martes, 28 de enero de 2020

SOY AMERICANO 

por Héctor José Corredor Cuervo.


En tierra libre de mil colores,
que descubierta fue por Colón,
nací un día en medio de las flores
bajo los rayos de  ardiente sol.

Llevo altivo mi sangre mezclada
de indio, de negro y de español
que se fundieran en alborada
como oro y plata entre un crisol.

Mi cuerpo es ónix color canela
cual talladura de un escultor
con la alegría chambaculera
de indio caribe con su tambor.

Hablo la lengua del castellano,
que nos dejara conquistador,
amo a mi tierra, quiero al hermano
de gran nobleza y con mucho honor.

Yo soy caribe, soy antillano,
cual la palmera de malecón;
yo soy sureño y  americano,
y sólo añoro lograr la unión.

Cuando me dicen  que otros  son,
los que se llaman americanos
me duele el alma y el corazón
por la ignorancia de los humanos.

Soy argentino, soy colombiano,
yo soy chileno, soy mexicano,
yo soy cubano, venezolano,
yo soy peruano, soy brasileño
soy hondureño, soy panameño,
soy costarricense, soy paraguayo
soy ecuatoriano, soy uruguayo
soy salvadoreño, soy antillano,
soy guatemalteco, soy boliviano,
yo soy andino, yo soy del llano,
yo soy amigo y soy un  hermano
con sentimientos de americano.

domingo, 26 de enero de 2020

Cuatro líneas para el cielo (Tango, 1949).

Cuatro líneas para el cielo (Tango, 1949). 
Letra: Reinaldo Yiso. 
Música: Arturo Gallucci.

Llevando a un muchachito sujeto de la mano
se presentó al sargento que estaba de facción.
"El mundo está perdido", le dijo entre asombrado,
"apenas siete años, tan chico y ya ladrón".
El pibe mientras tanto lloraba amargamente.
"¿Y qué es lo que ha robado?", dijo la autoridad.
"Robó un ovillo de hilo", le respondió el librero,
"a todos estos pillos debieran encerrar".

Señor, yo no lo niego.
Es cierto que he robado,
me faltaba tan poco
para poder llegar
con este barrilete
hasta el azul del cielo,
allí donde se ha ido
ayer nomás mamá...

¿No ve que hay una carta
pegada al barrilete?
No me alcanzaba el hilo,
fue verlo... y qué sé yo.
No lo pensé dos veces,
me sorprendió el librero,
le juro mi sargento
por eso fui ladrón.

Si han de llevarme preso, lo siento por mi madre,
por esta pobre carta que nunca ha de llegar.
En ella le pregunto por qué se fue tan lejos
dejándonos tan solos a mí y a mi papá...
Sin pronunciar palabra lo acarició el sargento
y entonces el librero, con ganas de llorar,
poniendo entre sus manos aquel ovillo de hilo,
"¡Ahora sí!", le dijo, "¡Tu carta va a llegar!".


sábado, 25 de enero de 2020

Cómo era de Dámaso Alonso y Fernández.

¿Cómo era Dios mío, cómo era?
                                                                                                     Juan Ramón Jiménez
La puerta franca.
                               Vino queda y suave.
Ni materia ni espíritu. Traía
una ligera inclinación de nave
y una luz matinal de claro día.

No era de ritmo, no era de armonía
ni de color. El corazón la sabe,
pero decir cómo era no podría
porque no es forma, ni en la forma cabe.

Lengua, barro mortal, cincel inepto,
deja la flor intacta del concepto
en esta clara noche de mi boda,
 

y canta mansamente, humildemente,
la sensación, la sombra, el accidente,
mientras Ella me llena el alma toda.

Dámaso Alonso y Fernández de las Redondas fue un literato y filólogo español, director de la Real Academia Española, la Revista de Filología Española y miembro de la Real Academia de la Historia. Premio Nacional de Poesía de España en 1927 y Premio Miguel de Cervantes en 1978.
Nacido en la ciudad de Madrid el 22 de octubre de 1898.
Fallece el 25 de enero de 1990.

lunes, 20 de enero de 2020

Los Chalchaleros cantan "La Argentina que yo quiero".


Los Chalchaleros cantan "La Argentina que yo quiero".

Fuerte y generosa, mi Argentina
libre y orgullosa de ser como es,
pluma, espada y lanza trazaron su historia
todos argentinos, compartiendo glorias
en el gran encuentro que uniendo a su pueblo
del puerto hacia adentro fue gesta sin par.

Son brazos abiertos, sus fronteras,
prenda su bandera de amor y hermandad,
ante la presencia de todo extranjero
si no es personero de la prepotencia
que no habrá potencia que al ser argentino
le tuerza el destino marcado al nacer.

