martes, 9 de febrero de 2021

LA LEYENDA DEL CHOGÜÏ.

LA LEYENDA DEL CHOGÜÏ.
En una humilde vivienda, rodeada por árboles y ríos, vivía una indígena de orígen guaraní con su pequeño.
Era joven bella y, con esa belleza tan natural y a la vez especial de rasgos indígenas, pero a pesar de eso, la mujer sólo tuvo ese hijo y se encontraba sola con el niño al que amaba con su vida y mezquinaba profundamente.
Al no tener hermanos el niño creció en la soledad, sin nadie con quien jugar.
Mientras la madre realizaba los quehaceres de la casa o se iba a cultivar la tierra, el niño jugaba únicamente con los animales que criaba su madre o se internaba entre los árboles en busca de frutas.
La madre le advertía siempre antes de irse: "No quiero que salgas de la casa, puede venir un animal salvaje y hacerte daño"
El niño lo prometía, pero atraído por los sonidos del bosque o empujado por la soledad en que se encontraba, solía olvidar la promesa.
Muchas veces llegó la joven madre a casa cuando ya el sol se había hundido en el fondo de la tierra y no encontró a su pequeño; desesperada se internaba en el bosque gritándole para que volviera.
Al principio le imponía castigos menores, pero desesperada por tener que buscar sustento y que el niño no se expusiera a los peligros, terminó pegándole fuerte con las ramas de los arbustos.
El pequeñín, impedido de abandonar la choza, sin poder jugar, aburrido y deseoso de regresar al bosque, se propuso, para el futuro, volver a casa cada día antes de que su madre retornara.
Así lo hizo durante mucho tiempo, le aterraba la idea de verse de nuevo castigado.
Subía hasta las alturas de los árboles para agarrar las frutas, aunque siempre llevaba al menos una naranja, que era su fruto preferido y que tan deliciosamente saboreaba.
Le gustaba también, verse confundido con los pájaros y mariposas que revoloteaban en los ramajes.
También admiraba las tardes cuando el sol estaba a punto de perderse más allá del bosque, se ponía a contemplar las bandadas de aves que emprendían vuelo en busca de lugar seguro para pasar la noche, entonces su corazón se llenaba de nostalgia.
Hubiera querido ser una de ellas, y volar libremente sin que la presencia de la madre limitara su tiempo.
No podía comprender por qué no era dueño de aquel espacio libre del que disfrutaban los pájaros.
Con frecuencia, se sentía de especie inferior, la más desdichada del bosque. Pero un día se entretuvo mirando cómo una bandadas de pájaros chogüís se elevaban buscando el cielo y luego bajaban haciendo parábolas, como si se fuera a enterrar con el sol en la tierra.
A ratos, miraba desde arriba, desde la copa del árbol donde se encontraba, para ver si su madre se acercaba al rancho; podía ver desde allí la vereda por donde, presumiblemente, aparecería ella.
Calculó que bajando rápido le quedaría tiempo para llegar antes a casa, y siguió allí, contemplando el vuelo de las aves.
Miró hacia el cielo, que empezaba a llenarse de estrellas y pensó, mientras suspiraba con tristeza: si tuviera alas volaría hasta allí.
En esas meditaciones se encontraba cuando le llegó de pronto el grito de su madre, que había llegado a casa sin que él la hubiese visto.
Sobresaltado, trató de descender, pero sus pies perdieron apoyó y cayó pesadamente desde las alturas.
La madre no pudo escuchar el único quejido de su hijo…
Tupâ había escuchado los deseos del niño y justo en el momento en que sus ojos se cerraron definitivamente, y antes de que su cuerpecito tocara el suelo, se fue transformando, y tomó la figura de un pájaro chogüî.
Sobre la cabeza de la madre pasó volando y cantando, para meterse entre la bandada.
Según cuenta la leyenda, aquel niño guaraní, convertido en pajaro chogüí, cada día vuelve a los alrededores de su casa, y mientras la madre va y viene del pueblo a su morada, él canta y picotea las naranjas, que por siempre han sido su fruta preferida …
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1 comentario:

mariarosa dijo...

Hola Guillermo, cuanto tiempo sin visitarte.
Había escuchado esta leyenda, pero a sido un placer volver a leerla.

Saludos.