domingo, 30 de diciembre de 2012

EL BARRIO DE LAS SOMBRAS por María Rosa Giovanazzi.

 
 
Se recostó contra la pared del almacén, la Rubia no tardaría en llegar, ella había dicho a las ocho y era una mina cumplidora. Encendió un cigarrillo. Una niebla densa surgió de pronto, cubrió la calle y los ojos se le fueron cerrando, sus miembros se vistieron con un cansancio tan viejo como el mundo. Le pareció escuchar un zumbido, no eran voces ni ruidos vivientes, quedó expectante, por las dudas tanteó la faca que llevaba en la cintura. Le costaba mantener los ojos abiertos, el faso fue una linterna ínfima en la oscuridad.
La rubia no llegaba. Sin darse cuenta, fue resbalando hasta quedar sentado en la vereda. Las ganas de atorrar lo vencieron.
Un bocinazo lo despertó. Un auto rápido pasó por la calle levantando las hojas y dejando una estela de luz. Sobresaltado se puso de pie. Descubrió un barrio diferente.
¿Qué había sucedido?
Su reloj de bolsillo marcaba las ocho, ya había oscurecido y la fulana no llegaba, ya le iba a batir unas cuantas cuando la tuviera enfrente.
Se cansó de esperar. Caminó hacia la estación de Belgrano, a cada paso una nueva sorpresa lo abrumaba. El barrio era otro, por más vueltas que le diera, se miró en una vidriera, él era el mismo, el traje marrón, lengue al cuello y la misma trucha fiera.
Al cruzar la avenida, las luces de los automóviles lo encandilaron. Un grupo de muchachos lo observó al pasar. Uno de ellos murmuró algo y los demás rieron a carcajadas. Se dio vuelta para mirarlos, seguían riéndose.
—¡Otarios! —les gritó.
Ellos siguieron sin darle importancia.
¿Y la Rubia?
Decidió ir a buscarla. Dobló por la calle Moldes, de nuevo la bruma le nubló la visión.
Silbó bajito, para espantar la incertidumbre que le subía por el garguero y lo estremecía, junaba a un lado y a otro buscando alguna cara amiga… nada. Sólo lo acompañaban el silencio y la luz de la calle que se asomaba entre la copa de los árboles, como espadas hiriendo las sombras.
Hacía resonar sus pasos en la vereda, para sentirse seguro
Las casas se veían raras, muchos edificios altos que no reconocía. ¿Estaría soñando?
No encontró la casa de inquilinato donde vivía la rubia. ¿Dónde mierda estoy, qué barrio es éste? No es mi arrabal, ni mis calles, ni las casas son las mismas.
¿Estaré volviéndome loco?
Pensó embucharse una ginebra y enfiló para el bar del Chino Baigorria. Lo encontró en el mismo lugar, observó bien… era diferente, con mesas y sillas en la vereda, lucía una elegancia que lo dejó pasmado. No se animó a entrar, quedó quieto con las manos en los bolsillos y el pucho apenas sostenido entre los labios.
Se le acercó un viejo, ofreciéndole un billete de lotería. Terminaba en 25, su número, rebuscó en la billetera; estaba pelado, ni una chirola.
—Por favor, permítame —le dijo al viejo, tiro el pucho y agarró el billete.
Leyó; juega el 29 de diciembre del 2012.
—¿2012? –preguntó al vendedor.
El viejo pensó que lo estaba cargando, le arrancó el billete de las manos y se fue.
—¿Cómo 2012? —volvió a preguntar.
El viejo no respondió y siguió andando.
Estoy seguro de que estoy en el 39, se dijo, hace seis que hice la colimba. Se desplomó en una de las sillas del bar, con la mirada perdida, y la boca abierta a la nada.
Un tortazo en plena cara lo volvió a la realidad.
—¿Qué te pasa navo?
Era la voz de la fulana. La miró a través de una niebla gris. No lograba moverse ni salir del entumecimiento de sus piernas. Ella lo zamarreó.
—¡Te mamaste! —la voz sonó dura, con rabia.
—No —la miró fijo como si la descubriera por primera vez— mientras te esperaba, algo sucedió. Vi todo cambiado, automóviles rápidos, edificios altos, avenidas muy iluminadas. Era el barrio, pero era diferente y un jovato me quiso vender un billete de lotería que se jugaba en el 2012.
—No me digas… ¿Con cuántas ginebras te piantaste al futuro?
No le respondió. Quiso explicarle, pero la cara de bronca de la Rubia y sus insultos lo desarmaron. Vio cruzar al viejo con los billetes de lotería, quiso llamarlo, pero antes de que pudiera hablar, él se desvaneció en la noche. Iba a chamuyarle la historia a la rubia, pero, ¿para qué? mejor se callaba la boca, cómo le iba a explicar, si él mismo no lo entendía…

Palabras en lunfardo: Faca: cuchillo, Faso: cigarrillo, Atorrar: dormir, Chirola: moneda, Colimba: servicio militar, Jovato: viejo, Piantaste: irse, Chamuyarle: contar, Fulana y mina: mujer.
 
CUENTOS Y POESIAS.

2 comentarios:

Unknown dijo...

Bello, FELICES FIESTAS

mariarosa dijo...

Gracias Guillermo. Me fui el fin de semana entre las sombras del barrio y hoy he regresado. Gracias por tu generosidad.

¡¡¡Feliz Año 2013!!!

mariarosa