lunes, 28 de febrero de 2022

Máximo Simpson.


Ayer.


Ayer me resbalé y estoy ausente,
y todo está muy lejos,
ya tan lejos,
rupicabro hacia fuera la casa de mi alma.


Ayer me resbalé,
se me cayó la furia,
ayer se me extraviaron los papeles;
quedé manco ya mucho
y todo el horizonte está muy lejos,
ya tan lejos.


Ayer qué raro el aire,
la cuenta de la vida;
se me desordenó toda paciencia,
se me salió el porqué,
se me cayó una letra,
la más leve y rabiosa que ha existido,
la letra más impura, la más pura,
se me cayó hacia lejos.


Ayer me resbalé,
y perdí el horizonte:
no había trenes tal vez a esa hora,
no había barcos tal vez,
no había lamentos.


Hoy.


El día es este día,
pedacito de luz en que recojo
la mentira de ayer,
parábola tenaz que anda en el tiempo
como un hilo que siempre continúa:
el traspié ya olvidado entre cuadernos,
el rostro sepultado,
el traje ya vacío como un mito,
la palabra extraviada, corona de los muertos.


El día es esta hora,
esta zona del pecho tan llena de tumultos,
este árbol plantado en desafío,
el colérico reto
a la serenidad de tantos años.


Éste es el día,
el fragmento de tiempo que he esperado
para una eternidad,
y es sólo dejación,
sólo desistimiento de continuar así,
declinación hacia otras redes
de lo que sólo queda lo que tengo en las manos,
mi palabra.



Mañana.

Mañana cambiaré de precipicio,
mudaré de costado,
tendré probablemente otros espejos,
y otro otoño también, otras palabras.
Mañana he de cambiar: seguiré siendo
el mismo trajinante presuroso
que piensa en el apuro de los años
oyendo la campana de la tarde.


Mañana cambiaré y seré el mismo,
con un golpe de azar y algunas dudas.

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