Soy el hijo natural
de no sé qué aberración
y de cuya tradición
puede hablar el arrabal;
he sido la flor del mal,
el tenorio del facón,
el que ganó la elección
cuando el caudillo imperaba
y el malevaje buscaba
para usarlo de escalón.
Fue el que tuvo por bandera,
como ley, como atavismo,
reconocer en sí mismo
a toda la hombría entera.
No tuve quien se opusiera
a mis odiosos antojos,
por mí bajaron los ojos
hombres que fueron muy machos
y marqué muchos escrachos
con largos barbijos rojos.
El comisario sagaz
me tuvo por un aliado,
fue mi tutor obligado
en el barrio, el Juez de Paz,
y fue mi apodo procaz
un insulto que altivaba
porque una historia guardaba
que era para mí un laurel
y me lucía con él
cuanto más me degradaba.
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