La Charla, tribu universal, que siempre
Potencia fue, boyante y efectiva,
Resolvió hacerse mercadera, entrando
Por el moderno espíritu israelita.
Todos le abrieron crédito; bien pronto
Escogió a su sabor su pacotilla,
Y a un puerto, no sé cuál, del mundo hispano
Llegó en persona al frente de la misma.
Mas no llegó como cualquier pelele,
Hablando de facturas y revistas,
Sino exigiendo el inmediato pase,
Y amplia y absolutísima franquicia.
¿De cuándo acá, los vistas preguntaron,
De cuándo acá con semejantes ínfulas?
¿Qué sultán te ha nombrado embajadora?
¿Quién te dio inmunidades de ministra?
—A lo cual con gentil desembarazo
La Charla opuso arenga elocuentísima.
Rica en sentencias de Moisés, de Grocio,
De Pufendorf y de otros publicistas.
Que hubieran usque ad nauseam comprobado
Su posesión de tal prerrogativa
A haber sido ilustrado el auditorio,
O de conciencia un punto menos rígida;
Mas ya por ignorar nombres tan célebres,
O ya porque en artículo propinas
Calló la Charla, ello es que bulto a bulto
Procedieron a abrir las mercancías.
¿Y qué encontraron? —Ni la insigne ancheta
Con que el padre Noé guardó semilla
De todo lo viviente y lo inventado.
Pudo igualar tamaña retahíla;
E imaginad, lectores, el asombro
De aquel sano inspector y comitiva
Al descubrir los géneros siguientes
Que clasifico en grueso, algo de prisa:
Trastos de casa —Innumerables arpas,
Plectros, laúdes, cítaras y liras
Ya colgadas de sauces funerarios,
Ya en rincones de olvido enmohecidas.
Espejos de ondas, camas de Procusto
Con los pliegues del viento por cobijas,
Alfombras mil de yerba; y pabellones
De bóveda estrellada y selva umbría;
Doseles de infinito, hornos de ocaso.
Cristales de agua y de embusteros prismas,
Puertas de porvenir, sin cerradura,
Y ventanas de aurora con cortinas.
Jaulas de búhos, cárabos dolientes
Y otras interesantes avecillas;
Cisnes su gran final graznando dulces,
Y un fénix renaciendo entre cenizas.
Corazones con páramos por dentro,
Tumbas, escombros, yermos y ruinas;
Y horizontes por fuera, y lontananzas,
Celajes, arreboles y otras fincas.
Por último, un surtido muy completo
De féretros, sarcófagos, capillas,
Urnas, mortajas, túmulos, crespones,
Luto, duelo, ataúd, laguna Estigia,
Capuz, sudarios, momias, calaveras,
Fosas, nichos, cadáveres y piras,
Y un pobre paño que jamás lavaron,
Y del cual, sin torcer, llanto corría.
Animales domésticos, —Mil piezas
De férreas garras e índole terrífica,
Tigres, dragones, monstruos del profundo,
Hidras, quimeras, víboras, arpías,
Buitres, gorgonas, basíliscos, hienas,
Vampiros, escorpiones; y hasta ninfas
Que por su pecho bárbaro, inhumano
Allá se irían con esas sabandijas.
—Nota —Incluiremos en el mismo grupo
Un gran surtido de ídolos, ondinas,
Hadas, huríes, náyades, luceros,
Musas, palomas, magas, pitonisas,
Ángeles, serafines y querubes,
Deidades, vidamías y almamías,
Que aunque en lo general iban marcadas
Simpar cada una, sinigual, divina.
Llevaban algún pero en ocasiones,
Como echar lazos, ensartar mentiras,
Jugar con la inocencia, enmascararse,
Seducir gentes con falaz sonrisa,
Y aun pecados más gordos, por ejemplo,
Tronchar capullos de esperanzas ricas,
Quemar a fuego lento a un majadero
O lanzarlo al infierno en son de trisca.
Todas las mencionadas alimañas
Almas tan sólo y corazón comían,
Engordándolos antes con veneno,
Heces, hiel y otros platos de vigilia.
Para ensalada —Cuanta flor da el mundo
Y en Lenguajes de Flores se registra
Pues Charla (al fin mujer) las idolatra,
Lo mismo que ama el tul, las piedras finas,
Gayo matiz, pintadas mariposas,
Calandria, colorín, perfumes, cintas,
Y en suma, cuantas lindas zarandajas
Hacen el embeleso de las lindas.
Mas Charla usa las flores corrigiendo
Su perfección y pompa primitivas,
Pues las repinta y viste con mil galas,
Broches, botones, lágrimas y cifras;
Y aquí entraban, revueltas con abrojos,
Palmas, pimpollos, vástagos y espinas,
Gualda, tomillo, madreselva, lauro,
Y césped blando y desgarradas fibras,
Ítem: un buen girón de cierzo crudo,
Con ramas de abedul y siempreviva.
De fúnebre ciprés manando llanto,
Y flébil sauce, y corpulenta encina.
Todo esto con beleño en vez de aceite,
Néctar fragante, célica ambrosía,
Y éter fulgente, y bálsamo, y jarabe
De tímida violeta, y voz meliflua,
Vinagre no se halló, sino ponzoña,
Zumos de desengaño, amargo acíbar,
Y sangre y llanto, a gotas o a torrentes.
Según la sed y el gusto del que pida.
Metales y monedas —Soles de oro,
Luna, estrellas, etcétera, argentinas;
Oro en bruto, marcado vil y bajo,
Y plata rotulada corrosiva.
Oro inmundo, hecho con vergüenza y lodo,
Bronce que llora, bronce que vomita
Muertes y horrores, bronce que saluda;
Misión de hierro, hierros homicidas.
Nota —Otros de oro innúmeros objetos.
Desde almas hasta lágrimas había,
Sin expresar su ley. Inmundo o puro
Lo usaba en todo el desdeñoso artista.
El resto de la carga eran materias
Inflamables, diabólicas, ilícitas,
De aquéllas que hacen santiguar a un justo
Y que al mayor herético horripilan:
U objetos sospechosos que implicaban
Tuerta intención, o sortilegio, o cifra,
O se ocupaban en oficio ajeno,
Ya fuese de ignorancia o por malicia.
Víanse allí auroras que despuntan,
E insomnios negros que en la mar se abisman.
