sábado, 31 de marzo de 2018

MOMENTO MUSICAL: Existen de Silvio Rodríguez. Canta: Daniel Viglietti.

Menos mal que existen 
los que no tienen nada que perder 
ni siquiera la muerte. 

Menos mal que existen 
los que no piden que palabra echar 
ni siquiera la ultima. 

Se arriman a la noche y al día 
y sudan si hay calor y si hay frío se mudan 
no esperan echar sombra o raíces 
pues viven disparando contra cicatrices. 

Escuchan, se proyectan y lloran 
debajo de sus huellas con tanto trabajo 
se mueren sin decir de que muerte 
sabiendo que en la gloria también se esta muerto. 

Menos mal que existen 
Menos mal que existen 
Menos mal que existen 
para hacernos... 

Menos mal que existen 
los que no tienen nada que perder 
ni siquiera la historia 
menos mal que existen 
los que no dejan de buscarse a si 
ni siquiera en la muerte 
de buscarse a si.

Este tema se llama "Todo el mundo tiene su Moncada" pertenece  a Silvio Rodríguez (1968) y para pasar la censura de la dictadura uruguaya Daniel Viglietti le cambió el título.

miércoles, 28 de marzo de 2018

"Al sur del viento" de CHAUQUI, RUBÉN y CASTRO, SERGIO ANÍBAL JESÚS.

Cuando sopla el viento trae fuerzas
que se meten en mi alma
y estallan en mi garganta.
Y una extraña mezcla de memorias
en pedazos de esta historia
trae el viento en su carcasa.

¡Ay!, somos parte del viento del sur.
Frío azul.

Cuando sientas en tu piel la brisa
date cuenta que montada en ella
va nuestra esperanza.
De sueños postergados de muchos
que nos despojaron verdes
pretensiones de unos pocos.

¡Ay!, somos parte del viento en el sur.
Frío y luz.

Pero el viento sabe que de viento
va naciendo esta esperanza
hecha piel en el desierto.
Y que cruzando al sur del colorado
tan amado y tan golpeado
entrás al reino del viento.

¡Ay!, somos parte del viento en el sur.
Frío azul.
¡Ay!, somos parte del viento en el sur.
Frío azul.
Frío y luz.
Frío azul.

Y que cruzando al sur del colorado,
tan amado y tan golpeado,
tantos sueños postergados,
va naciendo nuestra esperanza.
Rubén Patagonia: la historia de un artista tehuelche.
Rubén Patagonia  nacido en General Mosconi, un barrio en la zona norte de la gran Ciudad Comodoro Rivadavia en la provincia de Chubut, cuyo verdadero nombre es Rubén Chauque, es un músico folclórico argentino de origen tehuelche y un defensor de las causas de los pueblos originarios argentinos. Vivió toda su infancia a unos 50 km de Comodoro, en un yacimiento de YPF (Yacimientos Petrolíferos Fiscales), ya que su padre era trabajador petrolero.
Rubén Patagonia de origen Tehuelche Aóni-kénk: el componente meridional de los tehuelches, que ubicó desde el estrecho de Magallanes hasta Chubut .
Se lo conoce como RUBÉN PATAGONIA  como una manera de contribuir a la difusión de esa cultura que a nivel nacional usualmente está relegada al igual que el recordado santacruceño Hugo Giménez Agüero.  
También por eso su repertorio se nutre de estilos originarios tehuelches (como el kaani en temas como Cacique Yatel, Chaltén, Aonikenk) y de ritmos mapuches de origen chileno (como el loncomeo), así como de canciones de autores patagónicos como Epuyén González, el “sabio del Sur Argentino” Don Marcelo Berbel, Milton Aguilar y Hugo Giménez Agüero.
“Rubén Patagonia desgarra su voz a los cuatro vientos, con un canto nutrido por la fuerza de la tierra. Fundiendo elementos de los pueblos originarios patagónicos con instrumentos de la tecnología actual.” (Rubén Patagonia Blog).
Además tiene grabados varios temas en colaboración con artistas de primer nivel como León Gieco, Ricardo Iorio y Claudio Marciello, de Almafuerte.
Curiosamente, quien lo descubrió fue el metalero Ricardo Iorio, otro músico que alza su voz con rebeldía y con ideario nacionalista argentino.  Ricardo Iorio lo invitó a grabar el tema “Cacique Yatel” (un tema de autoría de Hugo Giménez Agüero) en su disco “Peso Argento” y le produjo su primer álbum solista “Cutral-Có”.
En 1986 es convocado por el director de cine Carlos Sorin a participar de una de las películas cabeceras del cine nacional, “La película del rey” junto a Ulises Dumont, Ana Maria Giunta, Julio Chávez. Película premiada en importantes festivales de cine, nacionales e internacionales. En 1987 filma “La eterna sonrisa” (EE.UU.) junto a Daniel Day Lewis (Premio Oscar). 

lunes, 26 de marzo de 2018

ARRABAL AMARGO - ALFREDO LE PERA (Tango, 1935).

