martes, 30 de mayo de 2023

Esa mujer de Rodolfo Walsh.

El coronel elogia mi puntualidad:
-Es puntual como los alemanes -dice.
-O como los ingleses.
El coronel tiene apellido alemán.
Es un hombre corpulento, canoso, de cara ancha, tostada.
-He leído sus cosas -propone-. Lo felicito.
Mientras sirve dos grandes vasos de whisky, me va informando, casualmente, que tiene veinte años de servicios de informaciones, que ha estudiado filosofía y letras, que es un curioso del arte. No subraya nada, simplemente deja establecido el terreno en que podemos operar, una zona vagamente común.
Desde el gran ventanal del décimo piso se ve la ciudad en el atardecer, las luces pálidas del río. Desde aquí es fácil amar, siquiera momentáneamente, a Buenos Aires. Pero no es ninguna forma concebible de amor lo que nos ha reunido.
El coronel busca unos nombres, unos papeles que acaso yo tenga.
Yo busco una muerta, un lugar en el mapa. Aún no es una búsqueda, es apenas una fantasía: la clase de fantasía perversa que algunos sospechan que podría ocurrírseme.
Algún día (pienso en momentos de ira) iré a buscarla. Ella no significa nada para mí, y sin embargo iré tras el misterio de su muerte, detrás de sus restos que se pudren lentamente en algún remoto cementerio. Si la encuentro, frescas altas olas de cólera, miedo y frustrado amor se alzarán, poderosas vengativas olas, y por un momento ya no me sentiré solo, ya no me sentiré como una arrastrada, amarga, olvidada sombra.
El coronel sabe dónde está.
Se mueve con facilidad en el piso de muebles ampulosos, ornado de marfiles y de bronces, de platos de Meissen y Cantón. Sonrío ante el Jongkind falso, el Fígari dudoso. Pienso en la cara que pondría si le dijera quién fabrica los Jongkind, pero en cambio elogio su whisky.
Él bebe con vigor, con salud, con entusiasmo, con alegría, con superioridad, con desprecio. Su cara cambia y cambia, mientras sus manos gordas hacen girar el vaso lentamente.
-Esos papeles -dice.
Lo miro.
-Esa mujer, coronel.
Sonríe.
-Todo se encadena -filosofa.
A un potiche de porcelana de Viena le falta una esquirla en la base. Una lámpara de cristal está rajada. El coronel, con los ojos brumosos y sonriendo, habla de la bomba.
-La pusieron en el palier. Creen que yo tengo la culpa. Si supieran lo que he hecho por ellos, esos roñosos.
-¿Mucho daño? -pregunto. Me importa un carajo.
-Bastante. Mi hija. La he puesto en manos de un psiquiatra. Tiene doce años -dice.
El coronel bebe, con ira, con tristeza, con miedo, con remordimiento.
Entra su mujer, con dos pocillos de café.
-Contale vos, Negra.
Ella se va sin contestar; una mujer alta, orgullosa, con un rictus de neurosis. Su desdén queda flotando como una nubecita.
-La pobre quedó muy afectada -explica el coronel-. Pero a usted no le importa esto.
-¡Cómo no me va a importar!… Oí decir que al capitán N y al mayor X también les ocurrió alguna desgracia después de aquello.
El coronel se ríe.
-La fantasía popular -dice-. Vea cómo trabaja. Pero en el fondo no inventan nada. No hacen más que repetir.
Enciende un Marlboro, deja el paquete a mi alcance sobre la mesa.
-Cuénteme cualquier chiste -dice.
Pienso. No se me ocurre.
-Cuénteme cualquier chiste político, el que quiera, y yo le demostraré que estaba inventado hace veinte años, cincuenta años, un siglo. Que se usó tras la derrota de Sedán, o a propósito de Hindenburg, de Dollfuss, de Badoglio.
-¿Y esto?
-La tumba de Tutankamón -dice el coronel-. Lord Carnavon. Basura.
El coronel se seca la transpiración con la mano gorda y velluda.
-Pero el mayor X tuvo un accidente, mató a su mujer.
-¿Qué más? -dice, haciendo tintinear el hielo en el vaso.
-Le pegó un tiro una madrugada.
-La confundió con un ladrón -sonríe el coronel . Esas cosas ocurren.
-Pero el capitán N…
-Tuvo un choque de automóvil, que lo tiene cualquiera, y más él, que no ve un caballo ensillado cuando se pone en pedo.
-¿Y usted, coronel?
-Lo mío es distinto -dice-. Me la tienen jurada.
Se para, da una vuelta alrededor de la mesa.
-Creen que yo tengo la culpa. Esos roñosos no saben lo que yo hice por ellos. Pero algún día se va a escribir la historia. A lo mejor la va a escribir usted.
-Me gustaría.
-Y yo voy a quedar limpio, yo voy a quedar bien. No es que me importe quedar bien con esos roñosos, pero sí ante la historia, ¿comprende?
-Ojalá dependa de mí, coronel.
-Anduvieron rondando. Una noche, uno se animó. Dejó la bomba en el palier y salió corriendo.
Mete la mano en una vitrina, saca una figurita de porcelana policromada, una pastora con un cesto de flores.
-Mire.
A la pastora le falta un bracito.
-Derby -dice-. Doscientos años.
La pastora se pierde entre sus dedos repentinamente tiernos. El coronel tiene una mueca de fierro en la cara nocturna, dolorida.