Y arroyos que discurren, y parleros
Van murmurando y desatando risas.
Auras livianas que en solaz retozo
Enamoran las tiernas florecillas,
Y soltando sus broches delicados
Su esencia virginal traidoras liban.
Y montes que taladran la alta esfera,
Y ondas de luz que los espacios hinchan,
Y sol que de los cielos se desploma
En Niágaras de atmósferas flamígeras.
Agua que se destrenza, olas que lamen
Besan, peinan y bordan las orillas,
O en torno de un batel que escarba espuma
Encrespadas y rizas se amotinan.
Y ríos que en gargantas se encajonan;
Y altivas sierras que su cumbre erizan:
Viento que barre, selvas que se aturden,
Y sol que tuesta, y luna que se filtra,
Y torvo nubarrón que sórbese a ambas,
Y truenos que coléricos rechinan,
Y rayos que en manojos se desatan
Sobre orbes que en sus ejes se desquician.
Bocas de bronce que exterminio escupen,
Almas que el mundo a marchitar conspira,
Y azotes que nos purgan de demonios,
Y avernos que de nuevo los vomitan.
Pasiones que fermentan silenciosas
Agudas penas que la sien martillan,
Y lágrimas rebeldes, que no salen,
Y existencias que vagan carcomidas.
Ópticas ilusiones de hermosuras
Aliñadas con bellas perspectivas,
Senos de nube, alientos secadores
Y voces que nos llagan al oírlas.
Andes gigantes de gigantes grandes.
Y enanos viles de ambición raquítica,
Y mártires que viven de recuerdos
Y arrastran torcedor y abrojos pisan.
Sociedades de insectos nauseabundos
Que barnizan con oro su inmundicia,
Y peregrinos de cansadas plantas,
Siempre con arpa y nunca con mochila.
Gentes que ríen cántigas de lloro.
Gentes que lloran cántigas de risa,
Y arrebatados de entusiastas fiebres
Las pulsan en los trastes de su lira.
Pensamientos que audaces se desbocan,
Frentes que hierven, lenguas que fulminan,
Y ojos que flechan, y ojos que sumergen
En océanos de agua las mejillas,
Bárbaros mil que se hartan de amargura
Y viven devorando su agonía,
Y andan siempre de hinojos y besando
Polvos de pies que como incienso aspiran.
Lenguas que a gritos cuentan que están mudas,
Ciegos que ven, difuntos que visitan,
Y ruidos sordos, y silencios que hablan,
Y auras pobladas de quimera y sílfidas.
Y un sauce, en fin, que en lánguido desmayo
Crudo ramal sobre su forma aplica,
Y allá en la tarde cuando el sol se acuesta
Previéneles que duerman y no giman:
Al descubrir cada una de estas joyas
(En prosa) el aduanero se fruncía,
Y «será muy corriente», —murmuraba—
«Mas huele a fraude», «es cosa nunca vista...»
Pero tornose indignación su asombro
Con lo demás de aquella pacotilla,
Y hacíase la cruz hurgando cajas,
Cual si fueran de brasas encendidas.
Vaya esto a cuenta: —Crímenes, blasfemias,
Escándalos, estrépitos, perfidias,
Vergüenza, oprobio, maldición, sarcasmo,
Embriaguez, bacanal, crápula, orgía,
Segur, azote, férula, infortunio,
Gusano roedor, quemante estigma,
Prometeos, patíbulos, cadalsos,
Furor de numen, Tántalo, ignominia,
Siervos, ilotas, Ícaros, piratas,
Precitos, reos, condenados, víctimas,
Porvenires, oráculos, conjuros,
Signos, hados, estrellas, noche impía,
Trípodes, caos, dédalos, espectros,
Horóscopos, crepúsculos, enigmas.
Constelaciones, amuletos, polos,
Magias, fantasmagóricas alquimias,
Apoteosis, arcano, encantamientos,
Cosas infandas, cosas que titilan,
Cosas que muerden, pasman o fulguran,
Befan, profanan, crispan, electrizan,
Causan arrobamientos y desvelos
O remedan siniestras y fatídicas.
Desenterrados, íncubos, fantasmas,
Brujas, apariciones, estantiguas,
Y espíritus y cosas de otro mundo,
Y almas en pena y ánimas benditas:
Endríagos, vestigios, duendes, trasgos,
Y agüeros y fosfóricas pupilas,
Y cuanto a media noche espanta y pasma,
Gesticula, espeluzna y petrifica.
Músicas atronantes y estentóreas
Que rasgan vientos y almas asesinan,
Plagas, desvelos, úlceras, locuras,
Insanias, ilusiones, pesadillas,
Lepras, abortos, paroxismos, éxtasis,
Cáncer, palpitaciones, aneurismas,
Delirios, crispaturas, hinchazones
Y ávida sed, y fiebres convulsivas.
Insomnios, pestes, vértigos, gangrenas,
Y síncopes y plétoras y heridas,
Ímpetu, frenesí, danzas diabólicas,
Despechos, y desmayos, y agonías,
Túrgidas cosas, mórbidas, impúdicas,
Letíferas, hidrópicas, mefíticas,
Y harapos sucios (focos epidémicos),
Y otras pútridas cócoras pestíferas,
Cataclismos, catástrofes, derrumbos,
Torbellino, huracán, sirte, honda sima,
Y trombas y vorágines y cuanto
Traga, tritura, aplasta, hunde y abisma.
Llama, hoguera, tizón, ira, estro ardiente,
Fuego, volcán, relámpagos y chispas,
Rayos, centellas, dardos, meteoros,
Dagas, teas, puñales y cuchillas,
Minas, cadenas, yugos, entusiasmos,
Raudos cometas, cóleras fulmíneas,
Y todo lo que estalla, arde y revienta,
Y toda clase de armas prohibidas.
Gran provisión de tártaros profundos,
Y báratros y avernos sin medida,
Y con todas sus letras, más infiernos
Que los que el mismo diablo necesita.
Y tantos antropófagos, verdugos,
Furias, sayones, parcas homicidas
Y reyes del averno, que es probable
No haya quedado allá ni quien reciba.
Aquí sí el Inspector plantó resuelto,
Y dijo a doña Charla: «Por mi vida
Que a no ser dama usted, y no inspirarme
Tanto terror, asárala en parrilla.
