lunes, 25 de diciembre de 2023

NAVIDAD.

 

Para eso fuimos hechos:
Para recordar y ser recordados
Para llorar y hacer llorar
Para enterrar a nuestros muertos
Por eso tenemos brazos largos para los adioses
Manos para tomar lo que fue dado
Dedos para cavar la tierra.

Así será nuestra vida:
Una tarde siempre por olvidar
Una estrella apagándose en la sombra
Un camino entre dos sepulcros—
Por eso necesitamos velar
Hablar bajo, pisar suave, ver
A la noche dormir en silencio.

No hay mucho que decir:
Una canción sobre una cuna
Un verso, tal vez, de amor
Una oración por quien se va.

Pero que esa hora no olvide
Y por ella nuestros corazones
Se dejen, graves y simples.

Pues para eso fuimos hechos:
Para confiar en el milagro
Para participar de la poesía
Para ver el rostro de la muerte.
De repente nunca más esperaremos...
Hoy la noche es joven; de la muerte, apenas
Nacemos, inmensamente.





Vinicius de Moraes (Brasil, Río de Janeiro, 1913-1980)


(Traducción de Rodolfo Alonso)



POEMA DE NATAL


Para isso fomos feitos:
Para lembrar e ser lembrados,
Para chorar e fazer chorar,
Para enterrar os nossos mortos -
Por isso temos braços longos para os adeuses,
Mãos para colher o que foi dado,
Dedos para cavar a terra.
Assim será a nossa vida;
Uma tarde sempre a esquecer,
Uma estrêla a se apagar na treva,
Um caminho entre dois túmulos -
Por isso precisamos velar,
Falar baixo, pisar leve, ver
A noite dormir em silêncio.
Não há muito que dizer:
Uma canção sôbre um berço,
Um verso, talvez, de amor,
Uma prece por quem se vai -
Mas que essa hora não esqueça
E que por ela os nossos corações
Se deixem, graves e simples.
Pois para isso fomos feitos:
Para a esperança no milagre,
Para a participação da poesia,
Para ver a face da morte -
De repente, nunca mais esperaremos...
Hoje a noite é jovem; da morte apenas
Nascemos, imensamente.

Vinicius de Moraes


Vinicius de Moraes. Poeta, diplomático y compositor brasileño,uno de los principales promotores de la MPA (Música poplar brasileña). Nació en 1913 en Río de Janeiro. Poeta y cantante, en 1933 publicó su primer libro de versos, Caminho para a distancia. Trabajó como periodista, crítico y censor cinematográfico, y fue cónsul de Brasil en Los Ángeles y Montevideo.También fue abogado. En 1938, viajó a Inglaterra, estudió Literatura Inglesa en Oxford y posteriormente ingresó a la vida diplomática prestando servicios en Estados Unidos, Francia y Uruguay. Conoció a Antonio Carlos Jobim, en 1959, iniciando una amistad y una colaboración que tiempo después, con la incorporación de João Gilberto daría lugar a un movimiento de renovación en la música brasileña, la bossa nova. Con Jobim, compuso su más celebre canción, Garota de Ipanema, entre otras célebres canciones. También trabajó con Carlos Lyra, Francis Hime, Edu Lobo, Chico Buarque, Pixinguinha, Ary Barroso, Adoniram Barbosa, Toquinho y Baden Powell. Con este último compuso las afrosambas, inspiradas en la tradición cultural y musical de Bahía. En 1962 publicó Para vivir un gran amor, un gran compendio literario a medio camino entre la poesía y la crónica. El día de su muerte, el 9 de julio de 1980, la prensa tituló: "la música popular entra en el Paraíso". Famoso gracias a la música, siempre prefirió, no obstante, ser reconocido como poeta.

Publicado en

La biblioteca de Marcelo Leites.

24/12/2022.

https://ustedleepoesia2.blogspot.com/2022/12/navidad.html

domingo, 24 de diciembre de 2023

NACIMIENTO DE CRISTO de Federico García Lorca.

Un pastor pide teta por la nieve que ondula 
blancos perros tendidos entre linternas sordas. 
El Cristito de barro se ha partido los dedos 
en los tilos eternos de la madera rota.