-¿Por qué creen que usted tiene la culpa?
-Porque yo la saqué de donde estaba, eso es cierto, y la llevé donde está ahora, eso también es cierto. Pero ellos no saben lo que querían hacer, esos roñosos no saben nada, y no saben que fui yo quien lo impidió.
El coronel bebe, con ardor, con orgullo, con fiereza, con elocuencia, con método.
-Porque yo he estudiado historia. Puedo ver las cosas con perspectiva histórica. Yo he leído a Hegel.
-¿Qué querían hacer?
-Fondearla en el río, tirarla de un avión, quemarla y arrojar los restos por el inodoro, diluirla en ácido. ¡Cuanta basura tiene que oír uno! Este país está cubierto de basura, uno no sabe de dónde sale tanta basura, pero estamos todos hasta el cogote.
-Todos, coronel. Porque en el fondo estamos de acuerdo, ¿no? Ha llegado la hora de destruir. Habría que romper todo.
-Y orinarle encima.
-Pero sin remordimientos, coronel. Enarbolando alegremente la bomba y la picana. ¡Salud! -digo levantando el vaso.
No contesta. Estamos sentados junto al ventanal. Las luces del puerto brillan azul mercurio. De a ratos se oyen las bocinas de los automóviles, arrastrándose lejanas como las voces de un sueño. El coronel es apenas la mancha gris de su cara sobre la mancha blanca de su camisa.
-Esa mujer -le oigo murmurar-. Estaba desnuda en el ataúd y parecía una virgen. La piel se le había vuelto transparente. Se veían las metástasis del cáncer, como esos dibujitos que uno hace en una ventanilla mojada.
El coronel bebe. Es duro.
-Desnuda -dice-. Éramos cuatro o cinco y no queríamos mirarnos. Estaba ese capitán de navío, y el gallego que la embalsamó, y no me acuerdo quién más. Y cuando la sacamos del ataúd -el coronel se pasa la mano por la frente-, cuando la sacamos, ese gallego asqueroso…
Oscurece por grados, como en un teatro. La cara del coronel es casi invisible. Sólo el whisky brilla en su vaso, como un fuego que se apaga despacio. Por la puerta abierta del departamento llegan remotos ruidos. La puerta del ascensor se ha cerrado en la planta baja, se ha abierto más cerca. El enorme edificio cuchichea, respira, gorgotea con sus cañerías, sus incineradores, sus cocinas, sus chicos, sus televisores, sus sirvientas, Y ahora el coronel se ha parado, empuña una metralleta que no le vi sacar de ninguna parte, y en puntas de pie camina hacia el palier, enciende la luz de golpe, mira el ascético, geométrico, irónico vacío del palier, del ascensor, de la escalera, donde no hay absolutamente nadie y regresa despacio, arrastrando la metralleta.
-Me pareció oír. Esos roñosos no me van a agarrar descuidado, como la vez pasada.
Se sienta, más cerca del ventanal ahora. La metralleta ha desaparecido y el coronel divaga nuevamente sobre aquella gran escena de su vida.
-…se le tiró encima, ese gallego asqueroso. Estaba enamorado del cadáver, la tocaba, le manoseaba los pezones. Le di una trompada, mire -el coronel se mira los nudillos-, que lo tiré contra la pared. Está todo podrido, no respetan ni a la muerte. ¿Le molesta la oscuridad?
-No.
-Mejor. Desde aquí puedo ver la calle. Y pensar. Pienso siempre. En la oscuridad se piensa mejor.
Vuelve a servirse un whisky.
-Pero esa mujer estaba desnuda -dice, argumenta contra un invisible contradictor-. Tuve que taparle el monte de Venus, le puse una mortaja y el cinturón franciscano.
Bruscamente se ríe.
-Tuve que pagar la mortaja de mi bolsillo. Mil cuatrocientos pesos. Eso le demuestra, ¿eh? Eso le demuestra.
Repite varias veces “Eso le demuestra”, como un juguete mecánico, sin decir qué es lo que eso me demuestra.
-Tuve que buscar ayuda para cambiarla de ataúd. Llamé a unos obreros que había por ahí. Figúrese como se quedaron. Para ellos era una diosa, qué sé yo las cosas que les meten en la cabeza, pobre gente.
-¿Pobre gente?
-Sí, pobre gente -el coronel lucha contra una escurridiza cólera interior-. Yo también soy argentino.
-Yo también, coronel, yo también. Somos todos argentinos.
-Ah, bueno -dice.
-¿La vieron así?
-Sí, ya le dije que esa mujer estaba desnuda. Una diosa, y desnuda, y muerta. Con toda la muerte al aire, ¿sabe? Con todo, con todo…
La voz del coronel se pierde en una perspectiva surrealista, esa frasecita cada vez más rémova encuadrada en sus líneas de fuga, y el descenso de la voz manteniendo una divina proporción o qué. Yo también me sirvo un whisky.
-Para mí no es nada -dice el coronel-. Yo estoy acostumbrado a ver mujeres desnudas. Muchas en mi vida. Y hombres muertos. Muchos en Polonia, el 39. Yo era agregado militar, dese cuenta.
Quiero darme cuenta, sumo mujeres desnudas más hombres muertos, pero el resultado no me da, no me da, no me da… Con un solo movimiento muscular me pongo sobrio, como un perro que se sacude el agua.
