Dios te socorra
Hermanos Grimm
Había una vez dos hermanas, una de las cuales era rica y sin
hijos y la otra viuda con cinco niños y tan pobre que carecía de pan para ella
y su familia. Obligada por la necesidad fue a buscar a su hermana y le dijo:
-Mis hijos se mueren de hambre, tú eres rica, dame un pedazo
de pan.
Pero la rica, que tenía un corazón de piedra, la contestó:
-No hay pan en casa -y la despidió con dureza.
Algunas horas después volvió a su casa el marido de la
hermana rica, y cuando comenzaba a partir el pan para comer, se admiró de ver
que iban saliendo gotas de sangre conforme lo iba partiendo. Su mujer,
asustada, le refirió todo lo que había pasado. Se apresuró a ir a socorrer a la
pobre viuda y le llevó toda la comida que tenía preparada. Cuando salió para
volver a su casa, oyó un ruido muy grande y vio una nube de humo y fuego que
subía hacia el cielo. Era que ardía su casa. Perdió todas sus riquezas en el
incendio. Su cruel mujer, lanzando gritos de rabia, decía:
-Nos moriremos de hambre.
-Dios socorre a los pobres -la respondió su buena hermana,
que corrió a su lado.
La que había sido rica, hubo de mendigar a su vez; pero
nadie tuvo compasión de ella. Su hermana, olvidando su crueldad, repartía con
ella las limosnas que recibía.
La hija de la Virgen María
Hermanos Grimm
A la entrada de un extenso bosque vivía un leñador con su
mujer y un solo hijo, que era una niña de tres años de edad; pero eran tan
pobres que no podían mantenerla, pues carecían del pan de cada día. Una mañana
fue el leñador muy triste a trabajar y cuando estaba partiendo la leña, se le
presentó de repente una señora muy alta y hermosa que llevaba en la cabeza una
corona de brillantes estrellas, y dirigiéndole la palabra le dijo:
-Soy la señora de este país; tú eres pobre y miserable;
tráeme a tu hija, la llevaré conmigo, seré su madre y tendré cuidado de ella.
El leñador obedeció; fue a buscar a su hija y se la entregó
a la señora, que se la llevó a su palacio.
La niña era allí muy feliz: comía bizcochos, bebía buena
leche, sus vestidos eran de oro y todos procuraban complacerla.
Cuando cumplió los catorce años, la llamó un día la señora,
y le dijo:
-Querida hija mía, tengo que hacer un viaje muy largo; te
entrego estas llaves de las trece puertas de palacio. Puedes abrir las doce y
ver las maravillas que contienen, pero te está prohibido tocar a la
decimotercera que se abre con esta llave pequeña; guárdate bien de abrirla,
pues te sobrevendrían grandes desgracias.
La joven prometió obedecer, y en cuanto partió la señora
comenzó a visitar las habitaciones; cada día abría una diferente hasta que hubo
acabado de ver las doce; en cada una se hallaba el sitial de un rey, adornado
con tanto gusto y magnificencia que nunca había visto cosa semejante. Se
llenaba de regocijo, y los pajes que la acompañaban se regocijaban también como
ella. No le quedaba ya más que la puerta prohibida, y tenía grandes deseos de
saber lo que estaba oculto dentro, por lo que le dijo a los pajes que la
acompañaban:
-No quiero abrirla toda, mas quisiera entreabrirla un poco
para que pudiéramos ver a través de la rendija.
-¡Ah, no! -dijeron los pajes-, sería una gran falta, lo ha
prohibido la señora y podría sucederte alguna desgracia.
La joven no contestó, pero el deseo y la curiosidad
continuaban hablando en su corazón y atormentándola sin dejarle descanso.
Apenas se marcharon los pases, dijo para sí:
-Ahora estoy sola, y nadie puede verme.
Tomó la llave, la puso en el agujero de la cerradura y le
dio vuelta en cuanto la hubo colocado. La puerta se abrió y apareció, en medio
de rayos del más vivo resplandor, la estatua de un rey magníficamente ataviada;
la luz que de ella se desprendía la tocó ligeramente en la punta de un dedo y
se volvió de color de oro. Entonces tuvo miedo, cerró la puerta muy ligera y
echó a correr, pero continuó teniendo miedo a pesar de cuanto hacía y su
corazón latía constantemente sin recobrar su calma habitual; y el color de oro
que quedó en su dedo no se quitaba a pesar de que lo lavó muchas veces.