¡Ya vienen las hormigas y los pies ateridos! 
Dos hilillos de sangre quiebran el cielo duro. 
Los vientres del demonio resuenan por los valles 
golpes y resonancias de carne de molusco.

Lobos y sapos cantan en las hogueras verdes 
coronadas por vivos hormigueros del alba. 
La luna tiene un sueño de grandes abanicos 
y el toro sueña un toro de agujeros y de agua.

El niño llora y mira con un tres en la frente, 
San José ve en el heno tres espinas de bronce. 
Los pañales exhalan un rumor de desierto 
con cítaras sin cuerdas y degolladas voces.

La nieve de Manhattan empuja los anuncios 
y lleva gracia pura por las falsas ojivas. 
Sacerdotes idiotas y querubes de pluma 
van detrás de Lutero por las altas esquinas.

sábado, 23 de diciembre de 2023

PLATERO Y YO de Juan Ramón Jiménez.

PLATERO Y YO.

I - Platero.
Platero es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón, que no lleva huesos. Sólo los espejos de azabache de sus ojos son duros cual dos escarabajos de cristal negro.
Lo dejo suelto y se va al prado, y acaricia tibiamente con su hocico, rozándolas apenas, las florecillas rosas, celestes y gualdas. . .
Lo llamo dulcemente: "Platero?", y viene a mí con un trotecillo alegre que parece que se ríe en no sé qué cascabeleo ideal . . .
Come cuanto le doy. Le gustan naranjas, mandarinas, las uvas
moscateles, todas de ámbar, los higos morados, con su cristalina gotita de miel . . .
Es tierno y mimoso igual que un niño, que una niña . . .; pero fuerte y seco como de piedra. Cuando paso sobre él, los domingos, por las últimas callejas del pueblo, los hombres del campo, vestidos de limpio y despaciosos, se quedan mirándolo:
-Tiene acero . . .
Tiene acero. Acero y plata de luna, al mismo tiempo.

Juan Ramón Jiménez Mantecón (Moguer, 23 de diciembre de 1881-San Juan, 29 de mayo de 1958).

jueves, 21 de diciembre de 2023

VARIACIONES SOBRE EL TIEMPO - OLGA OROZCO.-


Tiempo:
te has vestido con la piel carcomida del último profeta;
te has gastado la cara hasta la extrema palidez;
te has puesto una corona hecha de espejos rotos y lluviosos jirones,
y salmodias ahora el balbuceo del porvenir con las desenterradas melodías de antaño,
mientras vagas en sombras por tu hambriento escorial, como los reyes locos.

No me importan ya nada todos tus desvaríos de fantasma inconcluso,
miserable anfitrión.
Puedes  roer los huesos de las grandes promesas en sus desvencijados catafalcos
o paladear el áspero brebaje que rezuman las decapitaciones.
Y aún no habrá bastante,
hasta que no devores con tu corte goyesca la molienda final.

Nunca se acompasaron nuestros pasos en estos entrecruzados laberintos.
Ni siquiera al comienzo,
cuando me conducías de la mano por el bosque embrujado
y me obligabas a correr sin aliento detrás de aquella torre inalcanzable
o a descubrir siempre la misma almendra con su oscuro sabor de miedo e inocencia.
¡Ah, tu plumaje azul brillando entre las ramas!
No pude embalsamarte ni conseguí extraer tu corazón como una manzana de oro.

Demasiado apremiante,
fuiste después el látigo que azuza,
el cochero imperial arrollándome entre las patas de sus bestias.
Demasiado moroso,
me condenaste  a ser el rehén ignorado,
la víctima sepultada hasta los hombros entre siglos de arena.

Hemos luchado a veces cuerpo a cuerpo.
Nos hemos disputado como fieras cada porción de amor,
cada pacto firmado con la tinta que fraguas en alguna instantánea eternidad,
cada rostro esculpido en la inconstancia de las nubes viajeras,
cada casa erigida en la corriente que no vuelve.
Lograste arrebatarme uno por uno esos desmenuzados fragmentos de mis templos.

No vacíes la bolsa.
No exhibas tus trofeos.
No relates de nuevo tus hazañas de vergonzoso gladiador en las desmesuradas galerías del eco.

