PARA ESCRIBIR LA PRIMERA PALABRA DE UN VERSO por Rainer
María Rilke.
¡Los versos significan tan poco cuando se han escrito joven!
Se debería esperar y saquear toda una vida, a ser posible una larga vida; y
después, por fin, más tarde, quizá se sabrían escribir las diez líneas que
serían buenas.
Pues los versos no son, como creen algunos, sentimientos (se
tienen siempre demasiado pronto), son experiencias. Para escribir un sólo verso
es necesario haber visto muchas ciudades, hombres y cosas; hace falta conocer a
los animales, hay que sentir cómo vuelan los pájaros y saber qué movimiento
hacen las florecitas al abrirse por la mañana.
Es necesario poder pensar en caminos de regiones
desconocidas, en encuentros inesperados, en despedidas que hacía tiempo se
veían llegar; en días de infancia cuyo misterio no está aún aclarado; en los
padres a los que se mortificaba cuando traían una alegría que no se comprendía
(era una alegría hecha para otro); en enfermedades de infancia que comienzan tan
singularmente, con tan profundas y graves transformaciones; en días pasados en
las habitaciones tranquilas y recogidas, en mañanas al borde del mar, en la mar
misma, en mares, en noches de viaje que temblaban muy alto y volaban con todas
las estrellas -y no es suficiente incluso saber pensar en todo esto-.
Es necesario tener recuerdos de muchas noches de amor, en
las que ninguna se parece a la otra; de gritos de parturientas, y de leves,
blancas, durmientes paridas, que se cierran. Es necesario aún haber estado al
lado de los moribundos, haber permanecido sentado junto a los muertos, en la
habitación, con la ventana abierta y los ruidos que vienen a golpes.
Y tampoco basta tener recuerdos. Es necesario saber
olvidarlos cuando son muchos, y hay que tener la paciencia de esperar que
vuelvan. Pues, los recuerdos mismos, no son aún esto. Hasta que no se
convierten en nosotros, sangre, mirada, gesto, cuando ya no tienen nombre y no
se les distingue de nosotros mismos, hasta entonces no puede suceder que en una
hora muy rara, del centro de ellos se eleve la primera palabra de un verso.
CANCIÓN DE AMOR.
¿Cómo sujetar mi alma para
que no roce la tuya?
¿Cómo debo elevarla
hasta las otras cosas, sobre ti?
Quisiera cobijarla bajo cualquier objeto perdido,
en un rincón extraño y mudo
donde tu estremecimiento no pudiese esparcirse.
Pero todo aquello que tocamos, tú y yo,
nos une, como un golpe de arco,
que una sola voz arranca de dos cuerdas.
¿En qué instrumento nos tensaron?
¿Y qué mano nos pulsa formando ese sonido?
¡Oh, dulce canto!
¿Cómo sujetar mi alma para
que no roce la tuya?
¿Cómo debo elevarla
hasta las otras cosas, sobre ti?
Quisiera cobijarla bajo cualquier objeto perdido,
en un rincón extraño y mudo
donde tu estremecimiento no pudiese esparcirse.
Pero todo aquello que tocamos, tú y yo,
nos une, como un golpe de arco,
que una sola voz arranca de dos cuerdas.
¿En qué instrumento nos tensaron?
¿Y qué mano nos pulsa formando ese sonido?
¡Oh, dulce canto!
Día de otoño.
Señor: es hora. Largo fue el verano.
Pon tu sombra en los relojes solares,
y suelta los vientos por las llanuras.
Haz que sazonen los últimos frutos;
concédeles dos días más del sur,
úrgeles a su madurez y mete
en el vino espeso el postrer dulzor.
No hará casa el que ahora no la tiene,
el que ahora está solo lo estará siempre,
velará, leerá, escribirá largas cartas,
y deambulará por las avenidas,
inquieto como el rodar de las hojas.
Traducción de Jaime Ferreiro.
La primera guerra mundial lo sorprendió en Munich donde se
vio obligado a prestar servicios como oficinista. En 1919 logró establecerse en
Suiza y terminó las famosas creaciones
"Elegías de Duino", "Los sonetos a Orfeo",
"Gong" 1924
y "Mausoleo" 1926. Falleció en Suiza el 29 de diciembre de 1926.

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