-A mí no me podía sorprender. Pero ellos…
-¿Se impresionaron?
-Uno se desmayó. Lo desperté a bofetadas. Le dije: “Maricón, ¿esto es lo que hacés cuando tenés que enterrar a tu reina? Acordate de San Pedro, que se durmió cuando lo mataban a Cristo.” Después me agradeció.
Miró la calle. “Coca” dice el letrero, plata sobre rojo. “Cola” dice el letrero, plata sobre rojo. La pupila inmensa crece, círculo rojo tras concéntrico círculo rojo, invadiendo la noche, la ciudad, el mundo. “Beba”.
-Beba -dice el coronel.
Bebo.
-¿Me escucha?
-Lo escucho.
Le cortamos un dedo.
-¿Era necesario?
El coronel es de plata, ahora. Se mira la punta del índice, la demarca con la uña del pulgar y la alza.
-Tantito así. Para identificarla.
-¿No sabían quién era?
Se ríe. La mano se vuelve roja. “Beba”.
-Sabíamos, sí. Las cosas tienen que ser legales. Era un acto histórico, ¿comprende?
-Comprendo.
-La impresión digital no agarra si el dedo está muerto. Hay que hidratarlo. Más tarde se lo pegamos.
-¿Y?
-Era ella. Esa mujer era ella.
-¿Muy cambiada?
-No, no, usted no me entiende. Igualita. Parecía que iba a hablar, que iba a… Lo del dedo es para que todo fuera legal. El profesor R. controló todo, hasta le sacó radiografías.
-¿El profesor R.?
-Sí. Eso no lo podía hacer cualquiera. Hacía falta alguien con autoridad científica, moral.
En algún lugar de la casa suena, remota, entrecortada, una campanilla. No veo entrar a la mujer del coronel, pero de pronto esta ahí, su voz amarga, inconquistable.
-¿Enciendo?
-No.
-Teléfono.
-Deciles que no estoy.
Desaparece.
-Es para putearme -explica el coronel-. Me llaman a cualquier hora. A las tres de la madrugada, a las cinco.
-Ganas de joder -digo alegremente.
-Cambié tres veces el número del teléfono. Pero siempre lo averiguan.
-¿Qué le dicen?
-Que a mi hija le agarre la polio. Que me van a cortar los huevos. Basura.
Oigo el hielo en el vaso, como un cencerro lejano.
-Hice una ceremonia, los arengué. Yo respeto las ideas, les dije. Esa mujer hizo mucho por ustedes. Yo la voy a enterrar como cristiana. Pero tienen que ayudarme.
El coronel está de pie y bebe con coraje, con exasperación, con grandes y altas ideas que refluyen sobre él como grandes y altas olas contra un peñasco y lo dejan intocado y seco, recortado y negro, rojo y plata.
-La sacamos en un furgón, la tuve en Viamonte, después en 25 de Mayo, siempre cuidándola, protegiéndola, escondiéndola. Me la querían quitar, hacer algo con ella. La tapé con una lona, estaba en mi despacho, sobre un armario, muy alto. Cuando me preguntaban qué era, les decía que era el transmisor de Córdoba, la Voz de la Libertad.
Ya no sé dónde está el coronel. El reflejo plateado lo busca, la pupila roja. Tal vez ha salido. Tal vez ambula entre los muebles. El edificio huele vagamente a sopa en la cocina, colonia en el baño, pañales en la cuna, remedios, cigarrillos, vida, muerte.
-Llueve -dice su voz extraña.
Miro el cielo: el perro Sirio, el cazador Orión.
-Llueve día por medio -dice el coronel-. Día por medio llueve en un jardín donde todo se pudre, las rosas, el pino, el cinturón franciscano.
Dónde, pienso, dónde.
-¡Está parada! -grita el coronel-. ¡La enterré parada, como Facundo, porque era un macho!
Entonces lo veo, en la otra punta de la mesa. Y por un momento, cuando el resplandor cárdeno lo baña, creo que llora, que gruesas lágrimas le resbalan por la cara.
-No me haga caso -dice, se sienta-. Estoy borracho.
Y largamente llueve en su memoria.
Me paro, le toco el hombro.
-¿Eh? -dice- ¿Eh? -dice.
Y me mira con desconfianza, como un ebrio que se despierta en un tren desconocido.
-¿La sacaron del país?
-Sí.
-¿La sacó usted?
-Sí.
-¿Cuántas personas saben?
-DOS.
-¿El Viejo sabe?
Se ríe.
-Cree que sabe.
-¿Dónde?
No contesta.
-Hay que escribirlo, publicarlo.
-Sí. Algún día.
Parece cansado, remoto.
-¡Ahora! -me exaspero-. ¿No le preocupa la historia? ¡Yo escribo la historia, y usted queda bien, bien para siempre, coronel!
La lengua se le pega al paladar, a los dientes.
-Cuando llegue el momento… usted será el primero…
-No, ya mismo. Piense. Paris Match. Life. Cinco mil dólares. Diez mil. Lo que quiera.
Se ríe.
-¿Dónde, coronel, dónde?
Se para despacio, no me conoce. Tal vez va a preguntarme quién soy, qué hago ahí.
Y mientras salgo derrotado, pensando que tendré que volver, o que no volveré nunca. Mientras mi dedo índice inicia ya ese infatigable itinerario por los mapas, uniendo isoyetas, probabilidades, complicidades. Mientras sé que ya no me interesa, y que justamente no moveré un dedo, ni siquiera en un mapa, la voz del coronel me alcanza como una revelación.
-Es mía -dice simplemente-. Esa mujer es mía.