Tampoco yo te concedí una tregua.
Violé tus estatutos.
Forcé tus cerraduras y subí a los graneros que denominan porvenir.
Hice una sola hoguera con todas tus edades.
Te volví del revés igual que a un maleficio que se quiebra,
o mezclé tus recintos como en un anagrama cuyas letras truecan el orden y cambian el sentido.
Te condensé hasta el punto de una burbuja inmóvil,
opaca, prisionera en mis vidriosos cielos,
Estiré tu piel seca en leguas de memoria,
hasta que la horadaron poco a poco los pálidos agujeros del olvido.
Algún golpe de dados te hizo vacilar sobre el vacío inmenso entre dos horas.

Hemos llegado lejos en este juego atroz, acorralándonos el alma.
Sé que no habrá descanso,
y no me tientas, no, con dejarme invadir por la plácida sombra de los vegetales centenarios,
aunque de nada me valga estar en guardia,
aunque al final de todo esté de pie, recibiendo tu paga,
el mezquino soborno que acuñan en tu honor las roncas maquinarias de la muerte,
mercenario.

Y no escribas entonces en las fronteras blancas “nunca más”
con tu mano ignorante,
como si fueras algún dios de Dios,
un guardián anterior, el amo de ti mismo en otro tú
que colma las tinieblas.
Tal vez seas apenas la sombra más infiel de alguno de sus perros.

martes, 19 de diciembre de 2023

EL PABELLÓN DEL VACÍO de José Lezama Lima.-

Voy con el tornillo
preguntando en la pared,
un sonido sin color
un color tapado con un manto.
Pero vacilo y momentáneamente
ciego, apenas puedo sentirme.
De pronto, recuerdo,
con las uñas voy abriendo
el tokonoma en la pared.
Necesito un pequeño vacío,
allí me voy reduciendo
para reaparecer de nuevo,
palparme y poner la frente en su lugar.
Un pequeño vacío en la pared.

Estoy en un café
multiplicador del hastío,
el insistente daiquirí
vuelve como una cara inservible
para morir, para la primavera.
Recorro con las manos
la solapa que me parece fría.
No espero a nadie
e insisto en que alguien tiene que llegar.
De pronto, con la uña
trazo un pequeño hueco en la mesa.
Ya tengo el tokonoma, el vacío,
la compañía insuperable,
la conversación en una esquina de Alejandría.
Estoy con él en una ronda
de patinadores por el Prado.
Era un niño que respiraba
todo el rocío tenaz del cielo,
ya con el vacío, como un gato
que nos rodea todo el cuerpo,
con un silencio lleno de luces.

Tener cerca de lo que nos rodea
y cerca de nuestro cuerpo,
la idea fija de que nuestra alma
y su envoltura caben
en un pequeño vacío en la pared
o en un papel de seda raspado con la uña.
Me voy reduciendo,
soy un punto que desaparece y vuelve
y quepo entero en el tokonoma.
Me hago invisible
y en el reverso recobro mi cuerpo
nadando en una playa,
rodeado de bachilleres con estandartes de nieve,
de matemáticos y de jugadores de pelota
describiendo un helado de mamey.
El vacío es más pequeño que un naipe
y puede ser grande como el cielo,
pero lo podemos hacer con nuestra uña
en el borde de una taza de café
o en el cielo que cae por nuestro hombro.

El principio se une con el tokonoma,
en el vacío se puede esconder un canguro
sin perder su saltante júbilo.
La aparición de una cueva
es misteriosa y va desenrollando su terrible.
Esconderse allí es temblar,
los cuernos de los cazadores resuenan
en el bosque congelado.
Pero el vacío es calmoso,
lo podemos atraer con un hilo
e inaugurarlo en la insignificancia.
Araño en la pared con la uña,
la cal va cayendo
como si fuese un pedazo de la concha
de la tortuga celeste.
¿La aridez en el vacío
es el primer y último camino?
Me duermo, en el tokonoma
evaporo el otro que sigue caminando.

José María Andrés Fernando Lezama Lima: La Habana (Cuba), 19 de diciembre de 1910 — La Habana (Cuba), 9 de agosto de 1976.

lunes, 18 de diciembre de 2023

A LA DERIVA de HORACIO QUIROGA.