Arrabal amargo,
metido en mi vida,
como la condena
de una maldición.
Tus sombras torturan
mis horas sin sueño,
tu noche se encierra
en mi corazón.
Con ella a mi lado
no vi tus tristezas,
tu barro y miserias,
ella era mi luz.
Y ahora, vencido,
arrastro mi alma,
clavao a tus calles
igual que a una cruz.

Rinconcito arrabalero,
con el toldo de estrellas
de tu patio que quiero.
Todo, todo se ilumina,
cuando ella vuelve a verte
y mis viejas madreselvas
están en flor para quererte.

Como una nube que pasa
mis ensueños se van,
se van, no vuelven más.

No digas a nadie
que ya no me quieres.
Si a mí me preguntan
diré que vendrás.
Y así cuando vuelvas,
mi alma, te juro,
los ojos extraños
no se asombrarán.
Verás cómo todo
te esperaba ansioso:
mi blanca casita
y el viejo rosal...
Y cómo de nuevo
alivia sus penas
vestido de fiesta
mi viejo arrabal.

viernes, 23 de marzo de 2018

POEMA EL VINO - ALBERTO CORTEZ.

Sí señor… el vino puede sacar
cosas que el hombre se calla;
que deberían salir
cuando el hombre bebe agua.
Va buscando, pecho adentro,
por los silencios del alma
y les va poniendo voces
y los va haciendo palabras.
A veces saca una pena,
que por ser pena, es amarga;
sobre su palco de fuego,
la pone a bailar descalza.
Baila y bailando se crece,
hasta que el vino se acaba
y entonces, vuelve la pena
a ser silencio del alma.
El vino puede sacar
cosas que el hombre se calla.
Cosas que queman por dentro,
cosas que pudren el alma
de los que bajan los ojos,
de los que esconden la cara.
El vino entonces, libera
la valentía encerrada
y los disfraza de machos,
como por arte de magia…
Y entonces, son bravucones,
hasta que el vino se acaba
pues del matón al cobarde,
solo media, la resaca.
El vino puede sacar
cosas que el hombre se calla.
Cambia el prisma de las cosas
cuando más les hace falta
a los que llevan sus culpas
como una cruz a la espalda.
La puta se piensa pura,
como cuando era muchacha
y el cornudo regatea
la medida de sus astas.
Y todo tiene colores
de castidad, simulada,
pues siempre acaban el vino
los dos, en la misma cama.
El vino puede sacar
cosas que el hombre se calla.
Pero… ¡qué lindo es el vino!.
El que se bebe en la casa
del que está limpío por dentro
y tiene brillando el alma.
Que nunca le tiembla el pulso,
cuando pulsa una guitarra.
Que no le falta un amigo
ni noches para gastarlas.
Que cuando tiene un pecado,
siempre se nota en su cara…
Que bebe el vino por vino
y bebe el agua, por agua.

miércoles, 21 de marzo de 2018

Otoño - José Henriques Figueira (1860–1946, Uruguay).




Ya los primeros fríos
marchitaron las rosas. 
De los árboles caen
una a una las hojas... 

Los pájaros no cantan, 
solos están los nidos,
y nuestras golondrinas
buscaron otro estío.

Más yo me siento alegre
porque sé que después, 
cuando pase el invierno, 
volverán a nacer
las matizadas flores, 
los follajes sombrosos;
y cantarán los pájaros
al margen del arroyo;
y el Sol dará a la tierra 
todas sus luces de oro.



martes, 20 de marzo de 2018

HA LLEGADO EL OTOÑO GENEROSO DE COLORIDOS OCRES Y CENIZAS de Carlos Basabe.

