Escrito a mano por Guillermo Jaim
Etcheverry.
En
Inglaterra se vuelve a usar la estilográfica para que los estudiantes aprendan
la grafía. En Francia también se considera que no se debe prescindir de esa
habilidad, pero allí el problema reside en que ya no la dominan ni los
maestros.
Aunque el
mundo adulto no está aún preparado para recibir las nuevas inteligencias de los
niños producto de la tecnología, la pérdida de la habilidad de la escritura
cursiva explica trastornos del aprendizaje que advierten los maestros e inciden
en el desempeño
escolar.
En la
escritura cursiva, el hecho de que las letras estén unidas una a la otra por
trazos permite que el pensamiento fluya con armonía de la mente a la hoja de
papel. Al ligar las letras con la línea, quien escribe vincula los pensamientos
traduciéndolos en palabras.
Por su
parte, el escribir en letra de imprenta implica escindir lo que se piensa en
letras, desguazarlo, anular el tiempo de la frase, interrumpir su ritmo y su
respiración.
Si bien
ya resulta claro que las computadoras son un apéndice de nuestro ser, hay que
advertir que favorecen un pensamiento binario, mientras que la escritura a mano
es rica, diversa, individual, y nos diferencia a unos de
otros.
Habría
que educar a los niños desde la infancia en comprender que la escritura responde
a su voz interior y representa un ejercicio irrenunciable. Los sistemas de
escritura deberían convivir, precisamente por esa calidad que tiene la grafía de
ser un lenguaje del alma que hace únicas a las personas. Su abandono convierte
al mensaje en frío, casi descarnado, en oposición a la escritura cursiva, que es
vehículo y fuente de emociones al revelar la personalidad, el estado de
ánimo.
Posiblemente
sea esto lo que los jóvenes temen, y optan por esconderse en la homogeneización
que posibilita el recurrir a la letra de imprenta. Porque, como lo destaca
Umberto Eco, que interviene activamente en este debate, la escritura cursiva
exige componer la frase mentalmente antes de escribirla, requisito que la
computadora no sugiere.
En todo
caso, la resistencia que ofrecen la pluma y el papel impone una lentitud
reflexiva.
Como en
tantos otros aspectos de la sociedad actual, surge aquí la centralidad del
tiempo. Un artículo reciente en la revista Time, titulado: Duelo por la muerte
de la escritura a mano, señala que es ése un arte perdido, ya que, aunque los
chicos lo aprenden con placer porque lo consideran un rito de pasaje, "nuestro
objetivo es expresar el pensamiento lo más rápidamente posible. Hemos abandonado
la belleza por la velocidad, la artesanía por la
eficiencia.
La
escritura cursiva parece condenada a seguir el camino del latín: dentro de un
tiempo, no la podremos leer". Abriendo una tímida ventana a la individualidad,
aún firmamos a mano. Por poco
tiempo...
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