El hombre pisó algo blanduzco, y en seguida sintió la mordedura en el pie. Saltó adelante, y al volverse con un juramento vio una yararacusú que arrollada sobre sí misma esperaba otro ataque.

El hombre echó una veloz ojeada a su pie, donde dos gotitas de sangre engrosaban dificultosamente, y sacó el machete de la cintura. La víbora vio la amenaza, y hundió más la cabeza en el centro mismo de su espiral; pero el machete cayó de lomo, dislocándole las vértebras.

El hombre se bajó hasta la mordedura, quitó las gotitas de sangre, y durante un instante contempló. Un dolor agudo nacía de los dos puntitos violetas, y comenzaba a invadir todo el pie. Apresuradamente se ligó el tobillo con su pañuelo y siguió por la picada hacia su rancho.

El dolor en el pie aumentaba, con sensación de tirante abultamiento, y de pronto el hombre sintió dos o tres fulgurantes puntadas que como relámpagos habían irradiado desde la herida hasta la mitad de la pantorrilla. Movía la pierna con dificultad; una metálica sequedad de garganta, seguida de sed quemante, le arrancó un nuevo juramento.

Llegó por fin al rancho, y se echó de brazos sobre la rueda de un trapiche. Los dos puntitos violeta desaparecían ahora en la monstruosa hinchazón del pie entero. La piel parecía adelgazada y a punto de ceder, de tensa. Quiso llamar a su mujer, y la voz se quebró en un ronco arrastre de garganta reseca. La sed lo devoraba.

—¡Dorotea! —alcanzó a lanzar en un estertor—. ¡Dame caña!

Su mujer corrió con un vaso lleno, que el hombre sorbió en tres tragos. Pero no había sentido gusto alguno.

—¡Te pedí caña, no agua! —rugió de nuevo—. ¡Dame caña!

—¡Pero es caña, Paulino! —protestó la mujer espantada.

—¡No, me diste agua! ¡Quiero caña, te digo!

La mujer corrió otra vez, volviendo con la damajuana. El hombre tragó uno tras otro dos vasos, pero no sintió nada en la garganta.

—Bueno; esto se pone feo —murmuró entonces, mirando su pie lívido y ya con lustre gangrenoso. Sobre la honda ligadura del pañuelo, la carne desbordaba como una monstruosa morcilla.

Los dolores fulgurantes se sucedían en continuos relampagueos, y llegaban ahora a la ingle. La atroz sequedad de garganta que el aliento parecía caldear más, aumentaba a la par. Cuando pretendió incorporarse, un fulminante vómito lo mantuvo medio minuto con la frente apoyada en la rueda de palo.

Pero el hombre no quería morir, y descendiendo hasta la costa subió a su canoa. Sentóse en la popa y comenzó a palear hasta el centro del Paraná. Allí la corriente del río, que en las inmediaciones del Iguazú corre seis millas, lo llevaría antes de cinco horas a Tacurú-Pucú.

El hombre, con sombría energía, pudo efectivamente llegar hasta el medio del río; pero allí sus manos dormidas dejaron caer la pala en la canoa, y tras un nuevo vómito —de sangre esta vez—dirigió una mirada al sol que ya trasponía el monte.

La pierna entera, hasta medio muslo, era ya un bloque deforme y durísimo que reventaba la ropa. El hombre cortó la ligadura y abrió el pantalón con su cuchillo: el bajo vientre desbordó hinchado, con grandes manchas lívidas y terriblemente doloroso. El hombre pensó que no podría jamás llegar él solo a Tacurú-Pucú, y se decidió a pedir ayuda a su compadre Alves, aunque hacía mucho tiempo que estaban disgustados.

La corriente del río se precipitaba ahora hacia la costa brasileña, y el hombre pudo fácilmente atracar. Se arrastró por la picada en cuesta arriba, pero a los veinte metros, exhausto, quedó tendido de pecho.

—¡Alves! —gritó con cuanta fuerza pudo; y prestó oído en vano.

—¡Compadre Alves! ¡No me niegue este favor! —clamó de nuevo, alzando la cabeza del suelo. En el silencio de la selva no se oyó un solo rumor. El hombre tuvo aún valor para llegar hasta su canoa, y la corriente, cogiéndola de nuevo, la llevó velozmente a la deriva.

