A fines del siglo diecinueve, las potencias coloniales
europeas se reunieron, en Berlín, para repartirse el África.
Fue larga y dura la pelea por el botín colonial, las selvas, los ríos, las montañas, los suelos, los subsuelos, hasta que las nuevas fronteras fueron dibujadas y en el día de hoy de 1885 se firmó, en nombre de Dios Todopoderoso, el Acta General.
Los amos europeos
tuvieron el buen gusto de no mencionar el oro, los diamantes, el marfil, el
petróleo, el caucho, el estaño, el cacao, el café ni el aceite de palma; prohibieron que la esclavitud fuera llamada
por su nombre; llamaron sociedades
filantrópicas a las empresas que proporcionaban carne humana al mercado
mundial; advirtieron que actuaban movidos por el deseo de favorecer el
desarrollo del comercio y de la Civilización y, por si hubiera alguna duda,
aclararon que actuaban preocupados por aumentar el bienestar moral y material
de las poblaciones indígenas.
Así Europa inventó el nuevo mapa del África.
Ningún africano estuvo, ni de adorno, en esa reunión cumbre.
Febrero 27.
También los bancos son mortales.
Todo verdor perecerá, había anunciado la Biblia.
En 1995, el Banco Barings, el más antiguo de Inglaterra,
cayó en bancarrota. Una semana después, fue vendido por un precio total de una
(1) libra esterlina.
Este banco había sido
el brazo financiero del imperio británico. La independencia y la deuda externa
nacieron juntas en América Latina. Todos nacimos debiendo. En nuestras tierras,
el Banco Barings compró países, alquiló próceres, financió guerras.
Y se creyó inmortal.
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