Mi patria es soberana y su rango es de nación,
jamás será colonia gobernada desde afuera,
queremos convivir, pero independientes,
dispuestos a servir, pero no sirvientes,
no haremos un futuro de paz ni de justicia real,
si no empezamos por hablar de igual a igual.

Así es la Argentina que yo quiero
que alumbra el sendero de la libertad,
medio continente libró junto a ella
y tras de su huella se hizo independiente,
es la patria grande que vive latente
que abraza ferviente la causa común.

Digna y respetuosa, mi Argentina
del derecho propio y del de los demás,
cuando su batalla se dio en otras playas
fue libertadora, no conquistadora,
nada de lo ajeno esta tierra pretende
ni a nadie le vende tampoco su honor.

LA ARGENTINA QUE YO QUIERO. AUTOR: MARTÍN DARRÉ.
Martín Darré.

M
artín Vicente Darré  nace en el barrio de Belgrano en la Capital Federal un 26 de mayo de 1916 (en el año del Centenario de la Independencia de la Nación Argentina "libres de toda dominación extrajera") 
Fallece el 12 de noviembre de 1991 fue un pianista, bandoneonista, arreglista, compositor y director. Se destacó en el tango al embellecer lo que distintos autores habían compuesto.
En 1978 ganó el concurso destinado a seleccionar el himno oficial del Campeonato Mundial de Fútbol, disputado en la Argentina. “Esta marcha –dijo– tiene fervor deportivo, pero no localista; sentido de bienvenida, de cordialidad, de convivencia, de exaltación de los valores del deporte”. La versión fonográfica oficial de esa marcha fue confiada a la Banda Sinfónica Municipal, dirigida a la sazón por Victorino Sierra, y al coro masculino del teatro Colón.
Como parte de su tarea en la Banda Sinfónica de la Ciudad de Buenos Aires transcribió numerosos tangos al formato orquestal. Con el mismo organismo incursionó en otros géneros, elaboró Mosaico popular norteamericano (selección que reúne piezas de compositores como Gershwin y Henry Mancini) y adaptó obras del repertorio de Chabuca Granda y Frank Sinatra. Desde 1982 ocupaba el sillón Celedonio Flores en la Academia Porteña del Lunfardo.

domingo, 19 de enero de 2020

Si de Rudyard Kipling.

Si  de Rudyard Kipling.

Si puedes mantener la cabeza cuando todo a tu alrededor
pierde la suya y por ello te culpan,
si puedes confiar en ti cuando de ti todos dudan,
pero admites también sus dudas;
si puedes esperar sin cansarte en la espera,
o ser mentido, no pagues con mentiras,
o ser odiado, no des lugar al odio,
y -aun- no parezcas demasiado bueno, ni demasiado sabio.

Si puedes soñar -y no hacer de los sueños tu maestro,
si puedes pensar -y no hacer de las ideas tu objetivo,
si puedes encontrarte con el Triunfo y el Desastre
y tratar de la misma manera a los dos farsantes;
si puedes admitir la verdad que has dicho
engañado por bribones que hacen trampas para tontos.
O mirar las cosas que en tu vida has puesto, rotas,
y agacharte y reconstruirlas con herramientas viejas.

Si puedes arrinconar todas tus victorias
y arriesgarlas por un golpe de suerte,
y perder, y empezar de nuevo desde el principio
y nunca decir nada de lo que has perdido;
si puedes forzar tu corazón y nervios y tendones
para jugar tu turno tiempo después de que se hayan gastado.
Y así resistir cuando no te quede nada
excepto la Voluntad que les dice: «Resistid».

Si puedes hablar con multitudes y mantener tu virtud,
o pasear con reyes y no perder el sentido común,
si los enemigos y los amigos no pueden herirte,
si todos cuentan contigo, pero ninguno demasiado;
si puedes llenar el minuto inolvidable
con los sesenta segundos que lo recorren.
Tuya es la Tierra y todo lo que en ella habita,
y -lo que es más-, serás Hombre, hijo.

Versión al idioma castellano 
de Luis Cremades.