El Paraná corre allí en el fondo de una inmensa hoya, cuyas paredes, altas de cien metros, encajonan fúnebremente el río. Desde las orillas bordeadas de negros bloques de basalto, asciende el bosque, negro también. Adelante, a los costados, detrás, la eterna muralla lúgubre, en cuyo fondo el río arremolinado se precipita en incesantes borbollones de agua fangosa. El paisaje es agresivo, y reina en él un silencio de muerte. Al atardecer, sin embargo, su belleza sombría y calma cobra una majestad única.

El sol había caído ya cuando el hombre, semitendido en el fondo de la canoa, tuvo un violento escalofrío. Y de pronto, con asombro, enderezó pesadamente la cabeza: se sentía mejor. La pierna le dolía apenas, la sed disminuía, y su pecho, libre ya, se abría en lenta inspiración.

El veneno comenzaba a irse, no había duda. Se hallaba casi bien, y aunque no tenía fuerzas para mover la mano, contaba con la caída del rocío para reponerse del todo. Calculó que antes de tres horas estaría en Tacurú-Pucú.

El bienestar avanzaba, y con él una somnolencia llena de recuerdos. No sentía ya nada ni en la pierna ni en el vientre. ¿Viviría aún su compadre Gaona en Tacurú-Pucú? Acaso viera también a su ex patrón mister Dougald, y al recibidor del obraje.

¿Llegaría pronto? El cielo, al poniente, se abría ahora en pantalla de oro, y el río se había coloreado también. Desde la costa paraguaya, ya entenebrecida, el monte dejaba caer sobre el río su frescura crepuscular, en penetrantes efluvios de azahar y miel silvestre. Una pareja de guacamayos cruzó muy alto y en silencio hacia el Paraguay.

Allá abajo, sobre el río de oro, la canoa derivaba velozmente, girando a ratos sobre sí misma ante el borbollón de un remolino. El hombre que iba en ella se sentía cada vez mejor, y pensaba entretanto en el tiempo justo que había pasado sin ver a su ex patrón Dougald. ¿Tres años? Tal vez no, no tanto. ¿Dos años y nueve meses? Acaso. ¿Ocho meses y medio? Eso sí, seguramente.

De pronto sintió que estaba helado hasta el pecho. ¿Qué sería? Y la respiración también...

Al recibidor de maderas de mister Dougald, Lorenzo Cubilla, lo había conocido en Puerto Esperanza un viernes santo...

¿Viernes? Sí, o jueves . . .

El hombre estiró lentamente los dedos de la mano.

—Un jueves...


Y cesó de respirar.

sábado, 16 de diciembre de 2023

EL PACTO de SILVIA MONTOTO.


EL PACTO.

