lunes, 9 de octubre de 2017

EL AFILADOR de Silvia Angélica Montoto.

EL AFILADOR 
de
Silvia Angélica Montoto.
Los primeros rayos del sol comienzan a acariciar los techos bajos del caserío y en las veredas de piedra recién baldeadas, se levanta un vapor matinal que perfuma el barrio de primavera.

En las primeras calles, aparece entonces, la figura escuálida de Pedrito Ramírez, el afilador, al que todos llaman “Pica piedras.” Sus bracitos flacos, tienen sin embargo la fuerza de un toro para empujar calle arriba el carrito con el que el muchacho se gana la vida.

En la primera esquina hace sonar el flautín y como corolario, el consabido pregón: ¡A… filadooor, patrona!.... ¡Se afilan cuchillos y tijeras!... …¡A…filadooor!... y el carrito salta de piedra en piedra, de vereda en vereda, subrayando con el sonido de su traqueteo la voz aflautada del adolescente.

Se detiene como siempre, en la ochava del almacén de don Braulio, punto de reunión de las vecinas que esperan su servicio.
Mientras que el pie de Pedrito arranca desde la piedra esmerilada una lluvia de chispas, como luciérnagas trasnochadas, comienzan los parloteos de las mujeres hilvanando historias, algunas ciertas, otras poco creíbles y como al pasar, alaban las virtudes de sus fieles herramientas que el muchacho tendrá que afilar, hasta dejar como nuevas, dale que dale al pedal de su carrito, que es casi una prolongación de sus neuronas…
Beba, la peluquera solterona, le muestra orgullosa a sus congéneres, las tijeritas de agudas puntas que acompañan su monótona vida de muchacha de pueblo…
- ¡Si habré tusado muchachitos con estas tijeras y recortado alguna vez, por qué no, el bigotito sensual de algún caballero!..De esos que ya no hay- agrega con un dejo de nostalgia.
Marieta, la tana gritona y exagerada le retruca blandiendo su cuchilla:
-Y de ésta, ¿Qué me dicen amigas?... Todavía tiene en el cabo de hueso las marcas de la mano del finadito cuando pasaba por su filo los mejores lechones para hacer los chorizos… ¡Y qué chorizos Mama mía! Tampoco de esos se consiguen ahora… y terminó con énfasis su discurso pasándose la lengua por los labios, como si los saboreara en el recuerdo.
Así, todas agregan algo entre risas y cotilleos. La reunión circunstancial es una fiesta a esa hora en la mañana del tranquilo barrio.
Pica Piedras las escucha, las mira de reojo y calla…Él también tiene su historia, que sólo comparte con su máquina de afilar, una historia que le revuelve la sangre y lo golpea en el centro de su corazón, sin embargo, sus labios sellados por un secreto de honor se aprietan y hablan para adentro…como frenando con su silencio la angustia de ese niño-hombre del flautín y el pregón... ¡A…filadooor, patrona, a…filadooor!...

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En el confín del pueblo, donde los grupitos de ranchos se diluyen entre los alpatacos y los molles, se destaca como un símbolo del “pecado”, al decir de los pueblerinos y el cura, una casa de adobes, tipo vivienda de campo con techo verde fosforescente: “El Alacrán”, un cabaret, por denominarlo con una palabra con fonética quizás menos desagradable de lo que realmente es: Un bodegón, anexo casa de citas, como reza en un cartel de cantonera en el portón de entrada.

Allí lo fundó, vaya a saber uno por qué raro designio del destino, una madama llegada del norte, que traía consigo a cuatro muchachas trabajadoras en el más viejo oficio de la humanidad.
La historia de “El Alacrán”, marca un hito entre el antes y el después en la vida de ese pueblito tranquilo de relaciones solidarias y amenas fiestas familiares como única diversión. A “El Alacrán” iban a recalar los fines de semana, los hombres solteros, la mayoría peones de las comparsas de esquila y maridos tramposos, para los que resultaba ser un juguete nuevo, con las consabidas desavenencias familiares, algunas de las cuales llegaron a ser irreparables…

Aquella noche de fin de marzo, “El Alacrán” ardía de machos en celo.

