jueves, 12 de abril de 2012

COSAS QUE PASAN...



LA ADIVINA.

El aviso del diario lo decía muy claro: Puedo hacer que tu amor regrese.
Decidí llamar y pedír un encuentro con la adivina. Madame Blanche
debía tener muchas consultas, me dio turno para el mes siguiente.
—Ahora, si usted está muy apurada —me dijo una voz muy amable en el teléfono— Madame Blanche puede hacer una excepción y atenderla hoy a última hora.
—Es urgente —dije poniendo dramatismo en mi voz.
—Le aviso que el precio es otro…
—Está bien, deme turno para hoy.
—Veintiuna horas, le doy la dirección: Arroyo 31…….

A las nueve de la noche llegué al salón de Madame Blanche. Una mujer con un hábito rojo me abrió la puerta y me hizo pasar. Con un gesto, me dio a entender que tomara asiento y con voz suave, apenas audible me dijo:
—Son quinientos pesos.
Casi me desmayo. Sin protestar aboné. El regreso de mi esposo valía eso y mucho más. Un aroma a incienso y tilo reinaba en la sala de espera, a los pocos minutos se me cerraban los ojos.
La misma mujer me hizo pasar a otra habitación. Pasé a un amplio recinto, las paredes tapizadas de seda roja me impresionaron. Sobre una mesa a mi derecha varias imágenes de santos y a mi izquierda otra, con velas encendidas de diferentes colores. En el centro de la sede, un escritorio y sentada en un sillón, frente a mí, estaba Madame Blanche. Era enorme, a pesar de estar sentada se notaba su altura poco común. Su hábito era blanco, igual que el turbante que coronaba su cabeza.
—Toma asiento, —me dijo con un acento caribeño— ¿vienes por problemas del corazón?
Asentí.
—Mi esposo me ha abandonado —le dije— está viviendo una aventura con mujer treinta años menor que él.
Un aroma extraño perfumó la habitación, una mezcla de maderas de oriente y lavanda, demasiado fuerte, me seco la garganta.
Madame Blanche, jugaba con unas hojas verdes, las movía sobre la mesa del escritorio. Se llevó dos a la boca y las fue masticando, mientras seguía posesionada por las que había dejado en la mesa.
—Las hojas dicen que no es una aventura pasajera. Los hombres a cierta edad, buscan en las mujeres jóvenes recuperar el tiempo perdido, pero tu esposo se ha enamorado locamente.
—Quiero que regrese —dije alzando la voz— debe hacerlo volver, hace un mes que se fue…
No pude contener las lágrimas que se transformaron en un llanto histérico. Madame Blanche se levantó y desapareció tras una puerta disimulada, que había en el costado, luego apareció con un vaso de agua.
Mientras bebía a tragos cortos, madame, continuaba masticando y hurgando en las hojas, como si en ellas encontrase el misterio de la creación.
—Qué son esas hojas —pregunté.
—Es coca, es un medio de adivinación ancestral, lo aprendí de un grupo indio en Bolivia. Por las nervaduras descubro misterios, ellas le dicen a mi mente la verdad que busco —me miró muy fijo— ¿Cómo te llamas?
—Mercedes.
—Mercedes, entrará una nueva oportunidad en tu vida, aparece un nuevo amor.
—¡No quiero un nuevo amor, quiero a mi marido!
Grite histérica.
—¡Señora no es lo que usted quiere, es lo que manda el destino!
—Usted dice en su propaganda que vuelve a unir corazones separados, ata lo que se ha desatado…
—Sí, pero su caso no tiene arreglo, su marido perdió la cabeza por otra mujer y ella lo ama, es imposible conseguir que la deje.
Me levanté de mal modo, la silla cayó al suelo y yo grité con un aullido tal, que Tarzan lo hubiera envidiado. La bruja sorprendida, abrió los ojos sin creer mi furia, no entendía. Me retiré.
Salí a la calle y subí al remis que me esperaba en la puerta.
El chofer manejaba lentamente, el centro de la ciudad estaba atorado de coches.
—¿Puede apurar la marcha? —le dije de mal modo.
El hombre asintió y yo me revolví en el asiento. Debo haber murmurado por lo bajo alguna incoherencia porque el chofer me preguntó:
—¿Qué le sucede señora, se siente mal?
—¿Y cómo quiere que me sienta? He visitado a esa bruja de morondanga que me cobró quinientos pesos, por un aviso donde promete unir lo desunido, asegura que hace regresar a los maridos que abandonan a su familia y cuando le pido que haga regresar a mi marido, me dice que las hojas de coca le hablan; y mi marido está enamorado y que yo voy a encontrar un nuevo amor. ¿Qué le parece?
—Que tal vez sea cierto y pueda encontrar un hombre que la haga olvidar y ser feliz…
—¡Usted también con esa pavada! Yo quiero a mi marido, quiero tenerlo en casa, sino quién me va a pagar la tarjeta o usted cree que la mastercard dorada se paga sola. ¿Y la luz y los demás servicios? ¿Y mi peluquero todas las semanas? Y esa tarada jugando con hojas de coca me dice que voy a encontrar un gran amor. El gran amor, ya lo tengo, es Paco, mi amante desde hace diez años, y es el amor de mi vida; pero es un pela gato que me va a hacer morir de hambre. ¡Yo quiero a mi marido, me entiende…!
Autora: Maria Rosa Giovanazzi.
http://mariarosag.blogspot.com.ar/

APLAUSOS DESDE BARDA SUREÑA A LA AUTORA POR ESTA CREACIÓN.

2 comentarios:

mariarosa dijo...

¡¡Gracias Guillermo!!

Me alegra que te gusten mis cuentos.

Un abrazo.

mariarosa

Alicia Abatilli dijo...

Muy bueno María Rosa.
Me hace feliz leerte, gracias Guillermo por compartirlo.
Un abrazo