HA LLEGADO EL OTOÑO GENEROSO
DE COLORIDOS OCRES Y CENIZAS
LAS ISLAS VAN CAMBIANDO SU ROPAJE
ENTRE ABUNDANTES HIERBAS DOLORIDAS

UN ATARDECER CUALQUIERA NOS SORPRENDEN
LA RUIDOSA LLEGADA DE ESTORNINOS
ARQUITECTOS DEL CIELO DONDE ANIDAN
FIGURAS CAMBIANTES DE PAÑUELOS

ES LA ESTACION DEL ABUELO SILENCIOSO
QUE EN SUS APAGADOS PASOS VA DEJANDO
LAS HUELLAS DE LOS AÑOS QUE HA VIVIDO
TRASHUMANTE DE LA VIDA SIN ESPACIOS

SE APAGARON LAS RISAS DE LOS NIÑOS
EN LAS PLAYAS DE ARENA BLANQUECINA
HABRÁ QUE ESPERAR OTRO VERANO
PARA SENTIR EL AGUA VERDE CRISTALINA

HAY UN SILENCIO LOZANO EN LA CIUDAD
HAY AMANECERES DE GRILLOS EN EL CAMPO
Y LAS ISLAS DUERMEN SU CICLO PROGRAMADO
ESPERANDO EL INVIERNO INSUSTANCIAL Y PARCO.
Foto de Carlitos Basabe.


Escrito por Carlos Basabe en Palma de Mallorca (España) el 7 de octubre de 2017.
Publicado en facebook de Carlos Basabe. Rescatado por Rincón Barda Sureña para difundirlo por estas fechas del otoño en "la cintura cósmica del Sur".

BREVE BIOGRAFÍA:
Carlos Basabe Cerdá nació en Villa Regina (provincia de Río Negro, Patagonia Argentina), el día de la Independencia Argentina un 9 de julio de 1940 en un barrio muy pobre que llamaban barrio Buenos Aires Chico que estaba situado a la salida de Villa Regina hacía Bahía Blanca cerca de la Ruta Nacional 22. Se dedicó desde los 15 años a la rotulación artística y publicitaria. Transitó por el camino artísitico cantando en Regina con orquestas canciones de moda, creando el grupo “Los Ribereños”.
Se establece con su familia en Palma de Mallorca (España) donde continúa con su profesión, hace programas de radio, diseña espectáculos en distintos escenarios y teatros. 
Es también escritor “para depuntar el vicio” algunos de sus títulos son: “Vasco , Sudaca y Mallorquín 100 años de biografías y relatos familiares”, “Calles de Tierra Personajes e historias contemporáneas de Villa Regina (Río Negro) Argentina (Editorial Dunken), “Cuentos argentinos como la mona”, “La Argentina autodestruída” y “Malvinas 2010 Operación Comando” que es una novela-historia de un grupo civil que desembarca en Puerto Argentino y cambia la historia de nuestras Islas Malvinas.

Foto internet de nuestros otoños patagónicos argentinos.

sábado, 17 de marzo de 2018

Gigante chiquito - Sergio Denis.


Amigo, querido
Gigante, chiquito
Cuánto amor
Cómo te quiero hijo mío
Mirarme siempre a los ojos
Que en tus ojos me miro
Amigo, querido
Travieso, bandido
Yo soñé
Y eras mi sueño hijo mio
Ayúdame
A entender la vida
A querer ser bueno
Ayúdame
A creerte siempre
A escucharte siempre
A entender
Ayúdame
A pintar tu mundo
De un amor profundo
Ayúdame
A llenar la casa
De luz, de esperanza
Ayúdame
Amigo, querido
Tan tierno, tan mio
Tan feliz de que seamos amigos
Llevarme siempre en tu alma
Que tu alma es mi abrigo
Ayúdame
A entender la vida
A querer ser bueno
Ayúdame
A creerte siempre
A escucharte siempre
A entender
Ayúdame
A pintar tu mundo
De un amor profundo
Ayúdame
A llenar la casa
De luz, de esperanza
Ayúdame.

Compositores: Héctor Omar Hoffman / Hernandez Rolando.

Nace Héctor Omar Hoffmann, más conocido como Sergio Denis, un 16 de Marzo de 1949 en la ciudad de Coronel Suárez (Provincia de Buenos Aires, Argentina) hijo de Feliciano Hoffmann y María Esther Fenzel. Descendiente de Alemanes del Volga y Españoles.
Comenzó a cantar de muy pequeño en fiestas de la escuela y reuniones familiares. A los 16 años integró el grupo musical “Los Jockers” con el cual recorrió, durante 4 años, las localidades vecinas a su ciudad.
Llega a Buenos Aires en marzo de 1969 y pasa a formar parte del conjunto "Los Bambis", una banda nacida en Paso del Rey, con la que grabó por primera vez para el sello discográfico CBS Columbia.
El sello CBS le dio la oportunidad de comenzar su carrera como solista, y en Noviembre de 1969 grabó los temas “Fui un soñador” y “Te llamo para despedirme” de Francis Smith, con producción del mismo.Este simple vendió 250.000 copias.
El 1º de Enero de 1970 cantó en el programa “Casino Philips”, conducido por Andrés Percivale y emitido por Canal 13 de Buenos Aires.
Durante ese mes fue contratado por la misma emisora para el ciclo “Sábados Circulares” de Pipo Mancera.
En el año 1972, y merced al éxito obtenido por un tema de su autoría, protagonizó la película Me enamoré sin darme cuenta, junto a Alicia Bruzzo y Luis Brandoni.
En 1975 se desvinculó del sello CBS Columbia y grabó, a mediados de 1976, para una compañía nueva denominada TK. En esta firma solo editó un álbum, ya que al año siguiente firmó un contrato con la discográfica PolyGram.
En 1995 recibió un Diploma al Mérito de los Premios Konex en la disciplina Cantante Masculino de Pop / Balada.

viernes, 16 de marzo de 2018

Un beso de Vicente Blasco Ibáñez.