Un tufo a perfume barato, alcohol y sudor se entreveraba con la música ensordecedora y el sonido de esa “brama humana” que hacía temblar las paredes de barro.
Entrada la madrugada se desató una gresca de furia irrefrenable. Sillas, botellas y vasos volaban por el aire. Los hombres disputándose a golpes y patadas las pocas mujeres que había, se jugaban a todo o nada y al sálvese quien pueda.
La madama sin poder controlar la situación, como último recurso, cortó la luz y en las tinieblas, Se escucho un alarido y el golpe seco de un cuerpo al caer pesadamente en el medio del salón. Las chicas buscaron esconderse debajo de los mostradores y los varones, como gatos a quienes se les arroja agua hirviendo, se desbandaron hacia el monte.
Al volver la luz quedó al desnudo la patética escena de un joven desangrándose con un cuchillo ensartado en la garganta, después, los estertores cada vez más espaciados y al fin, la muerte con su presencia soberana e inapelable…
La policía, alertada por alguien anónimo que huyó del lugar, se presento media hora después. El comisario en persona ordenó al sargento: -¡Tome un trapo para no borrar las huellas, y sáquele del cuerpo el puñal, será este el único testigo!- agregó-…¡Manga de borrachos cobardes! – gritó con furia. El muerto, era un total desconocido, de paso quizás por la comarca u obrero de la comparsa instalada a unas leguas del pueblo.

Habían pasado casi dos años y nadie reclamó la desaparición del joven asesinado en “El Alacrán”. Nadie supo tampoco quién había sido el autor de la feroz puñalada que le quitó la vida, porque ninguno de los presentes aquella noche, quiso involucrarse y quedar marcado para siempre por la muerte de un desconocido, en una noche de copas y de minas pasajeras.
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-¿Sabe Sargento?, le dijo el comisario una mañana mientras tomabanunos amargos, ¡ A esta joyita me la voy a quedar Yo! – mientras daba vueltas entre sus dedos regordetes el cuchillo, prueba del delito que había guardado tanto tiempo bajo llave.

El sargento lo miró como haciendo memoria y de pronto, toda la historia apareció nítida en su cabeza.
-y, si a UD. Le parece. Ya no creo que nadie reclame al finadito ni que se entregue el maula que lo achuró.
-¡Así es Sargento, eso espero!... Cuando pase el muchachito que afila los cuchillos, llámelo, lo voy a hacer dejar afiladito y como nuevo. Y el fin de semana lo estrenamos… ¿Qué le parece?
-¿Un chivito, dice UD.?... Fue la pregunta retórica del sargento con la que sellaron el pacto los dos hombres de la Ley…

Pica Piedras arrimó el carrito al cordón de la vereda de la comisaría y esperó al comisario quien lo había citado para las 10.

-Necesito un favor muchacho…a ver si nos entendemos – le dijo- Y extendiéndole el cuchillo en cuestión, le pidió: Dámele una buena afiladita y pulile un poquito el mango de hueso con la esmeril… (Por si las moscas) – agregó guiñándole el ojo al sargento.
Pedrito lo tomó entre sus manos y sintió de inmediato en las entrañas la vibración que ese objeto familiar le producía…Con él había aprendido el oficio con que se ganaba el pan. Su padre lo colocaba en sus pequeñas manos y ayudándolo a pedalear lo arrimaba a la piedra de esmeril y una nube de luciérnagas trasnochadas le desataban al niño una flecha en el cascabel de su risa inocente…
Ahora en cambio, las chispas sobre el acero le quemaban las pupilas, el chirriar de la rueda se hacía insoportable a sus oídos.
De pronto lo comprendió todo…Las palabras de la madre prometiéndole a él y sus hermanos cada día ,que su padre volvería pronto, que estaba trabajando duro en una mina del sur y otro montón de historias que iban paliando el tiempo y la ausencia, hasta tornarla en una costumbre que cada vez dolía menos…
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¡A…filadooor, Patrona!...A…filadooor!…. y el Pica Piedras sigue gastando sus zapatillas por las calles de piedra, mientras esa historia que encierra su secreto, sigue sonando como un eco lejano en el latido de su corazón.


sábado, 7 de octubre de 2017

Décimas (73): Se calma el ambiente (o No hay mal que dure cien años) de Violeta Parra.

Décimas (73): Se calma el ambiente 
(o No hay mal que dure cien años) de Violeta Parra. 

