domingo, 1 de mayo de 2011

PAISAJE de HOMERO MANZI.



PAISAJE.
Poema de Homero Manzi, año 1.943.

Te compré una tarde paisaje lejano,
el marco dorado y el tema otoñal.
Te colgué en el muro frente a su retrato,
frente a su retrato que ya no está más.


Es tal vez por eso que recién me angustian
tu tono velado, tu sombra, tu gris,
tu cielo techado de nubes y bruma,
tu parque llorando con lluvia de abril.

¿Quién será, quien será
que en tu tela pintó
la quietud otoñal del pinar?
¿Y esa luz de olvido,
y el confín perdido,
y el camino herido de azul
y la soledad?

¿Quién será que una vez
te encontró como sos
y logró comprender tu color?
¿Qué alma, qué alma buena
vio la pena, pena
de la nube gris,
del camino azul,
del dolor de abril?


Soledad de nadie colgada del muro.
Hoy sé que mi vida lo mismo que vos
sólo es un paisaje lejano y oscuro
sin plata de ensueño, sin oro de amor.

Somos... sí, lo mismo, con igual destino.
Garúa borrosa de un día de abril.
Un nido vacío y un viejo camino
y un aire de ausencia muy triste y muy gris.

Paisaje de Homero Manzi es un vals que musicalizara el pianista Sebastián Piana.

Decía Homero Manzi, escritor argentino sobre el folclore argentino:
(fragmentos y selección)

“El folklore argentino es un tesoro desparramado por los campos, despreciado por las clases cultas del litoral, pero acunado con amoroso acento por las gentes humildes de la
campaña.”

“La música de la ciudad estaba trazada sobre el pentagrama oscuro de las pasiones humanas. En cambio, la música de nuestro campo estaba conformada sobre la naturaleza. Con excepción de la vidala, canción cuya universalidad habrá de consumarse un día, todas las expresiones musicales del folklore norteño trasuntan las formas del paisaje y animan sus movimientos en la fuerza de la naturaleza. La música del campo es objetiva, la de la ciudad subjetiva.
En la ciudad, los bandoneones lloran a cuenta de la pena del hombre. En el campo, las arpas y violines rústicos hablan con la voz del viento, trinan con los pájaros y mueven sus ritmos con el rudo compás de las bestias en galope o con la hamacada euritmia de los pastos castigados en el vaivén de los vientos.
El santiagueño ama en primera instancia a su tierra, tiene una patria chica para ubicar su corazón. Conoce su cielo, abierto y celeste durante el día cuando apenas lo transitan el sol y las majaditas de nubes blancas, oscuro y profundo en la noche, cuando los tachonan los tucu-tucu inmóviles de las estrellas.
Conoce sus ríos madres que traen el pan en las entrañas,conoce sus montes, intrincados, misteriosos, aguerridos, conoce la tremenda ansiedad de sus sequías, ejemplo bíblico que le afirma la sobriedad y conoce el terror de sus tormentas calientes, cuando braman los huracanes del sur y del norte cargando, sobre los lomos enfurecidos, nubes
negras que desparraman la bendición del agua.
Por eso la voz del folclore santiagueño tiene la sinceridad del testimonio cultivado en largo trance de amor”

“Las canciones de la tierra volverán a nutrirnos de savia auténtica y en la voz de las vidalas reconoceremos el arrullo de la urpila, despenadora impenitente de las tardes,
cuando se abren en colores pálidos las flores del cardón y reconoceremos en cada danza, en cada ritmo, un pedacito del paisaje agreste donde ponen adornos los algarrobos, donde adelantan cuchillos de espinas los vinales, donde corren y revientan los ríos para secarse luego, donde cantan las hachas mordiendo las carnes duras del quebracho, donde pastan las majadas, donde se clavan las puntas del arado, donde galopan los caballitos criollos, donde ladran perros inverosímiles, donde se sufre, se trabaja, se ama, se baila y se canta”.

“Alguna vez, alguien que sea dueño de fuerzas geniales, tendrá que realizar el ensayo de la influencia de lo popular en el destino de nuestra América, para recién entonces poder tener nosotros la noción admirativa de lo que somos”.

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