Un beso de Vicente Blasco Ibáñez.
Esto ocurrió a principios de septiembre, días antes de la batalla del Marne, cuando la invasión alemana se extendía por Francia, llegando hasta las cercanías de París.
El alumbrado empezaba a ser escaso, por miedo a los «taubes», que habían hecho sus primeras apariciones. Cafés y restoranes cerraban sus puertas poco después de ponerse el sol, para evitar las tertulias del gentío ocioso, que comenta, critica y se indigna. El paseante nocturno no encontraba una silla en toda la ciudad; pero a pesar de esto, la muchedumbre seguía en los bulevares hasta la madrugada, esperando sin saber qué, yendo de un extremo a otro en busca de noticias, disputándose los bancos, que en tiempo ordinario están vacíos.
Varias corrientes humanas venían a perderse en la masa estacionada entre la Magdalena y la plaza de la República. Eran los refugiados de los departamentos del Norte, que huían ante el avance del enemigo, buscando amparo en la capital.
Llegaban los trenes desbordándose en racimos de personas. La gente se sostenía fuera de los vagones, se instalaba en las techumbres, escalaba la locomotora, Días enteros invertían estos trenes en salvar un espacio recorrido ordinariamente en pocas horas. Permanecían inmóviles en los apartaderos de las estaciones, cediendo el paso a los convoyes militares. Y cuando al fin, molidos de cansancio, medio asfixiados por el calor y el amontonamiento, entraban los fugitivos en París, a media noche o al amanecer, no sabían adónde dirigirse, vagaban por las calles y acababan instalando su campamento en una acera, como si estuviesen en pleno desierto.
* * * * *
La una de la madrugada. Me apresuro a sentarme en el vacío todavía caliente que me ofrece un banco del bulevar, adelantándome a otros rivales que también lo desean.
Llevo cuatro horas de paseo incesante en la noche caliginosa. Sobre los tejados pasan las mangas blancas de los reflectores, regleteando de luz el ébano del cielo. Contemplo, con la satisfacción de un privilegiado, a la muchedumbre desheredada que se desliza en la penumbra lanzando miradas codiciosas al banco. El reposo me hace sentir todo el peso de la fatiga anterior. Reconozco que si los hulanos apareciesen de pronto trotando por el centro de la calle, no me movería.
Una pierna me transmite su calor a través de una tenue faldamenta de verano. Me fijo en mi vecina, muchacha de las que siguen viniendo al bulevar por costumbre, pero sin esperanza alguna, pues el tiempo no está para bagatelas.
Tiene la nariz respingada, los ojos algo oblicuos, y un hociquito gracioso coronado por un sombrero de cuatro francos noventa. El cuerpo pequeño, ágil y flaco, va envuelto en un vestido de los que fabrican a centenares los grandes almacenes para uniformar con elegancia barata a las parisienses pobres. Por debajo de la falda asoman unas pezuñitas de terciopelo polvoriento. Sonríe con un esfuerzo visible, frunciendo al mismo tiempo las cejas. Se adivina que es una mujer ácida, de las que «hacen historias» a los amigos; una especie de calamar amoroso, que esparce en torno la amarga tinta de su mal carácter.
Conversa con una respetable matrona que vuelve llorosa de la estación de despedir a su hijo, que es soldado. Junto a ella está una hija de catorce años, mirando a la vecina con ojos curiosos y admirativos. Los que ocupan el resto del banco dormitan con la cabeza baja o sueñan despiertos contemplando el cielo.
La burguesa, al hablar, gratifica a la muchacha ácida con un solemne “Madame”. Hace un mes habría abandonado el asiento, a pesar de su cansancio, para evitarse tal vecindad. ¡Pero ahora!… La inquietud nos ha hecho a todos bien educados y tolerantes. París es un buque en peligro, y sus pasajeros olvidan las preocupaciones y rencillas de los días de calma, para buscarse fraternalmente.
Sigo su conversación fingiéndome distraído. La madre es pesimista. ¡Maldita guerra! Parece que las cosas marchan mal. Le van a matar al hijo; casi está segura de ello; y sus ojos se humedecen con una desesperación prematura. Los enemigos están cerca; van a entrar en París «como la otra vez»…. Pero la joven malhumorada muestra un optimismo agresivo.
