Por mi propia formación nunca he
sido un hombre de exagerar situaciones ni de creer en fantasmas ni aparecidos.
Eso sí, siempre he sido respetuoso de las creencias de los demás. Y antes que
hablar más me gusta escuchar.
Estoy orgulloso de mi trabajo
cuando presté servicios en la
Policía de Río Negro. Pocos se podrán imaginar que esta
profesión tiene muchos sinsabores y algunas pocas satisfacciones, sobre todo
cuando uno se ha esforzado por hacer las cosas bien.
Y también que por los traslados,
que generalmente se producen cada dos años, a pesar del perjuicio que ocasionan
a la familia, tienen de positivo que uno se enriquece conociendo muchos
lugares, personas y costumbres. Ciudades, pueblos chiquitos y hasta parajes
perdidos en la meseta patagónica, en los que hay que hacer de todo, desde
juntar leña, carnear algún animal para la comida, traer un enfermo al pueblo y a
veces hasta oficiar de partero donde no hay centros asistenciales.
Después de trabajar en la
comisaría de Bariloche, sorpresivamente, como habitualmente se hace, un día recibí
el radiograma donde desde la
Jefatura se ordenaba mi traslado a un pequeño lugar de la
Línea Sur conocido como Sierra Pailemán, a
casi sesenta kilómetros de Valcheta, un hermoso pueblo éste que ya conocía por
haber pasado alguna vez.
Siempre me interesó conocer la
historia de cada lugar y preguntando me enteré que Pailemán quiere decir en
lengua mapuche “cóndor echado de espaldas”. Pero yo miraba el cielo y nunca veía un cóndor, hasta que muchos años después
en ese paraje un programa llamado “Desde los Andes al mar” los reinstaló allí
con todos los cuidados.
Estaba habituado a los rigores
del clima patagónico, pero en Pailemán los inviernos son realmente muy crudos
con temperaturas de muchos grados bajo cero y los veranos sumamente calurosos.
El paraje es muy bonito y su
gente muy buena. Hay algunas plantaciones de frutales y siempre algún asado está aguardando, es que no hay
muchas diversiones para que los pobladores se puedan entretener en sus horas
libres.
Yo tenía en aquellos años una
camioneta Ford F 100, porque en el campo hay que tener vehículos fuertes,
nobles y de mecánica sencilla para andar entre los pedreros y las rutas de
ripio. La 23 todavía no estaba pavimentada como ahora.
Como me hacían falta algunas
provisiones tomé la decisión de viajar hasta Valcheta para comprar sobre todo
verduras frescas y algo de indumentaria, entre otras cosas.
Salí temprano de Pailemán y cosa
rara esta vez viajaba solo, no tenía ningún acompañante que necesitara viajar
al pueblo por alguna necesidad.
Siempre me gustó mucho pensar. Y
en este oficio de policía había visto muchas cosas y pasado por situaciones
donde había que demostrar cierto coraje y valentía. Sin embargo…
Venía con estas cavilaciones
cuando en la primera tranquera veo a una figura humana que estaba esperando
seguramente que alguien la lleve hasta el empalme con la 23.
Voy aminorando la marcha y distingo a una señora que portaba una especie
paraguas y estaba vestida de blanco como
una dama antigua, situación que mucho no me llamó la atención porque la gente
de campo raramente anda a la moda como los puebleros.
Freno, bajo el vidrio, y le
pregunto en que la podía servir, si necesitaba algo. Aclaro que en la Patagonia toda la gente
en la ruta es más servicial para dar una mano al que lo necesita.
La mujer, cuyo rostro no me llamo
mucho la atención porque no era nadie que hubiera conocido, me pidió si no la
podía llevar para dejarla en el cruce porque tenía que ir hasta la ciudad de
Viedma y allí era más fácil encontrar un
medio de transporte que la deje en su destino.
Yo pensé que a lo mejor la mujer
estaba de visita en alguno de los establecimientos cercanos. Por supuesto que
accedí a lo solicitado. Me bajé, le abrí la puerta del lado del acompañante y
la invirté a subir a la camioneta. La cercanía a su cabello, que llevaba ceñido
con una cintita de color, me invadió con una aroma como a violetas, que me hizo
recordar un perfume que muchos años antes usaba mi madre.
Cuando me acomodo nuevamente al
volante de la Ford ,
mi oficio de policía siempre despierto, advirtió nuevamente en la rareza del
vestido de la dama, en el aroma a violetas que exhalaba su cabellera, en el
extraño paraguas cuando el día estaba completamente despejado y en especial un
detalle muy particular, que a cualquiera lo haría sospechar: no llevaba ningún
equipaje. ¡Qué cosa más rara!
Al hacer menos de una legua y
atento al camino que estaba en muy malas condiciones, intrigado quise hacerle
algunas preguntas para aclarar el misterio, pero cuando miro a mi lado: ¡No
había nadie! ¡La misteriosa dama de blanco se había esfumado en el aire!
¡Estaba yo solo en la cabina de la camioneta!!
Y allí a pesar de mi formación
policial, tuve miedo, mucho miedo. Y comencé a temblar. Ni siquiera podía
controlar mis movimientos y solamente me aferraba al volante imprimiendo al
acelerador una velocidad desacostumbrada para mí.
Algo más calmado llegué a
Valcheta. Pero ¿qué hacer? ¿A quién
contarle mi historia? ¿Al Comisario? Me tomarían seguro por un fabulador o lo que
es peor por un insano y hasta me podía costar un sumario.
Pasaron los días y los años y
nunca perdí del todo el miedo a los caminos solitarios. Después, mucho después,
en alguna guitarreada donde también se hablaba de luces malas, de aparecidos y
de fantasmas, un viejo poblador para mi sorpresa comenzó a mentar la desventura
de la “dama de blanco” que se aparecía en la primera tranquera de Pailemán. Y
explicaba que fue la dueña de un
establecimiento de campo que había heredado y que siempre vio siempre
frustradas sus ganas de irse del paraje para regresar a su ciudad, muriendo y
siendo allí y siendo sepultada en el mismo.
Y es por eso que su fantasma en algunas ocasiones hace dedo en
la ruta para irse del lugar y cumplir de alguna forma los sueños que estando en
vida no pudo concretar.
Han pasado los años, yo ya estoy
retirado del servicio activo, pero a veces cuando me invaden los recuerdos de tantas
cosas vividas, me viene a la memoria la figura de la dama de blanco y su
paraguas, parada haciendo dedo en primera tranquera de Sierra Pailemán.
Jorge Castañeda escritor patagónico - Valcheta (pcia. de Río Negro), Patagonia Argentina.
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