El mundo del taxi está inmortalizado en aquella película de Scorsese: “Taxi driver”; y la televisión argentina lo hizo con la teleserie más exitosa de su historia: “Rolando Rivas, taxista”, en la que el tachero giraba por la ciudad en un mítico Siam Di Tella.
Por Néstor Tkaczek.
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| El legendario Siam Di Tella que manejaba Rolando Rivas en la inolvidable telenovela. |
Virgilio no es solo el poeta inmortal de la “Eneida”, al parecer fue el primero que puso por escrito la idea de un vehículo que podían usar en Roma aquellas personas con discapacidad. Con el tiempo se utilizaron los carruajes de alquiler con diferentes tarifas para ir de un punto a otro de las cada vez más populosas urbes. Generalmente su parada era en las plazas. Sobre el reemplazo de estos coches de transporte por el automóvil, hay una obra emblemática del teatro argentino: “Mateo” de A. Discépolo. Gracias a la popularidad de esta pieza teatral, a muchas de estas carretelas (hoy dedicadas a pasear turistas) se les llama “mateos”. Se sabe que el primer taxi tal como hoy lo conocemos circuló en París y fue inventado por el fabricante de autos, Louis Renault, quien lanzó unos pequeños coches dotados de taxímetros (medidores de tarifas) para ser alquilados en diferentes paradas de la capital francesa.
Hoy el taxi es un componente esencial de la vida cotidiana y forma parte de las señas identitarias de las ciudades. Es impensable ver imágenes de Buenos Aires sin esos autos amarillos y negros, o los verdes y blancos del D. F. mexicano, o los amarillos de tantas películas en Nueva York.
El cine repite una toma ya emblemática, la del personaje que ingresa apresurado y ordena “siga a ese auto”. El mundo del taxi está inmortalizado en aquella película de Scorsese: “Taxi driver”; y la televisión argentina lo hizo con la teleserie más exitosa de su historia: “Rolando Rivas, taxista”, en la que el tachero giraba por la ciudad en un mítico Siam Di Tella.
En mi pueblo el color de los taxis siempre fue variopinto. La memoria me lleva a una entrañable garita (hoy ya desaparecida) ubicada en pleno centro y estacionados allí, el Falcon Blanco de Suárez, el azul de Matus, creo que otro blanco de Olguín y el 404 celeste de Sanz, al que todos conocían como “el zorzal”. El reloj era a “ojímetro”, aunque nadie cuestionaba sus tarifas. Recuerdo que eran hombres grandes; y los vi hacerse más grandes aun junto a sus autos que lentamente fueron mostrando el óxido del tiempo en las carrocerías hasta desaparecer.
Publicado en Diario Río Negro.
11/12/2022.
