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jueves, 9 de enero de 2025

Rancho - Fernán Silva Valdés.



Retobado de barro y paja brava;
insociable, huyendo del camino.
No se eleva, se agacha sobre la loma
como un pájaro grande con las alas caídas.

Gozando de estar solo,
y atado a la tranquera a ras de tierra
por el tiento torcido de un sendero,
se defiende del viento con el filo del techo.
Su amigo es el chingolo;
su centinela gaucho el terutero.

Por la boca pequeña de una ventana
apura el mediodía en un solo bostezo:
de mañana despierta con el canto de un gallo
y de noche se duerme con el llanto de un niño

Es creyente a la vez que fatalista:
a supersticioso nadie lo iguala:
se persigna al chistido de la lechuza
o se tapa los ojos por no ver la «luz mala».
Y se encorva de miedo cuando aúllan los perros
—con las cerdas del lomo despeinadas—
porque pasa la Muerte, chúcara e invisible,
montada en pelo
en la yegua sin freno de la leyenda.

Es torvo como el gaucho hasta en su mansedumbre;
como aspira tan poco, nunca sale de pobre;
y guarda con orgullo, como único tesoro,
—expuestas en un marco con alardes artísticos—
la estampa de un caudillo
y una divisa bordada en oro.

Ni altivo, ni bizarro; humilde, nada más;
ignorante a la gracia y al donaire,
adornan su mal gesto curtido de intemperie
un nido de hornero y un clavel del aire.

Es viejo ya, sus quinchas han visto tres patriadas;
agringarse los criollos, acriollarse los gringos;
si no le salen canas le nacen cicatrices,
y aceptando el destino de concluir en tapera,
mira pasar los años y crecer los «gurises»,
echado boca abajo y con el lomo al sol.

En los atardeceres en que se pone triste
revisa sus recuerdos de un vistazo hacia adentro,
y encuentra cuatro fechas que lo hicieron vibrar;
cuatro fechas que son
los puntos cardinales de su emoción:
Una boda, un velorio, un nacimiento
y una revolución.

Cuando se quede solo, sin poder contra el viento,
y caiga de rodillas, será tan poca cosa,
su historia tan vulgar: un placer, una cuita,
que cabrá en las seis cuerdas de una guitarra
y en los seis suspiros de una vidalita.

Fernán Silva Valdés (Montevideo, 15 de octubre de 1887 - 9 de enero de 1975) fue un poeta, compositor y dramaturgo uruguayo.

sábado, 4 de febrero de 2017

Romance de los dos cuchillos - Fernán Silva Valdés.-

I
En un barco, desde Europa,
varios cuchillos vinieron
procedentes de una fábrica
renombrada por su acero,
y en la lujosa vidriera
de una casa de comercio
fueron mostrados con arte
junto con otros objetos.
Pasó un señor bien trajeado,
se detuvo un punto al verlos;
entrando, compróse uno
de los cuchillos del cuento,
y al capataz de su estancia
lo envió en el primer correo.

El otro también fue al campo
llevado por un pulpero,
y estando para su venta
en la pulpería expuesto,
fue a parar por unos pesos
a la cintura de un criollo
de ancha barba y pelo suelto.
Y ahora que ya tenemos
a los cuchillos con dueño,
vamos a ver cómo fue
que un día se conocieron.

II
Como formando una equis
se cruzaron los aceros,
y luego de unos segundos
esa letra deshicieron
para seguir, en su esgrima,
dibujando el alfabeto;
esgrima que el hombre hacía
entonces, desde pequeño,
y venía a constituir
uno de sus parcos juegos.

La esquina o la pulpería
con techos de paja o cielo
fueron las típicas canchas
para esta clase de duelos,
a los que "vistear" llamaban,
o "barajar", lo recuerdo,
cuando era para entrenarse
o para matar el tiempo.
Y como todas las cosas
de aquellos bárbaros medios,
lo que empezaba jugando
a veces concluía en serio,
ya que solía ser con sangre
el mencionado visteo,
y a la vista de la sangre
el instinto rompe el freno.
Así peleaban los hombres
esenciales de otro tiempo,
acero venciendo al fierro,
coraje venciendo al miedo.

Tras los labios apretados
se asfixiaban los denuestos,
con más filo y con más punta
aún que los mismos aceros.
En esgrima cimarrona
el poncho en el brazo envuelto
paraba las puñaladas
haciendo de escudo el pecho.
Abajo, dos paralelas
formaban los pies derechos
a una prudente distancia
asentados sobre el suelo,
"haciendo la pata ancha",
como dice el refranero,
que es un decir muy jugoso
y tiene sabor a pueblo.

Las vainas en las cinturas,
cual puñaladas de cuero,
aguaitaban sin premura
el retorno de sus dueños,
que a veces volvían con sangre
como trágico recuerdo,
y a veces nunca volvían,
que el viaje había sido eterno.

III
Pasó el tiempo, y los cuchillos
fueron a dar al museo,
sin saber una palabra
del destino de sus dueños.
El asombro de los tales
iba en continuo aumento
al observar cuánta gente
se paraba para verlos,
hasta que un día ¡por fin!
descifraron el secreto.

Lo que soñaron en vida,
o desearon ser, sus dueños,
los cuchillos en mensaje
misterioso recibieron
(permítanme esta mentira
por ser bella y ser en verso)
y así, escuchando la voz
que les venía desde lejos,
uno dijo con orgullo
respondiendo el compañero:
-"Yo fui de un tal Juan Moreira"
-"Y yo de un tal Martín Fierro".