"No hay mal que dure cien años
–sentenciaba mi mamita–,
ni cuerpo que lo resista
por grande que sea el daño".
De repente el desengaño
d’este viaje tan sufrí’o
agarra otro colorí’o
llegando al cordón de fierro,
que se olvidaron los perros
de seguir con sus lairí’os.

Fue como brisa marina
la que pasó por la mente
de toitita aquella gente
al traspasar la cortina.
La tard’ estab’ azulina,
verdecito el pastizal;
del tren los hacen bajar
con música al por mayor
qu’empieza mi corazón
su más lindo tecletear.

En una gran estación
baja el cielo a mi nariz,
tanto calor que hay allí
de máquinas a vapor.
Los comunista’ en función
aguardan la comitiva
de América Sur que arriba
con todos sus elementos.
Se anidan los sentimientos
contentos y en armonida.

América allí presente
con sus hermanos del África,
empieza la fiesta mágica
de corazones ardientes,
se abrazan los continentes
por ese momento cumbre
que surge una perdidumbre
de lágrimas de alegría,
se baila y cant’ a porfía,
se acaban las pesadumbres.

Todo está allí en armonía:
el pan con el estrumento,
el beso y el pensamiento,
la pena con l’alegría.
La música se desliza
como cariño de maire,
que s’embelesan los aires
desparramando esperanzas.
"El pueblo tendrá mudanza"
–me digo con gran donaire.

jueves, 5 de octubre de 2017

Yo quiero un caballo negro (Atahualpa Yupanqui - Pablo del Cerro).

Yo quiero un caballo negro,
y unas espuelas de plata,
para alcanzar a la vida
que se me escapa
que se me escapa...

Yo quiero un lazo trenzado,
mezcla de toro y guanaco,
para enlazar a esos sueños
que se fugaron
que se fugaron...

Yo quiero, un poncho que tenga
el color de los caminos
para envolverme en la noche
de mi destino
de mi destino...

Caballo... espuelas. y lazo,
¡pienso que no han de servir!
Ya ni el poncho me hace falta.
Voy a dormir...
Voy a dormir...


PABLO DEL CERRO - Atahualpa Yupanqui
Pablo del Cerro
(Saint Pierre et Miquelon, Francia 1908 - Buenos Aires 1990)
por Kolla Chavero
Antonieta Paula Pepin Fitzpatrick (Nenette) nació en la Isla de Saint Pierre et Miquelon (San Pedro y Miguelo) en la costa atlántica del Canadá. Por ser una colonia de Francia, Antonieta nació francesa.
Su padre Emmanuel Victor Pepin era francés y su madre Henriette Fitzpatrick, canadiense de origen irlandés.
Durante la primera guerra la familia se traslada a Francia.
Al poco tiempo muere la madre y la niña es enviada pupila a un colegio de la ciudad de Caen junto a su hermana mayor Jeanne Henriette (Juana Enriqueta).
Ambas hermanas se destacan en algunas artes durante el pupilato: Juana en dibujo y pintura. Antonieta en música y en particular el piano, instrumento por el cual sentiría una pasión que jamás la abandonaría.
Habiendo terminado sus estudios secundarios con las notas más brillantes, Juana se embarca, tiempo después, junto a una compañía de danza rumbo a una gira en el año 1926, que la llevaría al llegar a Buenos Aires a conocer el que sería su primer marido y afincarse en nuestro país.
Al terminar Antonieta sus estudios recibe junto a su padre la invitación de viajar a Argentina para instalarse también.
Lo hacen en 1928 y a partir de allí Antonieta se instala en Villa Ballester con su padre. Prosigue sus estudios de piano, ya avanzados, en el Conservatorio Nacional de Música recibiendo la formación musical de importante profesores de entonces, Pascual de Rogatis, Juan José Castro figuran entre aquellos maestros en composición y armonía.
También comparte estudios con una mujer que luego sería conocida mundialmente por sus investigaciones en materia de folklore: Isabel Aretz.
Antonieta inicia una serie de presentaciones como concertista de piano por el país y, en una de ellas, en 1942 llega a Tucumán, donde después de un concierto solicita a los organizadores escuchar música folklórica de nuestro país.
Allí es dónde se conocen con Atahualpa Yupanqui. Mantienen un vínculo amistoso y años después (1946) empiezan a convivir.
Deja Antonieta su carrera de pianista y se pone al servicio de la obra y el talento de su marido. En tiempo de las persecuciones a las que fué sometido Yupanqui, Nenette ( así la llamaba la familia cariñosamente desde pequeña), se dedicó a su hijo Roberto, nacido en 1948, y a componer junto a Yupanqui.
Eligió como seudónimo Pablo Del Cerro, por Pauline y por su lugar amado, Cerro Colorado.
Nacen así las melodías de Luna Tucumana, el Alazán, Indiecito dormido, Chacarera de las piedras, Agua Escondida, La del Campo y tantas otras que hoy son famosas en el mundo.
En 1961 regresó a su país durante unas vacaciones con su hijo Roberto. Luego, cuando Yupanqui empezó a viajar con frecuencia al exterior, lo acompañaba hasta Paris y allí lo aguardaba en un departamento pequeño que habían alquilado. Tuvo solo un hijo y tres nietos, Paula Muriel y Emiliano.
Falleció en el año 1990 de un paro cardíaco en Buenos Aires y solicitó que sus cenizas, de ser posible, fueran echadas al mar, en el Atlántico norte.
Hoy su obra se considera como una de las obras del canto y de la música popular más importantes de la Argentina.
Un detalle: a pesar de ser una de las compositoras más importante de nuestro país, jamás renunció a su nacionalidad francesa.

