos Aires, la Argentina un 19 de agosto de 1974.

miércoles, 20 de marzo de 2019

El cicutal de Leonardo Castellani.

El cicutal.
Don Agapito Puentes vio una plantita de Cicuta al lado de su maizal, y díjole: -
No te doy un azadonazo porque tenés florecitas blancas... y por no ir a traer la azada.
Otro día vio un Cardo y no lo cortó, porque tenía una flor azul, y para que comiesen las semillas las Cabecitas Negras. Medio poeta el viejo, cariñoso con las flores y los pájaros. Por un cardo y una cicuta no se va a hundir la tierra.
Pasaron los dos meses en que el pobre estuvo en cama con reuma, y cuando se levantó se arrancaba los pelos; había un cicutal tupido hasta la puerta de su rancho todo salpicado de cardos, de no arrancarse ni con arado; y su maíz, tan lindo y pujante, había desaparecido casi. Entonces sí que había florecitas blancas.
-¡Hay que desarraigar el mal aunque sea lindo, y cuanto más lindo sea, más pronto hay que dar la azadonada! -dijo el viejo-. Velay, a mi edad, ya debía haberlo sabido.

domingo, 17 de marzo de 2019

El ruiseñor y la rosa de Oscar Wilde.

-Dijo que bailaría conmigo si le llevaba una rosa roja -se lamentaba el joven estudiante-, pero no hay una solo rosa roja en todo mi jardín.
Desde su nido de la encina, oyóle el ruiseñor. Miró por entre las hojas asombrado.
-¡No hay ni una rosa roja en todo mi jardín! -gritaba el estudiante.
Y sus bellos ojos se llenaron de llanto.
-¡Ah, de qué cosa más insignificante depende la felicidad! He leído cuanto han escrito los sabios; poseo todos los secretos de la filosofía y encuentro mi vida destrozada por carecer de una rosa roja.
-He aquí, por fin, el verdadero enamorado -dijo el ruiseñor-. Le he cantado todas las noches, aún sin conocerlo; todas las noches les cuento su historia a las estrellas, y ahora lo veo. Su cabellera es oscura como la flor del jacinto y sus labios rojos como la rosa que desea; pero la pasión lo ha puesto pálido como el marfil y el dolor ha sellado su frente.
-El príncipe da un baile mañana por la noche -murmuraba el joven estudiante-, y mi amada asistirá a la fiesta. Si le llevo una rosa roja, bailará conmigo hasta el amanecer. Si le llevo una rosa roja, la tendré en mis brazos, reclinará su cabeza sobre mi hombro y su mano estrechará la mía. Pero no hay rosas rojas en mi jardín. Por lo tanto, tendré que estar solo y no me hará ningún caso. No se fijará en mí para nada y se destrozará mi corazón.
-He aquí el verdadero enamorado -dijo el ruiseñor-. Sufre todo lo que yo canto: todo lo que es alegría para mí es pena para él. Realmente el amor es algo maravilloso: es más bello que las esmeraldas y más raro que los finos ópalos. Perlas y rubíes no pueden pagarlo porque no se halla expuesto en el mercado. No puede uno comprarlo al vendedor ni ponerlo en una balanza para adquirirlo a peso de oro.
-Los músicos estarán en su estrado -decía el joven estudiante-. Tocarán sus instrumentos de cuerda y mi adorada bailará a los sones del arpa y del violín. Bailará tan vaporosamente que su pie no tocará el suelo, y los cortesanos con sus alegres atavíos la rodearán solícitos; pero conmigo no bailará, porque no tengo rosas rojas que darle.
Y dejándose caer en el césped, se cubría la cara con las manos y lloraba.
-¿Por qué llora? -preguntó la lagartija verde, correteando cerca de él, con la cola levantada.
-Si, ¿por qué? -decía una mariposa que revoloteaba persiguiendo un rayo de sol.
-Eso digo yo, ¿por qué? -murmuró una margarita a su vecina, con una vocecilla tenue.
-Llora por una rosa roja.
-¿Por una rosa roja? ¡Qué tontería!
Y la lagartija, que era algo cínica, se echo a reír con todas sus ganas.
Pero el ruiseñor, que comprendía el secreto de la pena del estudiante, permaneció silencioso en la encina, reflexionando sobre el misterio del amor.
De pronto desplegó sus alas oscuras y emprendió el vuelo.
Pasó por el bosque como una sombra, y como una sombra atravesó el jardín.
En el centro del prado se levantaba un hermoso rosal, y al verle, voló hacia él y se posó sobre una ramita.
-Dame una rosa roja -le gritó -, y te cantaré mis canciones más dulces.
Pero el rosal meneó la cabeza.
-Mis rosas son blancas -contestó-, blancas como la espuma del mar, más blancas que la nieve de la montaña. Ve en busca del hermano mío que crece alrededor del viejo reloj de sol y quizá el te dé lo que quieres.