-No, no entrarán, “Madame”… Y si entran, yo no quiero verlo, no me da la gana; no podría. Me arrojaré antes al Sena… Pero no; mejor será que me quede en mi ventana, y al primero que entre en la calle le enviaré…
Y enumera todos los objetos de uso íntimo que piensa emplear como proyectiles. Vibra en ella la resolución absurdamente heroica de los insensatos gloriosos que protestan para hacerse fusilar.
Algo pasa por la acera que interrumpe estos propósitos desesperados. Avanza lentamente un matrimonio de viejos: dos seres pequeñitos, arrugados, trémulos, que se detienen un momento, respiran con avidez, gimen e intentan seguir adelante. Ella, vestida de negro, con una capota de plumajes roídos por la polilla, se muestra la más animosa. Es enjuta y obscura; sus miembros, flacos y nudosos, parecen sarmientos trenzados. Se pasa de mano a mano una maleta que tira de ella con insufrible pesadez, encorvándola hacia el suelo.
A pesar de su cansancio, intenta auxiliar al hombre, que es una especie de momia. Su cabeza de pelos ralos aún parece más grande moviéndose sobre un cuello cartilaginoso, del que surgen los ligamentos con duro relieve. Los dos son de una vejez extremada; parecen escapados de una tumba. Les atormentan los paquetes que intentan arrastrar; caminan tambaleándose, como la hormiga que empuja un grano superior a su estatura. En este cansancio aplastante se adivina un nuevo suplicio, el de ir vestidos con las ropas guardadas durante muchos años para las grandes ceremonias de la vida: ella con falda de seda dura y crujiente; él puesto de levita y paletó de invierno.
El viejo deja caer el fardo que lleva en los brazos, y luego se desploma sobre este asiento improvisado.
-No puedo más… Voy a morir.
Gime como un pequeñuelo. Su pobre cabeza de ave desplumada se agita con el hipo que precede al llanto.
-Valor, mi hombre… Tal vez no estamos lejos. ¡Un esfuerzo!
La viejecita quiere mostrarse enérgica y contiene sus lágrimas. Se adivina que en la casa que dejaron a sus espaldas era ella la dirección, la voluntad, la palabra vehemente. Su diestra escamosa, abandonando a la otra mano todo el peso de la maleta, acaricia las mejillas del viejo. Es un gesto maternal para infundirle ánimo; tal vez es un halago amoroso que se repite después de un paréntesis de medio siglo. ¡Quién sabe! ¡La guerra ha despertado tantas cosas que parecían dormidas para siempre!…
Yo me imagino el infortunio de esos dos seres que representan ciento setenta años. Son Filemón y Baucis, que acaban de ver su apergaminado idilio roto por la invasión. Tienen el aspecto de antiguos habitantes de la ciudad que han ido a pasar el resto de su existencia en el campo, dejándose cubrir por las petrificaciones ásperas y saludables de la vida rústica. Tal vez fueron pequeños tenderos; tal vez ganó él su retiro en una oficina. Cuando no existían aún los hombres maduros del presente, se refugiaron los dos en esta felicidad mediocre, en este aislamiento egoísta soñado durante largos años de trabajo: una casita rodeada de flores, con algunos árboles; un gallinero para ella, un pedazo de tierra para él, aficionado al cultivo de legumbres.
Entraron en este nirvana burgués cuando los ferrocarriles eran menos aún que las diligencias, cuando la humanidad soñaba a la luz del petróleo, cuando un despacho telegráfico representaba un suceso culminante en una vida… Y de pronto, el miedo a la invasión alemana, que suprime un pueblo en unas cuantas horas, les ha impulsado a huir de una vivienda que era a modo de una secreción de sus organismos. Luego se han visto en París, aturdidos por la muchedumbre y por la noche, desamparados, no sabiendo cómo seguir su camino.
-Valor, mi hombre -repite la esposa.
Pero tiene que olvidarse de su compañero para dar gracias, con una cortesía de otros tiempos, a alguien que le toma la maleta e intenta levantar al viejo. Es la muchacha ácida, que da órdenes y empuja con irresistibleautoridad. Ahora reconozco que no lo pasará bien el primer hulano que entre en su calle. Con un simple ademán limpia de gente una parte del banco, para que se instalen con amplitud los dos ancianos.