Rodolfo Jorge Walsh fue un escritor y periodista argentino nacido en la localidad de Lamarque, Valle Medio de la provincia de Río Negro un 9 de enero de 1927​ - desaparecido por la última dictadura argentina en Buenos Aires, 25 de marzo de 1977.

domingo, 28 de mayo de 2023

EL MOTIVO - PASCUAL CONTURSI (Tango).

 

Mina que fue en otro tiempo
la más papa milonguera
y en esas noches tangueras
fue la reina del festín.
Hoy no tiene pa' ponerse
ni zapatos ni vestidos,
anda enferma y el amigo
no aportó para el bulín.

Ya no tienen sus ojazos
esos fuertes resplandores
y en su cara los colores
se le ven palidecer.
Está enferma, sufre y llora
y manya con sentimiento
de que así, enferma y sin vento
más naide la va a querer.

Pobre paica que ha tenido
a la gente rechiflada
y supo con la mirada
conquistar una pasión.
Hoy no tiene quien se arrime
por cariño a su catrera.
¡Pobre paica arrabalera
que quedó sin corazón!

Y cuando de los bandoneones
se oyen las notas de un tango,
pobre florcita de fango
siente en su alma vibrar
las nostalgias de otros tiempos
de placeres y de amores,
¡hoy sólo son sinsabores
que la invitan a llorar!

Tango / 1920.
Pascual Contursi fue un conocido dramaturgo, músico y letrista de tango argentino. Fue autor de unas cuarenta letras de tango entre las que se destacan Bandoneón arrabalero, Caferata, Ivette y Ventanita de arrabal, muchas de las cuales fueron grabadas por Carlos Gardel. Wikipedia
Nacimiento: 18 de noviembre de 1888, Chivilcoy
Fallecimiento: 28 de mayo de 1932, Buenos Aires
Películas: Mi Pobre Madre Querida.

viernes, 26 de mayo de 2023

TANGO GARUFA. Garufa, ¡Pucha que sos divertido! Decís: “Yo soy una rana fenomenal”.

 

EL TANGO "GARUFA" LO ESCRIBIERON FONTAINA Y SOLIÑO, Y LE PUSO MÚSICA J. COLLAZO.
"EL BARRIO LA MONDIOLA" A LA QUE ALUDE EL TANGO, ESTABA COMPUESTO GENERALMENTE POR MODESTAS CASILLAS DE MADERA CON DOS AMBIENTES, (COMEDOR Y DORMITORIO) QUE SE ALINEABAN EN LA COSTA DESDE PUNTA CARRETAS HASTA MALVIN EN URUGUAY.   ERA UNA ESPECIE DE JURISDICCIÓN ESPECIAL, A LA QUE NO LLEGABAN LAS ORDENANZAS NI LA PROHIBICIONES, HABILITANDOLOS A ACTUAR CON MEDIA TOLERANCIA PORQUE EN TODA LA ZONA APENAS HABÍAN FAMILIAS.

Este comentario del tango GARUFA pertenece a Carlitos Basabe publicado en "A SOLAS CON EL TANGO".


GARUFA ¡PUCHA QUE SOS DIVERTIDO!

Garufa es una expresión del lunfardo que habla de aquel que le gusta "la farra", la diversión y la fiesta.

Sobre el tango "Garufa" que naciera en 1.927 con música de Juan Antonio Collazo y la letra de: Víctor Soliño y Roberto Fontaina.

Del barrio La Mondiola sos el más rana

y te llaman Garufa por lo bacán;

tenés más pretensiones que bataclana

que hubiera hecho suceso con un gotán.

Durante la semana, meta laburo,

y el sábado a la noche sos un doctor:

te encajás las polainas y el cuello duro

y te venís p'al centro de rompedor.

Historia del Tango Garufa.

“Garufa” que mencionaba en la letra la letra hecha en Uruguay la  calle San José de Montevideo (la calle de prostitutas y compadritos montevidianos) que en la Argentina la remplazaron por la mención del Parque Japonés, parque de diversiones, lugar de recreo y encuentro donde también se bailaba, frente a la estación Terminal de trenes de Retiro, ubicado en el predio donde actualmente está el Hotel Sheraton de Buenos Aires.

Lo que no fue modificado en la letra es el “barrio La Mondiola”, nombre genérico de la zona costera, donde se desarrollaba una vida bohemia, donde la “Troupe” tenían una casita que servía de sede. Que por otra parte habla de lo arrabalero del tango, del barrio.

“Garufa es un termino utilizado en la Argentina para hablar a una persona que se “pasa de listo es el “vivo argentino” “el rana”.

“Garufa” es una simpática historia es totalmente representativa tanto en una orilla del río de La Plata, como en la otra.


LA LETRA DEL DIVERTIDO TEMA:  “GARUFA”.

