lunes, 31 de mayo de 2021

No fueron tus divinos ojos, Ana de Lupercio Leonardo de Argensola (1559-1613).


  No fueron tus divinos ojos, Ana, 
los que al yugo amoroso me han rendido; 
ni los rosados labios, dulce nido 
del ciego niño, donde néctar mana; 

     ni las mejillas de color de grana; 
ni el cabello, que al oro es preferido; 
ni las manos, que a tantos han vencido; 
ni la voz, que está en duda si es humana. 

     Tu alma, que en tus obras se trasluce, 
es la que sujetar pudo la mía,
porque fuese inmortal su cautiverio. 

     Así todo lo dicho se reduce 
a solo su poder, porque tenía 
por ella cada cual su ministerio.

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