El mar se había retirado lentamente, dejando sobre la arena un festón de espuma y de conchillas que brillaban bajo el sol del mediodía.
La playa estaba desierta. Sólo quedaban de trecho en trecho algunos castillitos en ruinas.
A la sombra de la gruta hicimos el ritual…
Con un trozo de vidrio nos cortamos las palmas de las manos y las juntamos para fundir nuestra sangre. Así quedaba sellado el pacto de guardar nuestro secreto hasta la muerte…
-¡Hasta la muerte! – dijo Elena mirándome a los ojos – aunque vivamos muchos años.
-¡Hasta la muerte! – repetí temblando por el dolor de mi mano y el recuerdo de lo que nos había pasado.
Después corrimos hasta alcanzar el mar y nos internamos hasta que el oleaje nos cubrió, regresando luego en silencio hasta la arena.
La casa de mi amiga Elena quedaba a unas 15 cuadras de la playa, prácticamente en el confín del pueblo. Desde allí ya comenzaba el monte y cruzando, el cañadón.
Teníamos prohibido ir al otro lado porque la madre de Elena nos había advertido que por allí merodeaban algunos cirujas lo que era peligroso para las niñas de nuestra edad.
Quizás, esa fue la razón que hizo agudizar nuestra curiosidad.
Tácitamente sabíamos que algún día haríamos una excursión a ese lugar prohibido.
Ocurrió un mediodía de Enero. Nos preparábamos para ir a la playa como lo hacíamos habitualmente pero una vez fuera de la casa, una mirada cómplice bastó para que cambiáramos el rumbo.
Bajamos al cañadón por la orillita del basural sorteando toda clase de inmundicias, donde se elevaba un enjambre de moscas y el hedor nauseabundo hacía que nos tapáramos la nariz.
Nada de lo que veíamos por ahí nos parecía peligroso. Caminábamos por un senderito entre los médanos mientras conversábamos y reíamos felices.
De pronto apareció a nuestra vista la silueta de una vivienda abandonada. Nos acercamos.
-¡Mirá Elena – dije excitada – Qué lindo sería tener una casita como esa para jugar!...
- No estaría mal…Vamos a investigar.
Se parecía a una alcancía que me había regalado mi padrino y que yo adoraba. Aunque de cerca se veía muy deteriorada.
La rodeamos para asegurarnos de que nadie la habitaba. Espiamos por una ventanita que como no tenía vidrios nos permitió meter la cabeza a manera de periscopio.
Dando la vuelta encontramos la puerta. La empujamos y cedió fácilmente. Yo más cautelosa, me quedé afuera.
-¡Vení tontita, no pasa nada ¡ - me gritó.
Entré. El cuarto pequeño debió haber sido la cocina a juzgar por el hollín adherido a las paredes y en el techo el hueco por donde saldría un caño, ahora ausente.
No había mueble alguno, salvo una repisa de madera rústica colocada en un rincón.
En el otro extremo de la habitación una puerta que conservaba las hilachas de una cortina.
- Es el dormitorio – dije-
-¿Qué te hace pensar…en eso?-me contestó Elena.
-Y…en algún lado deberían dormir, no? – fue mi lógica conclusión.
Aquí el piso era de ladrillos y el techo de chapas de cartón sobre un enorme cielo raso de telarañas.
Cuando terminamos la inspección, salimos nuevamente al patio y sentadas en un tronco seco, después de meditar en silencio, resolvimos que esa sería nuestra casita secreta.
Advertimos que se salíamos hacia el sur, un senderito casi oculto entre los yuyos, nos evitaba el paso por el basural. Y llegaríamos más rápido al pueblo.
Nos llevó más de una semana acondicionar nuestro refugio.
Como hormigas laboriosas acarreamos poco a poco todo lo necesario para poner en orden nuestra casita de juguete: Dos banquitos; vajilla en desuso; nuestros muñecos; un jarrón cachado y sin asas; un reloj descompuesto; la alfombra del perro y entre otras cosas, un calentador a garrafa que Elena encontró en el taller de su papá para poder tomar algo calentito.
Nos habíamos preparado para nuestra primera merienda en la casita, cuando a Elena, sentada frente a mí, se le transformó la cara y comenzó a temblar como una hoja. Giré la cabeza hacia la puerta y lo vi…
Un hombre harapiento, sucio, de mirada turbia y tupida barba negra había traspasado la puerta y se nos venía encima…
Yo alelada me refugié en un rincón.
Elena quiso hacerle frente pero el ciruja la tomó de los brazos e inmovilizándola, comenzó a poner sus manos sucias sobre su cuerpo indefenso.
Elena me gritaba - ¡Corré, corré, salí pronto de aquí…mientras el hombre tiraba de sus ropas e intentaba besarla…
Entonces corrí hasta la puerta y en mi desesperada carrera derribé el calentador.
Mi amiga pudo finalmente zafar de la trampa humana, y semidesnuda se prendió a mi mano. Corrimos hacia el cañadón, sin aliento y sin voz.
Una impresionante explosión frenó nuestra carrera y al mirar hacia atrás, vimos que una fogata descontrolada lo destruía todo.
Vimos desaparecer nuestra casita de juguete…y del hombre, ni la más leve sombra.
Más tarde, cuando al fin pudimos reaccionar le dije a Elena: ¿Y ahora, qué nos pasará?... ¿Nos vendrán a buscar?...
-¿Por qué nos habrían de buscar?... Nadie sabe que fuimos nosotras.
Nada ni nadie nos hará hablar – dijo terminante. ¡Jamás lo haremos, jamás!
Conociendo sin embargo mi debilidad, propuso “el pacto de silencio”, que al día siguiente sellamos en la gruta…con solemnidad.
Cada una de nosotras tomó después un rumbo diferente en la vida, y ya no volvimos a vernos más…

viernes, 15 de diciembre de 2023

Clara - Emiliano German Brancciari.


