Ahora le toca el turno, en RINCÓN BARDA SUREÑA, al Escritor Patagónico Mariano Giammona que muy gentil me acercó este relato con humor, que a él le gusta y mí tambien y es para diafrutar hasta el final.
DESDE CHACABUCO
Papá era un loco por la caza.
Primero fue la pesca, pasión que nunca perdió. Después, una vez ya instalado en
Argentina, comenzó con su primo Héctor a incursionar primero con un riflecito
del catorce, tirándole a algunas liebres. Más tarde, y en cuanto pudo juntar
los primeros pesos, se consiguió una Bayard de dos caños del calibre dieciséis.
Las liebres las cambió por las
perdices, y a estas les disparaba
siempre al vuelo… usaba munición siete y jamás el gatillo trasero, siempre un
solo tiro y por el cañón derecho. De esto había pasado ya como treinta años y
sus compinches de caza fueron sus grandes amigos: Tito Cantoni, su hermano
Ángel, y Héctor por supuesto. Las perdices coloradas, codiciado tiro para
cualquier cazador, eran bastante escasas… sólo una o dos en una jornada de
caminata, -y entre todos con suerte-
Dále gringo, … animate… le decía
Osvaldo, -el hijo de la tía Rosalía-, que por ese entonces se estaba
“estrenando” como médico rural en Villa Valeria al sur de Córdoba.
Era el comentario de toda la
familia… pobre muchacho… que le abra agarrado que se fue a ese desierto?, y más
siendo médico que acá puede trabajar lo más bien!, -comentaban las tías más
viejas-. Lo cierto es que Osvaldo estaba feliz con su Villa Valeria, pueblito
con muy poquitos habitantes…, todos conocidos,…todos amigos…
Tanto insistió Osvaldo que Rosario
a su vez convenció a Héctor, y yo enterándome, a mi vez convencí al viejo que
me llevara.
Primero tocó con la parte frontal
de su dedo índice al negro aparato telefónico para ver si le daba corriente, …
después esperó pacientemente que la operadora lo atendiera.
Como a los cinco minutos escuchó
una voz… “Central Paz, operadora uno
cuatro, buen día…” Señorita por
favor me da la demora con Villa Valeria-Córdoba… “En diez minutos lo llamo y le doy el tiempo de espera, su número por
favor…?. Paz uno cero nueve nueve –dijo el viejo-
Como a los veinte minutos sonó
el teléfono y ya lo tomó con un trapo
por las dudas. “Señor la demora es de una
hora cincuenta, pero usted quédese atento porque no creo que salga para antes
de dos horas y media. ¿con que número lo comunico?... Villa Valeria 7 dijo
Rosario-, gracias.
Como a las tres horas sonó el
ring ring, y corrió el viejo pidiendo silencio a todos. “Hola Doctorazo, como
estas?, si,… y decidimos con Héctor y mi hijo mayor partir a conocer tu tierra
y cazar algunas coloradas…, decime como hago?... ahhh, son novecientos
kilómetros?, … y Con el Ferrocarril San Martín decís?... donde me bajo??? Y cuantas horas son? Los cartuchos los llevo de acá, que munición
?... Ahh… y la tía? Pasámela. ¿Cómo que estas en el Club, si yo pedí a tu
casa?... Ahhh, –la telefonista local,
que conocía todos los chusmeríos, eficiente pasó la comunicación a Osvaldo
sabiendo que estaba jugando a las cartas-
Llegó el viernes y comenzamos a
ordenar el equipaje. Las valijas eran monstruosamente grandes, porque en ellas,
aparte de toda la ropa de invierno, teníamos que acomodar los cañones de las
escopetas, sus culatas y siete u ocho cajas de cartuchos. Una vez cerradas
pesaban tanto y estaban tan llenas, que debimos abrocharle un cinturón a cada
una para reforzarlas y que no reventaran.