Su carga es el ajuar de los infiernos,
Ya sé quién de ministra nos la envía.
Vade retro, ¡Satán! vuélvete al punto
Con todas tus perversas chilindrinas».
Mas no se fue; ni ¿cuándo a las señoras
Faltó respuesta, cábala y salida?
¡Pobres aduanas si ángeles como ellas
Pudiéranse volver contrabandistas!
Recordando ésta cómo Adán rindiose
A la voz musical de su costilla,
Puso el monstruoso cargamento en verso,
Y pasó sin obstáculo en seguida,
Todos esos demonios que aterraban
En prosa vil a los cristianos vistas
Oráculos de Dios les parecieron
Puestos ya en cuatro pies con metro y rima.
No digo yo que fuese muy selecta
Poesía tal: al fin de pacotilla,
Mas quizá estaba en nuestra tierra en moda,
Aunque de todas las demás proscrita.
Muchos de sus artículos se hallaban
Convictos y confesos de avería,
Como flores marchitas, liras rotas,
Y mieles en acíbar convertidas.
Era no obstante una labor curiosa
Esa su conversión en joya lírica.
Pues leída de arriba para abajo,
O al contrario, de abajo para arriba,
De izquierda a diestra, de derecha a izquierda,
Saltando voces o saltando líneas,
De todos modos la canción cantaba
La misma cosa o la no cosa misma.
Ni debió el Inspector gastar sus cruces,
Pues cernido en tamiz de cuerda crítica
Todo aquel pandemonio honditronante,
Sale pampirolada solemnísima;
Y antes complace al ver que tantos monstruos,
Tanta alimaña indómita y dañina,
Pueden al cabo y a la postre, sueltas
Andar, como inocentes ovejillas.
Borrascas de palabras; aquilones
Que un fósforo tal vez no apagarían,
Abismos que dan fondo a una pulgada;
Mundos que caben en cualquier vasija.
Chistes cuya agudeza, no en lo agudo,
En lo no limpio únicamente estriba;
Y requiebros que en sandíos sólo igualan
Las sandías que a su cháchara se rindan.
Suspiros cuyos ecos son bostezos,
Tragos acerbos... de frugal saliva,
Áspides que no muerden ni en ayunas,
Buitres que alcanza al vuelo una gallina.
Idealismos inopes de ideas,
Néctar embriagador como agua tibia,
Tontería evidente en frase oscura,
Misterios de clarísima pamplina;
Fuego que enfría amenazando infiernos,
Soplo de inspiración que hinche vejigas,
Hipérboles que achican cuanto agrandan,
Y admiraciones mil que a nadie admiran.
Poesía hermana del insigne cuento
Que cierto idiota a Shakspeare refería,
Todo el estruendo y furia y palabrotas
Y que no contó nada en resumidas.
Mas yo debo acabar el que os relato,
El cual, como es la Charla su heroína,
Tuvo que ser muy largo... y falta cola;
Quien no guste de colas que la omita.
Pasó el gran cargamento, y pasó gratis,
Haciendo al fisco una lesión gravísima,
Ya porque el Inspector no era un Horacio,
Ya por no hallar el verso en la tarifa;
Y sucedió después, que no encontrándose
Los cuerdos en el mundo en mayoría,
Hizo la Charla prodigioso expendio
Aun de sus existencias carcomidas.
Todo alcanzó tal boga que emprendieron
Muchos el contrahacer las joyas dichas,
Y, si en su original ya eran bien malas,
Copiadas se eclipsaron a sí mismas.
No hubo doncel sin desengaño negro,
(De otro color no tuvo ya salida),
Y si antes se preciaban flores frescas,
Vino a ser más gentil darlas marchitas;
Buena o mala misión no faltó a nadie;
Todo el que andaba, por abrojos iba;
La cítara fue mueble indispensable
Y el torcedor comodidad precisa.
Pero escandalizó gentes piadosas
Oír maldiciendo aun a modestas niñas,
Y que en vez de algodón, o añil, o papas,
El pueblo andaba cosechando espinas;
Supieron que con unas tales Musas
Los jóvenes ociaban noche y día;
Y en busca de remedio enderezaron
Un memorial con mil quinientas firmas
Al Supremo Congreso; el cual, pasándolo
A especial Comisión ad hoc provista,
Se avino luego a la opinión que expuso
Al evacuar su informe la antedicha.
Este Informe explicábale, en sustancia.
Que; «Planteando en fórmulas precisas,
La cuestión en cuestión, y con la lógica
Que los sucesos netamente implican:
Después de haber tomado como pauta
En consideración muy detenida
La grave situación de esta emergencia,
Bajo todas sus fases respectivas:
Y, de otra parte, lúcida pesando
La alta y solemne actualidad del día
En su compleja variedad, y en toda
La entidad que apareja, una y distinta:
Vuestra honorable Comisión, no empero
Sin que por un momento obste o infrinja
La alta prerrogativa que os incumbe
Y su órbita de acción característica,
Buscó una solución que resolviese
Tantas perplejidades indecisas
Zanjando el nudo, despejando el campo
Y previniendo peripecias criticas:
Y encontró que la caja de Pandora
No era sino un tropel de anomalias
Que alude el memorial, y que adjuntadas
Obraréis como el caso urgente dicta».
No dijo más el luminoso informe,
Mas íntegro en pos dél reproducía
Un inventario fiel de los efectos
Que importó Charla y que la hicieron rica,
Pero allí no campaban escudados
Con mágico disfraz de metro y rima
Sino en prosa oficial, cual demandábalo
La augusta majestad legislativa.
Gran sensación causaron ambas piezas,
Pidiose su lectura repetida,
Y si al Informe, por la luz que arroja,
Y la alta concepción que en él domina,
Fénix se le aclamó, —trayendo, empero,
Cierto aire familiar, y aun de familia,
No sorprendió a los miembros honorables
Tanto como la anexa retahíla.
Hubo andanadas, salvas y descargas
De hurras, palmadas, vítores y vivas,
Tempestades de aplausos, y aguaceros
De hilaridad simpática infinita.
El soberano pueblo concurrente
Se asoció al soberano congresista
En su furor; y publicar mandose
En el Diario Oficial entrambas fincas.
