sábado, 8 de diciembre de 2012

DESDE CHACABUCO. Escribe Mariano Giammona.

Ahora le toca el turno,  en RINCÓN BARDA SUREÑA, al Escritor Patagónico Mariano Giammona que muy gentil me acercó este relato con humor, que a él le gusta y mí tambien y es para diafrutar hasta el final.
 

DESDE CHACABUCO

 

Papá era un loco por la caza. Primero fue la pesca, pasión que nunca perdió. Después, una vez ya instalado en Argentina, comenzó con su primo Héctor a incursionar primero con un riflecito del catorce, tirándole a algunas liebres. Más tarde, y en cuanto pudo juntar los primeros pesos, se consiguió una Bayard de dos caños del calibre dieciséis.

 

Las liebres las cambió por las perdices, y  a estas les disparaba siempre al vuelo… usaba munición siete y jamás el gatillo trasero, siempre un solo tiro y por el cañón derecho. De esto había pasado ya como treinta años y sus compinches de caza fueron sus grandes amigos: Tito Cantoni, su hermano Ángel, y Héctor por supuesto. Las perdices coloradas, codiciado tiro para cualquier cazador, eran bastante escasas… sólo una o dos en una jornada de caminata, -y entre todos con suerte-

 

Dále gringo, … animate… le decía Osvaldo, -el hijo de la tía Rosalía-, que por ese entonces se estaba “estrenando” como médico rural en Villa Valeria al sur de Córdoba.

Era el comentario de toda la familia… pobre muchacho… que le abra agarrado que se fue a ese desierto?, y más siendo médico que acá puede trabajar lo más bien!, -comentaban las tías más viejas-. Lo cierto es que Osvaldo estaba feliz con su Villa Valeria, pueblito con muy poquitos habitantes…, todos conocidos,…todos amigos…

 

Tanto insistió Osvaldo que Rosario a su vez convenció a Héctor, y yo enterándome, a mi vez convencí al viejo que me llevara.

 

Primero tocó con la parte frontal de su dedo índice al negro aparato telefónico para ver si le daba corriente, … después esperó pacientemente que la operadora lo atendiera.

Como a los cinco minutos escuchó una voz… “Central Paz, operadora uno cuatro, buen día…”  Señorita por favor me da la demora con Villa Valeria-Córdoba… “En diez minutos lo llamo y le doy el tiempo de espera, su número por favor…?. Paz uno cero nueve nueve –dijo el viejo-

Como a los veinte minutos sonó el  teléfono y ya lo tomó con un trapo por las dudas. “Señor la demora es de una hora cincuenta, pero usted quédese atento porque no creo que salga para antes de dos horas y media. ¿con que número lo comunico?... Villa Valeria 7 dijo Rosario-, gracias.

 

Como a las tres horas sonó el ring ring, y corrió el viejo pidiendo silencio a todos. “Hola Doctorazo, como estas?, si,… y decidimos con Héctor y mi hijo mayor partir a conocer tu tierra y cazar algunas coloradas…, decime como hago?... ahhh, son novecientos kilómetros?, … y Con el Ferrocarril San Martín decís?... donde me bajo???  Y cuantas horas son?   Los cartuchos los llevo de acá, que munición ?... Ahh… y la tía? Pasámela. ¿Cómo que estas en el Club, si yo pedí a tu casa?... Ahhh,  –la telefonista local, que conocía todos los chusmeríos, eficiente pasó la comunicación a Osvaldo sabiendo que estaba jugando a las cartas-

 

Llegó el viernes y comenzamos a ordenar el equipaje. Las valijas eran monstruosamente grandes, porque en ellas, aparte de toda la ropa de invierno, teníamos que acomodar los cañones de las escopetas, sus culatas y siete u ocho cajas de cartuchos. Una vez cerradas pesaban tanto y estaban tan llenas, que debimos abrocharle un cinturón a cada una para reforzarlas y que no reventaran.

