Delmira Agustini. Poetisa nacida en Uruguay.
Abrió las puertas a la poesía femenina. Se especializó en la sensualidad femenina en una sociedad donde no estaba permitido a las mujeres expresarla.
Contrajo matrimonio con Enrique Job Reyes el 14 de agosto de 1913, pero por diversas desavenencias conyugales lo abandonó un mes y medio más tarde, divorciándose el 5 de junio de 1914, trámite durante el cual siguió teniendo “encuentros” con su esposo, hasta que finalmente el 6 de julio del mismo año, Reyes mató a Delmira Agustini de dos tiros en la cabeza, e inmediatamente se suicidó.
Delmira Agustini por Néstor Tkaczek.
Yo muero extrañamente... No me mata la Vida./ No me mata la Muerte, no me mata el Amor;/ muero de un pensamiento mudo como una herida...".
Estos versos no son una premonición, son una equivocación. Es cierto, murió extrañamente, y no por un pensamiento mudo; quizás en el interior de esas dos balas sí estaba algo de la vida, algo del amor, algo de locura y toda la muerte.
Delmira Agustini (1886-1914) cruzó como un remolino la vida y la literatura y a su paso, como los remolinos, levantó bastante polvo en los asépticos círculos sociales montevideanos a los que pertenecía.
Esbelta, de ojos celestes cambiantes a los caprichos de la luz, de "caudalosa cabellera de oro veneciano" (como escribió el crítico uruguayo Zum Felde), de inteligencia y sensibilidad portentosa que le permitía hablar varios idiomas, tocar a los clásicos en el piano o pintar mejor que sus pretendidos maestros. Pero Delmira era por sobre todas las cosas: poeta.
Una de las primeras que con voz propia irrumpió en el mundo literario latinoamericano dominado por los hombres a comienzos del siglo XX.
Ella desbrozó la senda por la que luego se internaron Gabriela Mistral, Alfonsina Storni, Juana de Ibarbourou y tantas otras artistas de América Latina.
Apañada por el Modernismo literario que Rubén Darío esparció por el continente y España, su obra, a medida que pasa el tiempo, busca también dejar atrás ese movimiento y encontrar una voz propia, aunque muchos resabios del modernismo se cuelan en sus versos y la lectura actual sufre algunos tropiezos porque la estética modernista ha sufrido los embates del tiempo.
Cuando publicó "Los cálices vacíos" en 1913, el libro llevaba un pórtico del mismísimo Rubén que comenzaba así: "De todas cuantas mujeres hoy escriben en verso, ninguna ha impresionado tanto mi ánimo como Delmira Agustini, por su alma sin velos y su corazón de flor…".
Esa "alma sin velos" es la que traía los problemas familiares y escandalizaba a la alta burguesía uruguaya.
Porque si ya era problemático en la esfera social ser mujer y no responder al mandato masculino, mucho más si esa jovencita era poeta y tenía dotes intelectuales.
Aunque lo peor de todo era lo que decía en sus poemas: "Y era mi mirada una culebra/ apuntada entre zarzas de pestañas,/ al cisne reverente de tu cuerpo./ Y era mi deseo una culebra/ glissando entre los riscos de la sombra/ ¡A la estatua de lirios de tu cuerpo!/ Tú te inclinabas más y más... y tanto,/ y tanto te inclinaste,/ que mis flores eróticas son dobles,/ y mi estrella es más grande desde entonces,/ toda tu vida se imprimió en mi vida...".
Esto no era bien visto por la familia y por los amigos influyentes que trataban de aconsejarla que no escribiera sobre esos temas.
Su poesía, más allá de la retórica de la época, está fuertemente cargada de erotismo, hay una exacerbación del amor, un deseo sexual muy fuerte impensado para ese tiempo y en una mujer.
Eso no ha impedido que se la reconociera como una poeta de grandes virtudes y resulta hoy cómico leer a los críticos de entonces justificar esos temas como "estados intuitivos", "creación inconsciente más que realidad vivida".
Veintiocho años fue el tiempo que Delmira Agustini, "el frenesí rubio", estuvo en el mundo.