Hay entusiasmos de diversos gestos,
Y ya observó Manuel que la más linda
De todas las comedias, es sin duda
Una tragedia destrozada y frita.
Recuerdo muy al caso un don Pelayo
Que se dio en Bogotá, do cada artista
Tuvo que triplicar verso por verso
Para saciar al público de risa.
Este, al cual en bufón no excedió Atenas,
Su ultimátum sentó: «Que se repita
Cada rebuzno, o devolved la entrada,
O id a prisión: no os queda otra salida».
—Prófugo el tesorero, inevitable
Fue obedecer; y aquel festín de silba
Tanto agradó, que convertido en ganga
Siguió dando al histrión duros por pifias.
Un entusiasmo igual Charla produjo
Con sus desmusicadas baratijas,
Sólo que es cosa averiguada y cierta
Que no importó segunda pacotilla.
Ni desde entonce en los mercados viose
Un plañidero colorín diablista
Pues, para fraudes evitar, dio el mundo
En traducir en prosa las cantigas;
Y si encontraba allí palabras sólo,
Y nada nuevo, y nada que repita
El alma en eco bienhechor, sintiéndose
Conmovida, enseñada, engrandecida;
Si aquello no era corazón cantando
Lo que habla el corazón cuando lo agitan
Pasiones verdaderas, que al salvaje
Elocuencia de imágenes inspiran;
Si no era un alma individual, que prueba
Venir de Dios porque algo nuevo cría,
Porque algo piensa que otros no pensaron
Y alza otra flor de otro átomo de arcilla;
Si era un pincel que sólo halló en los Andes
Tul, primaveras, céfiros y ninfas;
Música de la oreja y no del alma
Poesía toda ella crinolina: —
Esta, en su vaciedad, quedó patente,
Tornó a su original la pacotilla,
Y no colgando, sino ahorcado a un sauce
Amaneció el laúd contrabandista.
En cuanto a aquellos doblemente Informes
Por lo informes que son, propuso un quidam
Que en adelante en verso se escribiesen
(Para darles corona en vez de silba).
¿Faltan acaso escena y digno asunto
Al hijo de Colón que así mendiga
De parias de otra sociedad, reniegos
Y rancia miel de insípidas letrillas?
¿No es suyo, y suyo sólo un portentoso
Mundo aun fragante a vírgenes primicias,
Con cordilleras de Parnasos tales
Que el griego fuera, ante el menor, —colina?
Para que el lienzo hiciese con imágenes
De nueva y sorprendente maravilla,
¿No basta aquí borrar memorias de otros,
Y ver, y trasladar lo que se mira?
Como si al genio antiguo, en sus más puras
Ansias de paz y plenitud benditas,
Reminiscencias solo alimentasen
De la encantada Atlántida perdida, —
Cuando ésta al fin de su sepulcro de olas
Se alzó resucitada, ella traía
Esas aspiraciones ideales
En realidad deslumbradora y viva.
El siglo de oro, el sueño de inocencia.
De amor perfecto y cándidas delicias
Tiende a Colón sus desarmados brazos
En laberintos de aromadas islas;
«No sé por dónde principiar. Mis ojos
No se sacian de ver —así él se explica—;
Todo es verdor, que da placer mirarlo.
Cosas como estas nunca fueron vistas.
»Es un jardín abierto; y la natura
Tan liberal, que nadie ni imagina
La propiedad; no saben qué son vallas,
Ignoran la indigencia y la codicia.
»Todos aquí son jóvenes, y todos
Bellos, fieles, afables. Hay sonrisa
Siempre en sus rostros; su candor los cubre,
Y sólo amor, felicidad respiran.
»Armas, ni las conocen. Si de cerca
Nuestras espadas a sus ojos brillan
Tómanlas por el filo, y de ignorancia
Manos tan sanas córtanse ellas mismas.
«Todo, hasta el verde de la selva es nuevo,
Extraño, incomparable; todo invita
A no irse nunca de un Edén tan grato...
Yo no puedo arrancarme a tanta dicha».
Pero el noble Colón trajo enroscadas
Al árbol del amor y de la vida
Serpientes mil que difundiendo muerte
Por aquel nuevo Edén se le deslizan.
Al Sur, Pizarro, Almagro, Belalcázar,
Quesada, Fredermán, la selva antigua
Rompen, y alzando a pulso sus corceles
Trepan cual ciervos pavorosas cimas;
Y allá, cerca del cielo, entre altos muros
De nieve y de granito suspendidas,
Nadando en auras de pureza etérea
Despliéganse de pronto ante su vista,
Las Hespérides muertas que el pagano
Sospechó, y no vio nunca, ni en sus islas
El gran Colón: remotos santuarios
De las joyas del mundo y sus delicias.
Madre Natura a las demás regiones,
Cual a desheredadas tristes hijas
Presta por turno algunas de sus dádivas,
Breve compensación de suerte esquiva.
Pero en la nuestra, hermanos de los trópicos,
El soberano mayorazgo apila,
Dándonos sus tesoros incontables,
Todos —y en todo tiempo— y sin medida.
Si no los veis, si la opulenta herencia
Embotando el sentir quizá os fastidia,
Salid, —y aprenderéis que entre nosotros
El último mendigo es sibarita.
Vístelo el bosque, embriáganlo las flores,
Templado el cielo con amor lo abriga,
Gusta en huerto sin fin de agreste fruto
Y espectáculo eterno lo extasía.
¿Buscáis acción? —¿No es toda nuestra historia
Tragedia de tragedias inauditas...?
¡Ah! olvidad medio siglo. En sus anales
Por una que honre, hay diez que ruborizan.
¡Cuántas naciones venturosas fueran
Con un diezmo no más de nuestra dicha,
Mas nosotros, imbéciles mimados.
Infierno hacemos lo que a Edén se brinda.
No sólo al Ecuador, cinto esplendente
De la Venus del mundo, hay maravillas.
De polo a polo es poesía ya hecha,
Y lo único que falta es escribirla.
Cantad la guerra magna, única santa,
De lauros y odas y obeliscos digna,
Cuando tribunos y opresores no eran
Farsantes por igual con loa distinta;
Cuando los Padres por el bien de todos
Dieron solaz, riqueza, sangre y vida.
Potencia fue, boyante y efectiva,
Resolvió hacerse mercadera, entrando
Por el moderno espíritu israelita.
