viernes, 7 de junio de 2019

LA BODA de Silvia Angélica Montoto.

LA BODA de Silvia Angélica Montoto.
Frente a la redonda luna del espejo, con los ojos nublados por la emoción, la madre acomoda los últimos detalles en el vestido de la novia. Coloca alfileres, frunce tules y prende cintas de raso en el bonito tocado que corona su cabeza.
María, casi una adolescente, luce bella y pura como una virgen morena.
El padre nervioso se pasea en el jardín, donde aguarda la llegada del cura, que casará a los novios en la sencilla capilla familiar, armada entre todos los vecinos de la colonia.
El novio se ha levantado temprano, casi al amanecer, sin haber podido conciliar el sueño. Está ansioso. El tiempo no pasa y su corazón late aceleradamente. Él es Giovanni, el joven inmigrante italiano, que como María y sus dos hermanos mayores, Antonio y Felipe, llegó al país unos años antes con sus padres en busca de paz y trabajo.
Italia ha quedado muy lejos para todos, pero aquí, vecino con vecino, familia con familia codo a codo, han formado una hermosa y joven comarca, donde viven, trabajan, se aman y sueñan con un futuro de enorme felicidad. Villa Regina, la llaman, es nuestro pueblo, y ésta, que trato de contarles, es una hermosa historia de amor.
Los abuelos de María han venido de Italia hace apenas unos meses para asistir a la boda de su nieta, prometiendo a sus paisanos que pronto volverían. No sabían entonces los nonnos, que este país los atraparía para siempre.
La nonna está aún guapa y conversadora. El nonno, en cambio, está ya vencido por los años y la vida dura tras la guerra. Se ha tornado rezongón y caprichoso y a veces se escapa y se pierde más allá de la alameda buscando el canal, desde donde piensa en su divagar, que ha de llegar al mar para volver a La Liguria.

Giovanni, molesto por la espera y el incómodo atuendo de novio, piensa con nostalgias en las alpargatas amoldadas a sus pies a fuerza de largos trajines, abriendo acequias y haciendo surcos para la siembra. De sus manos callosas, resbala caprichosamente la fina corbata de seda. En su rostro dorado por el sol, brillan sus ojos claros, que tanto ama María y en sus labios, se dibuja una sonrisa con sólo pensar en ella.
-¡Il prete ho arrivato! ¡Giovani, pronto, Il prete ho arrivato!...
La voz imperante de su futuro suegro, lo sacude, las piernas le tiemblan y sus manos no logran colocar en el ojal el perfumado ramillete de lavandas que María ha preparado la noche anterior.
Allí, bajo el parral, sudoroso y con el sombrero polvoriento por el largo viaje a caballo desde el pueblo, está sentado el cura. Una copa de fresco vino se eleva en su mano, a manera de brindis, al ver llegar al muchacho. A ese brindis seguirán seguramente otros… (El día será largo, el sol calienta fuerte y la garganta del Ministro de Dios está reseca… ¡Además, la ocasión lo amerita! - piensa – como perdonándose a sí mismo por su humana debilidad.)
Giovanni no responde a la amable invitación del cura. Mira ansioso la puerta por donde aparecerá su novia…Aún no se abre. Al pie del altarcito, la madre del muchacho espera… Está orgullosa y bella, casi irreconocible la madrina de bodas… Giovanni se acerca y la toma del brazo.
El portal que da al jardín se abre… ¡Aparece al fin la dueña de su corazón!...El padre con aire orgulloso de padrino, la sostiene del brazo como si llevase casi en vilo, a una bella muñeca de espumas pronta a desvanecerse, y juntos, caminan hacia el altar.
La ceremonia es lenta, pero nadie se mueve. Solo se escucha en el silencio de la mañana, el canto de los pájaros en la fronda y el sonido lejano del agua en las acequias. La voz del cura es clara con un tono casi familiar… ¡Es que ha visto crecer a estos muchachos y la emoción lo alcanza!...
Tras las palabras de rigor que los insta a ser mutuamente fieles ¡Hasta que la muerte los separe!, el cura los bendice e, Innecesariamente, les permite besarse, porque los jóvenes enamorados ya se han adelantado sin escuchar el mandato.
Luego, los aplausos, los vivas, abrazos y lágrimas de emoción y el ramo de novia, bajo una lluvia de confites, vuela por el aire ante el alboroto de las chicas casaderas y de alguna solterona que se resiste a su suerte…
El nonno, que dormita en su hamaca la acostumbrada siestita matutina, se sobresalta, no comprende tanto alboroto interrumpiendo su sueño. Se levanta y sin que nadie lo tome en cuenta, sale sin rumbo apoyado en su bastón.
El delicioso aroma de los distintos manjares italianos traspasa los umbrales de la cocina. La nariz del cura, como la de un sabueso, aspira profundamente y la revolución del apetito se produce en su pronunciada barriga.
-¡Andiamo a manggiare, pronto, andiamo a mangiare! –grita el cura tenedor y cuchillo en mano y todos lo siguen a la mesa como si fuera la sagrada palabra de Dios.
Nadie ha advertido la ausencia del nonno… La nonna está muy atareada en la cocina. Antonio, el hermano mayor de María lo busca para arrimarlo a la mesa y sin decir palabra, al no encontrarlo, sale hacia los fondos de la chacra, donde siempre se escapa cuando se enoja…
Sentado en la volanta, ya preparada como una carroza para el viaje de bodas, está sentado el anciano.
Llora y ruega que no lo bajen.- ¡Lasciame andare Tonio!.¡Voglio tornare in Italia, lasciame andare ragazzo!...dice-
El muchacho lo calma. Sabe de esos delirios cuando la nostalgia de su tierra invade el corazón de su nonno.
-¡Pronto nonno, torniamo alla festa di María!¡Domani torniamo in Italia!
El nonno se entrega, manso como un cordero...
…Y vuelven los dos a la fiesta, donde se desatan las risas y la melodía de viejas canciones italianas que llenan el alma de los inmigrantes.