Este poema fue escrito en 1895 Rudyard Kipling, poeta, periodista y novelista nacido en la India el 30 de diciembre de  1865. Lockwood, su padre, era un oficial del ejército británico y además era un experto escultor y alfarero, que enseñó escultura arquitectónica en la recién fundada Escuela Jejeebhoy de Arte e Industria en Bombay.
Vivió durante algún tiempo en Estados Unidos y tras visitar varios países como corresponsal de The Pionner, regresó a Inglaterra radicándose en un pueblo costero de Devon en 1896.
En su época fue respetado como poeta y se le ofreció el premio nacional de poesía Poet Laureat en 1895 (poeta laureado) la Orden de Mérito del Reino Unido y el título de sir de la Caballero de la Orden del Imperio Británico en tres ocasiones, honores que rechazó. Sin embargo, aceptó el Premio Nobel de Literatura de 1907, el primer escritor británico en recibir este galardón.
“«Si...» (originalmente "If—") es un poema escrito en 1895 por el autor inglés Rudyard Kipling que conforma las reglas del comportamiento británico. Está escrito en un tono paternal, como un consejo para el hijo del autor, John. «Si...» es un ejemplo literario del estoicismo de la época victoriana.
«Si...» ha sido traducido a numerosos idiomas. Es digno de destacar la traducción al idioma birmano, la lengua hablada en la ciudad en la que se desarrollaba otra obra maestra de Kipling, «Mandalay». Fue traducido por la ganadora del Premio Nobel de la Paz, Aung San Suu Kyi. Otro ganador del Premio Nobel, el yugoslavo Ivo Andrić, también tradujo dicho poema a su lengua madre.” (Wikipedia).

Rudyard Kipling falleció el 18 de enero de 1936 en Londres.

sábado, 18 de enero de 2020

ZAMBA DEL CHALCHALERO o también conocida como CANCIÓN DE LOS CHALCHALEROS.

 ZAMBA DEL CHALCHALERO o también conocida como CANCIÓN DE LOS CHALCHALEROS.


ZAMBA DEL CHALCHALERO.
Autores: DAVALOS JAIME, CABEZA ERNESTO, DAVALOS RICARDO FEDERICO, ZAMBRANO VÍCTOR JOSÉ, SARAVIA JUAN CARLOS.

Quebrada de San Lorenzo
la sombra de los nogales
morada en la zarza llora
madura mora bajo el chalchal.

El canto del chalchalero
la siesta del aire moja
y tiñe de amor la roja
pluma del pecho con el chalchal.

Canción de los chalchaleros
vertiente de pluma en flor
abierto color del ceibo
lastimadura del corazón.

Que lindo cuando la espuma
con ojos de nieve baja
y en blancos jazmines cuaja
temblor de luna sobre el chalchal.

Al alba los chalchaleros
harán del cielo una rama
donde el chalchal se derrama
sonora sangre de manantial.

Los Chalchaleros

En Salta, la denominación "Chalchalero" tiene varias acepciones. Una de ellas es la que por la cual se denomina al Zorzal, un pájaro que tiene predilección por comer los frutos de un arbusto llamado "Chalchal".

 Debutaron el l6 de junio de l948 en el Teatro Alberdi de Salta. A sala repleta con el tema la Zamba del Grillo (Atahualpa Yupanqui). Inmediatamente después del debut, el conjunto comenzó a hacerse cada vez más popular en la provincia. Así vinieron zambas memorables como Lloraré (autor anónimo), que se convirtió en el primer gran éxito del conjunto y en la primera grabación de Los Chalchas en un estudio. También El Cocherito (anónimo), La Artillera (anónimo), El arriero va (Atahualpa Yupanqui), y otras canciones populares como La López Pereyra (Artidorio Cresceri) y la Zamba de Vargas (recopilada por Chazarreta).

Han pasado por su formación: Aldo Saravia, Dicky Dávalos, Cocho Zambrano, Carlos Franco Sosa, José Antonio Saravia Toledo, el inolvidable Ernesto Cabeza y la actual formación con su fundador Juan Carlos Saravia, Polo Román, Pancho Figueroa y Facundo Saravia.

Cumplieron 52 años de trayectoria, unos de los pocos casos, tal vez el único para un conjunto folclórico en Argentina, también en Latinoamérica y, quizá aún, en el mundo entero.

Desde su Salta natal han sabido mantener la tradición a estadios y teatros llenos de entusiastas admiradores de todas las edades.

A pesar del éxito continuo, Los Chalchaleros sintetizan la historia viva del folklore en nuestro país y en el mundo. Habiendo vivido la época dorada del folklore durante la década del 60, siguiendo tan actuales como siempre en los años del nuevo milenio.

Los Chalchaleros, como todos dicen "son toda una institución y casi una leyenda", para otros, sinónimo de coherencia artística y para los argentinos, gran parte de nuestras vidas.

