viernes, 16 de noviembre de 2018

COSA DE NOMBRES de Agustín Amado.

COSA DE NOMBRES de Agustín Amado.
Transcurría el invierno del año 67 cuando se dio este debate conyugal. El eje de la discusión era cómo se llamaría la criatura. 
Huelga decir que la criatura era yo. Por entonces, en avanzado proceso de gestación. 
Eran tiempos en donde el sexo se "adivinaba" según la imagen de la madre. Panza puntuda varón, traste grande nena. 
Mi padre, Pocholo, era partidario de un nombre con ascendencia libanesa o árabe. El quería llamar a su primogénito Asef, Omar, entre otras alternativas similares. 
Mi madre, Waldina, pretendía un homenaje. 
"Se va a llamar como los abuelos" afirmaba. “Agustín si es varón, Agustina, si es nena" como para que no queden dudas. Huelga decir, mis abuelos maternos. 
Un Pocholo perseverante, insistió con su opinión hasta que la argumentación de Waldina lo dejo sin defensa: 
- "acordemos una cosa, yo lo llevo en el vientre, yo lo voy a parir, por lo tanto el nombre lo pongo yo!"- 
-"Pero eso no es justo” replicó Pocholo
-"Por supuesto que es justo. Yo pongo el nombre y vos le pones el apellido" – contestó Waldina y sobrevino el silencio.
Así quedó zanjada la primera instancia de aquella discusión. 
Maduraba octubre cuando llegó el momento esperado. En la desaparecida clínica de Villa Regina, Río Negro, vi la luz. El parto fue complicado. Por algunos días permanecimos internados mi madre y yo. En ese lapso se cumplió con el trámite de inscripción.
Con la planilla firmada por el médico, Pocholo tomó la posta. Optó por el Registro Civil, no en Regina donde había nacido, sino en Chichinales donde residíamos por entonces. En realidad porque al mando de la oficina estatal estaba su amigo Tejedor. Ergo, la gestión –intuía- sería más rápida. En efecto, no se equivocó.
Tras el intercambio de rigor para estos casos, como “Cuándo nació? a qué hora fue? Cuánto pesó la criatura?”, tomó la lapicera de pluma, desempolvó el libro foliado de nacimientos y procedió a registrarme.
- Cómo se va a llamar?” - preguntó Tejedor levantando la vista hacia Pocholo que permanecía de pié y con una sonrisa, propia de padre primerizo.
“Como los abuelos –respondió- Agustín como el abuelo materno, Ceferino como el abuelo paterno y listo!”. 
No creas que la cosa quedó ahí. La historia se continuó cuando llegó mi hermana, ocho años más tarde.
Después de un parto de nalgas, Waldina poco quería saber de nuevos alumbramientos. Cuando advirtió el nuevo embarazo, se encomendó a la Virgen del Valle para todo resulte sin contratiempos. 
Prometió que si era otro varón lo llamaría “Marcos del Valle” y si era una niña, “Caroline del Valle”. Como en inglés, con E final. 
Entrenado en estas lides, Pocholo sabía que su participación se limitaría a aportar sólo el apellido.
Lo curioso es cuando preguntaba cómo se llamaría la criatura, Lo hacía en primera persona del plural, como si fuera parte de la elección:
- “Cómo vamos a llamar al bebé?” – 
- “Marcos, si es varón, o Caroline del Valle” repetía mi madre.
- “Marcos ... Carolina…”
- “No Pocholo, no. Caroline, con E. Ca – ro – li – ne” – Como para fijar a fuego la idea. 
El mismo diálogo se repitió en varias oportunidades durante los meses de embarazo. El del Valle estaba claro, pero el primer nombre… el primer nombre era algo más difícil de memorizar. 
Hasta el final de sus días, Waldina estuvo persuadida que la promesa a la Virgen de Valle dio resultado. El parto fue un parto natural y sin problemas. Rápidamente les dieron el alta a ambas. Esta vez en el hospital público de Regina. 
Con la planilla de nacimiento firmada por el médico bajo el brazo, Pocholo fue en busca de su amigo Tejedor para anotar a mi hermana. En Chichinales, claro.
Desde Regina hasta Chichinales hay 12 kilómetros. 
Unos 15 minutos de viaje en auto por la ruta nacional 22 y a velocidad moderada. Cuando llegó al registro se produjeron las felicitaciones del caso y la charla de manual. Que cómo fue? Cuánto pesó? A qué hora? Y esas cosas. Hasta que llegó la pregunta:
- “Y cómo le van a poner a la nena?”
- “Este que… eh…”-
- “No me digas que no te acordas cómo se vas a llamar a tu hija Pocholo! Esto no me paso nunca! No te puedo creer!”- remató Tejedor sin advertir que su tono jocoso y al mismo tiempo de reproche había provocado un principio de calentura en el humor de Pocholo. 
Que no recordara el nombre no habilitaba amonestación alguna, – “esperame unos minutos”, le dijo contrariado. Sin esperar respuesta, salió de la oficina. Plantado en la vereda evaluó opciones. Volver a Regina no, descartado. Por el recorrido y por el orgullo horadado. Teléfono, era una utopía para la región en aquella época. 
Entonces pensó. En la escuela primaria Nº 89 trabajaba Amalia, mi tía. La hermana de Waldina. 
En Chichinales todo quedaba cerca. Y la escuela estaba en la misma manzana. Caminó hasta la esquina y luego 30 metros más. 
Estaban en el recreo. Amalia, junto a otras maestras, cuidaba a los chicos que correteaban por el patio. 
- “Hola Amalia, no me puedo acordar cómo es que la Waldina le quiere poner a la nena. Podes creer?!”- 
El comentario fue sin pretensiones de recibir como respuesta una reprimenda y mucho menos con público. 
- “Pero… cómo que no lo recordás!! Es tu hija! ... ”, comenzó Amalia y Pocholo tragó saliva. Se mordió el labio inferior. Respiró hondo… miró a un costado, luego al otro… todo sea por mantener los vínculos familiares. Apenas escuchó “Caroline, con e final”, dio media vuelta y regresó al registro civil. Amalia seguía con su perorata mirando cómo se alejaba Pocholo,
En el Registro, Tejedor lo esperaba sentado en una fornida silla de madera oscura y tapizado verde musgo. Los codos apoyados en el escritorio. Con la lapicera de pluma entre los dedos de su mano derecha. El libro foliado para asentar nacimientos abierto, la fecha puesta y los nombres de los progenitores ya consignados. 
- “Anotá Tejedor. Caroline, con C de casa y con E al final”
Tejedor, no escribe, se demora un instante. Piensa. La mano inmóvil. Mira el libro primero y luego alza la vista. Achina los ojos y comenta: -“Caroline! Es muy feo ese nombre!” murmura. 
Pocholo lo escucha, piensa en su hija recién nacida -bella, de cara redonda y piel de seda-, la imagen se mezcla con otros recuerdos, y agrega: 
-“Entonces ponele Laura, Laura del Valle y listo”.
Tengo entendido que pasaron unos días antes de que la partida de nacimiento de mi hermana llegara a las manos de mi madre.

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