Respondí: —No sé quién es.
Y el gallo, que me escuchaba,
cantó, por primera vez,
con una voz tan potente
que, sobre la tierra fiel,
arrastraba como un viento
mis promesas de papel.
El gallo cantó tres veces,
y otras tantas te negué.
—¿Estabas con Jesucristo?
—Jamás estuve con él.
Y el gallo, que me escuchaba,
cantó por segunda vez,
conmoviendo con su canto
la tierra bajo mis pies,
pero no el alma dormida
como una piedra en mi ser.
El gallo cantó tres veces,
y otras tantas te negué.
—¿Eres uno de los suyos?
—Ni lo soy ni lo seré.
Y el gallo, que me escuchaba,
cantó por tercera vez,
para que el mundo supiera
que ya estaba por nacer
un día que no sería
de arena, como mi fe.
El gallo cantó tres veces,
y otras tantas te negué.
Después de escuchar tres veces
mi traición y el canto aquél,
el Señor clavó los ojos
en mi corazón infiel,
y los hundió tan adentro
que de dolor desperté,
y ante la noche sagrada
lloré por primera vez.
El gallo cantó tres veces,
y otras tantas te negué.
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