 

A las seis de la mañana del sábado, uno en cada taxi nos juntamos con Héctor en la esquina de 1 y diagonal 80 para tomar el tren hacia Constitución.

 

Llevá la valija  del tío por favor, me pidió mi padre, -menos mal que con la mía hacía contrapeso, porque entre las dos pesaban una locura-. El viejo se hizo cargo de la suya y el tío, desentendiéndose desde ese momento, fue al quiosco a comprar el Diario.

 

Respiré tranquilo solo una vez que estuvimos en el tren definitivo que abordamos en Retiro en la estación del San Martín…, mientras tanto en Constitución, en el Subte, y en la Plaza de los Ingleses, las valijas me hicieron deslomar.

 

Era un camarote de clase pulmann, con capacidad para seis pasajeros. Nosotros éramos tres, así que hicimos nuestra vida, jugando a las cartas o escuchando la radio portátil que teníamos como novedad en esos tiempos. Solamente yo no me había puesto corbata, los viejos eran unos dandys: camisa blanca, corbata nudo corazón, bigotes recortados, zapatos lustrados y pelo engominado. Para completar su figura, Héctor tenía un lindo sombrero y el cigarrillo encendido en su mano derecha.

¿a quien se le ocurriría revisarnos las valijas con esa pinta?

 

Todo bien hasta Chacabuco. Allí subieron tres señoras sobriamente vestidas, y se terminó la fiesta debiendo guardar todos silenciosa compostura. Apagamos la Spica y el tío – dueño de una seriedad absoluta, pero que escondía una picardía dotada de un humor elegante, me dijo secretamente al oído…”desde ahora vamos a viajar de gallo”, … y se bajó el sombrero intentando dormitar-

 

Yo veía que Héctor estaba incómodo…, miraba de reojo a las señoras y cada tanto salía al pasillo volviendo al poco rato. Papá leía el diario o hacía palabras cruzadas, … yo, nada.

 

Pasaron las horas y llegamos puntuales a Justo Daract, …-solamente por Villa Valeria pasaban las formaciones de carga-. Esa estación era la convenida con Osvaldo para que nos recogiera.
 

 

Asomándome de la ventanilla, allá abajo era un mundo de gente. Después me vine a enterar… todas las chicas del pueblo aprovechaban el paso de la formación para hacer del andén un lugar de encuentro social.  Todas hermosamente vestidas y perfumadas  iban a pasear al costado del tren confundiéndose entre los pasajeros. Tomadas del brazo, en grupos de dos o tres, caminaban de norte a sur, mientras los hombres lo hacían de sur a norte, cruzándose en su recorrido. Una vez llegados cada grupo al final del andén, daban la vuelta y hacían el camino inverso.

 

Obvio que el tío se desentendió de las valijas. Yo las bajé y apoyándolas en el piso quedamos a la espera de Osvaldo. Allá a lo lejos lo vi. Haciéndome el tonto, avancé hacia él resueltamente con la esperanza que Héctor se hiciera cargo de las maletas.

No me equivoqué… el tío les echó mano…, claro nunca había tomado su peso porque nunca las había cargado…, las asió fuertemente de las manijas y haciendo fuerza para levantarlas lo hizo… Justo habían terminado de pasar dos señoras elegantes, que estando un paso delante de él se dieron vuelta bruscamente mirándolo con mala cara.

 

El tío, con su mejor humor disimulado bajo su seriedad de señorito inglés, les dijo con voz grave y clara…”disculpen señoras…, pero lo venía amasando desde Chacabuco…”

El correo electrónico para quienes desean contactarse con el autor Mariano Giammona: mgiammona2002@hotmail.com



 

2 comentarios:

mariarosa dijo...

Una crónica de un mundo que ya no se disfruta y el que pudo vivirlo, los viajes en tren, fueron una experiencia hermosa, toda una aventura.

mariarosa

Anónimo dijo...

PIBE DE CAMPO. . . . . . . . . .

CUANTA TERNURA DESDE 1970. . . .

29.4.2013

maguilar