En junio del año 98, "Los Chalchas", con motivo del festejo. de sus 50 años de trayectoria, fueron distinguidos como visitantes ilustres en muchas de las ciudades que visitaron, como así también recibieron la distinción de ser declarados "De interés Cultural- por parte de la Cámara de Diputados y Senadores de la Nación.

jueves, 16 de enero de 2020

RECINTO IX - Carlos Pellicer.

   
RECINTO
        IX

Yo leía poemas y tú estabas
tan cerca de mi voz que poesía
era nuestra unidad y el verso apenas
la pulsación remota de la carne.
Yo leía poemas de tu amor
y la belleza de los infinitos
instantes, la imperante sutileza
del tiempo coronado, las imágenes
cogidas de camino con el aire
de tu voz junto a mí,
nos fueron envolviendo en la espiral
de una indecible y alta y flor ternura
en cuyas ondas últimas —primera—,
tembló tu llanto humilde y silencioso
y la pausa fue así. —¡Con qué dulzura
besé tu rostro y te junté a mi pecho!
Nunca mis labios fueron tan sumisos,
nunca mi corazón fue más eterno,
nunca mi vida fue más justa y clara.
Y estuvimos así, sin una sola
palabra que apedreara aquel silencio.
Escuchando los dos la propia música
cuya embriaguez domina
sin un solo ademán que algo destruya,
en una piedra excelsa de quietud
cuya espaciosa solidez afirma
el luminoso vuelo, las inmóviles
quietudes que en las pausas del amor
una lágrima sola cambia el cielo
de los ojos del valle y una nube
pone sordina al coro del paisaje
y el alma va cayendo en el abismo
del deleite sin fin.


Cuando vuelva a leerte esos poemas
¿me eclipsarás de nuevo con tu lágrima?

Carlos Pellicer Cámara (San Juan Bautista [hoy Villahermosa], Tabasco, 16 de enero de 1897-Ciudad de México; 16 de febrero de 1977) fue escritor, poeta, museógrafo y político mexicano, quien fuera Senador por Tabasco desde el 1 de septiembre de 1976 hasta el día de su muerte.

lunes, 13 de enero de 2020

Cuando nadie los mira - Rosalía de Castro.-


Cando ninguén os mira,
vense rostros nubrados e sombrisos,
homes que erran cal sombras voltexantes
por veigas e campíos.
Un, enriba dun cómaro
séntase caviloso e pensativo;
outro, ó pe dun carballo queda inmóvil,
coa vista levantada hacia o infinito.
Algún, cabo da fonte recrinado
parés que escoita atento o marmurío
da auga que cai, i exhala xordamente
tristísimos sospiros.
¡Van a deixala patria...!
Forzoso, mais supremo sacrificio.
A miseria está negra en torno deles,
¡ai!, ¡i adiante está o abismo...!



Rosalía de Castro
(Follas novas, 1880)



Versión al castellano de Un poema cada día.


Cuando nadie los mira,
vense rostros nublados y sombríos,
hombres que yerran cual sombras volteantes
por vegas y baldíos.

Uno, encima de un collado
siéntase caviloso y pensativo;
otro, al pie de un roble queda inmóvil,
con la vista levantada al infinito.

Alguno, cabe la fuente reclinado
parece que escucha atento el ruido
de agua que cae, y exhala sordamente
tristísimos suspiros...



¡Van a dejar la patria...!
Forzoso, mas supremo sacrificio.
La miseria está negra en torno de ellos,
¡ay!,¡y delante está el abismo...!

(Hojas nuevas, 1880)

PUBLICADO EN http://poemacadadia.blogspot.com.ar/

María Rosalía Rita de Castro (Santiago de Compostela, 24 de febrero de 1837-Padrón, 15 de julio de 1885) fue una poetisa y novelista española.

jueves, 9 de enero de 2020

MAESTRAS ARGENTINAS – ROBERTO FONTANARROSA.

