"¡Uff! Disculpame me olvidé de ir al outlet a comprarte las zapatillas. No, no pasé por esa tienda... pero están de sale, andá vos y aprovechá y traete ese short que te gusta, no lo pagues cash, pagalo con tarjeta. Ok, me escapo un ratito en el coffe break y nos juntamos en el shopping, voy a terminar crazy con tantas cosas, es que el trabajo me tiene a full, con decirte que quería hacer el test drive de ese auto que me gusta?", y la señora consumista siguió a paso acelerado con el teléfono pegado a su oreja dialogando vaya a saber con quién.
Mientras se alejaba me sonreía no sin cierta amargura, si se me permite la contradicción. Lo que oí es un fragmento condensado de lo que parece ser el idioma hablado por la mayoría de los argentinos, por lo menos de los argentinos más visibles (clase media con todos sus segmentos y de ahí para arriba). Se parece cada vez más al cocoliche que nuestros abuelos o bisabuelos hablaban a comienzos del XX. Pero hay una gran diferencia, ellos lo hacían por supervivencia, a trompicones buscaban aunar su lengua natal con la nueva lengua, lo hacían para integrarse a una nueva sociedad? y nosotros ¿por qué lo hacemos?
Hace muchos años Borges escribió "El idioma de los argentinos" en el que mostraba las grandes diferencias con España; pero sucede que nuestro punto de mira no es un lugar geográfico, sino un lugar cultural: la lengua castellana que hemos construido y seguimos construyendo todos sus hablantes desde hace más de cinco siglos. Y esa lengua habla de nosotros, con nosotros y por nosotros.
Entonces, ¿por qué lo hacemos? Arriesgaré algunas opiniones limitadas. La primera y central tiene que ver con una especie de imagen generalizadora sobre nosotros construida en el exterior: la soberbia. De allí la gran cantidad de chistes como "¿Qué es el ego? El argentinito que todos llevamos dentro". Imagen que muchos compatriotas y medios contribuyen a afianzar. Ahora bien, toda soberbia desnuda -según mi amiga Pochi, que es sicóloga y reprimida- determinadas carencias, cierto complejo de inferioridad. Porque mientras inflamos el pecho y nos creemos los mejores, se nos caen las medias y la saliva por todo lo que viene de Londres, París o Nueva York. Nos hemos pasado gran parte de nuestra historia mirando hacia afuera, que no es pecado si podemos aprovechar lo bueno que otros pueblos hicieron; lo malo es que hemos mirado tilingamente hacia afuera. Y en esa actitud tilinga también caen las palabras.
Ya en 1884, Lucio V. López escribía: "No era chic hablar español en el gran mundo, era necesario salpicar la conversación con algunas palabras inglesas y muchas francesas?". Esto muestra que nuestra tilinguería ya es atávica. Es cierto que hay palabras que no pueden traducirse y que deben decirse en su idioma original; pero en la mayoría de los casos esas palabras tienen su equivalente en castellano. Lo que una actitud tilinga no distingue es dónde termina el "esnobismo" y comienza la necesidad.
Una lengua también es una radiografía de quienes la hablamos. Después la sigo.
Imágenes "ocurrencias" de RINCÓN BARDA SUREÑA.
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jueves, 18 de julio de 2013
PALIMPSESTOS: Tilinguerías por NÉSTOR TKACZEK.
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1 comentario:
Muy cierto, somo tilingos, al menos la mayoría, esa que habla un cocoliche entre argentino y el ingles.
Pero por lo que dice Lucio V. López, es un mal de vieja data.
mariarosa
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