Las historias que don Braulio relataba entre mate y mate eran para Pedro, parte de su vida, se compenetraba en cada palabra del viejo. Creía estar viviendo en un Buenos Aires perdido en el tiempo. Mundo de taitas y malevos.
Su barrio, actualmente tranquilo, había sido en otros años, ya lejanos, elegido por los guapos. Acostumbraban a solucionar sus querellas con duelos a cuchillo. En esas mismas veredas por las que él transitaba, muchos dejaron su vida en un encontronazo. Las leyendas quedaron grabadas en algunos viejos habitantes, entre ellos don Braulio, quien sabía relatar la vida de los taitas y malevos con el suspenso que a los jóvenes les encantaba escuchar, pero ninguno tan fanático de esos relatos como Pedro.
En aquellas épocas el barrio lucía otra apariencia, explicaba don Braulio, las casas eran chatas, los patios cubiertos por glicinas o parras. En las esquinas, los faroles nocturnos parpadeaban dando a las sombras apariencias casi humanas, jugando a la escondida.
El celular, la notebook, mantenían a Pedro actualizado durante el día, pero llegaba la noche y algo superior lo empujaba a la esquina de Congreso y Mariano Acha. Ella lo atraía, como si fuera una mujer suave y perfumada. Lo transportaba hacía ese mundo paralelo y misterioso en el que sólo él, lograba penetrar y donde el pasado cobraba actualidad.
Por eso no le asombraba, cruzarse cada noche con algún guapo de sombrero reclinado, no comprendía que su fanatismo lo alejaba de la realidad y que esas personas que veía en sus caminatas eran seres llegados desde otra dimensión a los cuales su fuerza mental atraía hasta un mundo que no les pertenecía.
Al que reconocía entre todos, era al malevo Funes, el más valiente de todos los guapos del barrio. Cargaba una mochila de duelos y muertes, que exaltaban su fama, siempre salía triunfante. Ninguno lo igualaba en valor y coraje. Don Braulio lo describía tan bien en sus relatos, que era fácil reconocerlo; alto, de traje oscuro y cruzado, lengue blanco al pecho y el puñal, sugerente, levantaba el saco del lado izquierdo. Funes era zurdo y no cruzaba el brazo por detrás para retirar su hoja, corta y filosa. Detalles que lo hacían rápido al momento de medirse a duelo.
Una de esas noches en que Pedro atravesaba la dimensión de la fantasía, el malevo se detuvo cerca de él, emocionado, no pudo evitar saludarlo.
—Buenas Malevo Funes, ¿cómo anda?
El otro lo miró de arriba abajo con desprecio y siguió su camino sin responder el saludo.
Pedro avergonzado, bajo la cabeza. Su admirado Malevo le había negado el saludo, a él, que lo consideraba el mayor exponente de los cuchilleros porteños. A él, que lo creía su ídolo. Pedro no admiraba a Maradona en futbol ni a Ginobili en básquet ni a Del potro en tenis, sólo admiraba al malevo Funes el más guapo de todos los guapos.
Ofendido se volvió para encararlo y preguntarle el motivo de su gesto desdeñoso y lo que vio le cortó la respiración.
Las manos del malevo estaban apoyadas en la cintura de un joven de cabello ensortijado, Funes le soplaba una basurita del ojo. Hasta allí, podría ser normal, lo que desencantó a Pedro, fue el largo beso con que el malevo le partió la boca al joven de pelo ensortijado.
Pedro se alejó por la calle Congreso, con una lágrima rodando por su cara…
Simplemente me encantó por ese motivo lo publico.
Gracias por vuestra creación "UNA DE MALEVOS" de Maria Rosa Giovanazzi.
http://mariarosag.blogspot.com/
1 comentario:
Gracias Guillermo.
Un abrazo.
mariarosa
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