Este país me somete a su pasión, a su locura,
a la droga de tardes incendiarias
donde volcanes caminan horizontes abajo
sin que nadie los detenga.
Este país me pone sus pies fríos sobre el pecho
su rostro de máscara ilegible extendido como burla.
Me obliga a implorarle al viento que me explique la
voracidad de este engaño.
El rasguño, el rapto, el olor a podrido que se escapa a veces
de sus flores
más esplendorosas.
Este país sabe que no quiero ver su vientre adolorido,
sus vísceras laceradas, las cicatrices de múltiples heridas
la huella de punzantes dardos, de puñales enterrados.
Este país me hace odiar que mis sentidos no discriminen
y borren las visiones oscuras antes de que me toquen:
Espaldas apaleadas que gimen como bocas,
rostros maltrechos desalojados por la esperanza.
Este país suda sus mediodías luminosos
para que yo crea en la torva perversidad de su belleza.
Para que no levante el sudario resplandeciente de sus
paisajes,
y vea a la muerte traficando huesos bajo mis narices.
Embadurnadad de lágrimas me tiene este país.
Sale la luna alfanje a descabezar luciérnagas.
Los grillos cantan notas de sopranos imposibles.
Los vientos alisios revietnan olas invisibles en mi balcón.
Pero ya no hay belleza que me engañe,
ni arrullo que me haga dormir.
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