CLARA DEZCURRA

Clara Dezcurra toma la pluma y escribe la fecha. “16 de julio de 1840”. Luego, con la misma letra minúscula y erguida, agrega el encabezamiento: “Querida Juana”. Finalmente, tras alisar el papel que tiene la textura y la consistencia del hojaldre, embebe la pluma en la tinta negra, y redacta: Ayer decidí cambiar el método que siempre utilizamos. Quise darle a mis chicos una alternativa diferente que los arrancara de la enseñanza rutinaria. Esta vez, en clase de Habla Hispana, deje de lado nuestra clásica composición `Voyage autour de mon bureau’ y quise sorprenderlos con algo propio, conocido, cercano. Fue entonces cuando les propuse escribir sobre ‘La vaca’».
Clara Dezcurra no lo sabe, pero ha introducido un hábito de escritura que será, luego, por décadas, indicador y modelo en las escuelas criollas.
En realidad poco y nada decía para sus alumnos la temática de anterior composición-tipo, “Voyage autour de mon bureau’ (“Viaje en derredor de mi pupitre”) impuesta por el maestro modernista francés Alphonse Chateauvieux a fines de 1815. La escuela de Clara Dezcurra; apenas un simple salón de tierra apisonada; no tiene pupitres, ni bancos, ni siquiera sillas. Los alumnos se apretujan sentándose en rejas de arados, tocones de ceiba o simples calaveras de vaca que relucen como si fuesen de mármol. La calavera de vaca es el asiento más fácil de conseguir, el más frecuente, porque la escuela nocturna de la señora Dezcurra es, durante el día, un matadero clandestino.
Clara humedece con la saliva de su lengua el reborde pringoso de la tapa del sobre donde ha metido la carta. Lo cierra y luego, aprovechando el calor del candil que la alumbra malamente, derrite casi un centímetro de lacre sobre el vértice de la juntura. Le llega, desde afuera, el olor pesado que viene desde el saladero de cueros, el tufo casi irrespirable a pescado podrido de la costa, y el mugido profundo de algún animal que ha olfateado, quizás, el aroma premonitorio de la sangre.
La escuela ni siquiera está en el centro de Buenos Aires. Ahí, frente al portalón de la Iglesia de los Cordeleros, como se lo había prometido don Juan Lezica, cuando era alguacil segundo del Municipio, para luego decirle que, aquello, era imposible. El Episcopado o, mejor dicho, el obispo Alcides Melgarejo, le había recordado a Rosas que no debían permitirse escuelas ni queserías en las proximidades de los templos. Y entonces le habían dado a Clara ese quincho – porque de otra forma no se lo podía denominar—; cerca de los corrales de Mataderos, a metros del puerto de Santa Brígida, detrás del saladero de don Felipe Echenaugucía. Y la escuela era nocturna. Y los “chicos”, como ella los denominaba, eran ya gente grande: puesteros de los corrales, matarifes, carreros cachapeceros, pero muy especialmente, federales. Hombres de la Santa Federación que llegaban a clase luciendo la divisa punzó, mazorqueros que, en el primer día de clase, habían degollado a un negro por robarse una goma de borrar.
Clara, todas las tardes, mientras escucha dar las siete en el carrillón de la Merced, baldea el piso para quitar los oscuros cuajarones de sangre que quedan de la actividad del frigorífico clandestino, y echa hacia los potreros las reses que no han sido aún sacrificadas.
Espera, en tanto, desde el Alto Perú, la respuesta de Juana, su compañera de promoción. Intuye que su puesto al frente de la precaria escuela, peligra. Sin ella saberlo, ha permitido la inscripción de más de un unitario. Algunos le han confesado su condición, como Juan José Losada. Otros le han dicho que la vincha celeste que llevan recogiéndoles el pelo, es en honor a la bandera. “Pero nadie viene a controlar lo que pasa por estos parajes, Juana —le ha escrito a su amiga—. Estamos dejados de la mano de Dios. Mis chicos escriben con trozos de ladrillo o pedazos de tripa gorda y yo utilizo las paredes como pizarra. Don Martín de Agüero me ha prometido tizas, pero me dicen que el barco que las trae encalló en proximidades de Recife”.
Un zambo iza la bandera. Le dicen “Falucho”, pero es en broma. Tomó parte en el sitio de El Callao, pero no logra aprender la tabla del cuatro. No ha llegado aún al país el sistema inglés de los palotes, y los alumnos trazan una línea acá, otra allá, sin ton ni son, sin orden ni medida. Clara es la primera en entonar la “Oda a la bandera”, de Balmes y Vespuci. Hija y nieta de educadoras, recuerda las anécdotas de su abuela, Irma Dezcurra, de cuando aún la joven nación no tenía divisa, antes de que don Manuel Belgrano la crease. Los niños —contaba la anciana— se reunían en los patios escolares antes de entrar a clase y no sabían qué hacer. Daban vueltas sobre sí mismos, se chocaban entre ellos o giraban tontamente como tiovivos sin acertar con una conducta. Alguno, quizás, gritaba consignas emotivas, o repartía chanzas contra los españoles. Alguna maestra, tal vez más devota, entonaba salmos religiosos. Hubo quien —recordaba abuela Irma— aguardando la entrada a clase, se empecinó en vocear los números de la lotería de cartones: el juego que tanto entusiasmaba a Manuelita; y así nació la “cifra”, el canto que, junto a vidalas y pericones, habría de animar numerosas y encendidas veladas patrias.