Del barrio La Mondiola sos el más rana

 Y te llaman Garufa por lo bacan;

 Tenés mas pretensiones que bataclana

 Que hubiera hecho suceso con un gotan.

 

Durante la semana, meta laburo,

Y el sabado a la noche sos un doctor;

Te encajas las polainas y el cuello duro

Y te venís pa’l centro de rompedor.

Garufa,

¡Pucha que sos divertido!

Garufa,

Ya sos un caso perdido;

Tu vieja

Dice que sos un bandido

Porque supo que te vieron

La otra noche

En el Parque Japonés

Caes a la milonga en cuanto empieza

Y sos para las minas el vareador;

Sos capaz de bailarte la Marsellesa,

La Marcha a Garibaldi y El Trovador.

Con un café con leche y una ensaimada

Rematás esa noche de bacanal

Y al volver a tu casa, de madrugada,

Decís: “Yo soy una rana fenomenal”.


GARUFA: voz lunfarda que significa algarabía, fiesta y, por extensión, a la persona que gusta de ellas.

Roberto Fontaina (Montevideo, Uruguay, 3 de enero de 1900 – ídem, 15 de febrero de 1963) fue un letrista y comediógrafo coautor de la letra de Garufa escribió además otros tangos de gran difusión como, Niño bien y Mama yo quiero un novio, entre otros, caracterizados por una visión humorística.​

Víctor Soliño Seminario (Bayona, Pontevedra, 10 de septiembre de 1897 - Montevideo, 13 de octubre de 1983) fue un periodista, letrista de tango y poeta coautor de las letras de los tangos GarufaNiño bienAdiós, mi barrioMama...¡Yo quiero un novio! y Maula. También fue autor de letras de folclore, murga y otros géneros musicales.

Datos: Wikipedia.

La letra de GARUFA.

En la letra original lo vieron a Garufa "en la calle San José" (de Montevideo), una calle que aún existe en el Centro y donde entonces había muchos establecimientos de mala fama. Como en Buenos Aires existía otra calle San José pero sin esas características, en la nueva letra la sustituyen por "el Parque Japonés" que era un parque de diversiones cercano a la estación Retiro que también tenía lugares para bailar.

Se mantuvo en cambio “La Mondiola”, que era donde la "Troupe Ateniense" tenía su sede y es un barrio de Montevideo en los alrededores a la actual Av. Rivera entre las calles Gabriel Antonio Pereira y la actual Luis Alberto de Herrera, entonces era una zona alejada de la ciudad, con ranchos, casitas de madera de uno o dos ambientes, habitada por personas modestas donde podían desarrollar una vida libertina y bohemia.

Datos: Wikipedia.

Paco Medina nació en Tegucigalpa, Honduras. Galardonado con el Premio Nacional de Arte ( Pablo Zelaya Sierra) por su destacada participación como artista nacional, Paco es un fecundo compositor cuya línea melódica y sus canciones, lo han hecho famoso.-

Es autor de muchas composiciones, como las siguientes: "Tegucigalpa en la noche", "Vírgen de Suyapa", "Rió lindo", "Copán", "Pinares de Honduras", etc.

Esta versión se la confunde con la voz de Carlos Gardel.

martes, 23 de mayo de 2023

Y CANTABAN LAS PIEDRAS de ATAHUALPA YUPANQUI.

Y CANTABAN LAS PIEDRAS
de ATAHUALPA YUPANQUI.
Y cantaban las piedras en el río
mientras mi corazón buscaba en vano
las palabras exactas en la tarde.

El Cerro Colorado soltó sus aguiluchos
y se quedó en silencio como un nido vacío.
El agua tiene pájaros; yo siento sus gorjeo,
El agua tiene penas, insomnios y delirios.
El agua es la conseja del abuelo
que midió el mundo con su paso firme
hasta encontrar la arena,
y envejecer tranquilo.

Y cantaban las piedras en el río.
En el arpa dorada de la tarde
guardé mi copla de guijarro antiguo.
Vino la noche al fin,
distinta en cada uno, para el árbol,
para el aire, la piedra y el caballo.

Yo construyo la noche dentro mío.
Corro de estrella a estrella y las enciendo
Bebo en copa de ocaso los vinos de mi sueño.
Mía es la sombra azul y su misterio.
Veo como retornan los pájaros al monte.
Yo custodié sus nidos.
Los pastores ya bajan la montaña.
Los pastores sembraron en la sierra su silbo.

Ya olvidé la belleza de la tarde.
Triunfó la noche azul sobre mis ojos.
La noche me salió como una estatua.
Para hacer su hermosura me salí de mí mismo.
Yo repartí en pedazos mi noche sobre el mundo.
Y me quedé esperando con la mano tendida.
Contemplando la arena, pura sombra infinita.
Yo, que hice la noche, me quedé sin mi noche.
Me quedé sin mí mismo.
Y el sueño me rondaba sin alcanzarme nunca.
Y cantaban las piedras en el río.

Héctor Roberto chavero más conocido como Atahualpa Yupanqui, fue el más grande creador popular de la Argentina nació en el Campo de la Cruz, en Juan Andrés de la Peña, Partido de Pergamino en el norte de la provincia de Buenos Aires, el 31 de enero de 1908 y falleció en Nimes, Francia, el 23 de mayo de 1992.

viernes, 19 de mayo de 2023

Un asesino de Cristo de Andrés Rivera.