Entonces el ruiseñor voló al rosal que crecía entorno del viejo reloj de sol.
-Dame una rosa roja -le gritó -, y te cantaré mis canciones más dulces.
Pero el rosal meneó la cabeza.
-Mis rosas son amarillas -respondió-, tan amarillas como los cabellos de las sirenas que se sientan sobre un tronco de árbol, más amarillas que el narciso que florece en los prados antes de que llegue el segador con la hoz. Ve en busca de mi hermano, el que crece debajo de la ventana del estudiante, y quizá el te dé lo que quieres.
Entonces el ruiseñor voló al rosal que crecía debajo de la ventana del estudiante.
-Dame una rosa roja -le gritó-, y te cantaré mis canciones más dulces.
Pero el arbusto meneó la cabeza.
-Mis rosas son rojas -respondió-, tan rojas como las patas de las palomas, más rojas que los grandes abanicos de coral que el océano mece en sus abismos; pero el invierno ha helado mis venas, la escarcha ha marchitado mis botones, el huracán ha partido mis ramas, y no tendré más rosas este año.
-No necesito más que una rosa roja -gritó el ruiseñor-, una sola rosa roja. ¿No hay ningún medio para que yo la consiga?
-Hay un medio -respondió el rosal-, pero es tan terrible que no me atrevo a decírtelo.
-Dímelo -contestó el ruiseñor-. No soy miedoso.
-Si necesitas una rosa roja -dijo el rosal -, tienes que hacerla con notas de música al claro de luna y teñirla con sangre de tu propio corazón. Cantarás para mí con el pecho apoyado en mis espinas. Cantarás para mí durante toda la noche y las espinas te atravesarán el corazón: la sangre de tu vida correrá por mis venas y se convertirá en sangre mía.
-La muerte es un buen precio por una rosa roja -replicó el ruiseñor-, y todo el mundo ama la vida. Es grato posarse en el bosque verdeante y mirar al sol en su carro de oro y a la luna en su carro de perlas. Suave es el aroma de los nobles espinos. Dulces son las campanillas que se esconden en el valle y los brezos que cubren la colina. Sin embargo, el amor es mejor que la vida. ¿Y qué es el corazón de un pájaro comparado con el de un hombre?
Entonces desplegó sus alas obscuras y emprendió el vuelo. Pasó por el jardín como una sombra y como una sombra cruzó el bosque.
El joven estudiante permanecía tendido sobre el césped allí donde el ruiseñor lo dejó y las lágrimas no se habían secado aún en sus bellos ojos.
-Sé feliz -le gritó el ruiseñor-, sé feliz; tendrás tu rosa roja. La crearé con notas de música al claro de luna y la teñiré con la sangre de mi propio corazón. Lo único que te pido, en cambio, es que seas un verdadero enamorado, porque el amor es más sabio que la filosofía, aunque ésta sea sabia; más fuerte que el poder, por fuerte que éste lo sea. Sus alas son color de fuego y su cuerpo color de llama; sus labios son dulces como la miel y su hálito es como el incienso.
El estudiante levantó los ojos del césped y prestó atención; pero no pudo comprender lo que le decía el ruiseñor, pues sólo sabía las cosas que están escritas en los libros.
Pero la encina lo comprendió y se puso triste, porque amaba mucho al ruiseñor que había construido su nido en sus ramas.
-Cántame la última canción -murmuró-. ¡Me quedaré tan triste cuando te vayas!
Entonces el ruiseñor cantó para la encina, y su voz era como el agua que ríe en una fuente argentina.
Al terminar la canción, el estudiante se levantó, sacando al mismo tiempo su cuaderno de notas y su lápiz.
“El ruiseñor -se decía paseándose por la alameda-, el ruiseñor posee una belleza innegable, ¿pero siente? Me temo que no. Después de todo, es como muchos artistas: puro estilo, exento de sinceridad. No se sacrifica por los demás. No piensa más que en la música y en el arte; como todo el mundo sabe, es egoísta. Ciertamente, no puede negarse que su garganta tiene notas bellísimas. ¿Que lástima que todo eso no tenga sentido alguno, que no persiga ningún fin práctico!”
Y volviendo a su habitación, se acostó sobre su jergoncillo y se puso a pensar en su adorada.
Al poco rato se quedo dormido.
Y cuando la luna brillaba en los cielos, el ruiseñor voló al rosal y colocó su pecho contra las espinas.
Y toda la noche cantó con el pecho apoyado sobre las espinas, y la fría luna de cristal se detuvo y estuvo escuchando toda la noche.
Cantó durante toda la noche, y las espinas penetraron cada vez más en su pecho, y la sangre de su vida fluía de su pecho.
