Isla mía, ¡qué bella eres y qué dulce! Tu cielo es un cielo
vivo, todavía con un color de ángel, con un envés de estrellas
Tu mar es el último refugio de los delfines antiguos y las
sirenas desmaradas.
Vértebras de cobre tienen tus serranías y mágicos
crepúsculos se encienden bajo el fanal de tu aire.
Descanso de gaviotas y petreles, avemaría de navegantes,
antena de América: hay en ti la ternura de las cosas pequeñas y el señorío de
las grandes cosas
Sigues siendo la tierra más hermosa que ojos humanos
contemplaron. Sigues siendo la novia de Colón, la Benjamina bien amada, el
paraíso encontrado.
Eres, a un tiempo mismo, sencilla y altiva como Hatuey;
ardiente y casta como Guarina.
Eres deleitosa como las frutas de tus árboles, como la
palabra de tu apóstol.
Hueles a pomarrosa y a jazmines; hueles a tierra limpia, a
mar, a cielo.
Cuando te pintan en los mapas, a contraluz sobre ese azul
intenso de litografía, pareces una fina iguana de oro, un manjuarí dormido a
flor de agua.
Pero también pareces un arco entesado que un invisible
sagitario blande en la sombra, apunta a nuestro corazón.
Isla grácil, te visten las auroras y las lluvias; te abanica
el terral; te bailan los solsticios de verano.
Como diana libre y diosa, no quieres más diadema que la
luna, ni más escudo que el sol naciente con tu palma real.
La mala bestia no medró en tus predios, y jamás ha muerto en
ti un solo pájaro de frío.
Idílicas abejas pueblan de miel la urdimbre de tus frondas;
allí vibra el zunzún desprendido del iris, y destilan música viva los
sinsontes.
Escarcha de sal y de luceros, te duermes, isla niña, en la
noche del trópico. Te reclinas blandamente en la hamaca de las olas.
Tienes la rosa de los vientos prendida a tu cintura; tus
mayos están llenos de cocuyos; tus campos son de menta, y tus playas, de
azúcar.
Varas de san José en trance de bodas, tórnanse todos los
gajos secos clavados en tu tierra taumatúrgica. Roca de Moisés, todas tus
piedras preñadas de surtidores.
Vela un arcángel tras cada zarza tuya, y una escala de Jacob
se tiende cada noche para el hombre que duerme en paz sobre tu suelo.
Otra escala sutil es para él, el humo rosa del tabaco que le
alegra las siestas y le aroma de sueños el camino.
Para el hombre hay en ti, isla clarísima un regocijo de ser
hombre, una razón, una íntima dignidad de serlo.
Tú eres por excelencia la muy cordial, la muy gentil. Tú te
ofreces a todos aromática y graciosa como una taza de café; pero no te vendes a
nadie. Te desangras a veces como los pelícanos eucarísticos, pero nunca, como
las sordas criaturas de las tinieblas, sorbiste sangre de otras criaturas.
Isla esbelta y juncal, yo te amaría aunque hubiera sido otra
tierra mi tierra, pues también te aman los que bajaron del septentrión brumoso,
o del vergel mediterráneo, o del lejano país del loto.
Isla mía, isla fragante, flor de islas: tenme siempre,
náceme siempre, deshoja una por una todas mis fugas.
Y guárdame la última, bajo un poco de arena soleada... ¡a la
orilla del golfo donde todos los años hacen su misterioso nido los ciclones!
Dulce María Loynaz de Castillo.
Dulce María Loynaz Muñoz (La Habana, 10 de diciembre de 1902
- La Habana, 27 de abril de 1997) fue una escritora cubana, considerada una de
las principales figuras de la lírica cubana y universal. Mereció el premio
Miguel de Cervantes en 1992.
En el linaje de la Loynaz se entrecruzan importantes
personalidades cubanas y universales, su propio padre, Enrique Loynaz del
Castillo, poeta y General del Ejército Mambí, Ignacio Agramonte y Loynaz, la
destacada poetisa Gertrudis Gómez de Avellaneda y Martín de la Ascensión, uno
de los 26 mártires de Japón al que le dedicara un extenso poema en prosa.
Publicó sus primeros poemas en La Nación 1920, año en que también visitó a los
Estados Unidos. A partir de esa fecha realiza numerosos viajes por Norteamérica
y casi toda Europa. Sus viajes incluyeron visitas a Turquía, Siria, Libia,
Palestina y Egipto. Visitó México en 1937, varios países de América del Sur
entre 1946 y 1947 y las Islas Canarias en 1947 y 1951, donde fue declarada hija
adoptiva. (Wikipedia).
Premio Cervantes 1992. Hija del General del Ejército
Libertador, Enrique Loynaz del Castillo, y de María de las Mercedes Muñoz
Sañudo. Se doctoró en Derecho en la Universidad de La Habana.
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