Su muerte está emparentada con esa exaltación del sentimiento que muchos críticos han visto en su obra.
En una pieza de hotel de encuentros furtivos, sonaron tres tiros disparados por su ex marido, ahora convertido en su amante.
La relación amorosa y epistolar entre el político Manuel Ugarte y Delmira Agustini es analizada en un libro que echa nueva luz sobre un vínculo que concluyó con la muerte de la escritora a manos de su ex marido, Enrique Job Reyes.
La figura del político Manuel Ugarte es reivindicada en el libro “Cartas de amor. Delmira Agustini”, en relación, precisamente, con el romance que mantuvo con esa poeta uruguaya y del que deja constancia un intercambio epistolar de alto voltaje erótico.
Hasta este libro, editado por Cal y Canto, la figura de Ugarte (1875-1951) había aparecido diluida en una historia de trazos fuertes: la de una joven poeta de singular personalidad y excelente obra, Delmira Agustini (1886-1914), enamorada de Ugarte y asesinada por su ex esposo Enrique Job Reyes.
Así, para una profusa bibliografía de novelas, ensayos y obras dramáticas, Ugarte había sido –como lo señala la escritora uruguaya Ana Inés Larre Borges, responsable de la edición de “Cartas de amor”– apenas un “actor de reparto”.
Este libro, con prólogo de la poeta Idea Vilariño, reúne la correspondencia de Delmira con Ugarte hacia 1910 y las cartas de la poeta con Reyes –novio, esposo, ex esposo, amante y asesino–, además de otras misivas, algunas consideradas “secretas”.
La relación con Ugarte se inicia cuando Delmira le envía sus libros de poesía. Con la llegada del argentino a Montevideo en 1913, van a conocerse personalmente y el intelectual será uno de los testigos de su casamiento: “Delmira ya estaba profundamente enamorada de Ugarte”, señala Larre Borges. Así, una Delmira indecisa al contraer matrimonio confesará por carta poco después a Ugarte: “Usted hizo el tormento de mi noche de bodas y de mi absurda luna de miel –podría contarle todos sus gestos de aquella noche– lo único que yo esperaba era su mano –era tenerle cerca un momento– usted sin saberlo sacudió mi vida”.
Lo que sigue tiene tono de folletín. El matrimonio dura menos de dos meses y ella regresa a la casa materna con un libro de Ugarte como todo equipaje (“La novela de las horas y los días”) e inicia un sugerente intercambio epistolar.
Dentro del vértigo, su ex marido –con quien vuelve a verse en citas clandestinas– la mata de dos tiros en la cabeza. Completa la historia el fallecimiento de Ugarte, años después en París por un escape de gas, hecho que algunos ven como suicidio.
En esa pasión que no traspasó el umbral de las cartas, la imagen de Ugarte quedó encapsulada en la fotografía de la boda de Delmira: apenas el testigo que observa detrás de los desposados.
Este papel secundario es rebatido por Larre Borges: “los biógrafos de Delmira y los novelistas que recrearon la historia lo trataron como un actor de reparto en el drama de la poeta”.
Libros de enorme éxito como la novela “Delmira”, de Omar Prego Gadea, “lo tratan al igual que todos, como un dandy un poco frívolo que no estuvo a la altura de las circunstancias. Es curioso, porque se lo despoja de todo su perfil político, de su ideario americanista que es el que lo lleva en realidad a Montevideo en 1913 cuando termina siendo testigo de la boda de Delmira y ella le envía esa carta en la que le confiesa que esa noche sólo pensaba en poder estar junto a él”.
Larre Borges rescata al Ugarte poeta, narrador y cronista, amigo de Rubén Darío y Amado Nervo, y traza el perfil del antiimperialista que tuvo por correligionarios a José Ingenieros y Alfredo Palacios, el retrato del político que participó en congresos internacionales junto a Lenin y Rosa Luxemburgo. La editora rebate también la categoría de “indiferente a los reclamos de Delmira” que se le adosó a Ugarte.