A las seis de la mañana del
sábado, uno en cada taxi nos juntamos con Héctor en la esquina de 1 y diagonal 80
para tomar el tren hacia Constitución.
Llevá la valija del tío por favor, me pidió mi padre, -menos
mal que con la mía hacía contrapeso, porque entre las dos pesaban una locura-.
El viejo se hizo cargo de la suya y el tío, desentendiéndose desde ese momento,
fue al quiosco a comprar el Diario.
Respiré tranquilo solo una vez
que estuvimos en el tren definitivo que abordamos en Retiro en la estación del
San Martín…, mientras tanto en Constitución, en el Subte, y en la Plaza de los Ingleses, las
valijas me hicieron deslomar.
Era un camarote de clase pulmann,
con capacidad para seis pasajeros. Nosotros éramos tres, así que hicimos
nuestra vida, jugando a las cartas o escuchando la radio portátil que teníamos
como novedad en esos tiempos. Solamente yo no me había puesto corbata, los
viejos eran unos dandys: camisa blanca, corbata nudo corazón, bigotes
recortados, zapatos lustrados y pelo engominado. Para completar su figura,
Héctor tenía un lindo sombrero y el cigarrillo encendido en su mano derecha.
¿a quien se le ocurriría
revisarnos las valijas con esa pinta?
Todo bien hasta Chacabuco. Allí
subieron tres señoras sobriamente vestidas, y se terminó la fiesta debiendo
guardar todos silenciosa compostura. Apagamos la Spica y el tío – dueño de
una seriedad absoluta, pero que escondía una picardía dotada de un humor
elegante, me dijo secretamente al oído…”desde ahora vamos a viajar de gallo”, …
y se bajó el sombrero intentando dormitar-
Yo veía que Héctor estaba
incómodo…, miraba de reojo a las señoras y cada tanto salía al pasillo volviendo
al poco rato. Papá leía el diario o hacía palabras cruzadas, … yo, nada.
Pasaron las horas y llegamos
puntuales a Justo Daract, …-solamente por Villa Valeria pasaban las formaciones
de carga-. Esa estación era la convenida con Osvaldo para que nos recogiera.
Asomándome de la ventanilla, allá
abajo era un mundo de gente. Después me vine a enterar… todas las chicas del
pueblo aprovechaban el paso de la formación para hacer del andén un lugar de
encuentro social. Todas hermosamente
vestidas y perfumadas iban a pasear al
costado del tren confundiéndose entre los pasajeros. Tomadas del brazo, en
grupos de dos o tres, caminaban de norte a sur, mientras los hombres lo hacían
de sur a norte, cruzándose en su recorrido. Una vez llegados cada grupo al
final del andén, daban la vuelta y hacían el camino inverso.
Obvio que el tío se desentendió
de las valijas. Yo las bajé y apoyándolas en el piso quedamos a la espera de
Osvaldo. Allá a lo lejos lo vi. Haciéndome el tonto, avancé hacia él
resueltamente con la esperanza que Héctor se hiciera cargo de las maletas.
No me equivoqué… el tío les echó
mano…, claro nunca había tomado su peso porque nunca las había cargado…, las
asió fuertemente de las manijas y haciendo fuerza para levantarlas lo hizo…
Justo habían terminado de pasar dos señoras elegantes, que estando un paso
delante de él se dieron vuelta bruscamente mirándolo con mala cara.
El tío, con su mejor humor
disimulado bajo su seriedad de señorito inglés, les dijo con voz grave y clara…”disculpen
señoras…, pero lo venía amasando desde Chacabuco…”
El correo electrónico para quienes desean contactarse con el autor Mariano Giammona: mgiammona2002@hotmail.com
2 comentarios:
Una crónica de un mundo que ya no se disfruta y el que pudo vivirlo, los viajes en tren, fueron una experiencia hermosa, toda una aventura.
mariarosa
PIBE DE CAMPO. . . . . . . . . .
CUANTA TERNURA DESDE 1970. . . .
29.4.2013
maguilar
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