Crecí entre rápidas mudanzas de un inquilinato a otro, y repentinas apariciones de un médico alto, probablemente encorvado, y de anteojos, que me palpaba el pecho con unos dedos largos y fríos, y me limpiaba, de la frente y el cuerpo, el sudor de la fiebre, y me miraba como si yo fuese algo que ponía a prueba su ilimitada paciencia y su cansancio.

Ese hombre alto y encorvado abría su maletín y dejaba caer, en manos de mamá, dos, tres frascos con tabletas o jarabes espesos, y susurraba unas pocas palabras, y después, incrédulo y acongojado, se levantaba el cuello del sobretodo, y salía a la noche.
Nos mudábamos, mamá, papá y yo, y los ajados muebles que les regalaron los compañeros del sindicato el mediodía que mamá y papá se fueron a vivir juntos. Los sindicatos, en opinión de inefables voceros de la ley, eran cuevas de anarquistas, rojos y extranjeros errantes y desagradecidos y, entonces, con ominosa regularidad, se sucedían las irrupciones de hombres altos y morochos, de sombreros negros de ala gacha, en casas de vastos patios y parras viejas y retorcidas, y galerías de zinc, que Buenos Aires demolió, procaz y despiadada.
Yo, un chico con la salud recuperada o convaleciente de una enfermedad sin diagnóstico puntual, parado en el umbral de la pieza que alquilábamos en una de esas casas de habitaciones pródigas en murmullos y secretos de cópula, asistía al experto trabajo de una manada policial.
Hablaba poco, la manada, y hablaba para sí, críptica, desganada, perentoria. Levantaba colchones, revolvía sábanas y frazadas, deshacía pilas breves de ropa planchada, abría cajones, paseaba la luz de sus linternas por los elásticos de las camas, golpeaba las paredes, y se llevaba, a unos Ford negros y cuadrados, una docena de libros y dos o tres periódicos arrugados, la revolución quizá, en letras negras y desparejas, y se iba, la manada, hacia la noche y hacia el frío.
Pero cuando llegaba el verano, mamá volvía a inscribirme en la lista de los chicos que, por la gracia y la benevolencia de señoras perfumadas y católicas, conocería el mar.
Digo que descubrimos el mar, nosotros, hijos de obreros, de policías muertos, de presidiarios.
Hubo un tren que llevó nuestras tumultuosas expectativas a las arenas chispeantes de una playa, y a un edificio de grandes ventanas, dormitorios de techos altos, y comedores con pisos de baldosas negras y blancas, y chimeneas de ladrillo.
Hubo fotos, y en las fotos el agua lisa de las orillas del mar, y el mar, y el baño matutino en el mar que ahogaba nuestros gritos de placer y de miedo, los fingidos alardes de coraje de cara a la espuma alta de las olas.
Enseguida, otro baño bajo las duchas del edificio de grandes ventanas, y risas estridentes, histéricas, burlonas, bajo el agua helada de las duchas, y manoseos repentinos y humillantes de los más fuertes a los más indefensos, a los chicos que temían defenderse.
Cerca del mediodía, el almuerzo. El ruido de bocas llenas que masticaban, hambrientas, de eructos, de tripas insaciables, de algún llanto, de algún vómito.
Escribí cartas mentirosas: inocentes, quiero decir. Cartas a mamá (que suponían a papá). Escribí qué comíamos. Y cuánto. Porque yo sabía que querida mamá comía conmigo. Sabía que ella movía los labios, apretando un labio contra otro, y los movía, apretados los labios como si masticara. Y, luego, querida mamá se levantaba de la mesa, doblaba el papel de la carta desde donde yo le daba de comer, y lo guardaba en el bolsillo de la pollera, cerca de las calideces del vientre y, de pie, asentía en la quieta nada de la noche.
Yo le hablaba, a mamá, del mar.
Las señoras católicas y perfumadas, algunas de las cuales tenían por costumbre marchitarse bellamente, disponían de más dinero y de más tiempo que otras señoras con mucho menos tiempo y dinero para obras que dieran placer a Dios. Reabrían, entonces, las señoras católicas y perfumadas, la colonia de vacaciones.
Querida mamá no era católica y se perfumaba el primero de mayo, el día de mi cumpleaños y el 31 de diciembre. Pero era tenaz. Obtuvo, para mí, una plaza en las profusas listas de hijos de obreros, de policías muertos, de pobres y presidiarios que volverían al mar y hablarían, en sus cartas, que olían a sopa, a leche, a puré y blanda carne de vaca, de cómo es el mar.
Y estaban ahí las celadoras, rudas, provincianas, que consolaban a los chicos que pedían por sus casas en una tarde de lluvia, y que jugaban con nosotros, hijos de obreros, de policías muertos, de presidiarios, de pobres.
Y estuvieron, ahí, de pronto, las monjas. Eran, dijeron las monjas, exaltadas o con un murmullo cándido, las servidoras de Dios en la tierra.
No nos miraban, las monjas. Caminaban, entre nosotros, con sus largos hábitos negros, con sus caras sin sangre; parcas e increíbles, para mí, como la muerte y el milagro.
De noche, cuando nos acostábamos en las camas de sábanas limpias y crujientes; cuando el mar, allá afuera, decía algo en una lengua que nunca aprenderíamos a traducir; cuando las celadoras volvían a sus casas, las monjas, con llaves que les colgaban de la cintura, con voces cascadas o susurrantes, ordenaban rezar el Padrenuestro.
De rodillas en camas superpuestas, el dormitorio apenas iluminado, los chicos recitaban la oración que habían memorizado, serios, turbados, tal vez, o sumidos, tal vez, en el misterio que las palabras del rezo invocaba.
Una de las monjas, que caminaba entre las largas hileras de camas superpuestas, me miró, tendido en la mía, las manos sobre las sábanas, los labios quietos, y el rezo de los otros que ondulaba, gangoseante, en la sala apenas iluminada.
Algo dijo, la monja, en alguna noche, y el rezo finalizó, como si en esa sala no hubiera nadie. Los otros bajaron de sus camas, silenciosos y puros como nunca lo fueron, y la monja, una pesada sombra muda, salió del dormitorio.
Los otros rodearon mi cama, y ninguno de los otros habló, las caras rígidas y jóvenes bajo las luces tenues de la sala.
No sé cuánto tiempo estuvieron, así, inmóviles, como si esperaran una señal. Y no sé si la hubo, pero, en un solo impulso, saltaron a la cama en la que yo asistía, sin lágrimas, al fin de mi infancia.
Sé que golpeé algún pómulo, algún labio ensalivado. Sé que caí de cara a un colchón, con brazos, cuerpos, aullidos, que me golpeaban, de cara a un colchón. Sé que me izaron hasta la cama de arriba, la mía, y me ataron, desnudo, a los barrotes de la cama de arriba.
Después, los otros, los más fuertes y los más débiles, estuvieron allí, sombras flacas sobre el piso del dormitorio, mirándome, desnudo, atado a los barrotes de la cama de arriba.
La monja, la que habló a los otros, volvió a entrar a la sala, y caminó bajo las luces tenues de la sala, y no se detuvo frente al muchacho de diez años, atado, desnudo, a los barrotes de una cama, y al que le corría, por los muslos, un hilo de sangre, grueso y amarronado.
Y la monja dijo, con una voz baja y tranquila, y sin detener su paso frente al muchacho atado a los barrotes de una cama.
-Tápenle las vergüenzas a ese asesino de Cristo.


