domingo, 22 de abril de 2018

Solo dormir de María Rosa Giovanazzi.

Apareces en el parpadeo del sueño, te presiento cercano, te desvaneces con la primera luz del día y la soledad en mi habitación me dice que nada es real. El espejo me pregunta cómo logro crear situaciones en las que tu presencia deambula por la casa, si eso es imposible.
Ayer surgiste por la tarde, vestías aquella vieja camisa de color indefinido —nunca supe si era blanca, amarilla o si el sol le había gastado su color—, tu flaca figura se perdía dentro de ella. Fuiste a la cocina, te escuché abrir y cerrar las puertas de la alacena, buscabas algo y no me acerqué a preguntarte qué necesitabas. Te ignoré y vos hiciste lo mismo. Fue la primera vez que te vi preparar un té.
Abrí el refrigerador buscando una cerveza o un vino helado con que calmar mi sed y no había nada más que agua, maldito seas, quiero mis botellas, grité. No respondiste, llevabas la taza a tu boca y mirabas por la ventana el cielo oscuro que amenazaba lluvia.
Durante el día los estados permanentes de sueño caminaban conmigo y me transformaban en un zombi sin voluntad, mis párpados se cerraban y al entrar a mi dormitorio, la cama era el refugio y perdía la noción del tiempo. Por momentos me despertaba el ruido de tus manos torpes, manipulando cacerolas, sartenes y vos tratando de cocinar, ¿quién sabe qué? eras lo suficientemente molesto para arrancarme de mi descanso.
Mi mente se confunde, algo sucede en ella, cabalgan en mi memoria nuestros diálogos, que siempre iban por diferentes caminos y terminaban en discusiones y, en esos momentos, tu voz que siempre fue fría como el hielo, se acaloraba y se volvía violenta. Recuerdo mis temblores y aquella frase de mi madre que siempre rondaba mi cabeza: “Algún día, ese hombre te va a matar;” yo respondía que seguramente sería yo quien te mandaría al infierno.
Creo que descubrí lo que sucedió. Las imágenes de un altercado se presentan y se desvanecen por momentos, no sé cuál fue la causa, seguramente alguna tontería; pero lo suficientemente importante como para hacerte enfurecer y tus gritos: ¡Cómo me trastornaban tus gritos!
Estábamos en la cocina, me había sentado y te observaba dar vueltas y gritar, yo también gritaba. Allí todo se cubre de bruma, debe ser el olvido que me niega la verdad. Mis miembros piden descanso y no quiero obedecerlos, necesito saber, me obligo a volver atrás y entender por qué tu figura me persigue, si estás muerto, qué venganza absurda estás buscando con tu presencia silenciosa y permanente.
Por momentos me falta el aire, debe ser que vivo recluida, que voy de mi cuarto a la cocina y no quiero o no puedo quebrar ese círculo que me encierra.
Volvieron las imágenes de aquel día, son flashes sin color: yo había comenzado con una cerveza y ya iba por la tercera, ese fue el desencadenante de tu furia, ahora lo recuerdo. Alzabas los brazos y dabas vueltas cerca de mí, tu cara se había convertido en una máscara intimidante, estabas alterado y me insultabas. Recuerdo que me puse de pie y abrí el cajón de los cubiertos, agarré la cuchilla y llevándola en alto me lancé contra tu pecho. Tu fuerza era superior a la mía y, ante ella, caí al suelo como una bolsa pesada, y sólo tengo memoria de tu mano empujando mi brazo y el cuchillo penetrando en mi garganta y la vida escapando a borbotones. La niebla se va despejando, debió haber sido el alcohol que nubló mi mente y me hundió en este estado de ceguera con mi realidad y sólo quiero dormir.

1 comentario:

mariarosa dijo...


¡Que sorpresa Guillermo!

Hoy estuve todo el día sin Internet y recién por la noche pude ir viendo algunos blogs.
Siempre me alegra saber que algunos de mis cuentos están publicados en el Rincón Barda Sureña, gracias, es un honor compartir, tu casa con tan buenos escritores.
mariarosaa