Al cabo de algunos días volvió la señora de su viaje, llamó
a la joven y la pidió las llaves de palacio; cuando se las entregaba la dijo:
-¿Has abierto la puerta decimatercera?
-No -contestó.
La señora puso la mano en su corazón, vio que latía con
mucha violencia y comprendió que había violado su mandato y abierto la puerta
prohibida. Sin embargo le dijo otra vez:
-¿De veras no lo has hecho?
-No -contestó la niña por segunda vez.
La señora miró el dedo, que se había dorado al tocarlo la
luz; no dudó ya de que la niña era culpable y le dijo por tercera vez:
-¿No lo has hecho?
-No -contestó la niña por tercera vez.
La señora le dijo entonces:
-No me has obedecido y has mentido, no mereces estar conmigo
en mi palacio.
La joven cayó en un profundo sueño y cuando despertó estaba
acostada en el suelo, en medio de un lugar desierto.
Quiso llamar, pero no podía articular una sola palabra; se
levantó y quiso huir, mas por cualquiera parte que lo hiciera, se veía detenida
por un espeso bosque que no podía atravesar. En el círculo en que se hallaba
encerrada encontró un árbol viejo con el tronco hueco que eligió para servirle
de habitación. Allí dormía por la noche, y cuando llovía o nevaba, encontraba
allí abrigo. Su alimento consistía en hojas y yerbas, las que buscaba tan lejos
como podía llegar.
Durante el otoño reunía una gran cantidad de hojas secas,
las llevaba al hueco y en cuanto llegaba el tiempo de la nieve y el frío, iba a
ocultarse en él. Se gastaron al fin sus vestidos y se la cayeron a pedazos,
teniendo que cubrirse también con hojas. Cuando el sol volvía a calentar,
salía, se colocaba al pie del árbol y sus largos cabellos la cubrían como un
manto por todas partes. Permaneció largo tiempo en aquel estado, experimentando
todas las miserias y todos los sufrimientos imaginables.
Un día de primavera cazaba el rey del país en aquel bosque y
perseguía a un corzo; el animal se refugió en la espesura que rodeaba al viejo
árbol hueco; el príncipe bajó del caballo, separó las ramas y se abrió paso con
la espada. Cuando hubo conseguido atravesar, vio sentada debajo del árbol a una
joven maravillosamente hermosa, a la que cubrían enteramente sus cabellos de
oro desde la cabeza hasta los pies. La miró con asombro y le dijo:
-¿Cómo has venido a este desierto?
Pero ella no le contestó, pues le era imposible despegar los
labios. El rey añadió, sin embargo:
-¿Quieres venir conmigo a mi palacio?
Le contestó afirmativamente con la cabeza. El rey la tomó en
los brazos; la subió en su caballo y se la llevó a su morada, donde le dio
vestidos y todo lo demás que necesitaba, pues aun cuando no podía hablar, era
tan bella y graciosa que se apasionó y se casó con ella.
Había trascurrido un año poco más o menos, cuando la reina
dio a luz un hijo; por la noche, estando sola en su cama, se la apareció su
antigua señora, y la dijo así:
-Si quieres contar al fin la verdad, y confesar que abriste
la puerta prohibida, te abriré la boca y te volveré la palabra, pero si te
obstinas e insistes en el pecado e insistes en mentir, me llevaré conmigo tu
hijo recién nacido.
Entonces pudo hablar la reina, pero dijo solamente:
-No, no he abierto la puerta prohibida.
La señora la quitó de los brazos su hijo recién nacido y
desapareció con él. A la mañana siguiente, como no encontraban el niño, se
esparció el rumor entre la servidumbre de palacio de que la reina era ogra y le
había matado. Todo lo oía y no podía contestar, pero el rey la amaba con
demasiada ternura para creer lo que se decía de ella. Trascurrido un año, la
reina tuvo otro hijo; la señora se la apareció de nuevo por la noche y le dijo.
