Una cocina de peones: fogón dcampana, paredes negreadas de
humo, piso de ladrillos, unos cuantos bancos, leña en un rincón.
Dando la espalda al fogón matea un viejo con la pava entre
los pies chuecos que se desconfían como jugando a las escondidas.
Entra un muchacho lampiño, con paso seguro y el hilo de un
estilo silbándole en los labios.
Pablo Sosa.- Güen día, Don Nemesio.
Don Nemesio.- Hm.
Pablo.- ¿Stá caliente el agua?
Don Nemesio.- M... hm...
Pablo.- ¡Stá güeno!
El muchacho llena un mate en la yerbera, le echa agua
cuidadosamente a lo largo de la bombilla, y va hacia la puerta, por donde
escupe para afuera los buches de su primer cebadura.
Pablo (Desde la puerta.).- ¿Sabe que está lindo el día pa
ensillar y juirse al pueblo? Ganitas me están dando de pedirle la baja al
patrón. Mirá qué día de fiesta p'al pobre, arrancar biznaga' e' el monte en día
Domingo ¿No será pecar contra de Dios?
Don Nemesio.- ¿M... hm?
Pablo.- ¿No ve la zanja, don? ¡Cuidao no se comprometa con
tanta charla!
«Quejarse no es güen cristiano y pa nada sirve. A la suerte
amarga yo le juego risa, y en teniendo un güen compañero pa repartir soledades,
soy capaz de creerme de baile. ¿Ne así? ¡Vea! Cuando era boyero e muchacho,
solía pasarme de vicio entre los maizales, sin necesidá de dir pa las casas.
¡Tenía un cuzquito de zalamero! Con él me floreaba a gusto, porque no sabiendo
más que mover la cola, no había caso de que me dijera como mamá: -«Andá buscate
un pedazo e galleta, ansina te enllenas bien la boca y asujetas el bolaceo»; ni
tampoco de que me sacara como tata, zapateando de apurao, pa cuerpiarle al
lonjazo.
«El hombre, amigo, cuando eh' alegre y bien pensao, no tiene
por qué hacerse cimarrón y andarle juyendo ala gente. ¿No le parece, don?»
Don Nemesio.- M... hm...
Pablo acobardado toma la pava y se retira hacia afuera a
concluir su cebadura, rezongando entre dientes lo suficientemente fuerte para
ser oído:
-Viejo indino y descomedido pa tratar con la gente... te
abriría la boca a cuchillo como a los mates.
Don Nemesio, invariablemente chueco ante el vacío que dejó
la pava, sonríe para él mismo, con sonsonete de duda:
-¿M... h?
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