sábado, 16 de diciembre de 2023

EL PACTO de SILVIA MONTOTO.


EL PACTO.

El mar se había retirado lentamente, dejando sobre la arena un festón de espuma y de conchillas que brillaban bajo el sol del mediodía.
La playa estaba desierta. Sólo quedaban de trecho en trecho algunos castillitos en ruinas.
A la sombra de la gruta hicimos el ritual…
Con un trozo de vidrio nos cortamos las palmas de las manos y las juntamos para fundir nuestra sangre. Así quedaba sellado el pacto de guardar nuestro secreto hasta la muerte…
-¡Hasta la muerte! – dijo Elena mirándome a los ojos – aunque vivamos muchos años.
-¡Hasta la muerte! – repetí temblando por el dolor de mi mano y el recuerdo de lo que nos había pasado.
Después corrimos hasta alcanzar el mar y nos internamos hasta que el oleaje nos cubrió, regresando luego en silencio hasta la arena.
La casa de mi amiga Elena quedaba a unas 15 cuadras de la playa, prácticamente en el confín del pueblo. Desde allí ya comenzaba el monte y cruzando, el cañadón.
Teníamos prohibido ir al otro lado porque la madre de Elena nos había advertido que por allí merodeaban algunos cirujas lo que era peligroso para las niñas de nuestra edad.
Quizás, esa fue la razón que hizo agudizar nuestra curiosidad.
Tácitamente sabíamos que algún día haríamos una excursión a ese lugar prohibido.
Ocurrió un mediodía de Enero. Nos preparábamos para ir a la playa como lo hacíamos habitualmente pero una vez fuera de la casa, una mirada cómplice bastó para que cambiáramos el rumbo.
Bajamos al cañadón por la orillita del basural sorteando toda clase de inmundicias, donde se elevaba un enjambre de moscas y el hedor nauseabundo hacía que nos tapáramos la nariz.
Nada de lo que veíamos por ahí nos parecía peligroso. Caminábamos por un senderito entre los médanos mientras conversábamos y reíamos felices.
De pronto apareció a nuestra vista la silueta de una vivienda abandonada. Nos acercamos.
-¡Mirá Elena – dije excitada – Qué lindo sería tener una casita como esa para jugar!...
- No estaría mal…Vamos a investigar.
Se parecía a una alcancía que me había regalado mi padrino y que yo adoraba. Aunque de cerca se veía muy deteriorada.
La rodeamos para asegurarnos de que nadie la habitaba. Espiamos por una ventanita que como no tenía vidrios nos permitió meter la cabeza a manera de periscopio.
Dando la vuelta encontramos la puerta. La empujamos y cedió fácilmente. Yo más cautelosa, me quedé afuera.
-¡Vení tontita, no pasa nada ¡ - me gritó.
Entré. El cuarto pequeño debió haber sido la cocina a juzgar por el hollín adherido a las paredes y en el techo el hueco por donde saldría un caño, ahora ausente.
No había mueble alguno, salvo una repisa de madera rústica colocada en un rincón.
En el otro extremo de la habitación una puerta que conservaba las hilachas de una cortina.
- Es el dormitorio – dije-
-¿Qué te hace pensar…en eso?-me contestó Elena.
-Y…en algún lado deberían dormir, no? – fue mi lógica conclusión.
Aquí el piso era de ladrillos y el techo de chapas de cartón sobre un enorme cielo raso de telarañas.
Cuando terminamos la inspección, salimos nuevamente al patio y sentadas en un tronco seco, después de meditar en silencio, resolvimos que esa sería nuestra casita secreta.
Advertimos que se salíamos hacia el sur, un senderito casi oculto entre los yuyos, nos evitaba el paso por el basural. Y llegaríamos más rápido al pueblo.
Nos llevó más de una semana acondicionar nuestro refugio.
Como hormigas laboriosas acarreamos poco a poco todo lo necesario para poner en orden nuestra casita de juguete: Dos banquitos; vajilla en desuso; nuestros muñecos; un jarrón cachado y sin asas; un reloj descompuesto; la alfombra del perro y entre otras cosas, un calentador a garrafa que Elena encontró en el taller de su papá para poder tomar algo calentito.
Nos habíamos preparado para nuestra primera merienda en la casita, cuando a Elena, sentada frente a mí, se le transformó la cara y comenzó a temblar como una hoja. Giré la cabeza hacia la puerta y lo vi…
Un hombre harapiento, sucio, de mirada turbia y tupida barba negra había traspasado la puerta y se nos venía encima…
Yo alelada me refugié en un rincón.
Elena quiso hacerle frente pero el ciruja la tomó de los brazos e inmovilizándola, comenzó a poner sus manos sucias sobre su cuerpo indefenso.
Elena me gritaba - ¡Corré, corré, salí pronto de aquí…mientras el hombre tiraba de sus ropas e intentaba besarla…
Entonces corrí hasta la puerta y en mi desesperada carrera derribé el calentador.
Mi amiga pudo finalmente zafar de la trampa humana, y semidesnuda se prendió a mi mano. Corrimos hacia el cañadón, sin aliento y sin voz.
Una impresionante explosión frenó nuestra carrera y al mirar hacia atrás, vimos que una fogata descontrolada lo destruía todo.
Vimos desaparecer nuestra casita de juguete…y del hombre, ni la más leve sombra.
Más tarde, cuando al fin pudimos reaccionar le dije a Elena: ¿Y ahora, qué nos pasará?... ¿Nos vendrán a buscar?...
-¿Por qué nos habrían de buscar?... Nadie sabe que fuimos nosotras.
Nada ni nadie nos hará hablar – dijo terminante. ¡Jamás lo haremos, jamás!
Conociendo sin embargo mi debilidad, propuso “el pacto de silencio”, que al día siguiente sellamos en la gruta…con solemnidad.
Cada una de nosotras tomó después un rumbo diferente en la vida, y ya no volvimos a vernos más…

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