lunes, 13 de diciembre de 2021

LA SILLA VACÍA por Silvia Angélica Montoto.

 



LA SILLA VACÍA.

Termino los preparativos para la cena de Nochebuena y de pronto, el cansancio se hace presente en todo mi ser…
Hace calor, mis piernas están hinchadas y un incipiente dolor comienza a instalarse en mi nuca. Tomo un vaso de agua como buscando en ese trago largo y refrescante, las fuerzas que necesito para continuar…

Es temprano, aún faltan dos horas para que todos comiencen a llegar. El esfuerzo vale la pena, le he ganado al tiempo. Sólo falta poner la mesa y encender las luces del arbolito.
Busco el mantel blanco, aquel que sólo uso para los grandes acontecimientos. Voy a poner los vasos comunes para los niños, pero luego desisto… ¡Hoy es un día especial, si una copa fina se rompe qué más da, ellos se sentirán más importantes! –pienso con una sonrisa.
No falta ningún detalle: una flor y una ramita de pino junto a cada plato. Velas rojas, largas y perfumadas para encender a la hora del brindis. Sobre los laterales de la larga mesa junto un poquito más las sillas para que alcancen los espacios. Cinco sillas de cada lado y una en cada cabecera. Doce en total. Están todos los lugares perfectamente distribuidos.
Cuento luego los regalos al pie del árbol. Me parece que sólo hay once… Pero no, seguramente alguno no está visible… ¡Es que mi cabeza no tiene ya lucidez!…
Antes de ir a mi cuarto para sacar la ropa y darme una ducha, coloco una varita de sahumerio y el ambiente comienza a llenarse de un suave aroma a sándalo.
A la 22 hs. comienzan a llegar todos. Los más chiquitos están como sacados de un cuadro. Sonrío pensando qué les quedará de tanta paquetería cuando llegue la medianoche…
Con disimulo rondan el arbolito con la tentación de averiguar con sus ojos puestos en la punta de los dedos…pero ante la mirada cómplice del abuelo, garantizándoles que cada uno tiene lo suyo, toman prudente distancia
. -¡Chicos a la mesa!...Es la voz de mi hija. –No se alboroten que cada uno tiene su lugar.
Van ubicándose entre risas y juegos. Luego se agregan los mayores entretenidos en diferentes conversaciones.
Doy un último vistazo antes de servir…
El humo del sándalo que aún persiste en el ambiente me da la sensación de una leve borrachera…
Ya con la bandeja en la mano, escucho la voz de mi nieta mayor:
-Abuela aquí sobra un plato.
-Y una silla – agrega mi otra nieta.
-¡Viejita, hay un lugar de más!… ¿Qué te pasa no te sentís bien? – Pregunta mi hijo-
- No me pasa nada, todo está bien, me debo haber confundido…
-¡La abuela no sabe contar!... – dijo el mayor de los varones, y los demás se largan a reír…
Me acerco a la mesa, retiro la silla, luego el plato, los cubiertos…Dejo la copa de cristal… (¡Ojalá Él hubiera podido romperla esta noche!)… – Pienso - y las lágrimas nublan mis ojos. También dejo la flor y la ramita de pino en su lugar.
A medianoche un ángel rubio, que sólo mis ojos pueden ver, levanta su copa y brinda conmigo.
Silvia Angélica Montoto.
Escritora patagónica argentina que reside en la localidad de Villa Regina, provincia de Río Negro.

Se vuelve a publicar.

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