Palabras del frustrado suicida a la muerte.
Dejar por ti el pan claro, la leche sosegada,
El perro de la sombra y el corro de las voces;
Dejar por ti los jaspes y el caballo del agua,
Los órganos del viento, los vegetales roces.
Dejar por ti, más ocre que toda la miseria,
Mi fulgurar de abejas, de flautas y luciérnagas,
Y aún tú, la cegadora, no quererme en tu valle
Donde todos los días los caminos entregas.
Cerrarme tus dominios, arisca y enconada;
Vedarme tus manzanos, romper por mí tus puentes,
Ver que estoy desvalido y negarme tu nave.
Sentir mi acerbo grito y no hacerte presente.
Dejarme así anhelante y así alucinado,
Sin tu brazo de ámbar redondeándome el hombro,
Mientras en el jardín la tormenta del día
Dobla los alhelíes y enronquece los coros.
Tener la seca lengua tajada y encendida
De contestar las voces del ángel que rechaza,
Y hacerte hielo oscuro, cuando puedes decirme
Para el sueño, la única, la inocente palabra.
El sueño que ya nunca en mis nervios madura
Ni levanta en mi frente su lucero tranquilo,
Ni acomoda en mi pecho, recostada, su luna,
Ni me acerca su espejo de imágenes sin filo.
Me has dejado perdido, mutilado, en la mengua
De mi paso seguro y mi aliento completo.
La de los briosos rasos que ya no me quiere ahora
Y no tengo tampoco tus dormidos corderos.
De nuevo en el dominio del sol amargo, amargo,
Ya te vuelvo la espalda hacia los duros llanos,
Hacia las malas tierras de gramíneas estériles,
De juncos maltratados e inútiles veranos.
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