Queda espacio libre, pero yo me guardo bien de volver a sentarme. No quiero recibir un bufido con acompañamiento de varios nombres de pescados deshonrosos. Sin duda la presencia de estos viejos ha resucitado en la memoria de la muchacha la imagen de otros viejos largamente olvidados.
La trémula Baucis da explicaciones. Dos días en ferrocarril. Han huido con todo lo que pudieron llevarse. Su última comida fue en la tarde del día anterior; pero esto no les aflige: los viejos comen poco. Lo que les aterra es el cansancio. Llegaron a las diez: ni un carruaje, ni un hombre en la estación que quisiera cargar con sus paquetes. Todos están en la guerra. Llevan tres horas buscando su camino.
-Tenemos en París unos sobrinos -continúa la anciana.
Pero se interrumpe al ver que Filemón se ha desmayado, precisamente ahora que descansa. Los curiosos del bulevar, que esperan siempre un suceso, se aglomeran en torno del banco. La protectora empuja e insulta, sin dejar de ocuparse de los viejos.
-¿Y viven cerca los parientes?
-Plaza de la Bastilla -contesta Baucis, que no sabe dónde está la plaza.
Un murmullo de tristeza; un gesto de lástima. Todos miran el extremo del bulevar, que se pierde en la noche. ¡Tan lejos!… ¡No llegarán nunca! Circulan pocos automóviles; solo de vez en cuando pasa alguno.
Los brazos de la bienhechora trazan imperiosos manoteos; su voz intenta detener a los vehículos que se deslizan veloces. Carcajadas o palabras de menosprecio contestan a sus llamamientos, y ella, indignada contra los chófers insolentes, da suelta al léxico de su cólera, intercalando con frecuencia la frase más célebre de Waterloo.
Cuando transcurren algunos minutos sin que pasen vehículos, vuelve al lado de los viejos para animarlos con su energía. Ella los instalará en un carruaje; pueden descansar tranquilos.
De pronto salta en medio del bulevar. Viene mugiendo un automóvil del ejército, desocupado y enorme, a toda fuerza de su motor. El soldado que lo guía cambia de dirección para no aplastar a esta desesperada que permanece inmóvil, con los brazos en alto.
Su prudencia resulta inútil, pues la mujer, moviéndose en igual sentido, marcha a su encuentro. La multitud grita de angustia. Con un violento tirón de frenos, el automóvil se detiene cuando su parte delantera empuja ya a esta suicida. Debe haber recibido un fuerte golpe.
El chófer, un artillero de pelo rojo y aspecto campesino, que lleva sobre el uniforme un chaquetón de caucho, increpa a la muchacha, la insulta por el sobresalto que le ha hecho sufrir. Ella, como si no le oyese, le dice con autoridad, tuteándole:
-Vas a llevar a estos dos viajeros. Es ahí cerca, a la Bastilla.
La sorpresa deja estupefacto al soldado. Luego ríe ante lo absurdo de la proposición. Va de prisa, tiene que entrar en el cuartel cuanto antes. Le grita que se aleje, que salga de entre las ruedas. Ella afirma que no se moverá, e intenta tenderse en el suelo para que el vehículo la aplaste al ponerse en marcha.
El artillero jura indignado, tomando por testigos a los curiosos. Esto no es serio; le van a castigar; el cuartel… los oficiales… Pero ella está ya en el pescante, inclinando hacia el conductor su rostro ceñudo, esforzándose por encontrar un gesto de graciosa seducción.
-Yo te recompensaré. Llévalos y te daré un beso.
Sonríe el soldado débilmente, mirándola a la cara para apreciar el valor del ofrecimiento. No es gran cosa, pero ¡qué diablo! un beso siempre resulta agradable.
La gente ríe y palmotea, y la muchacha, mientras tanto, se aprovecha de esta situación para instalar a los viejos en el vehículo con todos sus paquetes.
El chófer pone en movimiento su motor.
-Gracias, Madame -dice lloriqueando Baucis, mientras Filemón articula gemidos de gratitud.
Pero “Madame” no les oye, ocupada en depositar dos besos sonoros en las mejillas del artillero, brillantes y ennegrecidas por la grasa de los engranajes. «Toma…toma.»
Se aleja el automóvil y se deshacen los grupos. Las pezuñitas de terciopelo vuelven hacia el banco. Una de ellas cojea dolorosamente. Siento la tentación de besar también, de besar a la muchacha ácida; pero me inspira miedo.
Temo que interprete torcidamente mis intenciones.