Clara come un pastelito de dulce y lo acompaña con té de cardosanto. La respuesta de Juana Azurduy tarda en llegar. Hoy Clara ha tenido que sosegar a un federa, muy alcoholizado. No la desvela tanto la indisciplina, pero luego se le duermen en la clase. Y a veces se pelean. Los mazorqueros sospechan que uno de los alumnos es unitario. Es un mozo joven, bien parecido, que viene siempre de bombachas de fino fieltro y botas altas. Tiene la patilla larga que baja y dobla luego hacia arriba, para unirse con el bigote, dibujando una “U” provocativa. Pero los mazorqueros aún no han llegado hasta ese punto del abecedario. Solo Isidro Gaitán, un sargento, puede memorizar las letras hasta la hache que, al ser muda, lo desorienta Los demás apenas si se han familiarizado con las letras hasta la “D”. Clara duda si continuar con la enseñanza. Apenas sus chicos descubran que la “U” tiene un dibujo similar al que se lee en las mejillas del joven unitario, puede arder Troya. Clara no quiere más problemas con el gobierno. Pero habrá de tenerlos.
Antes de que llegue, por fin, la carta de Juana, ya don Artemio Soto conoce la noticia de su innovación pedagógica. Algún mazorquero la ha comentado en un boliche. Tal vez un tropero alcanzó a contar las desventuras de su composición-tipo cerca del oído de algún correveidile del poder. Tras seis meses de espera, la carta de Juana llega, como una premonición, días antes que la de Domingo Faustino Sarmiento.
A la luz vacilante del quinqué, Clara lee la esquela de su amiga. “Tené cuidado. Clara” es todo el texto, entre sucinto y fraternal. Sin duda Juana, preocupada, consciente del tiempo que llevará a su carta llegar de nuevo hasta la capital, optó por escribirla lo más rápido posible, casi con características telegráficas.
Clara bebe una copita de oporto al que enturbia con hojas de regaliz. Duda si abrir o no la carta de Sarmiento. Sin embargo, la redacción de ésta, lo comprobará luego, es de advertencia mas no llega a sonar admonitoria. “No veo de buen grado —le escribe el sanjuanino— el cambio por usted introducido en la enseñanza de nuestra lengua criolla. Somos un país incipiente que requiere de ejemplos y el modelo del maestro Chateauvieux aún está en vigencia. Somos todavía como el joven retoño que precisa de la rectitud y la firmeza del tutor para crecer derecho”.
Clara garrapatea una carta de respuesta plena de formalismos y ambigüedades, lejos de su habitual estilo franco, y decide continuar con sus planes. La hace persistir en su esfuerzo el entusiasmo que observa en sus alumnos. Por primera vez, muchos de ellos, escriben más de dos páginas de composición, cuando con el tema “Viaje en torno a mi pupitre” algunos no alcanzaban ni a los tres renglones. Un matarife de Achiras Altas, Juan Sala, redacta, incluso, casi diez páginas de un relato estremecedor, fruto de su conocimiento de la tropa vacuna. Tiempo después, será la base de un libro paradigmático: Amalia.
Josefa Paz de Hurlingham invita a Clara a tomar chocolate en su casa de la bajada del Marquesado. Recibe en una sala solariega desde donde se ve el patio interno de la casa, impregnado con un perfume fresco a magnolias, glicinas y santarritas. Hay un jardín, también, con lilas del lugar y patos criollos. Una morena carabalí sirve el chocolate en vajilla de peltre y terracota, sobre una bandeja cubierta con una mantilla bordada por la misma señora Josefa. Josefa le cuenta a Clara, animosa, que en el colegio adonde va su hija, en clase de Habla Castellana le pidieron una composición sobre el tema “La vaca”. Josefa cuenta esto con risa amable y, cada tanto, se toca el ñandutí de su pechera impecable.
Clara no tiene tiempo ni de alegrarse. A la noche siguiente, una frágil figura desciende de una calesa frente a su escuela, siendo de inmediato rodeada por perros coléricos y becerros supervivientes. El nocturno visitante es don Benito Agudo Ersilbengoa, mano derecha del nuncio apostólico y amanuense del alguacil Ordóñez. “Hemos recibido las quejas de monseñor Brizuela —comunica a Clara Dezcurra— con respecto al tipo de temas que usted está haciendo escribir a sus alumnos”.
Clara conoce bien a monseñor Brizuela. Se corren muchos rumores en torno a su persona. Se decía de él que a su arribo a nuestras costas, cuatro años atrás, era un hombre afable y comprensivo. Pero que había sufrido un doloroso accidente durante las invasiones británicas, cuando transportaba trabajosamente un pilón con aceite hirviendo. Aquella desgracia, se comenta ahora, ha dado origen a la sabrosa fritura de pastelería puesta en boga por todos los panaderos: la “bola de fraile”.
“Es indigno —continúa don Benito Agudo Ersilbengoa— que nuestros guardias federales, nuestros soldados, sean obligados a escribir sobre un tema tan poco épico y glorioso como el que usted les impone.”
Clara comprende que ha llegado el momento de defender sus convicciones. Escribe a Sarmiento explicando su postura y la ventaja de educar a sus alumnos a partir de vivencias que a ellos le sean familiares. Seis meses después, puntualmente, recibe la contestación. Y de allí en más, día a día, irá recibiendo cartas del maestro sanjuanino. Sarmiento no falta un solo día al Correo. Algunas de sus cartas, no todas, muestran sobre el pergamino largos trazos de un pegote blancuzco, como si alguien hubiese moqueado sobre ellos. Clara deduce que Sarmiento las ha escrito bajo su histórica higuera, buscando aislarse, tal vez, de los rayos solares.
