viernes, 11 de noviembre de 2011

El nombre y la palabra de Miguel Hernández, antes y ahora por Osvaldo Pellín.



Creo que podría autodenominarme "hernandiano" por mi admiración al poeta Miguel Hernández, nacido en Orihuela, provincia de Valencia, en 1910.
El afán por aproximarme a su vida, tan imprescindible de conocer para valorar y entender su obra, luego de desearlo mucho tiempo, lo logré al llegar a Orihuela y acercarme a la que fuera la casa donde él naciera y pasara su infancia y adolescencia.
Claro que me costó encontrarla, por aquello que toda nueva localidad que se visita acá o en el extranjero, tiene secretos meandros que hacen difícil la localización directa de lo que se busca.
Mientras estaba dando vueltas tratando de adivinar el nombre de calles y la pertenencia de los edificios de referencia, ya caída la tarde, un oriolano, paseando a su perrito, pareció oír mis inquietudes dichas en voz alta y preguntó:
–¿Busca la casa del poeta? Es ésa –y señaló con su mano abierta hacia una construcción modesta, prolijamente conservada, sobre cuyos muros sobresalían exuberantes ramas de higueras.
Su fondo parecía respaldarse en una roca que daba inicio a una ladera montañosa de poca altura.
El señor prosiguió con un relato:
–Mi padre fue al mismo colegio que Miguel. La Iglesia de Santo Domingo que ustedes pueden ver ahí. Él era unos meses menor que Miguel, pero de que habían sido compañeros me vine a enterar estando en la milicia, cuando, una vez, al decir que yo era de Orihuela, un compañero de la "mili" me dio el nombre de Miguel Hernández, como una curiosa y a la vez privilegiada coincidencia.
Cuando le conté a mi padre ni entonces me confirmó la noticia, creo que habló despectivamente de Miguel, mencionando su condición de cabrero y evitando la de poeta.
Después, con el tiempo, pude entender que había nombres en mi pueblo que en esa época era mejor no pronunciar ni mencionar parentesco ni amistad con ellos. Le estoy hablando de después de la Guerra Civil y no tengo necesidad de mencionarle quien gobernaba España, por entonces.
Yo alegué que hacía poco los argentinos habíamos sufrido algo parecido.
Él respondió que ese "aceite" llegaba a todas partes. Lo importante es que no vuelva."
Hoy las cosas por esos lugares han variado de un modo drástico.
La Terminal de buses y trenes de Orihuela lleva su nombre, ostentosamente inscrito en uno de los muros.
Hay además un edificio moderno casi anexo a la que fuera la casa del poeta donde funciona la Fundación Miguel Hernández, dedicada al estudio y la investigación sobre su vida y su obra.
Bibliotecas que también llevan su nombre, esparcido en múltiples edificios de otras tantas instituciones de la provincia de Valencia.
En síntesis que el nombre del poeta está siendo reivindicado acelerada y justicieramente por los pagos donde naciera y por donde cursara su breve y desgraciada vida.
Y aunque pareciera que el miedo de nombrarlo ha desaparecido, conviene señalar que la represión que es siempre más violenta y de mayor alcance que el daño físico que suele infringir, se graba en la conciencia de las gentes para que estas sigan sintiendo el mismo terror que la primera vez, tan solo al evocar el nombre de quien hubo disentido, aunque el arma disparada fuese tan solo la palabra en conjugación con la belleza o la denuncia.
Al despedirnos, le extendí mi mano, a aquel hombre, identificándome.
Él solo respondió embarazosamente con su nombre de pila, que pudo ser cualquier nombre: Carlos, dijo, sin pronunciar su apellido.

Osvaldo Pellín. Vive en Neuquén desde 1965. Médico pediatra, diplomado en Salud Pública, fue Jefe de Servicio de Pediatría en el Hospital de Cutral Có y en el Castro Rendón de Neuquén, Participó en la elaboración y aplicación del Plan de Salud de la Provincia entre 1970 y 1976.
Fue Diputado Nacional en dos períodos, 1985-1989 y 1993-1997 y Ministro de Gobierno y Justicia de 1991 a 1993.

La casa del poeta, en Orihuela

Este comentario de Osvaldo Pellín fue públicado en el Diario "Río Negro" al igual que la foto de la casa del poeta Miguel Hernández el día 8-XI-2011.

Elegía a Ramón Sijé - Miguel Hernández
(fragmento)
Yo quiero ser llorando el hortelano
de la tierra que ocupas y estercolas,
compañero del alma, tan temprano.


Alimentando lluvias, caracolas
y órganos mi dolor sin instrumento,
a las desalentadas amapolas
daré tu corazón por alimento.
Tanto dolor se agrupa en mi costado
que por doler me duele hasta el aliento.


Un manotazo duro, un golpe helado,
un hachazo invisible y homicida,
un empujón brutal te ha derribado.


No hay extensión más grande que mi herida,
lloro mi desventura y sus conjuntos
y siento más tu muerte que mi vida.


Ando sobre rastrojos de difuntos,
y sin calor de nadie y sin consuelo
voy de mi corazón a mis asuntos.
Temprano levantó la muerte el vuelo,
temprano madrugó la madrugada,
temprano estás rodando por el suelo.


No perdono a la muerte enamorada,
no perdono a la vida desatenta,
no perdono a la tierra ni a la nada.

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