jueves, 17 de diciembre de 2020

Venus de Rubén Darío.


En la tranquila noche, mis nostalgias amargas sufría. 

En busca de quietud, bajé al fresco y callado jardín. 
En el obscuro cielo, Venus bella temblando lucía, 
como incrustado en ébano un dorado y divino jazmín.



    A mi alma enamorada, una reina oriental parecía, 
que esperaba a su amante, bajo el techo de su camarín, 
o que, llevada en hombros, la profunda extensión recorría, 
triunfante y luminosa, recostada sobre un palanquín.



    «¡Oh, reina rubia! —díjele—, mi alma quiere dejar su crisálida 
y volar hacia ti, y tus labios de fuego besar; 
y flotar en el nimbo que derrama en tu frente luz pálida,



    y en siderales éxtasis no dejarte un momento de amar». 
El aire de la noche refrescaba la atmósfera cálida. 
Venus, desde el abismo, me miraba con triste mirar.

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