“No me opongo a que usted trabaje sobre “La vaca” —le dice el autor de Facundo— en lugar de hacerlo sobre el modelo francés. Habrá un día, solo Dios puede saberlo, en que nuestro país se quitará de encima la influencia europea, y quizás entonces usted será considerada una precursora. Pero déjeme sugerirle otra variante; ya que el debate se ha instalado en torno a si es conveniente o no gastar papel, tinta e ingenio sobre un animal tan rasposo y de índole infeliz como la vaca le propongo que sus composiciones sean sobre otro animal todavía más cercano y afín a nuestra tradición libertaria como el caballo. Más de uno de nuestros centauros, que regaron con su sangre generosa el suelo americano, sabrá agradecérselo”.
Clara lo piensa. Supone, con su intuición de maestra, que el del caballo puede ser un paso posterior. Incluso no deja de lado la gallina, con su doméstica convivencia. Pero la cercanía de los corrales, la vital actividad del matadero y, fundamentalmente, la creciente importancia del ganado vacuno en la suerte de nuestra economía, la deciden a continuar con el plan trazado.
Es febrero de 1845 y el formidable estío de Buenos Aires embalsama la brisa con aromas fuertes. Clara ha recibido el paso del aguatero llenando dos odres grandes para sus muchachos. La composición-tipo “La Vaca” se emplea ya en casi todos los institutos educacionales de la ciudad. Hasta las familias patricias que contratan institutrices británicas han encontrado pertinente el uso de la redacción impuesta por Clara Dezcurra. Sentada sobre una rueda de carro Ciara observa el patio a través de la puerta del salón. El calor del día ha exacerbado el olor a bosta y escuela las risotadas de sus chicos disfrutando el momento placido del recreo. Se oye el punteo de alguna guitarra, alguna relación intencionadael repique constante de un tamboril. De pronto alguien grita, hay un revuelo Clara presta atención, inquieta. Sus muchachos son buenos, pero si se los vigila son mejores. Escucha un violín y se estremece. Son los sones de la “refalosa”, la danza con que los mazorqueros acompañan los saltos despatarrados de sus víctimas cuando resbalan sobre su propia sangre. Clara se levanta y sale a ver qué pasa. Pero, en este caso, la víctima ya ha caído sobre el patio de la escuela. Es Juan José Losada, el joven unitario de las patillas en ”U”. Lo han degollado. Ante la pregunta enérgica de Clara, nadie dice saber nada, nadie dice conocer a los asesinos Pero hay risas torvas, sofocadas. El grupo de mazorqueros se aleja un tanto, empujándose unos a otros, como sorprendidos o avergonzados por la reprimenda.
Clara escribe a Juana, el 24 de febrero de ese año “Los eché a todos. No me importa, Juana, que sean mazorqueros, hombres del Restaurador de las Leyes o lo que sea. Hoy degüellan a un compañero y mañana pueden llegar a hacer cosas peores. A estas situaciones hay que cortarlas de raíz, entes de que pasen a mayores” Entre los expulsados de la escuela, está el sargento federal Anacleto Medina, héroe de Cepeda.
Clara estudia al jinete que ha llegado hasta su escuela Ella estaba calentando agua en la pava de latón peruano para prepararse un caldo, cuando escuchó el galope El hombre es un soldado de Rosas y le estira en la mano, un rollo de papel sujeto con una cinta, por supuesto, punzó. Clara desenrolla el mensaje y lee el texto. La trasladan. Ha estado dando clase durante siete años en un tinglado con piso de tierra que, durante el día, hacía las veces de frigorífico clandestino A pocas varas del matadero de reses y del solar donde se envenenan los cueros. Alumbrándose con velas de grasa. Educando a una clase compuesta por matarifes, soldados federales, negros, zambos, comicios, renegados y mal entretenidos. Ahora la letra pareja y grande del Restaurador, le indica que será trasladada a un lugar de menor jerarquía. No lo dice con esas palabras. “La patria —le escribe Rosas— demanda de usted un nuevo sacrificio. Y hemos decidido destinarla a una escuela marginal, con alumnos que detentan problemas de conducta. Sé que usted, con su firmeza de espíritu, sabrá encarrilarlos y superar los problemas de presupuesto que, de aquí en más, habrá de sufrir”.
Clara Dezcurra sabe que ya no tiene sentido aguardar el cargamento de tiza. Intuye que su alejamiento obedece, más que nada, a su particular obcecación en persistir con el tema de “La vaca”.
“Creo que todo ha sido inútil —escribe a su amiga Juana—. Comprendo que, hoy por hoy, se hace muy difícil cambiar algo de lo ya dispuesto. Supongo que, con el paso del tiempo, todo el mundo se olvidará de mi tema de composición y volveremos a “Voya-ge autour de mon bureau” o a cualquier otra imposición venida de afuera bajo el engañoso rubro de aporte cultural”. Deja gotear el lacre, morosamente, sobre la juntura del cierre, antes de moldearlo bajo la presión de su anillo de sello. No puede dejar de pensar en la fugacidad de su iniciativa educacional. No sabe cuan equivocada está. Una gota de lacre, lustrosa, ha modelado un diminuto montículo, sobre la mesa.

