UN CUENTO DE SILVIA ANGÉLICA MONTOTO DE LÁZZERI.
ESCRITORES PATAGÓNICOS.
LA NEVADA DEL ´48.
Fue en julio de 1948.
La tarde
ya estaba promediando y el viejo Antonio no lograba llegar al rancho con la
carga de leña que había ido a buscar al monte apenas amanecía.
-¡Vamos Pichuco, Luna!- les gritaba a las
bestias, azuzándolas con el látigo que dibujaba en el aire su propio
cansancio.
-Están viejos ya, ¡Qué más puedo pedirles a
estos pobres matungos!-pensó- Bastante me han dado.
Sin embargo Antonio sabía que necesitaba un
esfuerzo más.
Una tormenta de nieve se avecinaba por el Este y
él conocía lo que eso significaba.
Apenas pudo cargar medio carro con raíces y
ramas de piquillín y matasebo. El Turco Abdala ya se lo había advertido: -La
última carga que ti doy. Turco ya ser demasiado generoso con paisano Antonio. El
campo es de Abdala y de aquí no se saca un tronco más. ¿Me entiendí
Usté?
¡Vaya si lo había entendido! Sabía que de ahora
en más la escopeta del turco estaría alerta. No era hombre de promesas vanas, y
un gesto amargo asomó a su rostro curtido por el viento.
¡Vamos
Pichuco…fuerza Luna!...
Los animales subían sudorosos la última cuesta.
Babeantes sus fauces, opacos sus ojos, y sobre las costillas, las varas
pelándoles el cuero. La silueta del rancho asomó por fin en la lejanía. Un
hilito de humo, como un suspiro agónico se elevaba desde la chimenea.
-Se están yendo las ultimas leñitas –pensó- ¡La
pucha que duran poco!
En el rancho, arrebujada bajo las mantas y el
quillango de zorro, estaba la Carmen, apagándose lentamente como los últimos
destellos del piquillín en la chimenea.
Hacía 15 días que Antonio había terminado la
changuita que, más por lastima que por necesidad, le había dado el vasco
Wenceslao en la estancia. En el fondo del tarrito que hacia las veces de
alcancía, sonaban apenas las últimas monedas.
Llegó finalmente al puesto y arrimó el carro al
cobertizo donde almacenaba la leña. Desató los caballos y los llevó al
bebedero.
En los ojos de Luna, esa yegüita alazana que por
tantos caminos lo había acompañado sin desmayos, Antonio creyó leer un gesto de
agradecimiento.
Pasó la mano por su grupa y arrimando su cabeza
a la de la bestia le susurró en la oreja
-¡Gracias Lunita,… Ud. sí que es una hembra guapa y linda!-… ¡No se me ponga
celoso Pichuco que Ud también tiene lo suyo amigo!...-agregó, acariciando al
otro animal.
Al cruzar el patio para entrar al rancho, una
bandada de gorriones voló a baja altura. -¡Estos espían la tormenta!- pensó- ¡De
seguro no pasa de esta noche!.
El rancho estaba frío y húmedo. Una capa de humo
cortaba el aire. En el fogón, los últimos rescoldos parecían ojos de gatos en la
oscuridad.
Un bulto casi imperceptible en un rincón de la
única pieza del ranchito se movía apenas, era el cuerpo de la Carmen. Su brazo
colgaba a una costado del camastro sarmentoso y seco como un tronco de
viña.
Antonio le arrimó un vaso de agua a los labios
resecos por la fiebre. La mujer apenas abrió los ojos.
-¿Se acuerda Carmencita cuando la traje
pal`rancho? Era como en noviembre y los neneos estaban verdecitos. Yo le hice un
ramo de lágrimas de la Virgen y se los puse en el escote…¡Qué vergüenza tenía mi
novia, y yo estaba orgulloso con mi paisanita nueva…
-¿Cuántas nevazones habrán caído desde
entonces? ¡Vaya uno a saber, ya ni me acuerdo!
Antonio descargó luego la leña y la acomodó en
el cobertizo. Acarreó unas brazadas para el rancho, encendió la hoguera y cocinó
el pan en el horno de barro.
Era medianoche cuando empezó a nevar, sólo se
oía el sonido apagado de los copos al caer sobre el techo.
Antonio no tenía sueño, estaba inquieto por la
Carmen que se quejaba y se revolvía en el camastro.
Sentado junto al fuego el resplandor de las
llamas iluminaba su rostro ajado, con los ojos abiertos en la noche, viajaba en
el infinito tren de los recuerdos.
Hacía treinta años que había venido por primera
vez a los pagos de Colitoro para la esquila en la estancia de Wenceslao. Era
verano, los neneos reventaban de capullos y el aroma inconfundible del campo
esparcido en la brisa, llenaba sus jóvenes pulmones, mientras pensaba en aquella
muchacha del pueblo que le había robado
el corazón.
Antonio trabajó duro, no podía presentarse ante
la Carmencita con pretensiones de casorio sin una moneda en el bolsillo, porque
si era grande su amor, más grande era su orgullo.
A fuerza de sacrificios logró su
objetivo.
Juntos levantaron el rancho, prepararon la
huerta, criaron gallinas y conejos, compraron una vaquita y algunos chivos que
Antonio vendió en el pueblo, con lo que vivían felices.
Al año nació el Jacinto, su único hijo al que
criaron lo mejor que pudieron.
El muchacho, sin embargo, salió de mala entraña:
Rebelde, pendenciero y haragán. Poco a poco se alejó del rancho.
-¡Déjalo que se curta mujer, que sepa lo que es
la vida!- le decía Antonio para consolar a la pobre madre que vivía
penando.
Y el Jacinto encontró el destino que había
buscado…
La policía lo encontró cuatrereando a unas
leguas del puesto y lo mató sin asco al desobedecer la orden de alto.
Con sus propias manos Antonio lo enterró en el
fondo del patio, con las mismas manos callosas que habían trabajado sin descanso
para hacerlo un hombre derecho.
La Carmen no se repuso más de aquel duro golpe.
Junto a su hijo se habían ido todas sus alegrías.
En vano fueron los esfuerzos de Antonio quien no
pudo volver a arrancar jamás una sonrisa de aquel rostro amado.
Casi amanecía…el fuego se había apagado. Apenas
reverberaban algunos tizones. La nieve seguía cayendo cada vez más densa, cada
vez más callada, moldeando los contornos irregulares del campo: ramas espinosas,
redondeados coirones como copos de algodón y en esa inmensidad de soledades, en
esa etapa blanca e infinita, el ranchito, como un mojón, donde un hombre y una
mujer se consumían lentamente en aquel invierno del 48.
Homenaje a mi gente querida de la
Línea Sur, que tanto vi sufrir en mis días de infancia en aquel invierno del
48.
Silvia Angélica Montoto de
Lazzeri,
tiene en su haber publicados varios libros de poemas y cuentos. De los libros de cuentos está "Otro gallo cantaría y otros
cuentos" de Editorial La Lámpara, 2004 cuando decidió darle una tregua a sus inspiraciones poéticas para dar paso a los cuentos. Este libro incluye cuentos que los denomina "Cuentos urbanos" y "Cuentos rurales".
"La nevada del ´48" está inspirado en vivencias del crudo invierno en postergada Línea Sur Rionegrina, páginas 85 al 89.
1 comentario:
Una historia triste y tal vez por lo real duele más. Saludos y aplausos a la autora, ha sido un gusto leerla.
mariarosa
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