Que lindo que era verlos caminando
Un alma sola dividida en dos
La orilla de ese mar los encantaba
Quedaba todo quieto alrededor

Hermosa fue la vida que llevaron
La suerte no les quiso dar un sol
Curioso es que su risa iluminaba
Hasta el día que ese mal se la llevo

Se queda con su foto en un rincón
Y sueña encontrarla arriba
Escucha susurrar un disco viejo
Que su Clara una vez le regaló

Él sigue con su vida recortada
Sin Clara fue una vida sin color
La imagen de sus ratos mas felices
Hasta ahora siguen siendo su motor

Se queda con su foto en un rincón
Y sueña encontrarla arriba
Escucha susurrar un disco viejo
Que su Clara una vez le regaló

Se queda con su foto en un rincón
Y sueña encontrarla arriba
Escucha susurrar un disco viejo
Que su Clara una vez le regaló

La siente
La escucha
La espera
Y sueña

Se queda con su foto en un rincón
Y sueña encontrarla arriba
Escucha susurrar un disco viejo
Que su Clara una vez le regaló

La lleva bien pegada al corazón
Se alegra de nunca despedirla
Pero no va más por la orilla caminando
Porque sabe que era hermoso entre los dos
Porque sabe que era hermoso entre los dos

Sabe que era hermoso.


Emiliano German Brancciari, argentino, nació en Vicente López, Buenos. Aires. en 1977. Músico y compositor argentino, nacionalizado en Uruguay. Es uno de los líderes fundadores de la banda de rock uruguayo No Te Va Gustar.

miércoles, 13 de diciembre de 2023

LOS PÁJAROS REGRESAN de Silvia Angélica Montoto.

 


LOS PÁJAROS REGRESAN.

Los veo regresar en los atardeceres
para poblar la fronda que les sirve de abrigo,
para guardar en ella su música de flautas
y despertar al alba dormida con sus trinos.
Son un puñado alado de criaturas bellas
que se vuelven luciérnagas en el rojo arrebol.
Son seres libertarios, en el cielo, en la tierra.
Habitantes del aire, compañeros del sol.
Los pájaros regresan tras la noble tarea
de rendirle a la vida su homenaje de amor.
Cuando moja la lluvia las ramas desvalidas,
Se aprietan y se abrazan, comparten su calor.
No abandonan los pájaros sus árboles queridos
Cuando los vendavales los hieren sin piedad.
Sus alas acompañan su dolor en la furia
Y una dulce plegaria se vuelve su trinar.
En los atardeceres los pájaros regresan
Acortando distancias sin claudicar jamás.
Quizás muchos se quedan en el largo camino
Con el último aliento y el último aletear.

martes, 12 de diciembre de 2023

¿Flores a mí? de Almafuerte.


¿Flores a mí?
de Almafuerte.

Ayer me diste una flor,
Una flor a mí, señora,
Que no consagré una hora
Ni al más poderoso amor.
¿Flores a mí? ... ¡Si es mejor
En un páramo arrojarlas!
O tú no sabes amarlas,
O al sentir mi cuerpo yerto
Sobre la tumba de un muerto
Has querido abandonarlas.

¿Flores a mí? ... ¿Tú no sabes
De esos parajes que aterran,
Donde las flores se cierran,
Donde no cantan las aves? ...
Las más orgullosas naves
Temen del mar los furores,
Los tigres devoradores
Huyen del simún airado ...
¡Y tú en mi pecho has dejado
Tan sin recelo tus flores!

¡Flores a mí! ... Puede ser
Que desalmada y celosa,
Buscaras la más hermosa
Con tu instinto de mujer;
Y haciéndole comprender
Yo no sé qué gentileza,
Con refinada fiereza,
Con el más profundo encono,
La bajaste de su trono
Por castigar su belleza.

No lo sé, linda mujer,
Ni quiero saberlo todo;
Me contento con mi modo
De saber y no saber.
Pero si quieres tener
La realidad en tu mano,
Te diré, sin ser un vano,
Que si te movió el amor...
¡La flor ha sido una flor
que fue destronada en vano!