Todos le abrieron crédito; bien pronto
Escogió a su sabor su pacotilla,
Y a un puerto, no sé cuál, del mundo hispano
Llegó en persona al frente de la misma.
Mas no llegó como cualquier pelele,
Hablando de facturas y revistas,
Sino exigiendo el inmediato pase,
Y amplia y absolutísima franquicia.
¿De cuándo acá, los vistas preguntaron,
De cuándo acá con semejantes ínfulas?
¿Qué sultán te ha nombrado embajadora?
¿Quién te dio inmunidades de ministra?
—A lo cual con gentil desembarazo
La Charla opuso arenga elocuentísima.
Rica en sentencias de Moisés, de Grocio,
De Pufendorf y de otros publicistas.
Que hubieran usque ad nauseam comprobado
Su posesión de tal prerrogativa
A haber sido ilustrado el auditorio,
O de conciencia un punto menos rígida;
Mas ya por ignorar nombres tan célebres,
O ya porque en artículo propinas
Calló la Charla, ello es que bulto a bulto
Procedieron a abrir las mercancías.
¿Y qué encontraron? —Ni la insigne ancheta
Con que el padre Noé guardó semilla
De todo lo viviente y lo inventado.
Pudo igualar tamaña retahíla;
E imaginad, lectores, el asombro
De aquel sano inspector y comitiva
Al descubrir los géneros siguientes
Que clasifico en grueso, algo de prisa:
Trastos de casa —Innumerables arpas,
Plectros, laúdes, cítaras y liras
Ya colgadas de sauces funerarios,
Ya en rincones de olvido enmohecidas.
Espejos de ondas, camas de Procusto
Con los pliegues del viento por cobijas,
Alfombras mil de yerba; y pabellones
De bóveda estrellada y selva umbría;
Doseles de infinito, hornos de ocaso.
Cristales de agua y de embusteros prismas,
Puertas de porvenir, sin cerradura,
Y ventanas de aurora con cortinas.
Jaulas de búhos, cárabos dolientes
Y otras interesantes avecillas;
Cisnes su gran final graznando dulces,
Y un fénix renaciendo entre cenizas.
Corazones con páramos por dentro,
Tumbas, escombros, yermos y ruinas;
Y horizontes por fuera, y lontananzas,
Celajes, arreboles y otras fincas.
Por último, un surtido muy completo
De féretros, sarcófagos, capillas,
Urnas, mortajas, túmulos, crespones,
Luto, duelo, ataúd, laguna Estigia,
Capuz, sudarios, momias, calaveras,
Fosas, nichos, cadáveres y piras,
Y un pobre paño que jamás lavaron,
Y del cual, sin torcer, llanto corría.
Animales domésticos, —Mil piezas
De férreas garras e índole terrífica,
Tigres, dragones, monstruos del profundo,
Hidras, quimeras, víboras, arpías,
Buitres, gorgonas, basíliscos, hienas,
Vampiros, escorpiones; y hasta ninfas
Que por su pecho bárbaro, inhumano
Allá se irían con esas sabandijas.
—Nota —Incluiremos en el mismo grupo
Un gran surtido de ídolos, ondinas,
Hadas, huríes, náyades, luceros,
Musas, palomas, magas, pitonisas,
Ángeles, serafines y querubes,
Deidades, vidamías y almamías,
Que aunque en lo general iban marcadas
Simpar cada una, sinigual, divina.
Llevaban algún pero en ocasiones,
Como echar lazos, ensartar mentiras,
Jugar con la inocencia, enmascararse,
Seducir gentes con falaz sonrisa,
Y aun pecados más gordos, por ejemplo,
Tronchar capullos de esperanzas ricas,
Quemar a fuego lento a un majadero
O lanzarlo al infierno en son de trisca.
Todas las mencionadas alimañas
Almas tan sólo y corazón comían,
Engordándolos antes con veneno,
Heces, hiel y otros platos de vigilia.
Para ensalada —Cuanta flor da el mundo
Y en Lenguajes de Flores se registra
Pues Charla (al fin mujer) las idolatra,
Lo mismo que ama el tul, las piedras finas,
Gayo matiz, pintadas mariposas,
Calandria, colorín, perfumes, cintas,
Y en suma, cuantas lindas zarandajas
Hacen el embeleso de las lindas.
Mas Charla usa las flores corrigiendo
Su perfección y pompa primitivas,
Pues las repinta y viste con mil galas,
Broches, botones, lágrimas y cifras;
Y aquí entraban, revueltas con abrojos,
Palmas, pimpollos, vástagos y espinas,
Gualda, tomillo, madreselva, lauro,
Y césped blando y desgarradas fibras,
Ítem: un buen girón de cierzo crudo,
Con ramas de abedul y siempreviva.
De fúnebre ciprés manando llanto,
Y flébil sauce, y corpulenta encina.
Todo esto con beleño en vez de aceite,
Néctar fragante, célica ambrosía,
Y éter fulgente, y bálsamo, y jarabe
De tímida violeta, y voz meliflua,
Vinagre no se halló, sino ponzoña,
Zumos de desengaño, amargo acíbar,
Y sangre y llanto, a gotas o a torrentes.
Según la sed y el gusto del que pida.
Metales y monedas —Soles de oro,
Luna, estrellas, etcétera, argentinas;
Oro en bruto, marcado vil y bajo,
Y plata rotulada corrosiva.
Oro inmundo, hecho con vergüenza y lodo,
Bronce que llora, bronce que vomita
Muertes y horrores, bronce que saluda;
Misión de hierro, hierros homicidas.
Nota —Otros de oro innúmeros objetos.
Desde almas hasta lágrimas había,
Sin expresar su ley. Inmundo o puro
Lo usaba en todo el desdeñoso artista.
El resto de la carga eran materias
Inflamables, diabólicas, ilícitas,
De aquéllas que hacen santiguar a un justo
Y que al mayor herético horripilan:
U objetos sospechosos que implicaban
Tuerta intención, o sortilegio, o cifra,
O se ocupaban en oficio ajeno,
Ya fuese de ignorancia o por malicia.
Víanse allí auroras que despuntan,
E insomnios negros que en la mar se abisman.
Y arroyos que discurren, y parleros
Van murmurando y desatando risas.