miércoles, 14 de marzo de 2018

El cóndor y el poeta de Andrés Bello.

El cóndor y el poeta 

de Andrés Bello.

Diálogo
POETA
-Escucha, amigo Cóndor, mi exorcismo;
obedece a la voz del mago Mitre,
que ha convertido en trípode el pupitre;
apréstate a una espléndida misión.
CÓNDOR
-¡Poeta audaz, que de mi aéreo nido
en el silencio lóbrego derramas
cántico misterioso! ¿a qué me llamas?
Yo sostengo de Chile el paladión.
POETA
-No importa; es caso urgente, es una empresa
digna de ti, de tu encumbrado vuelo,
y de tus uñas; subirás al cielo,
escalarás la vasta esfera azul.
CÓNDOR
-¿Y qué será del paladión en tanto,
cuya custodia la nación me fía?
POETA
-Puedes encomendarlo por un día
a las fieles pezuñas del Huemul.
CÓNDOR
Pero el camino del Olimpo ignoro.
POETA
-Mientes; tú hurtaste al cielo, ave altanera,
en pro de nuestros padres, la primera
chispa de libertad que en Chile ardió.
CÓNDOR
-¡Falaz leyenda! ¡Apócrifa patraña!
Robaba entonces yo por valle y cumbre,
según mi antigua natural costumbre;
monarca de los buitres era yo.
Años después, llamáronme, y conmigo
vino esa pobre, tímida alimaña,
de los andinos valles ermitaña;
y, el paladión nos dieron a guardar.
Mal concertada yunta, que, algún día,
recordando los hábitos de marras,
estuve a punto de esgrimir las garras,
y atroz huemulicidio ejecutar.
POETA
-¡Oh mente de los hombres adivina!
¡Oh inspiración profética! No sabes,
alado monstruo, espanto de las aves,
el oculto misterio de esa unión.
¡Junto a la mansa paz, atroz instinto
de pillaje y de sangre! ¡Incauto el uno,
audaz el otro en tentador ayuno,
y de la Patria en medio el paladión!
Tremendo porvenir, yo te adivino,
pero no tiemblo. Es fuerza te abras paso
de la ilustrada Europa al rudo ocaso;
está en el libro del destino así.
Sus últimos destellos da la antorcha
que el hijo de Japeto trajo al mundo;
suceda al viejo faro moribundo
joven tizón, ardiente, baladí.
CÓNDOR
-No sé, poeta, interpretar enigmas;
no entiendo de tizones ni de faro.
Deja los circunloquios, y habla claro.
¿De qué se trata? Explícate una vez.
POETA
-De aquel fuego sagrado que trajiste
¿niégaslo en vano? a un ínclito caudillo,
apenas queda agonizante brillo;
nos viene encima infausta lobreguez.
Renovarlo es preciso.
CÓNDOR
-¿Cómo?
POETA
-Debes
seguir del sol la luminosa huella,
sorprenderle, robarle una centella,
metértela en los ojos, y escapar.
CÓNDOR
-Muy bien; me guardo el fuego en las pupilas,
cual si fueran volcánicas cavernas.
¿Y qué haré luego de mis dos linternas?
POETA
-Quiero a Chile con ellas incendiar.
CÓNDOR
-¿Incendiarlo? ¿Estás loco? ¿De eso tratas?
POETA
-Incendiarlo pretendo en patriotismo;
abrasarlo, molondro, no es lo mismo;
quiero hacer una inmensa fundición.
Quiero llamas que cundan pavorosas,
descomunales llamas, llamas grandes,
que derritan la nieve de los Andes
y la de tanto helado corazón.
¿Abrasar? ¡Linda flema! -¿Es tiempo ahora
de contentarse con mezquinas brasas
que den pálida luz, chispas escasas,
como para el abrigo de un desván?
No, señor; vasto incendio, llamas, llamas,
que unas sobre las otras se encaramen,
y levantando rojas crestas bramen,
y les sirva de fuelle un huracán.
Despacha, pues; arranca; desarrolla
el raudo vuelo; tiende el ala grave,
como la parda vela de la nave
cuando silba en la jarcia el vendaval.
Vuela, vuela, plumífero pirata;
recuerda tu nativa felonía;
asalta de improviso al rey del día
en su carroza de oro y de cristal.
CÓNDOR
-Ya te obedezco, y tiendo como mandas,
el ala; aunque eso de tenderla un ave
no ligera ni leve, sino grave,
para tanto volar no es lo mejor.
Y si de más a más tenderla debo,
como la parda vela el navegante
cuando oye la tormenta resonante
que amenazando silba, peor que peor.
Que no desplega entonces el velamen,
antes amaina el cauto marinero,
y aguanta a palo seco el choque fiero,
si salvar piensa al mísero bajel.
Así lo vi mil veces, revolando
entre las nubes negras, cuando hinchaba
la Mar del Sur sus ondas, y bregaba
contra la tempestad el timonel.
POETA
-No lo entiendes: la nave del Estado
es la que yo pintaba; y la maniobra
a que apelamos hoy, cuando zozobra,
no es amainar, estúpido ladrón.
CÓNDOR
-¿Pues qué ha de hacer entonces el piloto?
POETA
-Según doctrina de moderna escuela,
debe correr fortuna a toda vela,
sin bitácora, sonda, ni timón.
Si tú leyeras, avechucho idiota,
gacetas nacionales y extranjeras,
la ignorancia en que vives conocieras;
todo ha cambiado entre los hombres ya.
Altos descubrimientos reservados
tuvo el destino al siglo diecinueve;
hoy en cualquiera charco un niño bebe
más que en un hondo río su papá.
¡Oh siglo de los siglos! ¡Cual machacas
es tu almirez decrépitas ideas!
¡Qué de fantasmagorías coloreas
en el vapor del vino y del café!
¡No era lástima ver encandilarse
los hombres estudiándose a sí mismos;
y tras mil embrollados silogismos,
salir con sólo sé que nada sé!
¡Ea, pues! ¡A la empresa! Bate el ala,
y apercibe también las corvas uñas,
y guárdate de mí si refunfuñas,
lobo rapaz, injerto de avestruz.
CÓNDOR
¿volando? -Ama aún el buitre robador su nido;
Chile, a traerte voy, no la centella
que incendiando devora, sino aquella
que da calor vital y hermosa luz.
Andrés de Jesús María y José Bello López (Caracas (Venezuela),29 de noviembre de 1781-Santiago(Chile), 15 de octubre de 1865)filósofo, poeta, traductor, filólogo, ensayista, educador, político y diplomático.

