domingo, 25 de julio de 2021

Un poema de Juan Meléndez Valdés (1754-1817).


La noche y el día,
 ¿qué tienen de igual?
    ¿De dónde, donosa,
el lindo lunar
que sobre tu seno
se vino a posar?
   ¿Cómo, di, la nieve
lleva mancha tal?
        La noche y el día,
        ¿qué tienen de igual?
    ¿Qué tienen las sombras
con la claridad,
ni un oscuro punto
con la alba canal
    que un val de azucenas
hiende por mitad?
       La noche y el día,
       ¿qué tienen de igual?
    Premiando sus hojas,
el ciego rapaz
por juego un granate
fue entre ellas a echar;
    mirolo y riose,
y dijo vivaz:
        «La noche y el día,
        ¿qué tienen de igual?»
    En él sus saetas
se puso a probar,
mas nunca lo hallara
su punta fatal;
   y diz que picado,
se le oyó gritar:
       «La noche y el día,
       ¿qué tienen de igual?»
    Entonces su madre
la parda señal
por término puso
de gracia y beldad,
    do clama el deseo
al verse estrellar:
       «La noche y el día,
       ¿qué tienen de igual?»
   Estréllase, y mira,
y torna a mirar,
mientra el pensamiento
mil vueltas le da,
    iluso, perdido,
ansiando encontrar,
         la noche y el día
         ¿qué tienen de igual?
    Cuando tú lo cubres
de un albo cendal,
por sus leves hilos
se pugna escapar.
    ¡Señuelo del gusto!
¡Dulcísimo imán!
        La noche y el día,
        ¿qué tienen de igual?
    Turgente tu seno
se ve palpitar,
y a su blando impulso
él viene y él va;
    diciéndome mudo
con cada compás:
       «La noche y el día,
       ¿qué tienen de igual?»
   Semeja una rosa
que en medio el cristal
de un limpio arroyuelo
meciéndose está,
   clamando yo al verle
subir y bajar:
        «La noche y el día,
        ¿qué tienen de igual?»
   ¡Mi bien!, si alcanzases
la llaga mortal
que tu lunarcito
me pudo causar,
    no así preguntaras,
burlando mi mal:
         «La noche y el día,
         ¿qué tienen de igual?»

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