SONETO.
Quien te dice que ausencia causa olvido
mal supo amar, porque si amar supiera,
¿qué, la ausencia?: la muerte nunca hubiera
las mientes de su amor adormecido.
¿Podrá olvidar su llaga un corzo herido
del acertado hierro, cuando quiera
huir medroso, con veloz carrera,
las manos que la flecha han despedido?
Herida es el amor tan penetrante
que llega al alma; y tuya fue la flecha
de quien la mía dichosa fue herida.
No temas, pues, en verme así distante,
que la herida, Amarili, una vez hecha,
siempre, siempre y doquiera, será herida.
El rubí de tu boca me rindiera,
a no haberme tu bello pie rendido;
hubiéranme tus manos ya prendido,
si preso tu cabello no me hubiera.
Los del cielo por
arcos conociera
si tus ojos no hubiera conocido;
fuera tu pelo norte a mis sentidos,
si la luz de tus ojos no lo fuera.
Así le plugo al
cielo señalarte,
que no ya sólo al norte y arco bello
tus cejas venzan y ojos soberanos;
mas, queriendo a ti
misma aventajarte,
tu pie la fuerza usurpa, y tu cabello
a tu boca, Amarili, y a tus manos.
No siempre fiero el mar zahonda al barco,
ni acosa el galgo a la medrosa liebre,
ni sin que ella afloje o él se quiebre,
la cuerda siempre trae violento al arco.
Lo que es rastrojos
hoy, ayer fue charco,
frío dos horas antes lo que es fiebre;
tal vez al yugo el buey, tal al pesebre,
y no siempre severo está Aristarco.
Todo es mudanza, y
de mudanza vive
cuanto en la mar aumento de la Luna,
y en la Tierra, del Sol, vida recibe.
Y sólo yo, sin que
haya brisa alguna
con que del gozo al dulce puerto arribe,
prosigo el llanto que empecé en la cuna.
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