Al principio cantó el nacimiento del amor en el corazón de un joven y de una muchacha, y sobre la rama más alta del rosal floreció una rosa maravillosa, pétalo tras pétalo, canción tras canción.
Primero era pálida como la bruma que flota sobre el río, pálida como los pies de la mañana y argentada como las alas de la aurora.
La rosa que florecía sobre la rama más alta del rosal parecía la sombra de una rosa en un espejo de plata, la sombra de la rosa en un lago.
Pero el rosal gritó al ruiseñor que se apretase más contra las espinas.
-Apriétate más, ruiseñorcito -le decía-, o llegará el día antes de que la rosa esté terminada.
Entonces el ruiseñor se apretó más contra las espinas y su canto fluyó más sonoro, porque cantaba el nacimiento de la pasión en el alma de un hombre y de una virgen.
Y un delicado rubor apareció sobre los pétalos de la rosa, lo mismo que enrojece la cara de un enamorado que besa los labios de su prometida.
Pero las espinas no habían llegado aún al corazón del ruiseñor; por eso el corazón de la rosa seguía blanco: porque sólo la sangre de un ruiseñor puede colorear el corazón de una rosa.
Y el rosal gritó al ruiseñor que se apretase más contra las espinas.
-Apriétate más, ruiseñorcito -le decía-, o llegará el día antes de que la rosa esté terminada.
Entonces el ruiseñor se apretó aún más contra las espinas, y las espinas tocaron su corazón y él sintió en su interior un cruel tormento de dolor.
Cuanto más acerbo era su dolor, más impetuoso salía su canto, porque cantaba el amor sublimado por la muerte, el amor que no termina en la tumba.
Y la rosa maravillosa enrojeció como las rosas de Bengala. Purpúreo era el color de los pétalos y purpúreo como un rubí era su corazón.
Pero la voz del ruiseñor desfalleció. Sus breves alas empezaron a batir y una nube se extendió sobre sus ojos.
Su canto se fue debilitando cada vez más. Sintió que algo se le ahogaba en la garganta.
Entonces su canto tuvo un último destello. La blanca luna le oyó y olvidándose de la aurora se detuvo en el cielo.
La rosa roja le oyó; tembló toda ella de arrobamiento y abrió sus pétalos al aire frío del alba.
El eco le condujo hacia su caverna purpúrea de las colinas, despertando de sus sueños a los rebaños dormidos.
El canto flotó entre los cañaverales del río, que llevaron su mensaje al mar.
-Mira, mira -gritó el rosal-, ya está terminada la rosa.
Pero el ruiseñor no respondió; yacía muerto sobre las altas hierbas, con el corazón traspasado de espinas.
A medio día el estudiante abrió su ventana y miró hacia afuera.
-¡Qué extraña buena suerte! -exclamó-. ¡He aquí una rosa roja! No he visto rosa semejante en toda vida. Es tan bella que estoy seguro de que debe tener en latín un nombre muy enrevesado.
E inclinándose, la cogió.
Inmediatamente se puso el sombrero y corrió a casa del profesor, llevando en su mano la rosa.
La hija del profesor estaba sentada a la puerta. Devanaba seda azul sobre un carrete, con un perrito echado a sus pies.
-Dijiste que bailarías conmigo si te traía una rosa roja -le dijo el estudiante-. He aquí la rosa más roja del mundo. Esta noche la prenderás cerca de tu corazón, y cuando bailemos juntos, ella te dirá cuanto te quiero.
Pero la joven frunció las cejas.
-Temo que esta rosa no armonice bien con mi vestido -respondió-. Además, el sobrino del chambelán me ha enviado varias joyas de verdad, y ya se sabe que las joyas cuestan más que las flores.
-¡Oh, qué ingrata eres! -dijo el estudiante lleno de cólera.
Y tiró la rosa al arroyo.
Un pesado carro la aplastó.
-¡Ingrato! -dijo la joven-. Te diré que te portas como un grosero; y después de todo, ¿qué eres? Un simple estudiante. ¡Bah! No creo que puedas tener nunca hebillas de plata en los zapatos como las del sobrino del chambelán.
Y levantándose de su silla, se metió en su casa.
“¡Qué tontería es el amor! -se decía el estudiante a su regreso-. No es ni la mitad de útil que la lógica, porque no puede probar nada; habla siempre de cosas que no sucederán y hace creer a la gente cosas que no son ciertas. Realmente, no es nada práctico, y como en nuestra época todo estriba en ser práctico, voy a volver a la filosofía y al estudio de la metafísica.”
Y dicho esto, el estudiante, una vez en su habitación, abrió un gran libro polvoriento y se puso a leer.

