LA NOCHE Y VOS.
en el día del TANGO PARA TODOS LOS TANGUEROS.
Corría la década del 40…
Cuando la luna, como un farol, iluminaba el paisaje del arrabal porteño, aparecía por los andurriales del bajo la emblemática silueta de “El Zorzalito.”
Iba peinando de punta y taco las imperfecciones del empedrado. De su brazo colgaba la guitarra como una prolongación de sí mismo.
Brillaba el charol de sus zapatos y el blanco de sus polainas. En el cuello llevaba un lengue de seda y sobre la cabeza, como protegiendo sus sueños, un chambergo gardeliano salpicado de garúa.
Los cófrades de la milonga lo llamaban “El Zorzalito” y él no los defraudaba, porque tenía del “Zorzal criollo”, la cadencia en la voz y su porte, aunque a diferencia del gran mito, él era un cantor anónimo, sólo conocido en los cafetines de barrio.
“El Zorzalito” no conocía siquiera lo que era un pentagrama. No sabía leer ni escribir. Apenas dibujaba su nombre, pero tenía sin embargo, un oído privilegiado y llevaba en el alma la pincelada mágica de un poeta.
Expresaba en forma innata el verso y la melodía de sus creaciones en perfecta amalgama. Era, aunque parezca ambicioso decirlo, un gran letrista, un canta-autor que pintaba con natural sabiduría el paisaje de la ciudad y la historia melancólica de su gente.
El amor, la tristeza y las mujeres…incorregiblemente romántica y nostálgica era su poesía.
Él la inventaba, la musicalizaba, la recreaba y dejaba cada noche en la bohemia de los corazones.
-¡Otra “Zorzalito”!, ¡Bravo, sos un fenómeno!
-¡Grande maestro, no te mueras nunca! …
Estas, eran algunas de las expresiones con que lo alentaban cada noche sus admiradores.
Sin embargo, la noche y el alcohol, ese cruel binomio que empuja a los seres humanos hacia la irreparable decadencia, lo llevó lentamente hacia el abismo de la soledad y el abandono.
Las voces de elogio se acallaron poco a poco, como se apagaron su guitarra y su voz.
El empedrado amigo que devolvía el eco de su andar de guapo, ya no está. Ahora se desliza a duras penas por el asfalto impiadoso, perdido entre las brumas del alcohol.
Es agosto y la brisa helada del río se une al temblor que le producen el hambre y la debilidad.
La noche lo envuelve y el “Zorzalito” busca un asilo para guarecerse.
Las luminarias de un cartel impactan de pronto en su cerebro gastado.El “Zorzalito” no sabe leer pero su instinto le dicta un acercamiento.Asocia las luces con la felicidad y camina hacia ellas como un autómata.
Sube con dificultad los escalones de la entrada al salón. Se queda observando el paso del público que ingresa.
Hermosas mujeres que dejan al pasar un halo de exquisita fragancia. Elegantes varones que guían su paso en un juego sutil de seducción.
Alguien lo empuja para sacarlo del camino. Le dice que se aleje…Su figura marchita molesta.
El “Zorzalito” se queda allí, como aturdido.
La música llega hasta sus oídos invitándolo a pasar. Empequeñece dentro de su saco grande y harapiento.Se cuela entre la gente y se escurre lentamente hasta el escenario, donde en pocos momentos más, comenzará la actuación de la gran orquesta del maestro Coronado, según está anunciando el presentador.
“Señoras y Señores, la orquesta típica del maestro Francisco Coronado – dice- acaba de llegar al país después de una gloriosa gira por el exterior.
El maestro nos ha representado en el viejo mundo a través de su música y la sentida letra de sus creaciones poéticas, en Grecia, Japón, España, Francia…Su nombre y su talento nos enorgullecen. El público lo espera, quiere brindar un justo homenaje a este gran exponente de la música ciudadana.
Esta hermosa cortina musical que ustedes escuchan mientras esperamos su presentación, es nada menos que “LA NOCHE Y VOS”, el tango de su autoría que lo llenó de éxito y arrancó lágrimas de emoción en el público extranjero. Hoy lo estrenará en vivo, en este país y en este escenario…”
Los compaces del tango van cayendo sobre el corazón de “El Zorzalito” como una fina garúa de nostalgias…Se levanta, comienza a canturrear casi en un susurro, luego, su voz se alza más y más. Gesticula, llora sobre su guitarra imaginaria…Su viejo tango lo envuelve como una serpentina de gloria.
El no entiende que ya no es suyo…que se lo han robado…El sólo sabe que su tango ha vuelto a posarse sobre su corazón. ¡Ahora se siente menos solo…!
* Autor: Silvia Angélica Montoto escritora patagónica argentina que reside en la localidad de Villa Regina, provincia de Río Negro.
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