lunes, 12 de marzo de 2018

FRENTE A FRENTE de MANUEL GUTIÉRREZ NÁJERA.

FRENTE A FRENTE 
de MANUEL GUTIÉRREZ NÁJERA. 

Oigo el crujir de tu traje,
turba tu paso el silencio,
pasas mis hombros rozando
y yo a tu lado me siento.
Eres la misma: tu talle,
como las palmas, esbelto,
negros y ardientes los ojos,
blondo y rizado el cabello.
Blando acaricia mi rostro
como un suspiro tu aliento;
me hablas como antes me hablabas,
yo te respondo muy quedo,
y algunas veces tus manos
entre mis manos estrecho.
Nada ha cambiado: tus ojos
siempre me miran serenos,
como a un hermano me buscas,
como a una hermana te encuentro.
Nada ha cambiado: la luna
deslizando su reflejo
a través de las cortinas
de los balcones abiertos;
allí el piano en que tocas,
allí el velador chinesco,
y allí tu sombra, mi vida,
en el cristal del espejo.
Todo lo mismo: te miro,
pero al mirarte no tiemblo,
cuando me hablas te escucho,
cuando me miras no sueño.
Todo lo mismo: pero algo
dentro de mi alma se ha muerto.
¿Por qué no sufro como antes?
¿Por qué, mi bien, no te quiero?

           

Estoy muy triste: si vieras,
desde que ya no te quiero
siempre que escucho campanas
digo que tocan a muerto.
Tú no me amabas, pero algo
daba esperanza a mi pecho,
y cuando yo me dormía
tú me besabas durmiendo.
Ya no te miro como antes,
ya por las noches no sueño,
ni te esconden vaporosas
las cortinas de mi lecho.
Antes de noche venías
destrenzando tu cabello,
blanca tu bata flotante,
tiernos tus ojos de cielo;
lámpara opaca en la mano,
negro collar en el cuello,
dulce sonrisa en los labios
y un azahar en el pecho.
Hoy, no me agito si te hablo
ni te contemplo si duermo,
ya no se esconde tu imagen
en las cortinas del techo.

             

Ayer, vi a a un niño en la cuna;
estaba el niño durmiendo,
sus manecitas muy blancas,
muy rizado su cabello.
No sé por qué, pero al verle
vino otra vez tu recuerdo,
y al pensar que no me amaste,
sollozando le di un beso.
Luego, por no despertarle,
me alejé quedo, muy quedo.
¡Qué triste que estaba el alma!
¡Qué triste que estaba el cielo!
Volví a mi casa llorando,
me arrojé luego en el lecho;
todo estaba solitario,
Todo muy negro ¡muy negro!
Como una tumba mi alcoba,
la tarde tenue muriendo,
mi corazón con el frío
de los hogares desiertos.
Busqué la flor que me diste
una mañana en tu huerto
y con mis manos convulsas
la apreté contra mi pecho;
miré luego en torno mío
y la sombra me dio miedo…
Perdóname, si, perdóname,
no te quiero ¡no te quiero!