sábado, 6 de abril de 2019

EL CHENQUE de CARLOS BASABE.

EL CHENQUE.
En Villa Regina, pueblito rural de inmigrantes casi la mayoría italianos venidos en la primera década del siglo veinte, levantado sobre la ladera misma de una meseta que forma el valle del Río Negro en la patagonia argentina hubieron momentos en que sus habitantes tenían tiempo suficiente como saludarse uno a uno ya que practicamente todos se conocían y gustaban de conversaciones distendidas y amables.

Los bares siempre estaban animados por parroquianos conversadores que sostenían una charla casi permanente sobre los trabajos y cuestiones de las "chacras", (fincas rurales) donde se sembraba lo que oportunamente daba un beneficio inmediato, alfalfa, patatas, tomates, etc., esperando mientras tanto los trabajos importantes de la vendimia o recogida de frutas que solía ser en verano.

Un día me contaron una historia que muchos recordarán y que a decir verdad nunca constrasté pero que me llamó la atención por el desarrollo de lo que se asocia con una leyenda de aborígenes de la zona.

Como digo la población de Villa Regina mantenía una vida tranquila y los jóvenes repartían el tiempo sobrante del trabajo instalados en alguna mesa de la Confitería del "Club Atlético Regina" o el Círculo Italiano preferentemente mientras que un día a la semana se reunían varios amigos de forma permanente en un lugar establecido y disfrutaban de la clásica "peña" consistente en comer un asado a la parrilla, con chorizos y vino tinto de la bodega de Favretto . La conversación era casi calcada cada jueves; los temas rondaban sobre mujeres y fútbol pudiendo extenderse a lo político si sobraba tiempo, ...aquella noche el tema fue otro solamente distinto porque se relacionaba con el descubrimiento de unos huesos humanos encontrados cerca de lavías del ferrocarril General Roca muy cerca de la vecina localidad de Chichinales y a la vera de un brazo carprichoso y profundo del río negro.
Al parecer estos restos podían pertenecer a cementerio indio que alguna vez estuvo asentado en esa zona pues a escasos metros de distancia la localidad de Chichinalesformó parte de un fortín militar en la época de la llamada "Campaña al desierto".
Más tarde en 1879 se fundó la población actual, por lo tanto no sería muy descabellado pensar que los antiguos moradores establecieran un asentamiento y un cementerio.
La conversación comenzó sobre el descubrimiento de los huesos y algunos cacharrosal parecer indígenas que los habitante cercanos no se animaban a desenterrar por miedo a la leyenda de los "Chenques". Esta leyenda conocida en el Sur argentino dice que el Chenque es una palabra posiblemente "Pehuenche" y no Mapuche que describe como lugar donde se entierran los muertos, pero que además ¡ y ahí está lo importante! El que cava y saca o remueve esqueletos en uno de estos cementerios tiene adjudicada una maldición que consiste en un castigo para él y su familia durante cien años asegurando que por lo general quién haya sacado flechas, huesos o cacharros al cumplirse el año o durante ese período muere por alguna causa.
Uno de los integrantes de la peña que trabajada en el taller mecánico de la "Agencia Ford" muy amigo de hablar fuerte, gesticular y soltar una estruedosa risotada a cada rato festejando algo cómico, y escéptico de aquellas leyendas hacía chistes sobre los que creían y en un arranque de bravuconada les apostó algo a los restantes peñerospara que lo acompañaran y presenciaran su trabajo de remover los huesos sin que esto signifique la muerte ni la desgracia de nadie.
Al principio todos quedaron serios porque la conciencia les reclamaba prudencia antes estas sentencias populares pero al final y ante la insistencia del mecánico decidieron que un determinado día irían al chenque y serían meramente espectadores del remoción de nuestro protagonista. ¡Y así fue!
¡Una tarde de verano se reunieron y partieron hasta poco más allá de las vías del ferrocarril, "portal del alto valle" y desde allí siguieron caminando por la orilla del río hasta llegar al lugar indicado donde se podían observar restos humanos a flor de tierra.