sábado, 16 de marzo de 2019

OYENDO CANTAR A UN RUISEÑOR JUNTO A UNA ROSA de Jerónimo de San José (Siglo XVII).

OYENDO CANTAR A UN RUISEÑOR JUNTO A UNA ROSA
de Jerónimo de San José (Siglo XVII).
 
Aquélla, la más dulce de las aves,
y ésta, la más hermosa de las flores,
esparcían suavísimos amores
en sus cánticos y nácares suaves.

Cuando, suspensa entre cuidados graves,
un alma, que atendía su primores,
arrebatada a objetos superiores,
les entregó del corazón las llaves.

Si aquí, dijo, en el yermo de esta vida
tanto una rosa, un ruiseñor eleva,
tan grande es su belleza y su dulzura,

¿cuán será la floresta prometida?
¡Oh dulce melodía siempre nueva,
oh siempre floridísima hermosura!


jueves, 14 de marzo de 2019

Mauro Moschini: ensayos de la Patagonia y más allá.

Mauro Moschini: ensayos de la Patagonia y más allá.

De regreso a su Huergo natal tras una larga temporada en Buenos Aires, donde se formó en Letras, publicó un muy interesante libro de ensayos y relatos.

Por fortuna, aún existen los apasionados por las letras y por la escritura. Es el caso de Mauro Moschini, quien acaba de publicar un libro que se mete “con de todo”: encontramos allí ensayo, poesía, cuentos y relatos varios que se fueron armando entre Capital Federal y el Alto Valle. Tiene 33 años y vive en Huergo. Pero las letras no lo son todo en su vida: también se dedica a la bodega familiar, cuyos vinos vende él mismo casa por casa. 

Después de “Tierra Florida”, una plaqueta con diez poemas editada en 2005 por la pequeña editorial independiente Zorra Poesía, llegó “Tarde de amigas” (2013), un libro de cuentos; y “Poemas cortos”, (2014, Desde Un Tacho Ediciones). En 2017 volvió a establecerse en Ingeniero Huergo y así llegó “Recorridos: Crónicas y ensayos de un desubicado”. 