-Si quieres confesar al fin que has abierto la puerta
prohibida te volveré a tu hijo, y te desataré la lengua, pero si te obstinas en
tu pecado y continúas mintiendo, me llevaré también a este otro hijo.
La reina contestó lo mismo que la vez primera:
-No, no he abierto la puerta prohibida.
La señora cogió a su hijo en los brazos y se lo llevó a su
morada. Por la mañana, cuando se hizo público que el niño había desaparecido
también, se dijo en alta voz habérselo comido la reina y los consejeros del rey
pidieron que se la procesase; pero la amaba con tanta ternura que les negó el
permiso, y mandó que no volviesen a hablar más de este asunto bajo pena de la vida.
Al año tercero la reina dio a luz una hermosa niña, y la
señora se presentó también a ella durante la noche, y la dijo:
-Sígueme.
Le cogió la mano, la condujo a su palacio y le enseñó a sus
dos primeros hijos, que la conocieron y jugaron con ella, y como la madre se
alegraba mucho de verlos, le dijo la señora:
-Si quieres confesar ahora que has abierto la puerta
prohibida, te volveré a tus dos hermosos hijos.
La reina contestó por tercera vez:
-No, no he abierto la puerta prohibida.
La señora la volvió a su cama, y le tomó su tercera hija. A
la mañana siguiente, viendo que no la encontraban, decían todos los de palacio
a una voz:
-La reina es ogra, hay que condenarla a muerte.
El rey tuvo en esta ocasión que seguir el parecer de sus
consejeros; la reina compareció delante de un tribunal y como no podía hablar
ni defenderse, fue condenada a morir en una hoguera. Estaba ya dispuesta la
pira, atada ella al palo, y la llama comenzaba a rodearla, cuando el
arrepentimiento tocó a su corazón.
-Si pudiera -pensó entre sí- confesar antes de morir que he
abierto la puerta…
Y exclamó:
-Sí, señora, soy culpable.
Apenas se le había ocurrido este pensamiento, cuando comenzó
a llover y se le apareció la señora, llevando a sus lados los dos niños que le
habían nacido primero y en sus brazos la niña que acababa de dar a luz, y dijo
a la reina con un acento lleno de bondad:
-Todo el que se arrepiente y confiesa su pecado es
perdonado.
Le entregó sus hijos, le desató la lengua y la hizo feliz
por el resto de su vida.
Cuentos de los Hermanos Grimm https://ciudadseva.com/
* Hermanos Grimm (die Brüder Grimm o die Gebrüder Grimm),
Jacob Grimm (Hanau, Hesse; 4 de enero de 1785 - Berlín, 20 de septiembre de
1863) y Wilhelm Grimm (ibídem; 24 de febrero de 1786 - Berlín, 16 de diciembre
de 1859), fueron eruditos, filólogos, investigadores culturales, lexicógrafos y
escritores alemanes que coleccionaron y publicaron juntos folclore y libros
durante el siglo XIX. Están entre los primeros y más conocidos coleccionistas
de cuentos porque popularizaron relatos orales tradicionales como La Cenicienta
(Aschenputtel), El príncipe rana (Der Froschkönig), La pastora de ocas (Die
Gänsemagd), Hansel y Gretel (Hänsel und Gretel), Rapunzel (Rapunzel),
Rumpelstiltskin (Rumpelstilzchen), La bella durmiente (Dornröschen) y
Blancanieves (Schneewittchen). Su colección clásica de cuentos de hadas,
Cuentos de la infancia y del hogar (Kinder- und Hausmärchen), se publicó por
primera vez en dos volúmenes en 1812 y 1815.
Los hermanos nacieron en la localidad de Hanau, estado de
Hesse-Kassel, actual Alemania, aunque vivieron casi toda su infancia en la
cercana Steinau. La muerte de su padre en 1796 empobreció a la familia y afectó
a los hermanos durante años. Estudiaron en la Universidad de Marburgo, donde
comenzaron su tarea vital de investigar la historia antigua de la literatura y
el idioma alemán, incluidos los cuentos populares. Fuente: Wikipedia.
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