Se detuvieron y un silencio se apoderó de todos ya que estaban ante un desafío poco común y las dudas o el resultado tenía tiempo de darles la razón o no!. Nuestro personaje al ver los huesos rompió el silencio con una estruendosa carcajada como solía hacer siempre y decididamente empezó a desenterrarlos junto a algunos utensillos hasta que encontró una calavera con la cuál hizo un monólogo entretenido delante del grupo, después dejó nuevamente las cosas en su lugar como temiendo alguna superstición y regresaron al auto que los llevaría de regreso a Villa Regina.
El viaje de retorno quedó lleno de interrogantes por un lado y por otro el mecánico les iba recordando continuamente que tenían todo un año para juntar dinero y pagarle la apuesta si la maldición Pehuenche no se cumplía.
Repetía continuamente que lo habían pasado muy bien más que nada luego de visitar el chenque pasando por el "El solito", lugar donde la lengua del río negro hace una curva entre la verde vegetación de las dos costas y se dieron un chapuzón en el agua que supo a gloria sin presencia de extraños y completamente desnudos.
Así fueron transcurriendo los meses, llegó la recogida de peras primero, luego las manzanas de distintas variedades, el tomate y la uva, donde las fiestas culminaban un año entero de sacrificios ofrecía "la fiesta provincial de la vendimia". En la plaza San Martín se levantó un escenario donde actuaron números locales de aquellos que siempre ofician de "teloneros" y como corolario, la actuación de una gran orquesta que no era costumbre ver por esos lugares menos llegada desde la Capital o el extrajero sin saberlo a ciencia cierta ya que se presentaban como "Los Gavilanes de España" y musicalizaban la coronación de la reina de la manzana mientras el intendente le entregaba el premio colocándole la corona a la nueva soberana.
Llegó el invierno al valle de Río negro y los fríos acompañados de lluvias y heladas fueron mermando los encuentros de los jueves en aquella peña de amigos.
Solamente si el tiempo lo permitía se anunciaba el asado, los chorizos, el generoso vino de Favretto y las anécdotas sobre mujeres y fútbol, acompañado a veces por un cantor guitarrero que compartía un par de milongas sureras con unos tajos a las costillas asadas a las brasas como moneda de cambio.
Las fiestas de fin de año fueron festejadas con tracas de cohetes y entre abrazos y saludos deseando un nuevo año próspero.
Algunos se volcaron con la intención de plantar un chivito al asador en la orilla del río reunidos con familiares y cerveza fresca se metían dentro de medio tambor con una barra de hielo a modo de refrigeración.
Los calores del verano en pleno enero animaban a los vecinos de Villa Regina a pasar largos fines de semana en una especie de convocatoria gastronómica asando todo tipo de carnes a las orillas del río en la Isla 58 y el mecánico les recordó a sus amigos que ese fin de semana se cumplía un año de la apuesta del chenque y que harían un gran asado para festejar el incumplimiento de la maldición, por lo tanto deberían pagar la mala jugada que les había hecho la leyenda.
Desde temprano fueron llegando y para media mañana ya estaba el cordero en el asador esperando que fueran las doce del mediodía, entre comentarios y charlas diversas nuestro protagonista se burló de las creencias y cobró la apuesta hecha un año antes, ¡poniéndo estaba la gansa!!! le repetía a cada perdedor!!. Terminaron de comer y regresaron al pueblo después de jugar un partidito de fútbol en el potrero comunitario, se despidieron y cada uno para su casa,...
El mecánico contó a su familia como lo había pasado y decidieron cenar unos trozos de lechón que la familia había cocinado para medio día.
Calentando al horno pusieron la mesa y trajeron un par de cervezas bien heladas que habían sobrado del cordero. ¡¡Antes de medianoche cuándo el año de la apuesta se despedía los integrantes de la peña de los jueves fueron informados que el mecánico estaba ingresando en el hospital regional muy grave,.¡¡Falleció a las doce menos cuarto según el parte médico de un pasmo producido por la indigestión de cerveza muy fría!!!.


*Se transcribe el cuento "EL CHENQUE" del libro "Cuentos argentinos COMO LA MONA (Expresión Argentina que significa "Mal hecho") de Carlos Basabe, pág. 57 a 62.

viernes, 5 de abril de 2019

NADA (Tango). Compositores: Muharran / J. Dames / H. Sanguinetti.

He llegado hasta tu casa...
¡Yo no sé cómo he podido!
Si me han dicho que no estás,
que ya nunca volverás...
¡Si me han dicho que te has ido!
¡Cuánta nieve hay en mi alma!
¡Qué silencio hay en tu puerta!
Al llegar hasta el umbral,
un candado de dolor
me detuvo el corazón.