Editado por Remitente Patagonia, editorial comandada desde Trelew por Pablo Lo Presti, el libro reúne textos escritos en los últimos diez años, entre los que se cuentan ensayos de crítica literaria, reseñas de libros, artículos de costumbres sobre el ambiente de los cybers y la música callejera de Buenos Aires y un par de monografías de corte académico. Entre los temas sobresalen reflexiones sobre figuras clave de la cultura patagónica como Aimé Painé, Liliana Ancalao y Héctor Kalamicoy. 

Mauro Moschini nació en 1985, en Ingeniero Huergo, donde pasó los primeros veinte años de su vida. En 2005, partió a Buenos Aires para estudiar en la UBA, donde se graduó de Profesor y Licenciado en Letras. Pasó los siguientes doce años allí, aunque sin dejar de volver al Alto Valle, no solo para vacacionar y pasar tiempo con su familia y amistades, sino también para nutrirse de las novedades de la literatura patagónica que podía obtener en las librerías de la zona. A lo largo de este tiempo de estudio intento una mirada personal acerca de la región en la que se crió, además de la literatura en general. De esa formación, esa búsqueda y esas idas y vueltas da cuenta “Recorridos”, su primera incursión en el ensayo.
P- ¿Qué sentís que te sumo tu recorrido profesional para llegar a este libro?

R- Lo que tiene la UBA es prestigio. Hay muy buen nivel.

P- ¿A qué universo se dedica este libro?

R- Esta dedicado, en principio, a la gente que quiero. Fue para darle un cierre a mi vida en Buenos Aires. Como dice el subtítulo son “crónicas y ensayos de un desubicado”. No terminaba de estar en ninguno de los dos lugares. Estaba entre Buenos Aires y el Valle. Y estoy contento de haber podido editar este libro con una editorial como Remitente Patagonia, cuyo catálogo es uno de los mejor cuidados y más interesantes que conozco. A nivel personal es muy importante porque significa una síntesis y una culminación lo que hice durante toda una etapa de mi vida.

P- Tenés las características de la bohemia, si se quiere. ¿Te sentís representado?

R- Me sale hacer las cosas en ámbitos menos “oficiales”. Me tira más lo que es la “cultura popular”. En mi libro hay un texto sobre la murga, por ejemplo. No rechazo de plano en lo que se pueda dar en marcos más institucionalizados. Soy más afín a una cosa más “bohemia”, como vos decís.

P- ¿Qué diferencia hay entre la Patagonia y la gran ciudad ?

R- Creo que la diferencia principal es que las heridas son diferentes. La distancia se nota más acá. Hay mucho por hacer y encontrar un arte que le hable a la gente de acá.

P- ¿Qué material pensás editar este año?

R- Tengo un libro preparado de textos breves en prosa. Espero poder editarlo. En lo económico, hay perspectivas muy feas. Me gustaría reeditar mi primer libro, pero creo que va a quedar para el año que viene. Tengo previsto un libro de cuentos y quizás otro de poemas.

P-¿Cómo es publicar en la región? 

R- Hacen falta muchas más editoriales. Hace falta arriesgar el dinero para editar libros, hablo de la gente que tiene la plata. Vender libros es deficitario. Cuando conocí Remitente Patagonia me resultó muy interesante porque tiene un amplio catálogo.

P- ¿Cómo es la relación con la bodega familiar? ¿Repartís los vinos que producen?

R- Soy el encargado de venta de Chacra Moschini. Fue la razón principal por la que regresé. Poner un grano de arena para la familia. Queremos agregar valor a la producción agrícola. Lo hacemos con mi hermana, mi pareja y mis padres. Hay muy buenos vinos en el Valle. Debería poder desarrollarse más.

Publicado en Diario "Río Negro", 14 de marzo de 2019.

sábado, 9 de marzo de 2019

Poema al tomate de Elsa Isabel Bornemann.

Poema al tomate

¡Ay! ¡Qué disparate!
¡Se mató un tomate!
¿Quieren que les cuente?

