Un águila y una zorra que eran muy amigas decidieron vivir juntas con la idea de que la convivencia reforzaría la amistad. El águila escogió un árbol muy elevado para poner allí sus huevos, mientras que la zorra soltó a sus hijos bajo unas zarzas sobre la tierra al pie del mismo árbol.
Un día que la zorra salió a buscar su comida, el águila, que estaba hambrienta, cayó sobre las zarzas, se llevó a los zorruelos y, en compañía de sus crías, se dio un banquete.
Regresó la zorra y más le dolió el no poder vengarse que saber de la muerte de sus pequeños. ¿Cómo podría ella, un animal terrestre, sin la virtud de vuelo, perseguir a un águila? Tuvo que conformarse con el usual consuelo de los débiles e impotentes: maldecir desde lejos a su ahora enemiga.
Pero no pasó mucho tiempo para que el águila recibiera el pago de su traición. Se encontraban en el campo unos pastores asando una cabra. Cayó el águila sobre ella y se llevó a su nido una víscera que aún conservaba fuego. Vino un fuerte viento y transmitió el fuego a las pajas. Los pequeños aguiluchos, que por pequeños aún no sabían volar, rodaron al suelo cubiertos de llamas. Corrió entonces la zorra y los devoró.
Esopo fue un escritor griego. Según una tradición muy difundida, Esopo nació en Frigia (Asia menor), aunque hay quien lo hace originario de Tracia, Samos, Egipto o Sardes. Se cree que vivió en torno a los siglos VII y VI a. C.
La fábula es uno de los más antiguos géneros de la literatura universal; es un tipo de relato breve protagonizado por animales personificados cuya finalidad didáctica se explicita en una moraleja final.
Las fábulas de Esopo fueron recopiladas en la Edad Media por el monje Planudes Maximuses
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