Nada, nada queda en tu casa natal...
Sólo telarañas que teje el yuyal.
El rosal tampoco existe
y es seguro que se ha muerto al irte tú...
¡Todo es una cruz!
Nada, nada más que tristeza y quietud.
Nadie que me diga si vives aún...
¿Dónde estás, para decirte
que hoy he vuelto arrepentido a buscar tu amor?

Ya me alejo de tu casa
y me voy ya ni sé donde...
Sin querer te digo adiós
y hasta el eco de tu voz
de la nada me responde.
En la cruz de tu candado
por tu pena yo he rezado
y ha rodado en tu portón
una lágrima hecha flor
de mi pobre corazón.

Nada, nada queda de tu casa natal...
Solo telaranas que teje el yuyal.
El rosal tampoco existe
Y es seguro que se ha muerto al irte tu.
¡Todo es una cruz!
Nada, nada más que tristeza y quietud...
Nadie que me diga si vives aun...
Donde estas... para decirte
Que hoy he vuelto arrepentido
A buscar tu amor.

Compositores: Muharran / J. Dames / H. Sanguinetti.
Horacio Basterra (Montevideo, Uruguay, 19 de marzo de 1914 – ibídem, 19 de diciembre de 1957, que utilizaba el seudónimo de Horacio Sanguinetti, fue un letrista dedicado al género del tango, de larga trayectoria en Argentina. Entre sus obras se encuentran Barro, musicalizado por Osvaldo Pugliese, Moneda de cobreLos depojos y Tristeza marina.
José Dames (Rosario, provincia de Santa Fe, Argentina, 28 de octubre de 1907 – Buenos Aires, 7 de agosto de 1994) fue un bandoneonista y compositor volcado al género del tango
"Nada" es un tango-cancióncon letra de Horacio Basterra y música de José Dames, que fue grabada por primera vez en 1944 por Carlos Di Sarli con la voz de Alberto Podestá.

miércoles, 3 de abril de 2019

LA SALAMANCA - Zamba - Arturo Dávalos.


Con la diabla en las ancas Mandinga llegó, 
azufrando la noche lunar. 
Desmontó del caballo y el baile empezó, 
con la cola marcando el compás. 

Un rococo de la isla cantaba su amor 
a una sapa vestida de azul. 
Carboncillo bailaba, luciendo una flor, 
que a los ciegos devuelve la luz.


Socavón, donde el alba muere al salir: 
salamanca del cerro natal. 
En las noches de luna se suele sentir
a Mandinga y a los diablos cantar. 

Jineteando, una escoba cruzaba el añil 
de los cielos: la bruja mayor; 
la lechuza en el hombro y el gran tenedor 
disparándole a la Cruz del Sur. 

Un quirquincho barbudo tocaba el violín 
y un zorrino, con voz de tenor, 
desgarraba el silencio con un yaraví, 
que Mandinga a cantar le enseñó. 

"Una lógica increíble" de María Rosa Giovanazzi en su última antología: "Entretiempos".

"Una lógica increíble" de María Rosa Giovanazzi en su última antología: "Entretiempos"(Editorial Dunken).