Marcos Ribak, más conocido como Andrés Rivera  nació en Buenos Aires un 12 de diciembre de 1928.
Hijo de inmigrantes obreros, nació en el barrio porteño de Villa Crespo. Su madre, Zulema Schatz, llegó a la Argentina desde Proskurov (hoy Jmelnitsky, Ucrania) huyendo de la guerra, y su padre, Moisés Rybak, desde Polonia, donde era un comunista perseguido; en Buenos Aires llegó a ser dirigente del gremio del vestido.
Rivera fue obrero textil (trabajó desde muy joven como tejedor de seda en una fábrica de Villa Lynch), antes de dedicarse al periodismo y la literatura. Participó en el movimiento obrero argentino y, como su padre, militó en el Partido Comunista (PC).
Obtuvo el Premio Nacional de Literatura. Entre sus obras más destacadas se cuentan La revolución es un sueño eterno (1987), novela biográfica de Juan José Castelli; El farmer, novela breve sobre los años finales de Juan Manuel de Rosas basada en el exilio de Rosas en Inglaterra; Ese manco Paz, novela breve, entre otros.
​Fallece en la Ciudad de Córdoba (Argentina) un 23 de diciembre de 2016.

miércoles, 17 de mayo de 2023

Mario Benedetti.

Pongo estos seis versos en mi botella al mar
con el secreto designio de que algún día
llegue a una playa casi desierta
y un niño la encuentre y la destape
y en lugar de versos extraiga piedritas
y socorros y alertas y caracolas.
Autor: Mario Benedetti.