Auras livianas que en solaz retozo
Enamoran las tiernas florecillas,
Y soltando sus broches delicados
Su esencia virginal traidoras liban.
Y montes que taladran la alta esfera,
Y ondas de luz que los espacios hinchan,
Y sol que de los cielos se desploma
En Niágaras de atmósferas flamígeras.
Agua que se destrenza, olas que lamen
Besan, peinan y bordan las orillas,
O en torno de un batel que escarba espuma
Encrespadas y rizas se amotinan.
Y ríos que en gargantas se encajonan;
Y altivas sierras que su cumbre erizan:
Viento que barre, selvas que se aturden,
Y sol que tuesta, y luna que se filtra,
Y torvo nubarrón que sórbese a ambas,
Y truenos que coléricos rechinan,
Y rayos que en manojos se desatan
Sobre orbes que en sus ejes se desquician.
Bocas de bronce que exterminio escupen,
Almas que el mundo a marchitar conspira,
Y azotes que nos purgan de demonios,
Y avernos que de nuevo los vomitan.
Pasiones que fermentan silenciosas
Agudas penas que la sien martillan,
Y lágrimas rebeldes, que no salen,
Y existencias que vagan carcomidas.
Ópticas ilusiones de hermosuras
Aliñadas con bellas perspectivas,
Senos de nube, alientos secadores
Y voces que nos llagan al oírlas.
Andes gigantes de gigantes grandes.
Y enanos viles de ambición raquítica,
Y mártires que viven de recuerdos
Y arrastran torcedor y abrojos pisan.
Sociedades de insectos nauseabundos
Que barnizan con oro su inmundicia,
Y peregrinos de cansadas plantas,
Siempre con arpa y nunca con mochila.
Gentes que ríen cántigas de lloro.
Gentes que lloran cántigas de risa,
Y arrebatados de entusiastas fiebres
Las pulsan en los trastes de su lira.
Pensamientos que audaces se desbocan,
Frentes que hierven, lenguas que fulminan,
Y ojos que flechan, y ojos que sumergen
En océanos de agua las mejillas,
Bárbaros mil que se hartan de amargura
Y viven devorando su agonía,
Y andan siempre de hinojos y besando
Polvos de pies que como incienso aspiran.
Lenguas que a gritos cuentan que están mudas,
Ciegos que ven, difuntos que visitan,
Y ruidos sordos, y silencios que hablan,
Y auras pobladas de quimera y sílfidas.
Y un sauce, en fin, que en lánguido desmayo
Crudo ramal sobre su forma aplica,
Y allá en la tarde cuando el sol se acuesta
Previéneles que duerman y no giman:
Al descubrir cada una de estas joyas
(En prosa) el aduanero se fruncía,
Y «será muy corriente», —murmuraba—
«Mas huele a fraude», «es cosa nunca vista...»
Pero tornose indignación su asombro
Con lo demás de aquella pacotilla,
Y hacíase la cruz hurgando cajas,
Cual si fueran de brasas encendidas.
Vaya esto a cuenta: —Crímenes, blasfemias,
Escándalos, estrépitos, perfidias,
Vergüenza, oprobio, maldición, sarcasmo,
Embriaguez, bacanal, crápula, orgía,
Segur, azote, férula, infortunio,
Gusano roedor, quemante estigma,
Prometeos, patíbulos, cadalsos,
Furor de numen, Tántalo, ignominia,
Siervos, ilotas, Ícaros, piratas,
Precitos, reos, condenados, víctimas,
Porvenires, oráculos, conjuros,
Signos, hados, estrellas, noche impía,
Trípodes, caos, dédalos, espectros,
Horóscopos, crepúsculos, enigmas.
Constelaciones, amuletos, polos,
Magias, fantasmagóricas alquimias,
Apoteosis, arcano, encantamientos,
Cosas infandas, cosas que titilan,
Cosas que muerden, pasman o fulguran,
Befan, profanan, crispan, electrizan,
Causan arrobamientos y desvelos
O remedan siniestras y fatídicas.
Desenterrados, íncubos, fantasmas,
Brujas, apariciones, estantiguas,
Y espíritus y cosas de otro mundo,
Y almas en pena y ánimas benditas:
Endríagos, vestigios, duendes, trasgos,
Y agüeros y fosfóricas pupilas,
Y cuanto a media noche espanta y pasma,
Gesticula, espeluzna y petrifica.
Músicas atronantes y estentóreas
Que rasgan vientos y almas asesinan,
Plagas, desvelos, úlceras, locuras,
Insanias, ilusiones, pesadillas,
Lepras, abortos, paroxismos, éxtasis,
Cáncer, palpitaciones, aneurismas,
Delirios, crispaturas, hinchazones
Y ávida sed, y fiebres convulsivas.
Insomnios, pestes, vértigos, gangrenas,
Y síncopes y plétoras y heridas,
Ímpetu, frenesí, danzas diabólicas,
Despechos, y desmayos, y agonías,
Túrgidas cosas, mórbidas, impúdicas,
Letíferas, hidrópicas, mefíticas,
Y harapos sucios (focos epidémicos),
Y otras pútridas cócoras pestíferas,
Cataclismos, catástrofes, derrumbos,
Torbellino, huracán, sirte, honda sima,
Y trombas y vorágines y cuanto
Traga, tritura, aplasta, hunde y abisma.
Llama, hoguera, tizón, ira, estro ardiente,
Fuego, volcán, relámpagos y chispas,
Rayos, centellas, dardos, meteoros,
Dagas, teas, puñales y cuchillas,
Minas, cadenas, yugos, entusiasmos,
Raudos cometas, cóleras fulmíneas,
Y todo lo que estalla, arde y revienta,
Y toda clase de armas prohibidas.
Gran provisión de tártaros profundos,
Y báratros y avernos sin medida,
Y con todas sus letras, más infiernos
Que los que el mismo diablo necesita.
Y tantos antropófagos, verdugos,
Furias, sayones, parcas homicidas
Y reyes del averno, que es probable
No haya quedado allá ni quien reciba.
Aquí sí el Inspector plantó resuelto,
Y dijo a doña Charla: «Por mi vida
Que a no ser dama usted, y no inspirarme
Tanto terror, asárala en parrilla.
Su carga es el ajuar de los infiernos,
Ya sé quién de ministra nos la envía.