Una de las últimas locuras de mi padre en sus años de madurez  fue ir a vivir a una isla apartada en el Tigre.
Algún que otro fin de semana, yo lo visitaba. Llegaba con la última lancha del viernes.   Para alcanzar  su casa debía atravesar un trecho de juncos y luego un bosque cerrado de ceibos y sauces, que cubiertos por lianas y enredaderas provocaban admiración por su belleza bajo la luz del sol y un temor constante  durante la noche.
Sin embargo él era feliz y hasta lo veía más joven.
Un angosto sendero generado por los vecinos en su ir y venir era mi guía para no equivocar el camino, ya que la selva, así la llamaba mi padre, al ser tan cerrada, resultaba siempre igual. Un viernes en que llegué más tarde que de costumbre, la noche se había unido a la oscuridad de tantos árboles. Fui cruzando el bosque, atenta a cada movimiento o ruido, el miedo se había multiplicado al de otras veces, ni un resto de luna acompañaba mi andar. Tal vez fue mi inseguridad la que provocó la impresión de que alguien me seguía. Caminaba mirando hacia todos lados, el grito de un búho aumentó mi incertidumbre, apuré el paso,  un ruido de cañas al quebrarse logró que mi corazón galopara como un potro enloquecido, un carpincho cruzó cerca, tan asustado como yo. Comencé a correr, era tal mi nerviosismo que tropecé con una raíz y caí sobre una maraña de ramas.
Un resplandor rojizo y el  humo, que como una niebla comenzaron a cercarme, me obligaron a levantarme, había roto la tela del pantalón, no le di importancia; lo que sí comprendí  fue que debía salir cuanto antes de ese infierno de llamas que llegaba desde el río y  avanzaban por el bosque. La luminosidad y el olor de las ramas al quemarse me cerraba la garganta, se me hacía difícil respirar  y en mi apuro por salir, caí una y otra vez, hasta que me encontré en un claro que anunciaba la zona poblada. Corrí hasta la casa de mi padre. Le conté lo que me había sucedido y observé que me escuchaba muy tranquilo, sin dar muestras de asombro.
—Ahora, mejor descansá —respondió muy calmo.
Me molestó su tranquilidad, su falta de preocupación ante mis palabras, he insistí:
—Hay peligro papá el fuego puede llegar aquí también.
—No te preocupes, ya se está encargando la guardia de bomberos.
Me dormí agotada y confiada en las palabras de mi padre.
Apenas salió el sol fuimos a ver los daños que habría producido el fuego. Dimos vueltas y nada hallamos, ni rastros del  incendio.
—Papá te juro que vi las llamas y que el humo no me dejaba respirar.
Mi viejo sonrió y me dijo tranquilamente:
—Te creo, en esta zona suelen suceder esos incendios que aparecen y desaparecen sin dejar huellas; son producto de una incógnita que nadie ha logrado esclarecer,  el fuego atraviesa el bosque y desaparece en pocos minutos. Algunos dicen que es una grieta del tiempo que se manifiesta igual a una dimensión desconocida…
Mientras él hablaba, lo escuchaba sorprendida por su serenidad al explicar semejante misterio. Quise seguir discutiendo el tema, no lograba creer que sus explicaciones fueran ciertas, era un cuento fantástico que no podía ser real y que  resultaba increíble;  pero ante mis ojos, y entre las raíces de un ceibo, el cuerpo de un pobre carpincho  achicharrado por el fuego me convenció de guardar silencio.

lunes, 1 de abril de 2019

Palimpsesto: Banalizar por Néstor Tkaczek.

“Hay que terminar con esta DICTADURA que estamos viviendo”, rezaba una publicación de un dirigente político en la red; a lo que otro -de su mismo partido- lo reconvenía por usar la palabra “dictadura” en estos tiempos. Las redes sociales están llenas de ejemplos como estos que contribuyen al caos discursivo y al extravío conceptual y las torna, verdaderamente, un mar de confusiones.
Hay un viejo refrán que bien puede aplicarse a la lengua: “al pan, pan; al vino, vino”. El refrán habla de la propiedad, es decir de la correspondencia entre la palabra, el concepto y el referente. Cervantes decía que sus ficciones consistían básicamente en “mostrar con propiedad un desatino”. Hay situaciones en que hablar/escribir sin propiedad carece de importancia; pero hay otras en que es esencial la exactitud.
Como sabemos el lenguaje está cargado de ideología, y en nuestra sociedad el término “dictadura” no remite en lo inmediato a un concepto abstracto, nos señala puntualmente la dictadura militar de la década del 70. Lo que aparece en la cita del comienzo es la intención de equiparar el periodo aquel con el que estamos viviendo; es decir Macri es igual a Videla. Hay muchas maneras de refutar ese argumento, una de ellas es que vivimos en una democracia; pero lo peligroso de esta exageración está en otro lado.
Lo peligroso está en que los jóvenes que no vivieron esa dictadura crean que la vida en esa época es más o menos como la que se vive actualmente. Esa distorsión juega a favor de Videla y sus secuaces, ya que los trivializa, los vuelve inofensivos, los despoja del horror. Dicho de otra manera: los banaliza.
Banalizar el mal es hacerlo digerible, cotidiano, insustancial, como cuando llamamos a alguien intolerante, “nazi”, sin saber realmente qué es el nazismo. Hannah Arendt, la mujer que más hondamente reflexionó sobre el nazismo, lo supo muy bien y acuñó la célebre frase “la banalidad del mal”.
Por eso quienes tenemos profesiones públicas no podemos eludir la responsabilidad de llamar a las cosas por su nombre.
Columna semanal de Néstor Tkaczek publicada el día domingo 31 de marzo de 2019 en el Diario "Río Negro".
Foto de Rincón Barda Sureña: Web corresponde a la manifestación de 1982 convocada por la C.G.T.