Era
el zorro.
El
almizclado visitante nocturno de los gallineros, a quien la imaginación popular
había dotado de extraordinaria sagacidad, la cual lucía en innumerables cuentos
que solían contarse, sobre todo a la gente menuda.
Eran
años de vida serena, tranquila, donde no existían entretenimientos nocturnos
para los niños. Entonces los cuentos o relatos, que comenzaban junto al fuego de
la cocina, constituían el nudo de atracción, que muchas veces se prolongaba
después de la cena cuando llegaba la hora de dormir. Ya en la cama, alumbrado el
cuarto con la luz de una vela de esperma, que hacía bailar extrañas sombras en
los muros, las personas mayores solían contar inverosímiles aventuras del pícaro
zorro, al que siempre ponían en algún incidente con el quirquincho, personaje
feo y humilde, a quien la gente daba categoría de héroe. Los chicos escuchaban
el cuento con los ojos abiertos de asombro, hasta llegar al final jocoso que
encontraba sus párpados para iniciar la jornada del sueño. Siempre estos
cuentos, especie de fábulas criollas, versaban sobre acontecimientos
camperos.
Había uno que relataba un encuentro del
quirquincho con el zorro en
la cornisa de una
barranca que daba sobre la angosta quebrada por donde solían pasar unos caballos
mostrencos. Ambos saludáronse amablemente, y el zorro - como era su costumbre-
comenzó a autoalabarse de sus habilidades de pialador y enlazador. "Nadie me
gana a manejar un lazo", decía con aire suficiente, mientras miraba
despectivamente de soslayo al quirquincho, que callado y prudente atendía las
palabras de su inmodesto compadre. Al poco rato aparecieron en el lugar los
caballos, y el quirquincho, ante la alabanza de su compadre el zorro, le propuso
hacer una apuesta sobre quién era más diestro en el manejo del lazo. Aceptó el
zorro y le dijo: "Ud, compadre pruebe primero, yo arriaré la tropilla para este
lado para que haga su tiro de lazo". Así convinieron, el quirquincho corrió su
cueva que daba sobre las barrancas y en el fondo de la misma, construida de
zig-zag, clavó una estaca donde amarró una punta del lazo. Salió afuera en
momentos en que la caballada llegaba batiendo el suelo con el tropel de sus
golpes. Boleó el lazo con destreza y la armada se ciñó en el pescuezo de un
potro joven. El quirquincho corrió al interior de la cueva, y el lazo al cimbrar
con el tirón dio por tierra con el animal enlazado. El zorro que vio la escena,
quedó asombrado, y preguntó al quirquincho: ¿Tiene tata fuerza compadre? "No - respondió con
modestia- solamente corrí en dirección contraria dentro de mi cueva y lo demás
lo hizo el lazo".
El
zorro que nunca había enlazado, creyó estar en posesión del secreto de cómo se
domina un caballo. Entró a su cueva, construida rectamente, se ató u extremo del
lazo en la cintura y salió afuera. "Eche nomás los caballos", gritó al
quirquincho que no se hizo esperar. Pasaron en tropel levantando una nube de
polvo, el zorro arrojó la armada que ciñó a un potro cerril por medio pecho y
corrió al interior de su cueva. El cimbrón sacó al zorro como una bala de cañón,
dando con su lomo contra el suelo, siendo arrastrado por el potro que no se
detenía en su carrera. ¡"Sujete! ¡Sujete!", gritaba el quirquincho, y el zorro
para no reconocer su derrota contestaba entre golpe y golpe:"¡No se aflija
compadre, le estoy dando lazo para cimbrar mejor!... El zorro desapareció tras
la densa polvareda mientras el quirquincho retornó tranquilamente a descansar a
su cueva.
A
este estilo eran los cuentos salteños de aquel entonces tan lejano, donde
los
entretenimientos de grandes y chicos conservaban un límpido dejo de
ingenuidad.
Los
años fueron transcurriendo y las costumbres fueron cambiando. Evolucionando,
como dicen muchos. Y Carlitos Chaplin ocupó el lugar del quirquincho y el zorro,
después los dibujos animados de Walt Disney y las audiciones de
radio.
Hoy
la televisión acapara la atención de grandes y chicos, relegando al olvido las
inocentes fábulas camperas que acunaron en un lejano ayer tantos sueños
infantiles junto a las sombras danzarinas que dibujaba la llama de una
vela.
Fuente:
"Crónica del Noa" -08/03/1982.
LOS 4 RUMBOS DEL FOLKLORE de Lydia Musachi, El Trebol (provincia de Santa Fe).
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