Vade retro, ¡Satán! vuélvete al punto
Con todas tus perversas chilindrinas».
Mas no se fue; ni ¿cuándo a las señoras
Faltó respuesta, cábala y salida?
¡Pobres aduanas si ángeles como ellas
Pudiéranse volver contrabandistas!
Recordando ésta cómo Adán rindiose
A la voz musical de su costilla,
Puso el monstruoso cargamento en verso,
Y pasó sin obstáculo en seguida,
Todos esos demonios que aterraban
En prosa vil a los cristianos vistas
Oráculos de Dios les parecieron
Puestos ya en cuatro pies con metro y rima.
No digo yo que fuese muy selecta
Poesía tal: al fin de pacotilla,
Mas quizá estaba en nuestra tierra en moda,
Aunque de todas las demás proscrita.
Muchos de sus artículos se hallaban
Convictos y confesos de avería,
Como flores marchitas, liras rotas,
Y mieles en acíbar convertidas.
Era no obstante una labor curiosa
Esa su conversión en joya lírica.
Pues leída de arriba para abajo,
O al contrario, de abajo para arriba,
De izquierda a diestra, de derecha a izquierda,
Saltando voces o saltando líneas,
De todos modos la canción cantaba
La misma cosa o la no cosa misma.
Ni debió el Inspector gastar sus cruces,
Pues cernido en tamiz de cuerda crítica
Todo aquel pandemonio honditronante,
Sale pampirolada solemnísima;
Y antes complace al ver que tantos monstruos,
Tanta alimaña indómita y dañina,
Pueden al cabo y a la postre, sueltas
Andar, como inocentes ovejillas.
Borrascas de palabras; aquilones
Que un fósforo tal vez no apagarían,
Abismos que dan fondo a una pulgada;
Mundos que caben en cualquier vasija.
Chistes cuya agudeza, no en lo agudo,
En lo no limpio únicamente estriba;
Y requiebros que en sandíos sólo igualan
Las sandías que a su cháchara se rindan.
Suspiros cuyos ecos son bostezos,
Tragos acerbos... de frugal saliva,
Áspides que no muerden ni en ayunas,
Buitres que alcanza al vuelo una gallina.
Idealismos inopes de ideas,
Néctar embriagador como agua tibia,
Tontería evidente en frase oscura,
Misterios de clarísima pamplina;
Fuego que enfría amenazando infiernos,
Soplo de inspiración que hinche vejigas,
Hipérboles que achican cuanto agrandan,
Y admiraciones mil que a nadie admiran.
Poesía hermana del insigne cuento
Que cierto idiota a Shakspeare refería,
Todo el estruendo y furia y palabrotas
Y que no contó nada en resumidas.
Mas yo debo acabar el que os relato,
El cual, como es la Charla su heroína,
Tuvo que ser muy largo... y falta cola;
Quien no guste de colas que la omita.
Pasó el gran cargamento, y pasó gratis,
Haciendo al fisco una lesión gravísima,
Ya porque el Inspector no era un Horacio,
Ya por no hallar el verso en la tarifa;
Y sucedió después, que no encontrándose
Los cuerdos en el mundo en mayoría,
Hizo la Charla prodigioso expendio
Aun de sus existencias carcomidas.
Todo alcanzó tal boga que emprendieron
Muchos el contrahacer las joyas dichas,
Y, si en su original ya eran bien malas,
Copiadas se eclipsaron a sí mismas.
No hubo doncel sin desengaño negro,
(De otro color no tuvo ya salida),
Y si antes se preciaban flores frescas,
Vino a ser más gentil darlas marchitas;
Buena o mala misión no faltó a nadie;
Todo el que andaba, por abrojos iba;
La cítara fue mueble indispensable
Y el torcedor comodidad precisa.
Pero escandalizó gentes piadosas
Oír maldiciendo aun a modestas niñas,
Y que en vez de algodón, o añil, o papas,
El pueblo andaba cosechando espinas;
Supieron que con unas tales Musas
Los jóvenes ociaban noche y día;
Y en busca de remedio enderezaron
Un memorial con mil quinientas firmas
Al Supremo Congreso; el cual, pasándolo
A especial Comisión ad hoc provista,
Se avino luego a la opinión que expuso
Al evacuar su informe la antedicha.
Este Informe explicábale, en sustancia.
Que; «Planteando en fórmulas precisas,
La cuestión en cuestión, y con la lógica
Que los sucesos netamente implican:
Después de haber tomado como pauta
En consideración muy detenida
La grave situación de esta emergencia,
Bajo todas sus fases respectivas:
Y, de otra parte, lúcida pesando
La alta y solemne actualidad del día
En su compleja variedad, y en toda
La entidad que apareja, una y distinta:
Vuestra honorable Comisión, no empero
Sin que por un momento obste o infrinja
La alta prerrogativa que os incumbe
Y su órbita de acción característica,
Buscó una solución que resolviese
Tantas perplejidades indecisas
Zanjando el nudo, despejando el campo
Y previniendo peripecias criticas:
Y encontró que la caja de Pandora
No era sino un tropel de anomalias
Que alude el memorial, y que adjuntadas
Obraréis como el caso urgente dicta».
No dijo más el luminoso informe,
Mas íntegro en pos dél reproducía
Un inventario fiel de los efectos
Que importó Charla y que la hicieron rica,
Pero allí no campaban escudados
Con mágico disfraz de metro y rima
Sino en prosa oficial, cual demandábalo
La augusta majestad legislativa.
Gran sensación causaron ambas piezas,
Pidiose su lectura repetida,
Y si al Informe, por la luz que arroja,
Y la alta concepción que en él domina,
Fénix se le aclamó, —trayendo, empero,
Cierto aire familiar, y aun de familia,
No sorprendió a los miembros honorables
Tanto como la anexa retahíla.
Hubo andanadas, salvas y descargas
De hurras, palmadas, vítores y vivas,
Tempestades de aplausos, y aguaceros
De hilaridad simpática infinita.
El soberano pueblo concurrente
Se asoció al soberano congresista
En su furor; y publicar mandose
En el Diario Oficial entrambas fincas.
Hay entusiasmos de diversos gestos,
Y ya observó Manuel que la más linda
De todas las comedias, es sin duda
Una tragedia destrozada y frita.
