EL AFILADOR
de
Silvia Angélica Montoto.
Los primeros rayos del sol comienzan a acariciar los techos bajos del caserío y en las veredas de piedra recién baldeadas, se levanta un vapor matinal que perfuma el barrio de primavera.
En las primeras calles, aparece entonces, la figura escuálida de Pedrito Ramírez, el afilador, al que todos llaman “Pica piedras.” Sus bracitos flacos, tienen sin embargo la fuerza de un toro para empujar calle arriba el carrito con el que el muchacho se gana la vida.
En la primera esquina hace sonar el flautín y como corolario, el consabido pregón: ¡A… filadooor, patrona!.... ¡Se afilan cuchillos y tijeras!... …¡A…filadooor!... y el carrito salta de piedra en piedra, de vereda en vereda, subrayando con el sonido de su traqueteo la voz aflautada del adolescente.
Se detiene como siempre, en la ochava del almacén de don Braulio, punto de reunión de las vecinas que esperan su servicio.
Mientras que el pie de Pedrito arranca desde la piedra esmerilada una lluvia de chispas, como luciérnagas trasnochadas, comienzan los parloteos de las mujeres hilvanando historias, algunas ciertas, otras poco creíbles y como al pasar, alaban las virtudes de sus fieles herramientas que el muchacho tendrá que afilar, hasta dejar como nuevas, dale que dale al pedal de su carrito, que es casi una prolongación de sus neuronas…
Beba, la peluquera solterona, le muestra orgullosa a sus congéneres, las tijeritas de agudas puntas que acompañan su monótona vida de muchacha de pueblo…
- ¡Si habré tusado muchachitos con estas tijeras y recortado alguna vez, por qué no, el bigotito sensual de algún caballero!..De esos que ya no hay- agrega con un dejo de nostalgia.
Marieta, la tana gritona y exagerada le retruca blandiendo su cuchilla:
-Y de ésta, ¿Qué me dicen amigas?... Todavía tiene en el cabo de hueso las marcas de la mano del finadito cuando pasaba por su filo los mejores lechones para hacer los chorizos… ¡Y qué chorizos Mama mía! Tampoco de esos se consiguen ahora… y terminó con énfasis su discurso pasándose la lengua por los labios, como si los saboreara en el recuerdo.
Así, todas agregan algo entre risas y cotilleos. La reunión circunstancial es una fiesta a esa hora en la mañana del tranquilo barrio.
Pica Piedras las escucha, las mira de reojo y calla…Él también tiene su historia, que sólo comparte con su máquina de afilar, una historia que le revuelve la sangre y lo golpea en el centro de su corazón, sin embargo, sus labios sellados por un secreto de honor se aprietan y hablan para adentro…como frenando con su silencio la angustia de ese niño-hombre del flautín y el pregón... ¡A…filadooor, patrona, a…filadooor!...
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En el confín del pueblo, donde los grupitos de ranchos se diluyen entre los alpatacos y los molles, se destaca como un símbolo del “pecado”, al decir de los pueblerinos y el cura, una casa de adobes, tipo vivienda de campo con techo verde fosforescente: “El Alacrán”, un cabaret, por denominarlo con una palabra con fonética quizás menos desagradable de lo que realmente es: Un bodegón, anexo casa de citas, como reza en un cartel de cantonera en el portón de entrada.
Allí lo fundó, vaya a saber uno por qué raro designio del destino, una madama llegada del norte, que traía consigo a cuatro muchachas trabajadoras en el más viejo oficio de la humanidad.
La historia de “El Alacrán”, marca un hito entre el antes y el después en la vida de ese pueblito tranquilo de relaciones solidarias y amenas fiestas familiares como única diversión. A “El Alacrán” iban a recalar los fines de semana, los hombres solteros, la mayoría peones de las comparsas de esquila y maridos tramposos, para los que resultaba ser un juguete nuevo, con las consabidas desavenencias familiares, algunas de las cuales llegaron a ser irreparables…
Aquella noche de fin de marzo, “El Alacrán” ardía de machos en celo.
Un tufo a perfume barato, alcohol y sudor se entreveraba con la música ensordecedora y el sonido de esa “brama humana” que hacía temblar las paredes de barro.
