lunes, 20 de julio de 2015

CANTO X DEL MARTÍN FIERRO DE JOSÉ HERNÁNDEZ - PRIMERA PARTE: El gaucho Martín Fierro (1872).

CRUZ
Amigazo, pa sufrir 
han nacido los varones; 
éstas son las ocasiones 
de mostrarse un hombre juerte, 
hasta que venga la muerte 
y lo agarre a coscorrones. 

El andar tan despilchao 
ningún mérito me quita. 
Sin ser una alma bendita 
me duelo del mal ajeno: 
soy un pastel con relleno 
que parece torta frita. 

Tampoco me faltan males 
y desgracias, le prevengo; 
también mis desdichas tengo, 
aunque esto poco me aflige: 
yo sé hacerme el chancho rengo 
cuando la cosa lo esige. 

Y con algunos ardiles 
voy viviendo, aunque rotoso; 
a veces me hago el sarnoso 
y no tengo ni un granito, 
pero al chifle voy ganoso 
como panzón al máiz frito. 

A mí no me matan penas 
mientras tenga el cuero sano, 
venga el sol en el verano 
y la escarcha en el invierno. 
Si este mundo es un infierno 
¿por qué afligirse el cristiano? 

Hagámoslé cara fiera 
a los males, compañero, 
porque el zorro más matrero 
suele cáir como un chorlito: 
viene por un corderito 
y en la estaca deja el cuero. 

Hoy tenemos que sufrir 
males que no tienen nombre, 
pero esto a naides lo asombre 
porque ansina es el pastel, 
y tiene que dar el hombre 
más vueltas que un carretel. 

Yo nunca me he de entregar 
a los brazos de la muerte; 
arrastro mi triste suerte 
paso a paso y como pueda, 
que donde el débil se queda 
se suele escapar el juerte. 

Y ricuerde cada cual 
lo que cada cual sufrió, 
que lo que es, amigo, yo, 
hago ansí la cuenta mía: 
ya lo pasado pasó, 
mañana será otro día. 

Yo también tuve una pilcha 
que me enllenó el corazón, 
y si en aquella ocasión 
alguien me hubiera buscao, 
siguro que me había hallao 
más prendido que un botón. 

En la güella del querer 
no hay animal que se pierda; 
las mujeres no son lerdas 
y todo gaucho es dotor 
si pa cantarle al amor 
tiene que templar las cuerdas. 

¡Quién es de una alma tan dura 
que no quiera una mujer! 
Lo alivia en su padecer: 
si no sale calavera 
es la mejor compañera 
que el hombre puede tener. 

Si es güena, no lo abandona 
cuando lo ve desgraciao, 
lo asiste con su cuidao 
y con afán cariñoso, 
y usté tal vez ni un rebozo 
ni una pollera le ha dao. 

Grandemente lo pasaba 
con aquella prenda mía 
viviendo con alegría 
como la mosca en la miel. 
¡Amigo, qué tiempo aquél! 
¡La pucha que la quería! 

Era la águila que a un árbol 
dende las nubes bajó, 
era mas linda que el alba 
cuando va rayando el sol, 
era la flor deliciosa 
que entre el trebolar creció. 

Pero, amigo, el comendante 
que mandaba la milicia, 
como que no desperdicia 
se fue refalando a casa: 
yo le conocí en la traza 
que el hombre traiba malicia. 

El me daba voz de amigo, 
pero no le tenía fe. 
Era el jefe, y ya se ve, 
no podía competir yo; 
en mi rancho se pegó 
lo mesmo que saguaipé. 

A poco andar conocí 
que ya me había desbancao, 
y él siempre muy entonao 
aunque sin darme ni un cobre, 
me tenía de lao a lao 
como encomienda de pobre. 

A cada rato, de chasque 
me hacía dir a gran distancia; 
ya me mandaba a una estancia, 
ya al pueblo, ya a la frontera; 
pero él en la comendancia 
no ponía los pies siquiera. 

Es triste a no poder más 
el hombre en su padecer, 
si no tiene una mujer 
que lo ampare y lo consuele; 
mas pa que otro se la pele 
lo mejor es no tener. 

No me gusta que otro gallo 
le cacaree a mi gallina. 
Yo andaba ya con la espina, 
hasta que en una ocasión 
lo solprendí en el jogón 
abrazándomé a la china. 

Tenía el viejito una cara 
de ternero mal lamido, 
y al verle tan atrevido 
le dije: "Que le aproveche, 
que había sido pa el amor 
como guacho pa la leche". 

Peló la espalda y se vino 
como a quererme ensartar, 
pero yo sin tutubiar 
le volví al punto a decir: 
"Cuidao no te vas a pér...tigo, 
poné cuarta pa salir." 

Un puntazo me largó 
pero el cuerpo le saqué 
y en cuanto se lo quité, 
para no matar un viejo, 
con cuidao, medio de lejo, 
un planazo le asenté. 

Y como nunca al que manda 
le falta algún adulón, 
uno que en esa ocasión 
se encontraba allí presente 
vino apretando los dientes 
como perrito mamón. 

Me hizo un tiro de revuélver 
que el hombre creyó siguro, 
era confiado y le juro 
que cerquita se arrimaba, 
pero siempre en un apuro 
se desentumen mis tabas. 

El me siguió menudiando 
mas sin poderme acertar, 
y yo, déle culebriar, 
hasta que al fin le dentré 
y áhi no más lo despaché 
sin dejarlo resollar. 

Dentré a campiar en seguida 
al viejito enamorao. 
El pobre se había ganao 
en un noque de lejía. 
¡Quién sabe cómo estaría 
del susto que había llevao! 

¡Es zonzo el cristiano macho 
cuando el amor lo domina! 
El la miraba a la indina, 
y una cosa tan jedionda 
sentí yo, que ni en la fonda 
he visto tal jedentina. 

Y le dije: "Pa su agüela 
han de ser esas perdices." 
Yo me tapé las narices, 
y me salí estornudando, 
y el viejo quedó olfatiando 
como chico con lumbrices. 

Cuando la mula recula, 
señal que quiere cociar; 
ansí se suele portar 
aunque ella lo disimula: 
recula como la mula 
la mujer, para olvidar. 

Alcé mis ponchos y mis prendas 
y me largué a padecer 
por culpa de una mujer 
que quiso engañar a dos. 
Al rancho le dije adiós, 
para nunca más volver. 

Las mujeres dende entonces 
conocí a todas en una. 
Ya no he de probar fortuna 
con carta tan conocida: 
mujer y perra parida, 
no se me acerca ninguna. 

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