Juego de toma y daca, va del recato al ruego. Ella toma la delantera: “hay sinceridades difíciles. Ese ligerísimo velo artístico era casi necesario. Pienso que yo debo adivinar y decir. Piense usted que todo lo que yo le he dicho y le digo se podría condensar en dos palabras. En dos palabras que pueden ser las más dulces o las más difíciles y dolorosas”. La esgrima epistolar se acelera. El expresa su deseo: “Déjeme que me acerque, que la haga crujir apretándola contra mi cuerpo y que ponga al fin en su boca, largo, culpable, inextinguible, el primer beso que siempre nos hemos ofrecido”.
Delmira envía versos encendidos: “Cura en mis labios la tremenda herida”, buscando un encuentro que no se dará. La distancia es un desacomodo. Escribe Ugarte: “Para decir lo que ahora siento, confieso que no sé escribir”.
Textos sobre la pasión
El libro “Cartas de amor. Delmira Agustini” se agrega a la bibliografía que existe sobre la poeta asesinada en 1914: algunas cartas ya habían sido publicadas en “Correspondencia íntima de Delmira Agustini” (1978) y “Poesía. Correspondencia” (1998).
La lista de textos de ficción se inicia con una novela escrita el mismo año de la muerte de Delmira: “La mujer inmolada”, de Vicente Salaverri, y continúa en otras novelas como “La otra mitad”, de Carlos Fernández Moreno; “Fiera de amor”, de Guillermo Giucci y “Delmira”, de Omar Prego.
De los ensayos sobresale el temprano acercamiento “Delmira Agustini”, de Ofelia Machado (1944), al que se agregarán los de Clara Silva: “Genio y figura de Delmira Agustini” y “Pasión y muerte de Delmira Agustini”, ambos editados en Buenos Aires por los sellos Losada y Eudeba, en 1968 y 1972 respectivamente. La misma Larre Borges trató el tema hace diez años en el volumen “Mujeres uruguayas”.
En 1994 apareció otra novela sobre Delmira a cargo del narrador argentino Pedro Orgambide, titulada “Un amor imprudente”. La particularidad de esta historia es que está narrada por Manuel Ugarte.
Según Larre Borges, “Orgambide recrea el tiempo político que falta en las otras historias y logra dar una visión acabada del momento (que atraviesa Ugarte).
Coinciden, así, Orgambide y Larre Borges en reivindicar a Ugarte, ya que “Un amor imprudente –al decir de Larre Borges– surge como una alerta de toda una realidad y contexto social mayoritariamente escamoteado no sólo en las ficciones sino también en las biografías y estudios críticos sobre la poeta”.
(Télam)
El arrojo y el compromiso
A la imagen de un Manuel Ugarte apático, como se lo ha pretendido ver en su relación con la poeta uruguaya Delmira Agustini, Ana Inés Larre Borges –a cargo de la edición de “Cartas de amor”– contrapone la de un intelectual en la vorágine de su actividad política.
“Sobrevivió largamente a Delmira –señala Larre Borges– y escribió una interpretación interesante en el libro ‘Escritores iberoamericanos de 1900’, donde toma una perspectiva feminista y acusa a la sociedad pacata de entonces y al error de los padres de esa tragedia anunciada”.
¿Por qué ha ocurrido todo esto? “Es difícil saberlo. Quizá los uruguayos no podamos perdonarle que haya sido algo indiferente a los reclamos de Delmira y todavía sentimos que si alguien pudo evitar ese desenlace terrible que impuso la muerte a manos del marido, ése pudo haber sido Ugarte”. Agrega Larre Borges: “Son tan bellas las cartas de Delmira que es difícil pensar cómo pudo mantenerse indiferente. La correspondencia entre ambos muestra ese juego”. La poeta Idea Vilariño –que admira a Ugarte por su compromiso político– lo defiende y cree que la falta es de Delmira, que reclama tontamente amor sin entender la misión trascendente y política que él tenía entre manos. “A mí, sin embargo, me conmueven el valor y el arrojo que tiene Delmira para sentir el amor y para reclamarlo y me parece que, en eso, ella es superior a él”. (Télam)
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