Es la media tarde. Llega la hora de la partida…
La volanta los espera cargada de flores y de sonidos, porque en las crines brillantes del caballito chacarero han colgado alegres cascabeles que se agitan con la brisa de la tarde.

Desde una chacra hasta otra chacra será el viaje de bodas… Donde termina el camino y el río besa la barda. Allí está el nido de los enamorados que Giovanni ha levantado con sus propias manos.
El caballito ya no trota, la volanta se detiene…Giovanni lleva a María en sus brazos firmes y amorosos…
La luna llena se cuela celosa por la ventana que da al río y acaricia el cuerpo desnudo de María, bella como una Madona de Rafael…
Silvia Angélica Montoto.



ROMANCE DE LA VOLANTA
de Silvia Angélica Montoto.

Vestida de tul y flores
va María en la volanta.
A su lado está Giovanni
orgulloso de su amada.
Ella, arrebol en el rostro.
Él, ardor en la mirada.
Se van de luna de miel,
de una chacra hasta otra chacra,
donde el camino termina
y el río besa la barda.
A su paso se sacuden
los frutales florecidos.
Desde los surcos aplauden
los tordos con sus graznidos.
Muy temprano en la mañana,
los ha desposado el cura
¡Y ha brindado cinco veces
Con vino de buenas uvas!...
En la casa de los novios
Sigue el fervor de la fiesta.
La nona amasa que amasa,
el nono, duerme la siesta.
La volanta va de prisa
por la senda salitrosa.
El viento suelta las cintas
al sombrero de la novia.
La luna se está asomando
sobre las bardas en sombras,
Y de tanto amor ajeno
se está poniendo celosa.
Ya no trota el caballito.
Se detuvo la volanta.
¡Giovanni lleva en sus brazos
al lecho a su dulce amada!

Hoy descansa la volanta
en el jardín de una escuela.
Encallecida de tiempo,
cargada de cien leyendas.
Entre sus cansados hierros
se cuela la luna llena
donde se guardan los sueños
de una familia pionera.

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