miércoles, 8 de enero de 2020

Lágrima de Jaime Gil de Biedma.

No veían la lágrima.
Inmóvil
en el centro de la visión, brillando,
demasiado pesada para rodar por mejilla de hombre,
inmensa,
decían que una nube, pretendían, querían
no verla
sobre la tierra oscurecida,
brillar sobre la tierra oscurecida.

Ved en cambio a los hombres que sonríen,
los hombres que aconsejan la sonrisa.
Vedlos
presurosos, que acuden.
Frente a la sorda realidad
peroran, recomiendan, imponen confianza.
Solícitos, ofrecen sus servicios. Y sonríen,
sonríen.
              Son los viles
propagandistas diplomados
de la sonrisa sin dolor, los curanderos
sin honra.

La lágrima refleja
solo un brillo furtivo
que apenas espejea.
La descubre la sed,
apenas, de los ojos
sobre los doloridos
utensilios humanos
–igual como descubre
el río que, invisible,
espejea en las hojas
movidas–, pero a veces
en cambio, levantada,
manifiesta, terrible,
es un mar encendido
que hace daño a los ojos,
y su brillo feroz
y dura transparencia
se ensaña en la sonrisa
barata de esos hombres
ciegos, que aún sonríen
como ventanas rotas.

He ahora el dolor
de los otros, de muchos,
dolor de muchos otros, dolor de tantos hombres,
océanos de hombres que los siglos arrastran
por los siglos, sumiéndose en la historia.
Dolor de tantos seres injuriados,
rechazados, retrocedidos al último escalón,
pobres bestias
que avanzan derrengándose por un camino hostil,
sin saber dónde van o quién les manda,
sintiendo a cada paso detrás suyo ese ahogado resuello
y en la nuca ese vaho caliente que es el vértigo
del instinto, el miedo a la estampida,
animal adelante, hacia adelante, levántándose
para caer aún, para rendirse
al fin, de bruces, y entregar
el alma porque ya
no pueden más con ella.
Así es el mundo
y así los hombres. Ved
nuestra historia, ese mar,
ese inmenso depósito de sufrimiento anónimo,
ved cómo se recoge
todo en él: injusticias
calladamente devoradas, humillaciones, puños
a escondidas crispados
y llantos, conmovedores llantos inaudibles
de los que nada esperan ya de nadie...
Todo, todo aquí se recoge, se atesora, se suma
bajo el silencio oscuramente,
germina
para brotar adelgazado en lágrima,
lágrima transparente igual que un símbolo,
pero reconcentrada, dura, diminuta
como gota explosiva, como estrella
libre, terrible por los aires, fulgurante, fija,
único pensamiento de los que la contemplan
desde la tierra oscurecida,
desde esta tierra todavía oscurecida.

Jaime Gil de Biedma y Alba (Barcelona, 13 de noviembre de 1929-Barcelona, 8 de enero de 1990).