MARIO BENEDETTI nació en 1920 en la localidad uruguaya de Paso de los Toros sus nombres eran: Mario Orlando Hardy Hamlet Brenno Benedetti Farrugia siguiendo costumbres italianas.
Dijo Benedetti: "Yo me llamo Brenno, también mi padre y mi abuelo tenían ese nombre, tengo tíos que se llaman Brenno, en fin, este nombre parece ser nuestro distintivo, como la marca de fábrica".
Sus padres Brenno Benedetti  que era químico farmacéutico y enólogo y  su madre Matilde Farrugia. Mario Benedetti  ingresó en el Deutsche Schule de Montevideo, donde completó los seis años de Enseñanza Primaria y aprendió alemán.
Perteneció a la reconocida generación de autores del 45, nacida como un fenómeno político y cultural que pertenecieron Carlos Maggi, Manuel Flores Mora, Ángel Rama, Emir Rodríguez Monegal, Carlos Real de Azúa, Carlos Martínez Moreno, Mario Arregui, Mauricio Muller, José Pedro Díaz, Amanda Berenguer, Juan Carlos Onetti,  Ida Vitale, Idea Vilariño, Líber Falco, Carlos Brandy, María de Montserrat, Giselda Zani y Armonía Somers, entre otros.
Se formó como periodista junto a Carlos Quijano, en el semanario Marcha. Vivió en distintos países y padeció el exilio en la década del ´70 viviendo en la Argentina, Perú, Cuba y España.  Desde 1968 a 1971 dirigió el Centro de Investigaciones Literarias, de la Casa de las Américas, en La Habana, Cuba.
En su militancia política junto a miembros del Movimiento de Liberación Nacional - Tupamaros, fundó en 1971 el Movimiento de Independientes 26 de Marzo, una agrupación que pasó a formar parte de la coalición de izquierdas Frente Amplio desde sus orígenes. Benedetti fue representante del movimiento de liberación nacional en la Mesa Ejecutiva del Frente Amplio desde 1971 a 1973.
En 1973 a raíz del golpe militar del 27 de junio de ese año renunció a este último cargo  debió abandonar el país por razones políticas. Fue periodista en varios periódicos uruguayos  como "La Mañana", "El Diario" y "Tribuna Popular".
En 1985, con el restablecimiento de la democracia en su Uruguay  residió una parte del año en Montevideo y otra en Madrid.
Ha publicado más de 80 libros sus poemas fueron musicalizados por “El Nano” Joan Manuel Serrat (en 1985 Serrat grabará el disco “El sur también existe” donde musicaliza poemas de Benedetti), Alberto Favero  que popularizará la cantante argentina Nacha Guevara y también lo hacen Los Olimareños, Daniel Viglietti (El recital “A dos voces”, de canto y poesía de dos uruguayos:  Daniel Viglietti en canto y en recitados de Mario Benedetti  fue presentado en veinte ciudades de la Patria Grande y Europa); otros que cantaron sus versos fueron: Don Alfredo Zitarrosa, Pablo Milanés, Soledad Bravo, Adriana Varela, Numa Moraes, Tania Libertad, Marilina Ross, entre otros.

“Muerte. El día 17 de mayo de 2009 poco después de las 18:00, Benedetti muere en su casa de Montevideo, a los 88 años de edad.
El Palacio Legislativo fue designado como el sitio de su velatorio. En el marco de este hecho, el gobierno uruguayo decretó duelo nacional y dispuso que su velatorio se realizara con honores patrios en el "Salón de los Pasos Perdidos" del Palacio Legislativo desde las 9:00 del lunes 18 de mayo. Su cortejo fúnebre fue encabezado por integrantes de la Federación de Estudiantes Universitarios del Uruguay y la Central de Trabajadores (PIT - CNT) entre otras personalidades y amigos del escritor, y cientos de ciudadanos que acompañaron al mismo, quedando de manifiesto su fuerte arraigo popular. Fue sepultado en el Panteón Nacional del Cementerio Central de Montevideo” (Wikipedia)

“Aleluya. El tiempo pasa y yo sigo viviendo, con los dolores y las ausencias de siempre pero sigo viviendo. Con la suerte y la muerte a la vista, con las golondrinas y los buitres, con el alma en pena y la cordura casi loca, con las cenizas del olvido y el pan duro de las promesas. Pero sigo viviendo.
Aleluya. En alguna rara ocasión mi soledad se llena de prójimas y mis brazos abrazan y abrasan. Mi memoria viaja de noche en noche; mis jardines, de amanecer en amanecer.
De todos los puentes cruzo el más frágil: el que une tu desolación con mi consuelo, y mi consuelo con tu desolación, Acaricio los pinos antes de que en el próximo vendaval besen el suelo.
Aleluya. Cuando encuentre la verdad aún estaré a tiempo para llevar mi infancia conmigo y clavarla luego como un afiche en la pared de la cocina. Nos vamos para volver; volvemos para irnos de nuevo. El tiempo es un viaje de escalas infinitas donde aprendemos y enseñamos algo.
Aleluya. Piso tantos umbrales que los pies desnudos me arden. Desde esos umbrales imagino el infierno, pero de pronto recuerdo (aleluya x 2) que soy ateo, tanto de Dios como del diablo.

Vivir aquí, en los arrabales del universo, no está tan mal. Dos por tres vienen pájaros curiosos, con su experiencia del espacio, y acaban colgándose en un crepúsculo de árboles. Crecimos en un exilio de la esperanza, sin advertir que era un exilio de la nada” - Fragmento de Mario Benedetti.

"El Nano" Serrat y Mario Benedetti.

"¿Cosecha de la nada?"

Hay quienes imaginan el olvido
como un depósito desierto / una
cosecha de la nada y sin embargo
el olvido está lleno de memoria
 
hay rincones del odio por ejemplo
con un rostro treinta veces ardido
y treinta veces vuelto a renacer
como otro ave fénix del desahucio

hay arriates de asombro
con azahares sedientos de rocío
hay precarias lucernas del amor
donde se asoman cielos que fueron apagados
por la huesuda o por la indiferencia
y sin embargo siguen esperando
aunque nada ni nadie los desangre en voz alta

ni el desamparo ni el dolor se borran
y las lealtades y traiciones giran
como satélites del sacrificio
en el olvido encallan buenas y malas sombras

huesos de compasión 
sangre de ungüentos
resentimientos inmisericordes
ojos de exilio que besaron pechos
hay quienes imaginan el olvido
como un depósito desierto 
una cosecha de la nada y sin embargo
el olvido está lleno de memoria.



Y por último este pensamiento de Mario Benedetti: 
“Cuando el infierno son los otros, el paraíso no es uno mismo.” 
Publicado en GPA Blog de la Patagonia en el año 2014.