"Una lógica increíble" de María Rosa Giovanazzi en su última antología: "Entretiempos"(Editorial Dunken).
Una de las últimas locuras de mi padre en sus años de madurez fue ir a vivir a una isla apartada en el Tigre.
Algún que otro fin de semana, yo lo visitaba. Llegaba con la última lancha del viernes. Para alcanzar su casa debía atravesar un trecho de juncos y luego un bosque cerrado de ceibos y sauces, que cubiertos por lianas y enredaderas provocaban admiración por su belleza bajo la luz del sol y un temor constante durante la noche.
Sin embargo él era feliz y hasta lo veía más joven.
Un angosto sendero generado por los vecinos en su ir y venir era mi guía para no equivocar el camino, ya que la selva, así la llamaba mi padre, al ser tan cerrada, resultaba siempre igual. Un viernes en que llegué más tarde que de costumbre, la noche se había unido a la oscuridad de tantos árboles. Fui cruzando el bosque, atenta a cada movimiento o ruido, el miedo se había multiplicado al de otras veces, ni un resto de luna acompañaba mi andar. Tal vez fue mi inseguridad la que provocó la impresión de que alguien me seguía. Caminaba mirando hacia todos lados, el grito de un búho aumentó mi incertidumbre, apuré el paso, un ruido de cañas al quebrarse logró que mi corazón galopara como un potro enloquecido, un carpincho cruzó cerca, tan asustado como yo. Comencé a correr, era tal mi nerviosismo que tropecé con una raíz y caí sobre una maraña de ramas.
Un resplandor rojizo y el humo, que como una niebla comenzaron a cercarme, me obligaron a levantarme, había roto la tela del pantalón, no le di importancia; lo que sí comprendí fue que debía salir cuanto antes de ese infierno de llamas que llegaba desde el río y avanzaban por el bosque. La luminosidad y el olor de las ramas al quemarse me cerraba la garganta, se me hacía difícil respirar y en mi apuro por salir, caí una y otra vez, hasta que me encontré en un claro que anunciaba la zona poblada. Corrí hasta la casa de mi padre. Le conté lo que me había sucedido y observé que me escuchaba muy tranquilo, sin dar muestras de asombro.
—Ahora, mejor descansá —respondió muy calmo.
Me molestó su tranquilidad, su falta de preocupación ante mis palabras, he insistí:
—Hay peligro papá el fuego puede llegar aquí también.
—No te preocupes, ya se está encargando la guardia de bomberos.
Me dormí agotada y confiada en las palabras de mi padre.
Apenas salió el sol fuimos a ver los daños que habría producido el fuego. Dimos vueltas y nada hallamos, ni rastros del incendio.
—Papá te juro que vi las llamas y que el humo no me dejaba respirar.
Mi viejo sonrió y me dijo tranquilamente:
—Te creo, en esta zona suelen suceder esos incendios que aparecen y desaparecen sin dejar huellas; son producto de una incógnita que nadie ha logrado esclarecer, el fuego atraviesa el bosque y desaparece en pocos minutos. Algunos dicen que es una grieta del tiempo que se manifiesta igual a una dimensión desconocida…
Mientras él hablaba, lo escuchaba sorprendida por su serenidad al explicar semejante misterio. Quise seguir discutiendo el tema, no lograba creer que sus explicaciones fueran ciertas, era un cuento fantástico que no podía ser real y que resultaba increíble; pero ante mis ojos, y entre las raíces de un ceibo, el cuerpo de un pobre carpincho achicharrado por el fuego me convenció de guardar silencio.
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