martes, 3 de mayo de 2011

¡Tango! piel oscura, voz de sangre. Yuyo de arrabal. Tango. Homero Manzi.



Tango (Voz de tango) de HOMERO MANZI.

Farol de esquina, ronda y llamada.
Lengue y piropo, danza y canción.
Truco y codillo, barro y cortada,
piba y glicina, fueye y malvón.

Café de barrio, dato y palmera,
negra y caricia, noche y portón.
Chisme de vieja calle Las Heras,
pilchas, silencio quinta edición.

¡Tango!
Piel oscura, voz de sangre.
¡Tango!
Yuyo amargo de arrabal.
¡Tango!
Chata, pingo, luna grande.
¡Tango!
Vaina negra del puñal.
¡Tango!
Voz cortada de organito.
Guapo,
recostado en el buzón.
Trampa,
luz de aceite en el garito.
¡Todo!
Todo vive en tu emoción.

Percal y horario, ropa y costura
pena de agosto, tardes sin sol.
Luto de otoño, pan de amargura
flores, recuerdos, mármol, dolor.

Gorrión cansado, jaula y miseria,
alas que vuelan, carta de adiós.
Luces del centro, trajes de seda,
fama y prontuario, plata y amor.



"Argentina, Patria del Bandoneón".

"Argentina, Patria del Bandoneón" de Homero Manzi (fragmento y selección); Homero empezó a escribir este texto que lo terminó su hijo Homero Luis más conocido como Acho Manzi escribieron un artículo sobre el bandoneón.

"El Bandoneón llegó a Buenos Aires en el bagayo de un inmigrante alemán, quién jamás pudo suponer que con él traía el instrumento que andaba buscando la emoción porteña para poder desparramarse por el mundo.
Y así fue que una noche, allá por el 1900, cuando todavía los muchachos se recostaban en las paredes de las esquinas para que no se derrumbaran y se ataban el pescuezo con un pañuelo para que no se les cayera la cabeza al escupir fuerte por el colmillo, el alemancito se sentó en el patio de su conventillo, para llorar en manga de camisa, sobre las notas largas de su Bandoneón, un dramita de inmigración, de ausencia y de distancia.

Y sin quererlo, las notas litúrgicas de su fueye, desangradas en la desolación de los patios porteños, repercutieron en el corazón de las costureritas sentimentales y temblaron en los dedos ligeros de las barras, como si hubieran nacido para repicar compadronamente sobre el doble teclado de aquel lindo aparato.
Y así fue que empezó a rezongar como si llevara adentro el alma atormentada de un garavito. Y se emocionó en la noche de las cortadas, como si hubiera nacido a la luz de un farol, y compadreó en el alarde de una serpentina, como si en él chiflaran los gorjeos de las patotas. Y entonces, ya no fue más bandoneón. En el registro civil de los almacenes, lo bautizaron mandoneón, y para ser más chorro y más porteño, le acomodaron un mote de prontuario; alias... Fueye.

Y en los barrios de Buenos Aires, aparecieron las manos que habrían de estirarlo como nadie. Vicente Greco, Pacho, el ruso Antonio, Pepín, Santa Cruz, Chiape y el pibe de oro, ese pibe que a los doce años con un par de brazos que apenas podían abrazarlo, sacó al fueye sonidos secretos, dulzuras desconocidas, armonías inéditas: Pedro Maffia. Luego vendrán otros, y luego también serán superados, para nuestro bien.
Y luego agrega con la filosofía de un poeta:
El bandoneón es un alma que tomó forma de gusano a fuerza de arrastrarse detrás de un amor imposible. Cuando estaba por morirse de pena en una esquina olvidada del mundo, las caricias de las manos criollas, lo ayudaron a sufrir su congoja. Al hambre de su pena solitaria, el tango le entregó el pan de una amistad derecha y compañera.

El suburbio lo emborrachó en sus copas para hacerlo olvidar. Los compadritos lo llevaron a sus fiestas para ahuyentarle los recuerdos malos. Y Juan de Dios Filiberto, que tiene algo de fueye en su arrugada silueta, le compuso un himno de homenaje: Quejas de Bandoneón
Enrique Santos Discépolo, se ha ganado el título de inspector honorario de las emociones de Buenos Aires. Envuelto en un mínimum de materia, recorrió las calles o se sentó a tomar un café, dispuesto a requisar cuanta emoción circulara sin patente. Nervioso, flaco, afiebrado, pura nariz y talento, de pronto ha encontrado algo que buscaba; una canción, un grito, un gesto; se lo pone debajo del brazo y en su casa lo hace bailar sobre el piano, para inspirar las teclas. Es el drama que un borracho olvidó sobre una mesa o un lio que descubrió por la rendija de una persiana. Una noche oscura, al cruzar una calle del suburbio, Discépolo tropezó con el alma del bandoneón que se había escapado de la caja; entonces hizo un tango: Alma de Bandoneón.

Alma de bandoneón es un tango del año 1935 con la letra del mismo Discépolo y Luis César Amadori.

ALMA DE BANDONEÓN.

Yo me burlé de vos
porque no te entendí
ni comprendí tu dolor.
Tuve la sensación
de que tu canto cruel
lo habías robao, bandoneón...
Recién comprendo bien
la desesperación
que te revuelve al gemir
¡Sos una oruga que quiso
ser mariposa antes de morir!

Fue tu voz,
bandoneón,
la que me confió
el dolor
del fracaso
que hay en tu gemir;
voz que es fondo
de la vida oscura
y sin perdón,
del que soñó volar
y arrastra su ilusión
llorándola...

Igual que vos soñé...
Igual que vos viví
sin alcanzar mi ambición.
Alma de bandoneón
-alma que arrastro en mí-
voz de desdicha y de amor,
te buscaré al morir,
te llamaré en mi adiós,
para pedirte perdón,
y al apretarte en mis brazos,
darte en pedazos
mi corazón.


>>> Bailando tango en calle Florida - Capital Federal / Foto gentileza: Carlos Argentino

1 comentario:

soylauraO dijo...

APLAUSOS. Estos tangueros, poetas con alma de bandoneón, y artistas sin límites, han sido pilares de éxitos del cine clásico argentino, en su época de oro.
http://enfugayremolino.blogspot.com/