Se arrojó en la fuente
sobre la ensalada
recién preparada.

Su vestido rojo,
todo descosido,
cayó haciendo arrugas
al mar de lechugas.

Su amigo Zapallo
corrió como un rayo
pidiendo de urgencia
por una asistencia

Vino el doctor Ajo
y remedios trajo.
Llamó a la carrera
a Sal, la enfermera.

Después de sacarlo
quisieron salvarlo,
pero no hubo caso:
¡estaba en pedazos!

Preparó el entierro
la agencia “Los Puerros”.
Y fue mucha gente...
¿quieren que les cuente?

Llegó muy doliente
Papa, el presidente
del Club de Verduras,
para dar lectura
de un “Verso al tomate”
(otro disparate)
mientras, de perfil
el gran Perejil
hablaba bajito
con un rabanito.

También el Laurel
(de luna de miel
con Doña Nabiza)
regresó de prisa
en su nuevo yate
por ver al tomate.

Acaba la historia:
ocho zanahorias
y un alcaucil viejo
formaron cortejo
con diez berenjenas
de verdes melenas
sobre una carroza
bordada de rosas.

Choclos musiqueros
con negros sombreros
tocaron violines,
quenas y flautines,
y dos ajíes sordos
y espárragos gordos
con negras camisas
cantaron la misa.

El diario “ESPINACA”
la noticia saca.
HOY, ¡QUÉ DISPARATE!
¡SE MATÓ UN TOMATE!

Al leer, la cebolla
lloraba en su olla.
Una remolacha
se puso borracha.
—¡Me importa un comino!
dijo Don Pepino...
y no habló la acelga
(estaba de huelga).

miércoles, 6 de marzo de 2019

Un cuento de Oliverio Girondo:

No se me importa un pito que las mujeres tengan los senos como magnolias o como pasas de higo; un cutis de durazno o de papel de lija. Le doy una importancia igual a cero, al hecho de que amanezcan con un aliento afrodisíaco o con un aliento insecticida. Soy perfectamente capaz de soportarles una nariz que sacaría el primer premio en una exposición de zanahorias; ¡pero eso sí! —y en esto soy irreductible— no les perdono, bajo ningún pretexto, que no sepan volar. Si no saben volar ¡pierden el tiempo las que pretendan seducirme! 
Ésta fue —y no otra— la razón de que me enamorase, tan locamente, de María Luisa. 
¿Qué me importaban sus labios por entregas y sus encelos sulfurosos? ¿Qué me importaban sus extremidades de palmípedo y sus miradas de pronóstico reservado?

¡María Luisa era una verdadera pluma! 
Desde el amanecer volaba del dormitorio a la cocina, volaba del comedor a la despensa. Volando me preparaba el baño, la camisa. Volando realizaba sus compras, sus quehaceres. 
¡Con qué impaciencia yo esperaba que volviese, volando, de algún paseo por los alrededores! Allí lejos, perdido entre las nubes, un puntito rosado. ¡María Luisa! ¡María Luisa!... y a los pocos segundos, ya me abrazaba con sus piernas de pluma, para llevarme, volando, a cualquier parte. 
Durante kilómetros de silencio planeábamos una caricia que nos aproximaba al paraíso; durante horas enteras nos anidábamos en una nube, como dos ángeles, y de repente, en tirabuzón, en hoja muerta, el aterrizaje forzoso de un espasmo. 
¡Qué delicia la de tener una mujer tan ligera..., aunque nos haga ver, de vez en cuando, las estrellas! ¡Qué voluptuosidad la de pasarse los días entre las nubes la de pasarse las noches de un solo vuelo!
Después de conocer una mujer etérea, ¿puede brindarnos alguna clase de atractivos una mujer terrestre? ¿Verdad que no hay una diferencia sustancial entre vivir con una vaca o con una mujer que tenga las nalgas a setenta y ocho centímetros del suelo? 

Yo, por lo menos, soy incapaz de comprender la seducción de una mujer pedestre, y por más empeño que ponga en concebirlo, no me es posible ni tan siquiera imaginar que pueda hacerse el amor más que volando.