Recuerdo muy al caso un don Pelayo
Que se dio en Bogotá, do cada artista
Tuvo que triplicar verso por verso
Para saciar al público de risa.
Este, al cual en bufón no excedió Atenas,
Su ultimátum sentó: «Que se repita
Cada rebuzno, o devolved la entrada,
O id a prisión: no os queda otra salida».
—Prófugo el tesorero, inevitable
Fue obedecer; y aquel festín de silba
Tanto agradó, que convertido en ganga
Siguió dando al histrión duros por pifias.
Un entusiasmo igual Charla produjo
Con sus desmusicadas baratijas,
Sólo que es cosa averiguada y cierta
Que no importó segunda pacotilla.
Ni desde entonce en los mercados viose
Un plañidero colorín diablista
Pues, para fraudes evitar, dio el mundo
En traducir en prosa las cantigas;
Y si encontraba allí palabras sólo,
Y nada nuevo, y nada que repita
El alma en eco bienhechor, sintiéndose
Conmovida, enseñada, engrandecida;
Si aquello no era corazón cantando
Lo que habla el corazón cuando lo agitan
Pasiones verdaderas, que al salvaje
Elocuencia de imágenes inspiran;
Si no era un alma individual, que prueba
Venir de Dios porque algo nuevo cría,
Porque algo piensa que otros no pensaron
Y alza otra flor de otro átomo de arcilla;
Si era un pincel que sólo halló en los Andes
Tul, primaveras, céfiros y ninfas;
Música de la oreja y no del alma
Poesía toda ella crinolina: —
Esta, en su vaciedad, quedó patente,
Tornó a su original la pacotilla,
Y no colgando, sino ahorcado a un sauce
Amaneció el laúd contrabandista.
En cuanto a aquellos doblemente Informes
Por lo informes que son, propuso un quidam
Que en adelante en verso se escribiesen
(Para darles corona en vez de silba).
¿Faltan acaso escena y digno asunto
Al hijo de Colón que así mendiga
De parias de otra sociedad, reniegos
Y rancia miel de insípidas letrillas?
¿No es suyo, y suyo sólo un portentoso
Mundo aun fragante a vírgenes primicias,
Con cordilleras de Parnasos tales
Que el griego fuera, ante el menor, —colina?
Para que el lienzo hiciese con imágenes
De nueva y sorprendente maravilla,
¿No basta aquí borrar memorias de otros,
Y ver, y trasladar lo que se mira?
Como si al genio antiguo, en sus más puras
Ansias de paz y plenitud benditas,
Reminiscencias solo alimentasen
De la encantada Atlántida perdida, —
Cuando ésta al fin de su sepulcro de olas
Se alzó resucitada, ella traía
Esas aspiraciones ideales
En realidad deslumbradora y viva.
El siglo de oro, el sueño de inocencia.
De amor perfecto y cándidas delicias
Tiende a Colón sus desarmados brazos
En laberintos de aromadas islas;
«No sé por dónde principiar. Mis ojos
No se sacian de ver —así él se explica—;
Todo es verdor, que da placer mirarlo.
Cosas como estas nunca fueron vistas.
»Es un jardín abierto; y la natura
Tan liberal, que nadie ni imagina
La propiedad; no saben qué son vallas,
Ignoran la indigencia y la codicia.
»Todos aquí son jóvenes, y todos
Bellos, fieles, afables. Hay sonrisa
Siempre en sus rostros; su candor los cubre,
Y sólo amor, felicidad respiran.
»Armas, ni las conocen. Si de cerca
Nuestras espadas a sus ojos brillan
Tómanlas por el filo, y de ignorancia
Manos tan sanas córtanse ellas mismas.
«Todo, hasta el verde de la selva es nuevo,
Extraño, incomparable; todo invita
A no irse nunca de un Edén tan grato...
Yo no puedo arrancarme a tanta dicha».
Pero el noble Colón trajo enroscadas
Al árbol del amor y de la vida
Serpientes mil que difundiendo muerte
Por aquel nuevo Edén se le deslizan.
Al Sur, Pizarro, Almagro, Belalcázar,
Quesada, Fredermán, la selva antigua
Rompen, y alzando a pulso sus corceles
Trepan cual ciervos pavorosas cimas;
Y allá, cerca del cielo, entre altos muros
De nieve y de granito suspendidas,
Nadando en auras de pureza etérea
Despliéganse de pronto ante su vista,
Las Hespérides muertas que el pagano
Sospechó, y no vio nunca, ni en sus islas
El gran Colón: remotos santuarios
De las joyas del mundo y sus delicias.
Madre Natura a las demás regiones,
Cual a desheredadas tristes hijas
Presta por turno algunas de sus dádivas,
Breve compensación de suerte esquiva.
Pero en la nuestra, hermanos de los trópicos,
El soberano mayorazgo apila,
Dándonos sus tesoros incontables,
Todos —y en todo tiempo— y sin medida.
Si no los veis, si la opulenta herencia
Embotando el sentir quizá os fastidia,
Salid, —y aprenderéis que entre nosotros
El último mendigo es sibarita.
Vístelo el bosque, embriáganlo las flores,
Templado el cielo con amor lo abriga,
Gusta en huerto sin fin de agreste fruto
Y espectáculo eterno lo extasía.
¿Buscáis acción? —¿No es toda nuestra historia
Tragedia de tragedias inauditas...?
¡Ah! olvidad medio siglo. En sus anales
Por una que honre, hay diez que ruborizan.
¡Cuántas naciones venturosas fueran
Con un diezmo no más de nuestra dicha,
Mas nosotros, imbéciles mimados.
Infierno hacemos lo que a Edén se brinda.
No sólo al Ecuador, cinto esplendente
De la Venus del mundo, hay maravillas.
De polo a polo es poesía ya hecha,
Y lo único que falta es escribirla.
Cantad la guerra magna, única santa,
De lauros y odas y obeliscos digna,
Cuando tribunos y opresores no eran
Farsantes por igual con loa distinta;
Cuando los Padres por el bien de todos
Dieron solaz, riqueza, sangre y vida.
José Rafael de Pombo y Rebolledo nacido en Bogotá (Colombia) el 7 de noviembre
de 1833.
Escritor, poeta, fabulista, traductor, intelectual y
diplomático colombiano.
Fallece el 5 de mayo
de 1912.
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