martes, 3 de octubre de 2017

A LOS CHALCHAS (Zamba) de Juan Carlos Saravia y Facundo Saravia.

Canto que nace en mi Salta
con changos amigos en el Nacional.
Cocho y Pelusa en un dúo,
Aldo conmigo en la Vieja Rural.
Fuimos formando, fuimos creando
un canto del corazón.

Los Chalchaleros nacimos,
con un tarareo, murmullo y silbar.
Aldo Saravia nos deja
y el Chango que trae musicalidad.
Se fue Pelusa, ingresa Dicky
para empezar a volar.

Silencio tan musical
creado con timidez.
Fue su guitarra, que encendió el alma
y su nochera nos dio.
Y en ella te buscará,
Ernesto Cabeza, algún diapasón.

Pasan los años cantando,
nos deja Zambrano cansado de andar
y viene un cafayateño golpeando su bombo:
es Polo Román.
Para los Chalchas, que desde lejos
vibran con este cantar.

Como la tierra chaqueña,
arisca y gredosa, también musical,
sube a la rama del ceibo:
es Pancho que llega desde el Litoral.
Trae los acordes donde se esconde
un grito de sapucai.

Su sangre nos viene a dar:
canción y juventud.
De aquella rama que dio este tronco
nació este gajo cantor.
Por ser el hijo mayor,
Facundo Saravia, cantamos con vos.

Los Chalchaleros fue un conjunto folclórico argentino creado en Salta en 1948 y disuelto en 2003. Están considerados uno de los más grandes grupos folclóricos de Argentina. Su nombre deriva de un pájaro cantor del norte argentino, el zorzal colorado o chalchalero (Turdus rufiventris).

domingo, 1 de octubre de 2017

Canción para despertar a un negrito de Nicolás Guillén.


("Dórmiti, mi nengre,
mi nengre bonito."
Emilio Ballagas)

Una paloma
cantando pasa:
"¡Upa, mi negro,
que el Sol abrasa!".

Ya nadie duerme,
ni está en su casa;
ni el cocodrilo,
ni la yaguaza,
ni la culebra,
ni la torcaza...

Coco, cacao,
cacho, cachaza.
"¡Upa, mi negro,
que el Sol abrasa!".

Negrazo, venga
con su negraza.
¡Aire con aire,
que el Sol abrasa!

Mira la gente,
llamando pasa:
gente en la calle,
gente en la plaza.
Ya nadie queda
que esté en su casa...

Coco, cacao,
cacho, cachaza.
"¡Upa, mi negro,
que el Sol abrasa!".

Negrón, negrito,
ciruela y pasa,
salga y despierte,
que el Sol abrasa,
diga despierto
lo que le pasa...
Ya nadie duerme,
ni está en su casa.

Coco, cacao,
cacho, cachaza.
"¡Upa, mi negro,
que el Sol abrasa!".