Entrada la madrugada se desató una gresca de furia irrefrenable. Sillas, botellas y vasos volaban por el aire. Los hombres disputándose a golpes y patadas las pocas mujeres que había, se jugaban a todo o nada y al sálvese quien pueda.
La madama sin poder controlar la situación, como último recurso, cortó la luz y en las tinieblas, Se escucho un alarido y el golpe seco de un cuerpo al caer pesadamente en el medio del salón. Las chicas buscaron esconderse debajo de los mostradores y los varones, como gatos a quienes se les arroja agua hirviendo, se desbandaron hacia el monte.
Al volver la luz quedó al desnudo la patética escena de un joven desangrándose con un cuchillo ensartado en la garganta, después, los estertores cada vez más espaciados y al fin, la muerte con su presencia soberana e inapelable…
La policía, alertada por alguien anónimo que huyó del lugar, se presento media hora después. El comisario en persona ordenó al sargento: -¡Tome un trapo para no borrar las huellas, y sáquele del cuerpo el puñal, será este el único testigo!- agregó-…¡Manga de borrachos cobardes! – gritó con furia. El muerto, era un total desconocido, de paso quizás por la comarca u obrero de la comparsa instalada a unas leguas del pueblo.
Habían pasado casi dos años y nadie reclamó la desaparición del joven asesinado en “El Alacrán”. Nadie supo tampoco quién había sido el autor de la feroz puñalada que le quitó la vida, porque ninguno de los presentes aquella noche, quiso involucrarse y quedar marcado para siempre por la muerte de un desconocido, en una noche de copas y de minas pasajeras.
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-¿Sabe Sargento?, le dijo el comisario una mañana mientras tomabanunos amargos, ¡ A esta joyita me la voy a quedar Yo! – mientras daba vueltas entre sus dedos regordetes el cuchillo, prueba del delito que había guardado tanto tiempo bajo llave.
El sargento lo miró como haciendo memoria y de pronto, toda la historia apareció nítida en su cabeza.
-y, si a UD. Le parece. Ya no creo que nadie reclame al finadito ni que se entregue el maula que lo achuró.
-¡Así es Sargento, eso espero!... Cuando pase el muchachito que afila los cuchillos, llámelo, lo voy a hacer dejar afiladito y como nuevo. Y el fin de semana lo estrenamos… ¿Qué le parece?
-¿Un chivito, dice UD.?... Fue la pregunta retórica del sargento con la que sellaron el pacto los dos hombres de la Ley…
Pica Piedras arrimó el carrito al cordón de la vereda de la comisaría y esperó al comisario quien lo había citado para las 10.
-Necesito un favor muchacho…a ver si nos entendemos – le dijo- Y extendiéndole el cuchillo en cuestión, le pidió: Dámele una buena afiladita y pulile un poquito el mango de hueso con la esmeril… (Por si las moscas) – agregó guiñándole el ojo al sargento.
Pedrito lo tomó entre sus manos y sintió de inmediato en las entrañas la vibración que ese objeto familiar le producía…Con él había aprendido el oficio con que se ganaba el pan. Su padre lo colocaba en sus pequeñas manos y ayudándolo a pedalear lo arrimaba a la piedra de esmeril y una nube de luciérnagas trasnochadas le desataban al niño una flecha en el cascabel de su risa inocente…
Ahora en cambio, las chispas sobre el acero le quemaban las pupilas, el chirriar de la rueda se hacía insoportable a sus oídos.
De pronto lo comprendió todo…Las palabras de la madre prometiéndole a él y sus hermanos cada día ,que su padre volvería pronto, que estaba trabajando duro en una mina del sur y otro montón de historias que iban paliando el tiempo y la ausencia, hasta tornarla en una costumbre que cada vez dolía menos…
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¡A…filadooor, Patrona!...A…filadooor!…. y el Pica Piedras sigue gastando sus zapatillas por las calles de piedra, mientras esa historia que encierra su secreto, sigue sonando como un eco lejano en el latido de su corazón.
1 comentario:
¡Que sensibilidad la de Silvia, solo hace falta un renglón escrito para saber como es su alma!
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